Allá por el 2009, Bastian Schweinsteiger era un futbolista plenamente consolidado en la élite del fútbol europeo. Tenía 25 años, llevaba seis temporadas como titular en el Bayern Munich, era un habitual de la selección alemana y, de hecho, ya durante la Eurocopa de Austria & Suiza se había erigido en uno de sus futbolistas más destacados. Luis Aragonés todavía se refería a él como «el rubio ese de nombre tan raro» al que había que calentar, pero en el panorama mundial Bastian no era ningún desconocido.
No se le podía encuadrar en una posiciónSin embargo, esto no significaba que Schweinsteiger no fuera uno de los grandes enigmas del momento. El del Bayern jugaba en cualquier banda sin ser extremo, algo que en el fútbol actual es muy normal, pero en su caso tampoco se podía decir que fuera uno de esos delanteros, mediapuntas o centrocampistas que juegan escorados a un costado en base a un plan colectivo. Quizás lo más apropiado hubiera sido catalogarle como volante, pero su fútbol solía ser más exterior de lo normal y tampoco encajaba bajo ese término. El hecho es que Bastian era potente, conducía bien el balón, tenía un desborde útil hacia fuera, un buen toque final, se entendía bien con la mayoría de sus compañeros y, además, era un gran foco de intensidad para el equipo. Es decir, era uno de esos jugadores que hacen de su indefinición su gran virtud y a la vez su peor defecto. Una condición que le estaba comenzando a pesar, frenando su progresión y reduciendo su impacto en el club bávaro hasta que llegó Louis van Gaal, el técnico que le cambió su carrera.
Van Gaal le quería en el centro del campo.
“Cuando llego a un nuevo club, hablo con cada jugador de su demarcación, de su personalidad, del equipo y de cómo interactúa con sus compañeros», comentaba el técnico holandés en una entrevista. Los años y algún que otro fracaso, como el de Rivaldo en Barcelona, le había hecho ser más flexible como entrenador. Seguía siendo fiel a sus convicciones y a su forma de entender el fútbol, pero con el tiempo había entendido que a ciertos talentos no se les podía atar a una posición en la que no se sintiesen cómodos. Por esto mismo, su ideal inicial de formar con un 4-4-2 en rombo no se había podido llevar a cabo. Todo pasaba por cambiar de puesto a los dos jugadores de banda del equipo, Franck Ribery y Bastian Schweinsteiger, pero al primero no le convenció lo de jugar de «10» y Van Gaal tuvo que rehacer su planteamiento. Un hecho que curiosamente terminaría derivando en el fichaje de Robben, en lo que sería el nacimiento del famoso e intimidante «Robbery» y, por ende, la confirmación de que Bastian no jugaría más en un costado.
Pronto se fue consolidando en el centro«Le dije: ‘Creo que debes colocarte en el centro del campo’. Y, aunque nunca había jugado en aquella demarcación, después de dos semanas de entrenos y de dos partidos, se dio cuenta de que rendía mejor que nunca», explicaba. Lo cierto es que la adaptación de Schweinsteiger terminó siendo más rápida y positiva de lo esperado, pero en los primeros meses contó con algún que otro contratiempo por culpa de los problemas colectivos. Así, hasta terminar formando en el doble pivote junto a Van Bommel o Timoshchuk, Bastian primero probó como interior diestro en un 4-3-3 tradicional, como interior zurdo y como mediapunta en un 4-4-2 en rombo e, incluso, como carrilero izquierdo en un puntual 3-3-3-1.
Sea como fuere, desde el momento en el que «Schweini» se situó en la base de la jugada y pudo ver de cara todo el frente de ataque, el movimiento de Louis van Gaal pareció ganador. Su potencia y recorrido ya no estaban limitados por la línea de cal, podía participar mucho más en el juego y, además, jugando en la banda había ganado ciertos recursos que le resultarían muy útiles en su nueva ubicación. Un nuevo paradigma que, además de para su carrera, resultó fundamental para la evolución colectiva de un Bayern Munich que demostraba su poder empujando una y otra vez al rival sobre su propia línea de gol. La Champions League de 2012, con Bastian Schweinsteiger formando junto a Javi Martínez el doble pivote menos posicional de la historia, fue el resumen de lo que ya representaba uno de lo mejores centrocampistas del mundo.
Bastian lleva varios meses sin poder rendir al máximo nivel.
El cambio de Louis van Gaal, visto en perspectiva, parecía inevitable por la colección de actitudes y aptitudes del ahora centrocampista alemán, pero nadie sabe lo que hubiera pasado de no cruzarse el holandés en su camino. Sobre todo porque, además de la posición, Louis influyó directamente en la formación del nuevo Bastian. «A lo largo de mi carrera, he conseguido que montones de futbolistas quedaran fascinados con mi filosofía. Les gusta formar parte de ella por sus aspectos ofensivos, técnicos y tácticos a la vez», decía Van Gaal con su habitual claridad. Uno de esos jugadores, desde luego, había sido un Schweinsteiger con el que ahora, en otro momento complicado de su carrera, se volverá a encontrar en Manchester.
Porque lo cierto es que entre lesiones, cambios y una posible incompatibilidad con Pep Guardiola, «Schweini» lleva demasiado tiempo sin rendir al máximo nivel en el Bayern Munich. Su figura representa el tipo de centrocampista cuya ausencia complicó los últimos años de Sir Alex Ferguson y los primeros de David Moyes o del propio Van Gaal, pero las dudas sobre su rendimiento están ahí. A día de hoy lo único seguro es que, más allá de la buena sintonía personal que ambos se demuestran, si el técnico holandés ha pedido al club realizar dicho esfuerzo económico es porque cree puede volver a cambiarle la carrera al mediocentro que hace sólo 12 meses dominó a Lionel Messi en una final de la Copa del Mundo.
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donmarcelobielsa 25 julio, 2015
Gran artículo, Quintana. Para mí, este es el fichaje más acertado de todo el verano. Este equipo clamaba a gritos un líder en el centro del campo capaz de dominar los partidos y potenciar la ofensiva (que es enorme) del equipo.
La verdad es que uno se cree más a este United, sobretodo con la intención pública que tienen de traer un central consolidado. Y se dibuja, con las bajas de Falcao y Van Persie, un panorama absolutamente nuevo: Rooney de punta de lanza (por fin, pensará él) en un equipo de peloteros y magos del balón. Y esto, con la llegada del Káiser, tiene un hype y una pinta tremendos.