Noventa minutos separan al FC Barcelona de volver a unas semifinales de la Champions tres temporadas después. En 2015, la última vez que se sentó a la mesa de los cuatro mejores equipos del continente, llegó hasta Berlín para conquistar su quinta Copa de Europa. Y aquella vez no hubo discusión alguna: arrampló con Manchester City, PSG y Bayern en las eliminatorias a doble partido, y en la final hizo algo parecido con la Juventus. Ahora, 1.039 días después de aquel duelo ante los bianconeri, el cuadro azulgrana vuelve a Roma, donde levantó la tercera, con Messi y el 4-1 de la ida como garantías de que, salvo sorpresa, pasará de ronda.
A estas alturas de la película, suena bastante improbable que el FC Barcelona de Leo Messi se deje remontar en Europa una diferencia de tres tantos. Sin embargo, resulta curioso cómo, compartiendo ciertas similitudes entre Liga y Copa, el primer año de Luis Enrique y el de Ernesto Valverde guarden, a estas alturas, sensaciones tan distintas cuando se trata de la Champions. El Barça 2014/2015 acabó ganándolo todo, algo que el actual, con la Liga encarrilada y metido en la final de Copa, aún puede conseguir; pero su imagen en los octavos de aquella edición ante el City de Pellegrini no guarda relación con su cruce hace semanas ante el Chelsea. Ni entre ellos, ni entre el posterior duelo de cuartos ante el PSG en comparación al que ahora, dos años después, le mide con la Roma.
En Champions, el FC Barcelona viene dejando ciertas dudas
Durante largos tramos de la eliminatoria ante el Chelsea, el FC Barcelona fue inferior en muchas cosas. Fue más decisivo, pues para ello cuenta entre sus filas con el futbolista más desequilibrante de hoy en día. Pero, como el pasado miércoles ante los de Di Francesco, el Barça volvió sembrar ciertas dudas cuando los otros once del equipo contrario se empeñan en hacer que el argentino no tenga la noche. Lo normal, como sucedió ante británicos e italianos, es que Messi, por una u otra vía, acabé dictando sentencia. Sin embargo, algo que está señalando esta Copa de Europa es que el equipo que comanda el rosarino, en realidad, viene careciendo de una serie de automatismos e individualidades que, cuando este no entra en juego, levanten a la afición barcelonista de sus asientos.
Jugar con Messi es, en cierto modo, hacer una pequeña trampa a las reglas no escritas de la competición. Aquella ley que asevera que “quien perdona lo acaba pagando” se eleva al cuadrado cuando el ‘10’ se encuentra sobre el campo, como así se lo hizo saber al Chelsea. En cambio, este torneo está exigiéndole una serie de retos al FC Barcelona que, a tres pasos de llegar a Kiev, se encuentran sin respuesta. Bien porque no se la sabe. O, peor aún, porque todo lo que hasta este momento no tiene que ver con Leo no le da para exponer, al menos, un argumento que pueda parecer convincente.
Los primeros 40′ de la Roma en el Camp Nou fueron muy serios
Los primeros cuarenta minutos de la Roma en el Camp Nou secundan esta impresión. Con De Rossi como pivote puro, Di Francesco levantó dos largas hileras en mitad de campo. Así, en un 4-1-4-1, el cuadro capitolino se esforzó, a lo largo y ancho del terreno, para mantenerse muy compacto en todo momento. Por dentro, Strootman, Pellegrini y compañía vigilaban cualquier avance blaugrana; por fuera, Perotti y Florenzi, en permanente contacto con Kolarov y Peres, protegían su zona con una precisa agresividad en las coberturas. Una estructura sumamente resistente, con la que la Roma pretendió –y consiguió- alejar a Alisson de la zurda de Messi.
El sábado, entremedias de la Champions, el Barça enseñó ante el Leganés un nuevo dibujo. Sin Busquets ni Iniesta, descansando para el viaje a Italia, Valverde dispuso de Rakitic como pivote, con André Gomes y Coutinho, los dos al mismo tiempo, al lado izquierdo del croata. De esta forma, ante el copioso repliegue de Asier Garitano, el Barça, con el balón todo el tiempo, se aseguró siempre una parcela del campo para respirar, en caso de sentirse agobiado.
Esta, en función del resultado, sirvió además como una especie de anzuelo para ganar un hombre más en el lado izquierdo del campo, siempre que el Leganés saliese a tapar ese espacio. Una fórmula que, quizá, pueda ser parte de la solución. Pero que, de cara a esta noche, presenta ciertas dudas en cuanto a la altura del bloque que adopte la Roma (condicionado por el 4-1), y porque aún esta está por probar con Busquets, Iniesta o Paulinho dentro del reparto.
Nainggolan, de cara a la vuelta, puede ser un arma de doble filo
En la ida, el armazón de la Roma, desquebrajado tras el uno a cero en propia puerta, se acabó cayendo por su propio peso a medida que los cinco centrocampistas giallorossi –incluidos De Rossi y los dos extremos-, obligados a ver potería, decidieron instalar su línea unos metros más arriba. Fue entonces cuando el cuadro del ‘Txingurri’, con la Roma tratando de presionar su salida, disimuló sus dificultades en los primeros pases transitando con espacios. En base a ello, el (previsible) regreso de Nainggolan al once, en una Roma obligada a la machada, podría resultar definitoria para ambas partes.
El belga, sin ser –ni mucho menos- experto del balance defensivo, sí es, con diferencia, el idóneo para ensuciar la fase creativa del Barcelona, y todo lo que tenga que ver con Messi. Ahora bien, para ello será clave que Di Francesco sepa orientar su belicosidad cómo y hacia dónde le interese a su equipo. Pues, de lo contrario, el propio Nainggolan podría ser la puerta para que Ernesto Valverde entre en semifinales con la mitad del cuestionario aún por resolver.
CuRRo_87 10 abril, 2018
Hay un error en el texto creo. En la 2015/16 el City aun era de Pellegrini.