Philippe Montanier se fue de Donosti por la puerta de atrás. El magnífico juego de su Real Sociedad, la gran clasificación para la Champions y el esperanzador futuro que había forjado con su trabajo le granjearon definitivamente la simpatía, el respeto y la admiración de la afición txuriurdin, pero la euforia por la mejor temporada del club en la última década no podía tampoco esconder lo complejo de su estancia en San Sebastián. El francés había escuchado varias veces aquello de «Montanier vete ya» por la irregularidad en sus primeros meses, los continuos cambios tácticos y, por supuesto, la falta de sintonía con su propia afición. El gol de Íñigo Martínez en el Villamarín en noviembre de 2011 y el de Xabi Prieto en La Rosaleda en el mismo mes de 2012 le habían salvado de una inevitable destitución, lo que hubiera sido un grave error a pesar de que, mediáticamente, en ese momento se consideraba lo más apropiado. Sea como fuere, hasta en los peores momentos contó con el apoyo y el respaldo de sus futbolistas. Celebraban con él los goles, le elogiaban públicamente y, cuando la lógica del fútbol decía que podían relajarse, ellos apretaban más. Creían en su entrenador. Y los resultados llegaron. La Real acabó el curso 12/13 como uno de los conjuntos más sugerentes, más versátiles y más imponentes de la Liga BBVA. Eran el equipo de moda y, teorícamente, el objetivo del verano debía ser mantener el grupo todo lo unido que fuera posible. En cambio, escudándose en el balance económico, Jokin Aperribay únicamente ofreció un año de contrato al hombre que les había conducido al éxito. Un gesto que, como era previsible, Montanier entendió como un favor obligado en vez de como una muestra de confianza en su proyecto. Y, a ritmo de conga, se marchó.
Llegaba entonces el momento del deseado Gerardo Martino… o del desconocido Jagoba Arrasate. «Los dos conocen bien a la Real Sociedad y continuarían con el proyecto. Son muy parecidos, con la diferenciaJagoba llegaba con una gran reputación, pero sin ninguna experiencia de que Gerardo tiene una experiencia contrastada y Arrasate cuenta con un amplio conocimiento interno», comentaba el presidente en la presentación de este último. En base a esta premisa de continuar con el proyecto, la idea de confiar en Jagoba tenía cierto sentido. Había llegado en 2010 a la Real tras ganarse una gran reputación el fútbol regional con el CD Elgoibar, comenzó a entrenar con éxito a los juveniles del club y, en los últimos meses, incluso había ejercido de ayudante de Montanier en el primer equipo. Es decir: conocía la institución, conocía el proyecto y conocía el vestuario. Era un perfil interesante. En cambio, contaba con la gran contraindicación de su inexperiencia. No sólo en la élite, sino en el fútbol profesional en general. Todos hablaban de él como un «entrenador de futuro», al que se consideraba un «gran táctico» y uno de los «grandes representantes de la nueva escuela», pero sus 35 años no parecían encajar del todo bien con el reto que debía afrontar en Anoeta. La Real Sociedad era ya un proyecto consolidado, que manteniendo las bases debía seguir creciendo con determinación. Las expectativas de la directiva, la afición y los futbolistas eran elevadísimas. Y, para comenzar, ya sin Illarramendi, el Olympique de Lyon se presentaba como el último gran escollo para acceder a la Champions. Había que ganar o ganar.
Aún sin él, la victoria en Gerland fue la cumbre de la etapa de Philippe Montanier en la Real.
Y se ganó. Tanto en Gerland (0-2) como en Anoeta (2-0). De forma aplastante, contundente e ilusionante. La Real se presentó a Europa como un equipo ordenado en todas sus líneasAnte el O. Lyon, decidió mantener la idea con la que triunfó Montanier, talentoso con el balón en los pies e implacable corriendo al espacio. Exactamente, como era con Montanier. «No podía cambiar cosas con una eliminatoria tan importante como la de Lyon por delante cuando la fórmula había funcionado», reconocía Arrasate unos meses más tarde. Su plan era, una vez conseguido el primer gran objetivo del club, que el equipo se fuera haciendo suyo poco a poco. Sin prisa. Ni pausa. «Hay que mejorar el equilibrio. Puedes ser muy ofensivo, jugar muy alegre en el campo del rival, pero creo que en el equilibrio, en la presión, en el estar juntos… Y eso este año a veces le ha faltado al equipo», comentó nada más asumir el cargo. Unas palabras que, ciertamente, sorprendían por el fondo de las mismas. La Real Sociedad había sido uno de los equipos más equilibrados de la competición gracias al dominio de todas las fases del juego y a la presencia de Asier Illarramendi, el símbolo futbolístico de aquel conjunto. La sensación es que los donostiarras nunca quedaban malparados, que rara vez eran sorprendidos y que jamás estaban incómodos sobre el campo. Pero Jagoba Arrasate no lo creía así. O, al menos, pensaba que podía mejorarse todavía más. Una idea más que respetable. Sin embargo, la marcha del de Mutriku al Real Madrid y el escaso esfuerzo de la directiva por reforzar al equipo, al llegar sólo Seferović y Granero, desde luego no le iban a facilitar la tarea.
