
«Cuesta imaginar que, ahora, Jürgen Klopp se encierre durante un año en una habitación sabática y no arranque hasta el marco de las puertas. Posee, incluso, la dentadura perfecta para ello. Cuesta creer que, durante un tiempo, no escuchemos los latidos del corazón rubio que nos ha subrayado la lección de que el fútbol tiene muchos padres, pero, solo, una madre: la pasión». (Chema R. Bravo en «El corazón rubio»)
Para el Liverpool, Brendan Rodgers no podía ser un entrenador más. El joven técnico norirlandés debía ser el encargado de protagonizar el salto hacia el futuro que había emprendido el club red desde 2010, fecha en la que asumió su control un grupo de inversión americano que se distinguía por su pretensión de innovar en todos los campos. Sus primeros fichajes, por ejemplo, estuvieron guiados en parte por nuevas técnicas importadas del deporte norteamericano. Por eso de Stewart Downing no se diría que era un “good player” para justificar su alto precio, sino que era un “efficient player” y que estaba “undervalued” en Inglaterra. Nunca se llegó a saber cómo influyó la famosa teoría de Billy Beane en estas primeras contrataciones, pero lo importante era la esencia. El Liverpool pretendía mirar al fútbol, a la Premier y a sus rivales con un nuevo prisma. Con unos ojos diferentes. En cierta manera, se asumía que si se competía con las mismas armas ante rivales superiores se iba a caer la mayoría de las veces, así que había que encontrar nuevas herramientas. Y dentro de esa idea, Rodgers era parte fundamental.
Rodgers representaba todo lo que buscaba el nuevo Liverpool FCÚnicamente tenía 39 años, pero la lesión que le había apartado apresuradamente de los terrenos de juego era la misma que le había permitido llegar a ser un reputado estudioso del juego que, en su momento, llamó la atención de José Mourinho, para quien trabajó en la academia del Chelsea. Brendan, a su vez, se declaraba admirador de la filosofía de Johan Cruyff y del juego del Fútbol Club Barcelona de Pep Guardiola, lo cual se hizo evidente durante sus exitosos años en el Swansea. En definitiva, Rodgers representaba la figura de técnico moderno, apasionado por la táctica y defensor de la posesión como herramienta de dominio que tanta relevancia está teniendo en Europa. El Liverpool necesitaba un entrenador así, y en el verano de 2012 firmó al más codiciado del fútbol británico. La decisión era coherente. Tenía sentido e incluso encajaba con su glorioso pasado. Sin embargo, una vez esta unión cristalizó comenzó a hacerse patente que no iba a resultar tan positiva como en principio se preveía.
Brendan Rodgers abandonó Liverpool con sensación de no haber dado nunca con la tecla definitiva.
El Liverpool se quedó a medio camino de todo en la etapa de RodgersEl club gastó mucho, pero en realidad compró muy poco. Algo parecido a lo que sucedió con el propio Brendan Rodgers, quién probó de todo y no le funcionó prácticamente nada. Sus tres años en Liverpool se resumen de hecho en esta sinuosa sucesión de cambios de piezas, sistemas e ideas que nunca llegaron a formar un equipo que exhibiera del todo su idea de juego. Ni siquiera la temporada del subcampeonato, con un Luis Suárez diferencial y un Steven Gerrard cercando a su destino, se puede decir que el Liverpool pusiera de manifiesto los conceptos tácticos que, en teoría, definían a Rodgers. Había cierta intención propositiva y el equipo no movía mal el balón, pero ni la circulación generó las ventajas suficientes ni el sistema defensivo tuvo nunca la fiabilidad que su técnico demandaba. Pronto el Liverpool comenzó a navegar por el terreno de la indefinición, lo que no hizo sino provocar que se quedase a medio camino de todo lo que se había propuesto. Del uso de las estadísticas avanzadas, de recuperar el «passing game», de encontrar un sistema efectivo, de revalorizar a la plantilla, de ser una alternativa real al título y de, incluso, despedir cómo se merecía a su gran capitán. En definitiva, el gran argumento que ha avalado la reciente destitución de Brendan Rodgers es exactamente el opuesto al que le había dado el cargo: la ausencia de una ruta, de un rumbo y de un destino para el club red.
Una de las primeras reacciones a su despido fue la ya famosa escena entre Thierry Henry y Jamie Carragher. En ella, el genio francés se mostraba tan sorprendido que no se pudo guardar ni un solo gesto para con el ex-Liverpool, pero lo realmente interesante del momento fue tanto el lenguaje no verbal de Carragher, que por ausente ya resultaba significativo, como lo que dijo a continuación: «Quizás Rodgers ya tuvo la suerte de quedarse al final de la temporada pasada. Su staff se marchó, uno nuevo llegó, él gastó 80 millones de libras y, siete partidos después, el Liverpool cambia su entrenador. Esto es lo que no me gusta del tema. […] El Liverpool se está convirtiendo en un Tottenham. Ellos piensan que son un gran club, pero los verdaderos grandes no se preocupan por ellos, por lo que compran o por la dirección que toman». Jamie Carragher, quien incluye a su último Liverpool en esta reflexión, analizaba desde fuera lo que lleva tiempo pasando dentro. Una especie de «saudade» de su propio pasado que no está siendo aliviado por un presente más propio de «nuevo rico» que de club histórico. «El Liverpool necesita despertar sus emociones. La gente allí ha perdido la fe en el equipo. Es fundamental que llegue alguien capaz de levantar a la gente de nuevo y conseguir que sucedan cosas», comentaba Dietmar Hamann. Así era el sentir popular de los aficionados reds, encabezados por los que otrora fueron ídolos, hasta que se confirmó a Jürgen Klopp como nuevo entrenador del Liverpool.
