
El FC Barcelona ha convertido el Bernabéu en su estadio favorito. Le encanta visitar Madrid. Conquistar el centro de la capital de España ha constituido uno de los pilares de su década magna. Lo ha logrado porque a la táctica, la técnica y el físico ha unido una inteligencia que le hace pertenecer, aunque parezca fantasía, a una especie futura intelectualmente superior, el homo super sapiens u homo divine; cuyo saber incluye entre sus ciencias el estudio de su cercano Real. Lo conocen como se conocen a sí mismos, prevén cada una de sus emociones y dominan la respuesta que más daño inflige cada vez. Por eso los Clásicos suelen resultar más favorables al Barça de lo que en principio parecen. Si el Barça llega en peor estado, compite; si arriba en equidad, gana; y si lo alcanza en ventaja, fulmina. Ayer hizo rodar cabezas sin manchar el suelo de sangre; mató al Madrid dejándolo semi vivo, para que el juego no se termine. Así castiga el homo divine.
El Barça se esperaba la presión del MadridRafa Benítez se presentaba optimista y ofensivo porque tenía derecho a ello. Por segunda vez en la temporada, disponía de su plantilla al completo, y alineó, con la duda del lateral derecho, a los mejores, que son buenísimos y, además, ya han demostrado no solo poder convivir, sino saber bordar el juego juntos, aunque fuera bajo el mando de otro técnico. Dicho esto, sin duda se trata de un once bastante especial, repleto de atacantes y corto de sacrificio, motivo por el cual, y sobre todo en su feudo, solo dispone de un plan táctico posible: presionar arriba. Debía plasmar una ocupación de espacios equilibrada en campo contrario y, por supuesto, una posesión de balón de calidad. Efímera o duradera, pero de calidad, pues en pos de presionar, resulta imprescindible aproximarse al área rival con la pelota controlada, y perderla allí con el mayor número de efectivos cerca. Con esa idea empezó.
El partido del Barça consistió en juguetear, enfadar, agotar, deprimir y, luego, destrozar al Madrid.
El Barça ya lo sabía, y enfrentó al Real contra su propias ansias. Se limitó, en exclusiva, a tocarle la moral tocando la pelota. Lo haría en dos escalas, la primera en campo propio y la segunda en campo contrario. La retrasada fue la de Claudio Bravo y Andrés Iniesta y la adelantada, la de Luis Suárez y Gerard Piqué.
En campo propio, ensanchó su defensa para crear mucho, mucho espacio, involucró hasta siete piezas en la cadena de pases y desinfló la descoordinadísima presión merengue con maniobras técnicas excelsas, desmarques de apoyo perfectos y toneladas de confianza. Cuando el Madrid ya estaba cansado de perseguir sombras, mental y físicamente, los culés se apoyaban en Bravo, en plan casi vacile («Mira, ahora sí que te la echo lejos»), y como el Real no pensaba, corría a por el chileno, liberando un espacio más que alguien aprovechaba para recibir, sacar de posición a Modric o Kroos y que Iniesta recibiera a la espalda del susodicho. Este guion se repetía una y otra vez, hasta que se cruzaba la medular y se inauguraba un proceso idéntico pero dos peldaños arriba. En ese, en lugar de ser Bravo el punto de referencia atrás, lo era Piqué (o Alves), mientras que el adelantado, en vez de ser Iniesta, lo representaba Luis Suárez. Esa era la dinámica más asentada, pero la improvisación cabal era absoluta y todos ejercían el papel de todos. En especial, Sergi Roberto, que cuajó una actuación extraordinaria en cada ámbito y, en especial, en el táctico. Él y el épico «9» de Uruguay se impondrían a los jefes finales, Varane y Ramos. Luis Enrique lo vio primero.
La jugada del 1-0 define tácticamente todo el partido. El Barça no tenía ni que cambiar de orientación.
No existe mejor explicación de lo expuesto que revisar la jugada del 1-0. El Barcelona no tiene ninguna necesidad de, por ejemplo, cambiar de orientación. Tampoco de llegar a la línea de fondo para girar la zaga blanca. La acción, que dura más de un minuto, se desarrolla solo en el flanco derecho del ataque culé. Más de un minuto pasándose el balón en el mismo carril y siempre a ojos de Marcelo, Ramos, Varane y Danilo. En condiciones normales, se trataría de una jugada incorrecta, fácil de defender, proclive a la pérdida y a sufrir un contraataque letal en el otro lado. Sin embargo, no se observa ni rastro de ahogamiento. Cuando se atascaba un poquito, lo único que debía hacer era dar un pase atrás. Sin más. Tras eso, ya salía uno de los de Benítez y dejaba su espacio descubierto para que un azulgrana recibiera y ofendiese. Ni siquiera se trata de fútbol. Esto es Madrid-Barça y solo pasa en el Madrid-Barça. El Barcelona emplea sus magníficas condiciones técnicas y tácticas -sin eso, por supuesto, nada sería posible- y le suma la ansiedad de su rival para cambiarle las leyes a un choque de teórica élite. No es fútbol. Es un hombre usando queso para cazar a un ratón, un dueño simulando lanzarle la pelota al perro pero quedándosela en la mano, o un padre enseñándole al hijo el pulgar entre su índice y su corazón y esgrimiendo un fúnebre: «te he quitado la nariz».