Su receta para compensar la marcha de Asier y, aún con eso, potenciar el equilibrio de su equipo era la siguiente: 4-3-3/4-1-4-1 con dos interiores, mayor simetría en la fase ofensiva y una presión más intensa en campo rival. Con esta idea, Jagoba acababa de golpe con la exitosa mediapunta de Xabi Prieto en la Real de Montanier, que había provocado una clara asimetría en el juego de bandas de la Real. Contextualicemos. Tras muchas pruebas, el técnico francés logró encajar todas las piezas con el sorprendente movimiento de convertir a Prieto en el «10» del 4-2-3-1 txuriurdin. Así, por el lado derecho se salía, se crecía y se generaba la ventaja al juntarse los tres hombres más talentosos del equipo: Illarramendi, Prieto y Vela. Además, el gran estado de forma de Carlos Martínez no hacía sino potenciar un costado que no paraba de producir de forma directa (asistencias, goles y expulsiones) como de forma indirecta (al dar mucho espacio a De la Bella y Griezmann en el lado débil). Con el cambio, fuera consecuencia o no del mismo, lo cierto es que Xabi Prieto quedó desorientado, Carlos Vela perdió protagonismo y Carlos Martínez dejó de sumar. Y no poco a poco, sino que el bajón de los tres fue exageradamente pronunciado. Ni siquiera el buen papel de David Zurutuza y Antoine Griezmann en el lado opuesto podían compensarlo. El vasco, el mexicano y el navarro estaban desconocidos. Y la Real comenzó a perder continuidad, solidez, dinamismo y energía.
Un claro empobrecimiento del juego colectivo en el que también tuvo mucho que ver la mala suerte en el arranque de la Champions League. Jagoba decía que «lo único que le daba respeto era las cosas que uno no podía controlar del fútbol«, yLa experiencia europea tuvo más de amargura que de merecido goce precisamente fueron esos intangibles los que tiñeron de gris lo que debía rodear toda Anoeta de brillo. En el debut ante el Shakhtar, con Rubén Pardo de titular, la Real completó un partido más que digno e, incluso, mereció adelantarse en el marcador, pero el gol de Teixeira echó por tierra todo el trabajo. Algo parecido a lo que pasó en Leverkusen en la segunda jornada. Después de reponerse de gol de Rolfes antes del descanso, los vascos tuvieron numerosas opciones para ganar el partido… pero fue el Bayer quien se llevó los tres puntos con un gol de Hegeler. En el minuto 92, de falta y por la escuadra. Dolió. Dolió mucho. «No nos ha faltado experiencia, nos ha faltado acierto», decía Jagoba. Y no era una excusa, sino que llevaba toda la razón. La Real Sociedad no se había mostrado tan brillante ni sólida como en la pasada campaña, pero ni mucho menos merecía viajar a Old Trafford con cero puntos. Allí, con un desplazamiento masivo de su gran afición, fueron superados con claridad por parte del Manchester United de David Moyes y, aún con todo eso, tuvo que ser Íñigo Martínez quien se metiera en propia puerta el único gol del partido. Curiosamente, el prometedor central fue de los pocos que compitieron de principio a fin cuando la Real ya comenzaba a naufragar. Pero el fútbol y la vida son así. Cuando las cosas deben salir, la metes desde el centro del campo. Y cuando no, te la metes en tu propia portería.
La Champions League no se disfrutó como debía y merecía la Real Sociedad como club. Y se pagó.
La amarga participación en la máxima competición continental terminó con un balance de cero victorias, un empate y cinco derrotas con un sólo gol a favor y nueve en contra. Y eso no fue lo peor, porque el vestuario quedó tocado. Muy tocado. Los resultados en Liga comenzarían a mejorar en diciembre (4-3 Celta, 2-1 Espanyol, 5-1 Betis, 3-1 Granada y 2-0 Athletic), lo que le harían estar en puestos europeos durante toda la temporada, pero ya no parecía la misma Real Sociedad. Aunque Griezmann corría, empujaba, mordía y marcaba, el equipo de Jagoba había perdido chispa, energía e ilusión conforme muchos de sus jugadores se iban apagando. Además de no contar con los nuevos por lesión (Granero) o dejadez (Seferović), los que debían ser protagonistas fueron vulgarizándose (Íñigo, Prieto y Vela) y, sobre todo, los secundarios se convirtieron en figurantes (Mikel, Charly, Bergara y Agirretxe). En tres meses, la involución fue dramática.
