Entre 2005 y 2009, los partidos de Champions en Anfield Road se convirtieron en un acontecimiento tan primaveral como los almendros en flor, las minifaldas, las Clásicas ciclistas o las incómodas alergias. Y, precisamente, aquellos partidos del Liverpool de Rafa Benítez en la máxima competición continental tenían un poco de todo esto. Con Pepe Reina, Álvaro Arbeloa, Jamie Carragher, Javier Mascherano, Xabi Alonso, Steven Gerrard, Dirk Kuyt y Fernando Torres, los reds dejaron eliminatorias inolvidables ante el Barcelona de Rijkaard, duelos épicos ante el Chelsea de Jose Mourinho y finales históricas ante el Milan de Carlo Ancelotti. Durante un lustro fueron, indudablemente, uno de los grandes agitadores de una Copa de Europa dominada por los clubes de la Premier League. Y, de repente, desaparecieron. Sin avisar, como cuando volvieron tras muchos años viviendo del recuerdo de Bill Shankly, Bob Paisley y Kenny Dalglish.
Su última gran noche fue ante el Real Madrid de Robben.
Aquel equipo que nacía en su poderoso centro del campo, crecía con la pizarra de Benítez y florecía al amparo del calor de Anfield dejó, eso sí, una penúltima gran noche europea que, además de histórica, sintetiza a la perfección su verdadera esencia: los octavos de final de la Champions League 08/09 ante el Real Madrid de Juande y Robben.
El conjunto merengue había vivido con un profundo optimismo los días previos al partido de ida en el Santiago Bernabéu. El Liverpool no sólo no parecía tan fieroEl Real Madrid estaba en una buena dinámica como cuando se había efectuado el sorteo en diciembre al que el Madrid acudió como segundo de grupo, sino que, además, su cambio de entrenador le había sentado muy bien al equipo. Tras un 0-4 en El Molinón y un 6-1 al Betis en casa, los de Juande se plantaban ante los reds con un bagaje de nueve victorias consecutivas. «No diría que estamos eufóricos, pero somos optimistas porque las cosas van muy bien. Quizás algunos aficionados estén muy crecidos, pero la actitud de los jugadores es perfecta», dijo el técnico manchego. La dinámica era favorable y la presencia de Arjen Robben comenzaba a ser decisiva ante cualquier rival, pero la Copa de Europa les tenía preparada una realidad dolorosamente distinta.
Con la duda hasta última hora de Steven Gerrard por molestias físicas, el Liverpool saltó al Santiago Bernabéu con las ideas tan claras como intenso era su repliegue. El cero en la portería era innegociable para Rafa. Si luego, en cualquier contra o error del rival, se encontraban la oportunidad de marcar intentarían aprovecharla, pero no iban a correr ningún riesgo para tenerla. Y así sucedió. Después de un partido de mucha posesión blanca, un error de Heinze permitió al Liverpool sacar una falta que, en un nuevo fallo, terminó en gol por medio de ese extraño elemento llamado Benayoun. 0-1 y la eliminatoria encarrilada.
En la vuelta, la diferencia futbolística fue mayúscula.
En la vuelta no hubo color. O, más bien, sólo hubo uno: el rojo. Con el resultado a favor y el factor campo como multiplicador, el Liverpool dioSu ritmo y su intensidad eran incomparables una exhibición de ritmo e intensidad que desbordó a un Real Madrid que no hablaba el mismo idioma. El conjunto inglés, como le gustaba a Rafa Benítez, no permitió un solo momento de pausa y no hizo ninguna concesión a su rival. Eran otro mundo. Quizás futbolísticamente la diferencia entre ambos equipos no fuera de 4-0, pero en la Copa de Europa la distancia era mayúscula. El Liverpool de Mascherano, Alonso y Gerrard parecía haberse ideado para noches así. Y los aficionados al fútbol lo disfrutaban cada primavera. «Esta es una victoria importante en una competición importantísima, y en la próxima ronda jugaremos ante otro gran equipo y tendremos que volver a ganar», dijo con total normalidad Benítez en sala de prensa.
Pero no lo volvieron a hacer, pese a regalar una última velada exquisita a modo de despedida. Tras perder 1-3 en Anfield ante el Chelsea de Didier Drogba, se pusieron 0-2 en Stamford Bridge antes de que se cumpliera la media hora de partido. El Liverpool era eso: máxima competitividad por complicado que fuera el rival o por complejo que fuera el contexto. Aquel gol final de Dirk Kuyt, que ponía el 3-4 para inquietud de Hiddink, fue el último tanto red en una eliminatoria de la Champions League. Hoy ante el Basilea, todavía con Steven Gerrard en el mismísimo centro de Anfield, se juegan acabar con cinco años sin primaveras en las que escuchar el himno de Tony Britten. Ganar o ganar. Como en aquellas noches en las que no quedaba otra opción. En la que no tenían otra opción. En la que no existía otra opción.
Marcelino 9 diciembre, 2014
Una corrección, el Chelsea en la temporada 2008/09 estaba entrenado por Guus Hiddink tras la destitución de Scolari. José Mourinho estaba dirigiendo al Inter de Milán, en su primera temporada con los nerazzurri.