La «Ley Bosman» originó un cambio en el fútbol que, gustase más o gustase menos, era plenamente coherente con el ritmo al que se movía el mundo en 1996. La economía crecía, los activos se movían sin preguntar, el dinero era un bien abundante, y el verbo globalizar ya se conjugaba en presente. Como «España iba bien» y el fútbol jamás ha sido un ente independiente del contexto, se inició una nueva etapa en la historia de nuestro fútbol que tendría una significativa denominación: «La Liga de las Estrellas». Los siguientes años fueron modernos, muy modernos. Se vivió una explosión colectiva en la que los equipos se lanzaron al mercado con ímpetu. Sin miedo. Gracias a ello disfrutamos del Mallorca de Cúper con Roa, Ibagaza, Stankovic o Biagini; del Celta de Víctor Fernández con Karpin, Mostovoi o Catanha; y del Betis de Finidi o Denilson. Incluso vimos campeonar al Deportivo de Irureta con Mauro Silva, Donato, Djalminha o Makaay. Cuatro ejemplos, como podían ser muchos más, que convivían en «La Liga de las Estrellas» con un Madrid que volvía a ser Real en Europa de la mano de Roberto Carlos, Zidane o Figo. Conocidos con el apropiado apodo de «Los Galácticos», cuando en el año 2003 incorporaron a Ronaldo ya nadie podía dudar del favoritismo del Real Madrid para conquistar el título liguero. Sin embargo, otro de aquellos equipos fetiche, la Real Sociedad de Karpin, Nihat o Kovacevic, se lo compitió hasta el final.
Ahora que el club txuriurdin vuelve a formar parte de la parte noble de la clasificación, surgen las comparaciones entre el equipo actual y el pasado. Pese a lo bonito que resulta encontrar paralelismos, las diferencias son aún mucho más numerosas. El fútbol, al igual que la vida, ha cambiado mucho desde entonces. España ya no va bien, la Liga aglutina sus estrellas en únicamente dos constelaciones y, pese a estar viviendo el mejor momento de la historia, a nuestro fútbol se le comienzan a ver las costuras. Hay lugar, eso sí, para una similitud que por lo evidente sobresale por encima del resto: Raynald Denoueix y Philippe Montanier son franceses. De la Alta Normandía, para ser más exactos. Una región que tuvo una influencia dispar en el gusto de ambos entrenadores, pero que, a través de su histórica herencia vikinga, forjó una fe inquebrantable en su particular manera de entender este deporte.
Antes de llegar a Donosti, Denoueix desarrolló por completo su carrera en Nantes.
Al fútbol, Raynald nació en Nantes en 1966. Allí, recién alcanzada la mayoría de edad, se encontró con toda una ciudad entregada a su entrenador. José Arribas, un vasco en el exilio, había llegado seis años antes al club proponiendo un estilo alegre, ofensivo y veloz queEl fútbol en el que creció Denoueix era alegre, ofensivo y veloz cambiaría para siempre el devenir de su historia. Con el bilbaíno como técnico, el Football Club Nantes logró ascender a la élite del fútbol francés en 1963 e, incluso, ganó sus dos primeras ligas en 1965 & 1966, pero allí se estaba gestando algo aún más trascendental: una de las escuelas de fútbol más prestigiosas del país. Y Denoueix, pese a no ser un fijo en sus onces, fue uno de sus alumnos más aventajados. Desarrolló por completo su carrera como futbolista en Nantes, regresó en 1982 para dirigir durante 15 años su prolífica academia y, en 1997, dio el salto al primer equipo, en el que permanecería hasta mediada la temporada 2001/2002. Su trabajo tenía sello (fútbol veloz y apuesta por la cantera), tenía referencias (José Arribas) y era exitoso (una Ligue 1 y dos Coupe de France); motivos más que suficientes para que una Real Sociedad que coqueteaba con el descenso y a la que le habían salido rana varias de sus últimas incorporaciones decidiera apostar por él.