En todo este mar de dudas y desilusión, la Copa del Rey se convirtió en la competición que debía dar la vuelta por completo a la situación. Y, por momentos, lo hizo. Si las primeras rondas (Alcegiras, Villarreal y Racing) sirvieron para descubrir a Zaldua y Gaztañaga como futbolistas más que interesantes para el primer equipo, el cruce de semifinales ante el Barcelona tuvo una doble utilidad: espolear a todos los estamentos del club y, sobre todo, mostrar la verdadera idea en la que Jagoba Arrasate creía que debía asentarse su equipo. Para lo primero bastó con la obviedad de que la Real estaba a sólo dos partidos de volver a disputar una final. Era el Barcelona, sí, pero ni el equipo de Martino era lo que debía ni, además, los precedentes antes los culés eran precisamente malos. Debían mantener la eliminatoria viva en el Camp Nou para, en Anoeta, repetir hazañas pasadas. Era complicado, pero no imposible. Ni mucho menos. Como bien sabemos, la Real Sociedad no consiguió su objetivo al perder 2-0 en Barcelona, pero la imagen había sido más que buena gracias a la revolución de su técnico. La idea de situar cinco defensas provocó una gran descoordinación en área propia, pero lo de regalar los costados y buscar el contragolpe con Griezmann más Vela por dentro funcionó por completo. Antes del gol de Busquets y la expulsión de Íñigo, Vela tuvo una ocasión que pudo girar el destino de la eliminatoria. No sucedió y los vascos tuvieron que conformarse con el resultado positivo de la vuelta (1-1), pero el trofeo copero había cumplido con su misión.
La idea de acumular hombres por dentro y dejar en punta a sus dos futbolistas más decisivos tuvo continuidad durante el segundo tramo de la temporada debido a tres motivos: los problemas del 4-1-4-1, la llegada de Sergio Canales a Donosti y los buenos resultados ante el FC Barcelona. El nuevo sistemaEl 4-4-2 de J. Arrasate nunca funcionó tan bien como ante el Barcelona de Jagoba Arrasate cristalizaría, precisamente, en la visita liguera de los culés a Anoeta. Aquel 22 de febrero, en el que la Real Sociedad ganó 3-1 a los de Martino, los guipuzcoanos saltaron al campo dibujando un 4-4-2 en rombo con Markel Bergara de mediocentro, Elustondo más Zurutuza de interiores, Canales de mediapunta y Vela más Griezmann arriba. «Metiendo a cuatro jugadores por dentro vamos a buscar un juego más asociativo y hacernos más con el control del partido, dejando dos puntas más descolgadas que pueden caer a la banda o hacer muchas cosas. Además si en la media punta está Xabi Prieto o Canales, pueden romper muy bien desde atrás y ocupar más posiciones. Todo ello unido a que, tras pérdidas que antes el equipo se partía mucho más, ahora podremos estar más equilibrados en ese eje», argumentaba unos meses más tarde el técnico realista. Mikel Recalde, el periodista que le hizo dicha gran entrevista en «Noticias de Gipuzkoa», le preguntaba sus dudas sobre el sistema. La primera iba sobre que los volantes (interiores) solían ser mediocentros (como Elustondo o Pardo), a lo que Jagoba respondió: «Sí pero son volantes dinámicos como pueden ser Pardo, Granero, Zurutuza y Canales en un momento dado». La segunda, quizás la más llamativa tras venir de la era Montanier, era sobre lo desocupadas que quedaban las bandas. Un hecho que Arrasate no creía que fuera un problema: «Entendemos que las bandas van a estar sacrificadas pero que las vamos a ocupar con el movimiento de los puntas también». Unas dudas que llegaban en este pasado agosto de forma bastante lógica tras comprobar cómo el novedoso 4-4-2 del joven técnico vizcaíno no funcionaba tan bien en el día a día como lo había hecho frente al Barcelona.
En los últimos tres partidos de gestó el drama final de la etapa de Jagoba Arrasate
Ese mal rush final de temporada anuló la inercia positiva tras la buena imagen en Copa y la gran victoria en Liga ante los blaugranas. Y no sólo a nivel de sensaciones, que llegaron a ser descorazonadoras por momentos, sino también a nivel de resultados. La derrota final ante el Villarreal, que venía precedida de dos empates ante Granada y Athletic, tuvo una trascendencia brutal puesto que, con dicho resultado, la Real perdió la clasificación automática para la Europa League. Seguiría pudiendo entrar al quedar séptima, pero debería conseguirlo tras superar varias rondas previas, lo que trastocaba toda la planificación del club.