El positivismo se ha instalado en Liverpool. Todo el mundo quiere ver qué sucede con Klopp en Anfield.
Como decía Martí Perarnau, Klopp es «un agitador emocional, un canalizador de energías colectivas». Bastó con que su nombre se relacionara con el banquillo del Liverpool para que todos, absolutamente todos, viéramos al equipo inglés con otros ojos. Esto de primeras puede sonar algo accesorio, superficial e incluso irrisorio, pues todavía ni siquiera ha dirigido a su equipo en un partido oficial, pero en realidad no lo es. Ni mucho menos. Es importantísimo. En el fútbol actual, donde ya no hay sorpresas y sí muchos carteles asignados, resulta fundamental que todos sientan el positivismo, la confianza y la pasión que transmite Klopp. Es un tema casi publicitario. Uno ve su rostro, escucha su nombre o recuerda al Dortmund y lo único que desea es que repita su experiencia en la Premier.
Su éxito inicial vivió la continuación en el día de su presentaciónY esto no es exclusivo de los aficionados, propios o ajenos al Liverpool, sino que también incluye a sus nuevos futbolistas, los cuales no van a querer perder la oportunidad de ser los nuevos Mats Hummels, Mario Gotze o Robert Lewandowski. De ser mejores y más reconocidos. De ganar y de progresar. Es por este clima de optimismo por el que hasta el más cotidiano de los actos de Jürgen Klopp está siendo valorado con una euforia que, desmedida o no, lo que hace es reforzar esta gran dinámica positiva. Su rueda de prensa de presentación es paradigmática. Jürgen, con su particular carisma, trató todos los temas saliendo ganador por KO. Sobre el más polémico, el de los traspasos y el transfer committee, comentó que «tiene la primera y última palabra» pero que no es un genio y que «necesita a otras personas». A esta verónica en forma de respuesta le prosiguieron mensajes contundentes como «la historia está muy bien, pero son sólo recuerdos», que «Anfield es muy importante» para jugar un fútbol emocionante o, sobre todo, ese varias veces repetido «necesitamos convertir a los incrédulos en creyentes». Es decir, una exhibición comunicativa que fascinó a todos los que le estaban escuchando. Sólo hay que echar un ojo a lo que nuevamente decían otros ex del club. «Es la mejor rueda de prensa que jamás he visto de un nuevo manager. La energía, el cómo habla… ¡Todo! ¡Dadle tiempo! ¡Qué tipo!», twitteaba al instante John Arne Risse. «Acabo de escuchar la rueda de prensa de Klopp y suena muy, muy impresionante. Creo que los aficionados van a necesitar abrocharse rápidamente sus cinturones. Estoy seguro de que realmente van a disfrutar con él», comentaba una leyenda viva como Dalglish.
Jürgen Klopp tiene mucho trabajo por delante. El equipo, a priori, no suena muy kloppista.
En un excelente texto titulado «The Normal One», el apodo que sin querer queriendo se puso Klopp, Guillermo Valverde recordaba lo que le había comentado Matthias Dersch, periodista del diario regional Ruhr Nachrichten, sobre su impacto en Dortmund: “Klopp ayudó al Borussia a quitarse cualquier complejo. A no sentirse inferior a nadie pese a tener menos medios. Eso fue más importante que cualquier decisión táctica. Antes de que viniera él, el equipo se estaba lamentando por su situación constantemente”. El técnico alemán necesitará goles, victorias y quizás títulos para revertir la situación en Liverpool, es evidente. Para ello a su vez tendrá que adaptarse a la Premier, inculcarle sus conceptos a los jugadores y hacer suya a una plantilla que a día de hoy suena distante, que no es poco. De hecho, es bastante complicado. La cuestión es que Jürgen Klopp no ha llegado al Liverpool para dirigir a un equipo, sino para revivir a uno de los clubes más importantes de la historia del fútbol europeo. Y, para ello, se necesita todo lo que en esta semana se ha demostrado que significa Kloppo. “Es un momento emocionante para ser hincha del Liverpool”, escribía Steven Gerrard al poco de confirmarse su llegada. No está claro que el Liverpool sea el equipo idóneo para el alemán, pero lo que parece evidente es que ningún estadio del planeta fútbol le necesitaba más que el fascinante, pero ahora apagado, Anfield.
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jackbonaventura 15 octubre, 2015
Bravo, Miguel