Con Raynald Denoueix llegaron libres Schürrer (Las Palmas) y Karpin (Celta de Vigo), demostrando así que el club donostiarra comenzaba a pagar los dispendios previos y que la última gran inversión ya la habían llevado a cabo el verano anterior (18 millones de euros entre Westerveld, Kovacevic y Nihat). En cambio, el francés no necesitaba mucho más. Tras un intenso trabajo en verano, con especial hincapié en lo físico para poder llegar a imprimir un elevado ritmo a los partidos, comenzó una temporada que se convirtió en exitosa desde la jornada inicial en la que derrotó al Athletic Club de Bilbao por 4-2 en Anoeta. Pronto, la Real Sociedad llamó la atención del fútbol español, colocándose líder de la Liga con un fútbol brillante que Javier Clemente definía como «lo más parecido al Manchester United, ya que busca combinaciones urgentes para ganar el campo y descontrolar al contrario». Desencaminado, desde luego, no iba.
Todo nacía en la sala de máquinas, donde unos jóvenes Mikel Aranburu y Xabi Alonso ocupaban todo el largo del campo. Xabi aún no era el talentoso pivote posicional que hoy conocemos, pero la velocidad a la que se movía aquel equipo y lo peligroso que se mostraba cuando se descolgaba leCon De Pedro, Karpin, Darko Kovacevic y Nihat, Denoueix tenía mucho talento en ataque permitieron cuajar una temporada inolvidable. Atrás aguardaba el temporadón de Westerveld y la aseada pareja de centrales (Jáuregi y Schürrer), pero las miradas del mundo del fútbol, inevitablemente, se dirigían al afinado cuarteto ofensivo. La zurda de Javi de Pedro se ganó todos los elogios habidos y por haber, aunque jamás recibiría una muestra más sincera y apropiada de amor que el beso en los morros que le propinó Darko tras uno sus centros perfectos. En el lado opuesto se encontraba Karpin -ya con 33 años, aunque sólo se notaran en la madurez de su juego-, que al contrario que el riojano abandonaba la cal para aparecer por dentro, combinar con los mediocentros o con Nihat, y liberar espacio para las incorporaciones de un Aranzabal soberbio que, al igual que López Rekarte, estuvo en la agenda del FC Barcelona tras resultar vital en la Real por su presencia, actividad y recorrido. Desde el principio, el equipo de Denoueix funcionó como un reloj al que los mediocentros daban cuerda, donde los hombres de banda eran las manecillas y el nueve hacía de alarma, pero quién le permitía convertir los minutos en horas era Nihat Kahveci, el jugador con más libertad y magia del sistema. El turco había llegado doce meses antes con polémica, pues Toshack lo fichó lesionado ante el asombro y la crítica de la masa social, pero en cuanto pudo la rompió. Venía e iba; apoyaba y picaba; combinaba y marcaba. El galés no pudo cobrar su apuesta, pero Denoueix heredó el boleto y a cambio recibió un diablo genial de 23 goles que se complementaba a la perfección con Kovacevic. Esta pareja, la del «punto» abrazado en volandas por la «i» tras marcar un gol, simbolizaba lo carismático de un equipo que, en la primera vuelta, fue imparable.
Invicta, la Real Sociedad afrontaba la segunda parte de la temporada sintiéndose protagonista por los cinco puntos que tenía sobre el Madrid. En San Mamés, ante un Athletic que rozaba el descenso, comenzó a entender la connotación negativa del liderato. Con dos goles de Exteberria, otrora truriurdin, y otro de Ezquerro, la Real perdía su primer partido de la temporada en lo que sería el inicio de una mala racha (tres victorias en nueve partidos) que, para colmo, traería consigo la baja Schürrer, al que sustituiría Kvarme el resto de la temporada. El equipo donostiarra había perdido su posición de privilegio en la Liga y las dudas comenzaron a ocupar el lugar de los elogios, pero Denoueix hizo buena una de sus frases más repetidas: «sólo se sale de las situaciones por el juego». Y, para colmo, lo hizo ante el galáctico Real Madrid.
