La historia de Steven Gerrard es una epopeya de la clase media. Sus orígenes son idénticos a los de la afición a la que representa: “Crecí en un barrio de viviendas públicas y muchos de mis amigos no tienen trabajo”, dijo en «The Guardian» con 19 años, dos después de debutar con el primer equipo y cuatro antes de convertirse en capitán. Sus cualidades para el fútbol, difícilmente mejorables, son el complemento ideal para los ojos de la grada de Anfield Road: los 45.000 hinchas que llenan el estadio pueden soñar con imitar a Gerrard, porque su capitán tiene la discutible cualidad de poder parecer normal siendo extraordinario.
Esto, que en otro contexto habría sido una limitación, no podría haber sido más adecuado para Steven Gerrard y el Liverpool Football Club, una fusión perfecta entre la mística y el metal. El que quizá haya sido el centrocampista de la Premier League es, pese a todo, una figura imitable, aunque su fútbol fuera prodigioso.
Ha sido un centrocampista que supo hacer de todo
Gerrard es un futbolista serio. Un cerebro, un maestro del pase y del tackle al mismo tiempo, un atleta sacrificado por el colectivo y un goleador de Youtube que nunca necesitó una filigrana. Un tipo de 1’82 de altura (“he’s big and he’s fucking hard”, reza la canción que le dedica The Kop) que no hace regates pero cuya técnica, sobria e impecable, le permite hacer de todo a la imagen y semejanza del estadio en el que juega. Si se diseñara con un lápiz, no se podría dibujar un héroe mejor para Anfield.
Un trabajador dotado de múltiples talentos para su oficio, y que con la habilidad digna de un elegido decidió conscientemente –y en repetidas ocasiones– no despegarse de los suyos. Que nunca se fuera del Liverpool no es como si los Beatles nunca hubieran salido a tocar fuera de The Cavern, pero no anda tan lejos. Gerrard nació dos décadas más tarde de lo que su carrera pedía. De haber jugado en 1980, la lógica dice que su palmarés se habría multiplicado. Su incuestionable liderazgo le habría mantenido como capitán del club, y es impensable que en quince años de carrera como ‘red’ en esos tiempos se hubiera ido de Anfield sin levantar un título de Liga. En la época que le ha tocado, sin embargo, su misión era mucho mayor.
La final de Estambul resumen su capacidad de liderazgo.
Gerrard no solo ha sido para el Liverpool un constante enlace entre afición y equipo, sino entre el escudo y su grandeza. Solo un héroe venido de otra época podría haber conseguido que su equipo de siempre ganase la Copa de Europa de Estambul, la única edición de la Champions League que se jugó en la década de los ochenta. En aquella noche turca, Gerrard dejó de ser ilusión para ser gloria.
ESiempre lideró sin aspavientos, solo estandostambul fue increíble pero no suficiente para saciar su carrera, y eso, con la imposibilidad de que el Liverpool se convirtiera pese a él en un club puntero, se hizo una carga pesada. El skipper siempre lo llevó con aplomo, porque su estilo de capitanear al club (no al equipo) era equivalente a su imagen futbolística. Nunca ha sido un capitán de gritar, hacer aspavientos y protestar con muecas al árbitro; su liderazgo, igual que su fútbol, siempre ha sido sutil dentro de su grandeza. Carragher, un scouser, un one-club man y un defensa con aspecto de desayunar clavos por las mañanas, se tuvo que conformar con vestir el brazalete solo cuando Stevie no podía jugar.
Estoico, aguantó con aplomo la carga de no llenar con más títulos las vitrinas de Shankly, Dalglish y Paisley, un destino que él se había buscado porque no se entendía a sí mismo de otra forma. Solo un día le vimos estallar: fue en Anfield, 24 años y 364 días después de la tragedia de Hillsborough en la que perdió a su primo –hasta en eso es uno más de la afición del Liverpool–, cuando la grada cantaba convencida que iban a ganar la Liga. Gerrard se tapó con la camiseta las lágrimas para que no le pillaran las cámaras y cometió el que quizá fuera su acto más famoso como capitán: arengar a sus muchachos para que no se les escapara la Liga.
Se irá, con casi toda seguridad, sin ganar una Premier.
No era una competición más. Era su Liga. El resbalón en el que le entregó un gol a Demba Ba y la Premier al Manchester City era demasiado. “Fue el peor día de mi vida”, dijo tiempo después, y a la suma del resbalón y del frustrante Mundial de Inglaterra lo calificó como “los peores tres meses” de su vida. Los superhéroes tienen las espaldas muy anchas, pero también se hacen mayores. Le pasa incluso al centrocampista definitivo, el que todavía es el máximo goleador de la temporada del Liverpool con 34 años.
Gerrard dejará el Liverpool en junio, un año después de aquel resbalón, y es imposible imaginar el hueco que quedará abierto en el Mersey, ni mucho menos pensar en rellenarlo. Si hay que elegir ir a Anfield una vez en la vida, que sea en el último partido del «Captain Fantastic».
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Héroes: «¡Oh Captain! ¡My captain!»
NJosC 6 enero, 2015
"La discutible cualidad de poder parecer normal siendo extraordinario". #MindBlown
En serio interesantísimo dedicarle algún artículo a ese misterio de jugadores extraordinarios que parecen "normalitos" y algunos que parecen de otro planeta para la mayoría, pero son como un truco de magia.