Defensivamente, Sergi Roberto bajaba, Iniesta se abría y formaban a menudo un 4-4-2 muy ordenado.
Sin balón, el Barça era muy pacienteEl segundo periodo trajo consigo una mayor posesión merengue, y nos sirvió para confirmar que el Barcelona también era muy superior cuando le tocaba defender. Su organización, en 4-4-2 con Sergi Roberto uniéndose a la medular, era lógica y perfeccionista, mientras que su actitud, paciente y tranquila, era la que correspondía a la situación. Ningún centrocampista culé rompía la línea de cuatro para acudir a una presión absurda, cada uno de ellos priorizó la protección del espacio ante el robo de balón, lo cual anuló la única solución que hubiera podido salvar al Madrid: el regate de Modric o Marcelo. Y esa era la única porque, en lo colectivo, el orden ofensivo del Real fue peor que el defensivo. Más allá de que hubo acciones en las que Ronaldo, Bale y Benzema trazaron el mismo desmarque, lo duro fue su estructura. En ocasiones, incluso formaba un 5+5 paralelo, lo que hacía que los de arriba nunca se ofrecieran en zonas intermedias y que los de abajo pudieran ser capturados por Suárez y Neymar solos. Si, por ejemplo, Ramos tenía la bola y sus compañeros ocupaban la misma altura, sin que nadie se descolgara un escalón para dar una línea de pase diagonal, con que Luis le encimara desde su izquierda y Neymar desde su derecha, la sensación de agobio y la necesidad del pelotazo eran inevitables. La diferencia mental fue traumática, y la técnica, deslumbrante, pero la táctica no les anduvo a la zaga. Con certeza, sería la primera vez que esto le ocurriera a Rafa Benítez. O la tercera, porque ante el Paris Saint-Germain y el Sevilla FC le sucedió lo mismo, con la salvedad de que ninguno era el Barcelona.
A base de calidad, el Madrid produjo ocasiones, pero Claudio Bravo realizó paradas magníficas.
Para Benítez, lo preocupante reside ahí. Manuel Pellegrini recibió un 0-2 y José Mourinho un 5-0 y un 1-3, pero desde el 2-6 de Juande Ramos, el Madrid no se hallaba en un punto más bajo que ahora con él. Se da por hecho que su trabajo previo existió y que fue minucioso, la implicación y la motivación de sus hombres resultaron evidentes y, al mismo tiempo, parece imposible que un entrenador tan dotado en lo táctico como Rafa perpetrase algo ni remotamente similar a su equipo expuso ayer. Algo aconteció hace un mes, o algo fue aconteciendo desde el principio hasta entonces, que ha derivado en una grave falta de sintonía entre líder y grupo. En este punto, no se están entendiendo. Los últimos tres envites solo pueden explicarse así.
En lo vinculado al Barcelona, el presente no puede generar más optimismo. En su intento de conquistar su octava Liga en once años, ha tomado una ventaja de siete puntos virtuales sobre su presumible máxima amenaza, y lo ha conseguido tras un mes sin Leo Messi y sin requerir ni siquiera de una gran actuación de Neymar para compensar su ausencia en el Santiago Bernabéu. Se ha recuperado el formato de coro, la inercia de lo fácil y el rostro del invencible. Se emiten vibraciones de aplastante superioridad. Vibraciones que solo se interrumpieron, en parte, durante la baja del protagonista de la resurrección del juego, el capitán Andrés Iniesta, aplaudido en el estadio blanco 10 años después de Dinho. Y temido en el mundo de nuevo.
Hace 350 días, los culés estaban donde los blancos y los blancos donde los culés. Y pasó lo que se sabe. Pero el Barça, para lo bueno y para lo malo, no es como el Madrid. Basta con mirar a Piqué desde el minuto 80 al 90 del ya histórico 0-4. El homo divine exhibe una condición maravillosa: siempre desea demostrar que lo es.
bota 22 noviembre, 2015
@Abel "Algo aconteció hace un mes, o algo fue aconteciendo desde el principio, poco a poco, hasta entonces, que ha derivado en una grave falta de sintonía entre líder y grupo. No se entienden. Los últimos tres envites solo pueden explicarse en esa clave."
Con eso lo explicas todo, está claro que estos jugadores no quieren a Benitez y frente a eso poco se puede hacer…aún así ayer todos los detalles del fútbol beneficiaron al Barça y eso solo se entiende desde el estado mental.
Y como bien dices al final que vaya Piqué a Humillar es lo que diferencia un equipo del otro, porque e Barça ayer pudo recibir 4 o 5 goles fácilmente pero es que les da igual, se saben superiores…
Por cierto, se que esto no es el tema de ecos pero ahora entiendo lo que hacía Piqué con lo de Kevin Roland hay que hacer todo lo que sea por batir al enemigo…