Con media hora de ritmo infernal, precisión absoluta y pegada imparable, el conjunto vasco colocaba el 3-0 en el marcador para delirio de Anoeta. La Real Sociedad le estaba dando un baño al Real Madrid de Casillas, Roberto Carlos, Hierro, Figo, Zidane, Raúl y Ronaldo. Un auténtico baño. Pero Ronaldo, en su Liga,El 4-2 ante el Real Madrid fue la cumbre de la Real Sociedad de Raynald Denoueix acortó distancias. En esas, dos minutos después, sucedió la que seguramente sea la imagen de aquel equipo: el gol(azo) de Xabi Alonso desde fuera del área. Quizás no fue el mejor gol ni el más importante, pero sí que fue el más significativo. En el cara a cara, en su peor momento de la temporada y ante el peor rival posible, los hombres de Raynald Denoueix estaban bordando el fútbol. El mensaje fue claro: aún quedaba mucha Liga. La Real retomó el liderato en la jornada 34 y se plantó a falta de dos partidos con un punto de ventaja, que bien pudieron ser tres de haber ganado en la fecha anterior a un Valencia que se quedó con diez a falta de media hora. En esta penúltima jornada, ninguno de los dos afrontaba un partido asequible: el Real Madrid visitaba el Calderón y la Real Sociedad hacía lo propio con un Celta de Vigo que se jugaba entrar en Champions. En cambio, la diferencia a la postre fue enorme. Mientras los de Del Bosque ganaron plácidamente (0-4) con un gran Ronaldo, la Real sufrió en Balaidos una derrota inapelable (3-2). El sueño de la tercera Liga quedaba a expensas de un milagro que jamás llegó, y la Real Sociedad de Raynald Denoueix se quedó sin título. Aquellos días no fueron tristes en Donosti porque, aunque faltó la guinda, el beso de Darko a De Pedro, los abrazos de Nihat al propio Kovacevic o el gol de Xabi Alonso a Casillas ya eran imágenes que todos los aficionados al fútbol, realistas o no, siempre recordarían con tan sólo escuchar las palabras mágicas: Real Sociedad 2003.
Tras aquella temporada, la Real no volvió a asomar por puestos europeos y terminó descendiendo.
Con la participación en la Champions League como premio más que merecido, el club logró mantener el grueso del bloque e, incluso, incorporó un nuevo rostro que debía mejorar aún más la producción ofensiva del equipo tras la marcha de los secundarios Khokhlov y Tayfun. Ese fichaje era el de Lee Chun Soo, que terminó dejando más entrevistas para el recuerdo que goles. Sea como fuere, el equipo esperaba que éste fuera un buen año… y no fue así. Si bien lograron llegar hasta los octavos de la Champions con un gol del siempre oportunista Óscar de Paula, en Liga la Real cuajó un curso mediocre y estuvo bastante más cerca del descenso que de volver a entrar en Europa. Denoueix, que sólo seis meses antes había renovado, fue destituido al acabar la temporada. Atrás dejó un año inolvidable, una notable experiencia europea y el inicio de un necesario relevo generacional que involucraba, entre otros, a Xabi Prieto.
A la marcha del técnico se le unió la de cinco de los titulares del equipo del subcampeonato y el club, cada vez con menos liquidez, no pudo reforzarse adecuadamente. Así comenzó un periodo de decadencia que tendría como primera consecuencia el triste descenso de En Mendizorroza, la Real vivió una de sus tardes de más amargas 2007 y como fecha más amarga la del 8 de junio de 2008. Aquel día la Real Sociedad visitaba Mendizorroza en la penúltima jornada de Liga -otra vez la penúltima-, con el objetivo de depender de sí mismos para, el siguiente fin de semana, ascender al calor de los suyos. El equipo donostiarra no estaba cuajando un gran año y prácticamente no había estado en puestos de ascenso, pero Sporting y Málaga habían pinchado el día anterior y a los de Juanma Lillo se les había abierto el cielo. Con media hora por jugar la Real ganaba 1-2 y controlaba con suficiencia el partido, con lo que el Alavés, que se jugaba la permanencia, lo metió todo en el campo buscando la heroica. Y la encontraron. Tarde, para mayor dolor de los más de 5.000 txuriurdines presentes, pero la encontraron. En el minuto 92 Jairo empataba el partido y en el 95 Toni Moral provocaba la invasión de campo local y las amargas lágrimas visitantes. La Real Sociedad, si un milagro no lo remediaba -que no lo remedió-, debía pasar un año más en Segunda. El futuro del club, ahora sí, peligraba de verdad.
Era 2008 y España comenzaba a sufrir los primeros síntomas de lo que inicialmente se conocería como desaceleración económica, eufemismo que indudablemente afectaba de forma directa a nuestro fútbol. Desde hacía unos años poco o nada quedaba de la abundancia de «La Liga de las Estrellas», pero no fue hasta este momento cuando la mayoría de clubes se percataron de la gavedad de la situación. La Real Sociedad, uno de las primeras instituciones oficialmente en crisis, entraba en julio de ese mismo año en concurso de acreedores con una deuda que ascendía a 41 millones de euros. El objetivo de regresar a la Primera División seguía intacto y era innegociable, pero debía conseguirse con lo mínimo en lo que supondría un giro de 180º en la política del club. O, mejor dicho, una vuelta a los orígenes.