«A mí me preocupan más las dos previas que la planificación de la temporada. Sí, los rivales pueden ser inferiores, pero cualquier desliz, cualquier mal día, te puede dejar fuera», anunciaba Jagoba. Su segundo verano,Caer ante el Krasnodar precipitó su destitución que él mismo ha valorado como positivo, conllevó la compra definitiva de Vela, el cambio Rulli-Bravo en la portería, la marcha de Griezmann y la llegada de Finnbogason, pero también que por desgracia se cumpliera su premonición. Después de superar al Aberdeen (2-0 & 3-2), el 1-0 ante el Krasnodar parecía un buen margen para viajar a Rusia y cerrar definitivamente su clasificación para la Europa League 2014/2015. Pero no. En un partido muy pobre, encajando un penalti y perdiendo a Rulli por lesión, su mejor hombre en tan fatídico día, la Real terminó perdiendo por 3-0. El resultado fue devastador para Jagoba Arrasate, que había renovado en abril por dos años más pese a las críticas del entorno. Estaba tocado. Cuestionado. Herido. Al borde de un abismo del que, pese a la sorprendente remontada ante el Real Madrid, finalmente no pudo huir. Tras muchos rumores, varias semanas de margen y algunas que otras monedas que salieron cruz, Arrasate fue destituido el pasado 2 de noviembre. «El primer año no era fácil y se cumplieron objetivos. Este año se torció con lo de Rusia y no le hemos dado la vuelta”, comentaba en su marcha. «Lo de Krasnodar fue un palo muy duro y hemos ido perdiendo confianza. Si estamos aquí es por varios factores”, insistía. Realmente, la derrota en Rusia fue la que terminó provocando que el equipo se cayera nada más empezar la temporada. Sin embargo, que sucediera lo de «lo de Krasnodar” no era ni mucho menos casualidad. Ni fue inesperado.
Salvo en días concretos, la Real Sociedad nunca jugó como debía y quería.
«Su gaberik ez da kerik» es un dicho vasco que viene a decir que «sin fuego no hay humo» o, más bien, que «no hay humo sin fuego». Un refrán popular perfectamente aplicable a la etapa de Jagoba Arrasate como entrenador de la Real Sociedad. La tristeza, la apatía y la falta de brillantez de los últimos partidos son la culminación de 17 meses en la que, salvo en días muy concretos y aislados, no hubo chispa que encendiera fuego alguno. ¿Ésta debían aportarla los jugadores o el cuerpo técnico? ¿Los futbolistas debían ser el fuego o el humo? ¿Podía el técnico conseguir humo sin provocar fuego? ¿Ninguno tenía cerillas?
Las dolorosas bajas veraniegas, varios días sin fortuna y determinadas derrotas complicaron la labor del ahora ex-técnico de la Real, pero lo verdaderamente determinante fue la falta de respuesta de los jugadores. En la era Montanier no se vio humo en el césped hasta pasado el año y medio, pero desde el principio en el vestuario todos cuidaron de una pequeña fogata que ni los soplidos externos pudieron apagar. Era cuestión de tiempo que, con la combinación precisa y acertada, todo se incendiara. ¿Se podría repetir lo mismo con Jagoba? El presidente, Jokin Aperribay, pareció postergar una decisión que parecía inevitable buscando precisamente esto, pero nada objetivo o subjetivo insinuaba que pudiera producirse. Arrasate había llegado para continuar con un proyecto del que ya sólo quedaban los cimientos, no estaba consiguiendo sacar nada de Rubén Pardo, su gran reto individual, y el vestuario no había mostrado poder cambiar de marcha cuando la temporada se había puesto cuesta arriba. «No hemos sabido sacar el máximo a esta plantilla, el equipo no está con confianza», admitía él. «Para los jugadores es un fracaso que echen al cuerpo técnico», confesaba su capitán. Sea por unos o por otros, «su gaberik ez da kerik».
vi23 12 noviembre, 2014
Yo, sinceramente, creo que se generaron unas expectativas desmedidas. La plantilla no era (ni mucho menos es) para estar en Champions con regularidad. Como mucho, para pelear entrar en Europa League (pero sin obligaciones)
Lo mismo aplicaría al Athletic de Bilbao.
Barcelona, Madrid, Atlético, Valencia, Sevilla y hasta Villarreal parten por encima
Toca, pues, pelear con Celta, Málaga y los que puedan asomarse ahí…