La apuesta por la cantera fue una necesidad, pero también el primer paso del nuevo proyecto.
En Zubieta, la Real Sociedad siempre encontró una de sus exitosas señas de identidad. Arkonada, Periko Alonso o Satrustegui, entre otros, antes de hacer bicampeón (81-82) a la Real Sociedad se curtieron en el Sanse, su filial. Y no podía ser de otra manera. Al fin y al cabo, el club donostiarra no abrió sus puertas a los futbolistas extranjeros hasta 1989, cuando llegó el delantero John William Aldridge. Años más tarde, en el equipo de 2003, Zubieta también estaba representada por Aranzabal, Aranburu o Xabi Alonso, pero resulta innegable pensar que el equipo rozó el milagro, en parte, por el talento diferencial de sus extranjeros. Sin dinero para firmar a los Kovacevic o Nihat de turno, en medio de una transformación económica mundial y la consiguiente adaptación del planeta fútbol, la Real debía conseguir, acudiendo a su cantera más que nunca, que los refuerzos que tuvieran que llegar fueran los menos posibles.
Y así fue, de forma gradual pero continuada, como en los siguientes años la Real recordaría a tiempos pasados. Ya en la fatídica tarde de Mendizorroza estaban presentes Mikel González (22 años) y Xabi Prieto (24). En la siguiente temporada, otra para el olvido, fueron apareciendo con cada vez más frecuencia Carlos Martínez (22), Estrada (21), Elustondo (21), Markel Bergara (22) y Agirretxe (21).Poco a poco, la Real Sociedad fue poblando su plantilla de jóvenes salidos de Zubieta Sin un euro para gastar en el mercado de fichajes, la apuesta por la cantera se complementaría con jugadores cedidos o con la carta de libertad, como Alberto de la Bella (23). Una fórmula que, en la temporada 2009/2010, dio la primera de las alegrias a una afición txuriurdin necesitada de ellas. Martín Lasarte sustituyó a Lillo en el banquillo y, pese a los dos pinchazos iniciales, el equipo pronto comenzó a funcionar. En noviembre se metió en puestos de ascenso y jamás volvió a salir de ellos, terminando campeón de la Segunda División con 74 puntos. Clave en el éxito de este curso fue la llegada de dos nuevos canteranos a su plantilla: Zurutuza (22) y Griezmann (18). Ambos compartían nacionalidad francesa, pero la forma en la que habían subido al primer equipo no podía ser más dispar. Mientras el primero se había fogueado la temporada anterior en el Eibar, el segundo había entrado de rebote tras brillar en una pretemporada a la que había llegado por la lesión de Bingen Erdozia, jugador que le quitaba el puesto en el Sanse. Casualidad o no, sobre aquel escurridizo rubio se asentó una ola de optimismo que rompió por todo lo alto en Anoeta y llevó a la Real Sociedad de vuelta a su histórico lugar.
Martín Lasarte logró el ascenso y la permanencia, pero, sorprendentemente, no fue renovado.
Después de un ascenso, la primera temporada siempre conlleva grandes dosis de sufrimiento por muy trabajado y talentoso que sea un equipo. La Real 2010/2011 de Lasarte comenzó bien con un Xabi Prieto brillante y un Antoine Griezmann al que muchos equipos pusieron en su lista de futuribles, pero pasado el ecuador del curso el conjunto vasco se comenzó a caer y se terminó salvando en la última jornada. Aun así, no parecía un mal resultado. Todo lo que fuera mantener la categoria con un equipo que, además, seguía siendo relativamente joven, debía conllevar la renovación del técnico que les había devuelto a la élite. Pero no fue así. La dirección deportiva del club buscaba un perfil diferente, porque estimaba que ésta era una Real Sociedad que, como gran parte del fútbol nacional, tenía el talento suficiente como para rasear el cuero, asociarse y dominar los partidos desde el balón.
En este contexto llegó Philippe Montanier. El que fuera portero del Caen o del Olympique de Marsella entre otros equipos, había llamado la atención del club txuriurdin tras destacar en el modestísimo Valenciennes. Allí el técnico normando se ganó una gran fama por su gusto por el toque, por el fútbol ofensivo y porMontanier llegó con una gran fama, pero en sus inicios estuvo a punto de ser destituido la cantera. Sin ir más lejos, a su equipo se le conocía como «Le Barça du Nord trés au nord». En esta línea, una de sus primeras decisiones fue incorporar definitivamente a Illarramendi (21) al primer equipo, junto a los debutantes Íñigo Martínez (20) y Cadamuro (23), pero su inicio liguero no sería tan esperanzador como el futuro de los dos primeros. Con sólo dos victorias en 13 partidos, Montanier llegó al Benito Villamarín con la primera de sus últimas oportunidades. Tras ponerse 0-1, Philippe decidió dar entrada a Demidov por Elustondo para formar así una defensa de cinco. Vela (22), que había llegado ese verano cedido procedente del Arsenal, puso el 0-2 a los pocos minutos, pero el equipo se echó tan atrás que el Betis consiguió empatar el partido. Virtualmente, el proyecto de Montanier estaba acabando a los pocos meses de haber comenzado, pero ocurrió un milagro, un lucky-punch, un guiño del destino o como cada uno quiera llamarlo. Íñigo Martínez, desde su campo y en el minuto 89 de partido, marcaba un espectacular gol que daba vida al entrenador que había apostado por él. Así, la directiva amplió su margen unos días que, tras remontar al Málaga en el descuento con un gol de Ifran, se convertirían en meses. Progresivamente, la Real Sociedad fue levantando el vuelo y obtuvo la salvación matemática con tres partidos por disputarse, pero la figura de Montanier seguía sin ser especialmente popular en Donosti.
Las numerosas críticas que recibía el técnico francés no se centraban en el estilo empleado o en la idea de fútbol que tenía el equipo, sino más bien en una serie de decisiones que, a juicio de la masa social, resultaban inexplicables. Demidov o Mariga por delante de Illarramendi, Xabi Prieto jugando en banda izquierda, la defensaEn su primer año, Philippe Montanier no logró dar con un esquema ni un once fijo de cinco como el día del Betis o las poquísimas oportunidades que recibía Rubén Pardo eran varias de las cuestiones que separaban a Montanier de su afición. Detalles que se sumaban a los reproches por su lentitud con los cambios o por la falta de estabilidad tanto en el esquema como en el once titular. Lo cierto es que, más allá de lo comprensible o no de sus decisiones, que no dejan de ser diferentes puntos de vista, este último aspecto sí se podía tomar como un problema real y objetivo. Durante la temporada, Philippe no consiguió encontrar el método para encajar todas sus piezas. Varió numerosas veces el 4-2-3-1 para pasar a un 4-1-4-1 o un 4-3-3, sin lograr definir nunca la composición idonea para su centro del campo. Ejemplo también de la falta de definición del equipo eran los laterales. Hoy elogiados e indiscutibles, durante un tramo del curso pasado Carlos Martínez y Alberto de la Bella eran los suplentes de Estrada y Cadamuro. Al final, evidentemente, esta falta de continuidad repercutía en un grave problema de competitividad. A la Real Sociedad 2011/2012 le faltaba poso, oficio y pierna fuerte, lo que le llevaba a ser excesivamente fragil en numerosos partidos y a tener un rendimiento deficiente lejos de Anoeta. Sin embargo, al margen de debates futbolísticos y apreciaciones tácticas, lo que incrementaba el recelo de Donosti hacia Montanier era el teórico desaprovechamiento de un equipo que, hasta en los peores momentos, dejaba entrever un futuro esperanzador.
Y es que cuando coincidían Íñigo Martínez, Asier Illarramendi, Carlos Vela y Antoine Griezmann sobre el campo, las posibilidades se disparan y las dudas se disipaban; hecho en el que el Montanier tenía mucho que ver. Sobre ellos, cada uno por sus razones, se esconden los méritos de un técnico que, si por algo ha destacado, es por saber formar y manejar el vestuario. Una labor sorda pero vital, que quedó escenificada en una de las imágenes de la temporada. Tras tres derrotas consecutivas, el técnico francés volvía a jugarse su futuro ante el Rayo Vallecano en Anoeta, y Griezmann, que siempre ha sido portada por sus gestos, decidió celebrar su gol con él como muestra de apoyo y respeto. Era el 3-0 y el partido parecía acabado, pero todos los jugadores le siguieron hasta formar una emotiva piña. Definitivamente, el vestuario estaba con su entrenador. Ocasiones no les habían faltado para gritar sordamente que Montanier no era el técnico con el que querían emprender esta aventura, pero jamás lo habían hecho. Más bien al contrario. Cuanto más peligraba su puesto, mejor respondía el equipo. Debían dejarles trabajar.
Montanier acabó la temporada siendo cuestionado pese a cumplir con el objetivo marcado.
El inicio de su segundo año no fue el deseado. Se mantenía la inestabilidad táctica, el equipo continuaba cometiendo pecados de juventud y seguía sin competir a la altura de su talento. Era un momento muy complicado. Una vez asentados de nuevo en Primera, la Real estaba llegando al punto de definición del proyecto y las sensaciones que éste transmitía no eran las mejores. Tras caer 2-0 en Córdoba en la Copa del Rey, la derrota en casa ante el Espanyol, que en esas fechas era penúltimo, dejaba a la Real Sociedad en la décima jornada con un sólo punto de margen sobre el descenso y Anoeta, ya sin paciencia, pidió la marcha de Montanier. La directiva aguantó tentada, convirtiendo la visita a La Rosaleda en un nuevo «win or go home». Y Philippe, lo volvió a conseguir. Cambió el dibujo a un 4-1-4-1, situó a Xabi Prieto por dentro, dio entrada a Rubén Pardo e Ifrán, ganó el partido 1-2 y creó el punto de inflexión.
A partir de este partido, todo comenzó a encajar como si de la (í)lógica trama de una película de Guy Ritchie se tratara. La Real Sociedad 2013 se convirtió en un equipo vistoso, pero competitivo; que sabía tener el balón, pero que aprendió a sobrevivir sin él; que cambiaba constantemente de posición, pero que siempre ocupaba todos los espacios; yEl cambio de Xabi Prieto a la mediapunta, con Vela en la derecha, terminó siendo ganador que destacaba por su capacidad asociativa, pero que dominaba las áreas. Todo era coherente, todo tenía sentido. Pardo e Ifrán fueron desapareciendo del once conforme su impacto se diluyó, pero la revolución ya era un hecho. El equipo se consolidó en un 4-2-3-1 que, en ocasiones, se transformaba en un 4-1-4-1 más agresivo por el paso adelante de Illarramendi, la clave del sistema. Sin él, la Real Sociedad sólo ganó uno de los seis partidos que no disputó. Y es que quizás no es la pieza más determinante, ni la más brillante, ni la más cotizada; pero es la pieza central que permite al resto brillar con luz propia. Da solidez y pausa con balón, aporta intensidad y reduce espacios sin él. A sus 23 años, Illarra es el nudo argumental de una historia que nace por la derecha y muere por la izquierda. La causa de esta disposición es la querencia natural de Xabi Prieto a caer a su perfil diestro desde la mediapunta, el movimiento táctico ganador de la temporada. Montanier probó con el capitán en la izquierda, pero donde ha sacado lo mejor de él es en el centro. Su fútbol de espaldas, su pausa, talento asociativo y movimientos sin balón marcan el ataque posicional txuriurdin. Así, la Real acumula efectivos en el costado de Carlos Vela, su pieza con más posibilidades con balón, y libera el espacio en la izquierda para Griezmann, su jugador más incisivo y vertical. El éxito de esta línea de mediapuntas, a la que hay que sumar los nombres del valioso Zurutuza y el determinante Chory Castro, tiene su muestra irrefutable en la ingente cantidad de goles que han aportado al equipo (38).
Ellos han dotado a esta Real de una gran pegada, tanto en posicional como en transición, que se ha visto correspondida en su propia área con un Claudio Bravo que está cuajando su mejor temporada, sin apenas fallos y siendo también importante en el inicio de las jugadas. Sin embargo, el protagonista de la mejoría defensiva colectiva del equipo es Íñigo Martínez. En su segunda temporada en la élite, lo está dominando todo. Firme en la salida, capaz de administrar el espacio a su espalda y sobresaliendo en la defensa del área pequeña, el central llama la atención de todos. Al fin y al cabo, es algo común a los jugadores ya citados. Illarramendi, Prieto, Vela, Griezmann, Bravo e Íñigo son los que más miradas atraen, pero como todo gran equipo está encontrando en sus segundas espadas la regularidad necesaria. Sin ellos, la Real Sociedad no soñaría con escuchar el himno de la Champions League en directo la próxima campaña.
Mikel González ha encajado, sin hacer mucho ruido, a la perfección con Íñigo. La defensa de los balones laterales le ha permitido vivir a la Real muy replegada cuando no podía tener el balón, como fue el caso del Calderón donde esta pareja empequeñeció al mismísimo Radamel Falcao. Por delante, está Markel Bergara.Mikel, Bergara, De la Bella, Carlos Martínez e Imanol Agirretxe están siendo protagonistas Señalado hace unos meses por sus dificultades con la pelota, el que Illarramendi esté tan cerca de sus robos le está permitiendo brillar en este aspecto. Por fuera, recordando a Aranzabal y López Rekarte, los laterales se han convertido en piezas imprescindibles defendiendo, asistiendo y goleando. La influencia de Carlos Martínez y De la Bella en el devenir de la temporada parece irreal, pero tácticamente está sustentada en la pizarra. Su gran recorrido posibilita a la Real tener ocupados los carriles en todo momento y, como consecuencia, dar así libertad a Vela y Griezmann en sus movimientos interiores. Para Montanier, toda decisión tiene su explicación. Y si no es así, se la encuentra Agirretxe. Él siempre ha sido un 9 de más esfuerzo que talento y gol, pero en 2013 ha emergido para combinar su físico clásico con un fútbol muy moderno. Su pecho amortigua el fútbol directo txuriurdin, su cuerpo soporta el contacto y su pierna le da sentido con precisos envíos atacando el lado débil. Y, encima, marca. Con el interior, el empeine, la rodilla o el pecho; da igual. El asombroso virtuosismo técnico que ha alcanzado en el segundo tramo de la temporada es la simbólica imagen de la mejor Real posible: la de ese equipo que combina velocidad, precisión y determinación sin desordenarse.
El resultado de esta sinergia de trabajo, talento, confianza y estabilidad conllevó que los de Montanier pasaran cinco meses sin conocer la derrota. Desde el 4-3 en el Bernabéu hasta el 2-1 en Getafe, el equipo donostiarra fue escalando puestos sin jamás mirar atrás. Remontó un 0-2 al mejor Barcelona de la temporada, despidió a San Mamés con un histórico 1-3, derrotó en el Calderón al invicto Atlético de Madrid, venció 4-2 en un duelo directo al Valencia y logró cortar una pequeña mala racha con el 1-2 en el Pizjuán del pasado sábado. A día de hoy, la parroquia txuriurdin ya tiene imágenes de sobra con las que saltar cual perro de pavlov cuando se mencione a la Real Sociedad 2013, pero aún queda la mayor. Diez años después, la Real se juega en la penúltima jornada y ante el Real Madrid gran parte de su futuro Champions.
A día de hoy, el futuro de la Real Sociedad es más estable y esperanzador que en el año 2003.
Suceda lo que suceda el domingo en Anoeta, la temporada de Philippe Montanier ha sido un rotundo éxito. Tras varias dudas y no menos volantazos, el técnico normando encontró la fórmula idonea con la que acompañar de resultados la idea del club. Hizo suyo al vestuario, dotó de personalidad al equipo, lo ayudó a progresar tanto individual como colectivamente y, finalmente, lo subió a una espiral de confianza que ha elevado las expectativas de la Real Sociedad hasta lo más alto. Ironicamente, su historia en Donosti puede tener un final sorprendente por las circustancias: a día de hoy, su continuidad parece improbable. Sea así o no, tras su trabajo en los dos últimos años queda un proyecto sostenible, coherente y con un futuro esperanzador que, para triunfar, no debe olvidar cuáles fueron sus inicios. El éxito de esta Real se ha cimentado sobre las cenizas de 2003, evitando los vicios que le llevaron a la situación de 2008 y trabajando en un nuevo modelo de club más acorde a lo complicado del momento. Y es que de Denoueix a Montanier, pasando por Mendizorroza, la Real Sociedad se ha convertido en un ejemplo para el fútbol español.
···
···
HAZ CLICK AQUÍ PARA VER TODAS LAS COLECCIONES DE
– ORIGEN | ECOS –
···
KORTATU 21 mayo, 2013
Qué gran artículo. Me hace sentirme orgulloso de ser de mi reala.