No es una exageración: llevaban casi una década tras su aroma. Es posible que tu mente te juegue una mala pasada y haya borrado la intentona inicial. Ocurre a menudo, pues inconscientemente ligamos el nacimiento del Chelsea como coloso europeo a la llegada del elemento que los hizo especiales. Pero antes de aterrizar en Londres, John y Frank ya habían sentido el amargor que puede suponer el rechazo de La Dama de las Orejas. Ese verano se sumó Didier. No era ningún crío, contaba veinticuatro primaveras y alguna que otra derrota a cuestas. Virgen de experiencia, el larguirucho Petr, tan sobrio y elegante que su adaptación al té inglés resultó cuestión de minutos. En el cálido regazo de San José, los títulos goteaban con una frecuencia anacrónica. Pero pronto descubrirían todos que La Dama, pulcra y caprichosa, no yacía con cualquiera.
Fueron tantos acercamientos que incluso cuesta abarcarlos en un ejercicio rápido de memoria. John selló con un cabezazo el inicio de una rivalidad vigente hasta nuestros días. Semanas más tarde, Didier y Frank recogían el testigo, dándose un festín goleador frente al Bayern. Todo parecía preparado. Pero no. Un gol, fantasma como pocos, aparcaba la conquista. “Volveremos”. Y lo hicieron, preparados contra todo… o casi. El combustible emocional no amenazaba con agotarse, pero la maquinaría parecía no rebosar la misma energía. Sin bríos pasados, avanzaron hasta confrontar de nuevo a un viejo enemigo. Allí comenzaba la relación con los once metros, preludio de los momentos más emotivos de esta historia. Otra vez fuera. San José partía, dejándoles a merced de su propia voluntad. “Esto lo sacamos nosotros”. Y a fe que lo hicieron. En el camino, por tercera vez, semifinales y Liverpool. Asomaba de nuevo la amenaza de los penaltis cuando Drogba y Lampard decidieron negar tal extremo. Moscú esperaba. La primera final de la historia.
Y entonces descubrieron el dolor. El más intenso de todos, el más cruel. Drogba sería expulsado, Lampard marcaría el gol que nadie quiere, el que no lleva premio ni gloria. Y John… bueno, ya saben la historia. Aquello pareció el fin. No podía quedar vida en esos cuerpos tan castigados. Los dieron por muertos. Como tratando de homenajear a su compañero herido, Lampard y Drogba tiraron de nuevos milagros para eliminar a Juventus y Liverpool. En el colmo del esfuerzo, el Barcelona de Guardiola no podía encontrar los caminos del gol tras 180 minutos de juego. Y entonces reventó Iniesta. ¿Hasta dónde podía llegar semejante pesadilla? Con la herida sin cerrar, San José apareció ante sus ojos para clavarles el puñal de su grandeza. Bajaron los brazos. Era el final.
Nunca fueron menos. De hecho, eran nada. Ganar la clasificación para los meses de febrero y marzo quedaba más como un acto reflejo que no conllevaba esfuerzo, pero más allá de abril no existía esperanza ni objetivo. San Paolo, tierra de dioses, parecía condenarles. Pero hete aquí, tres goles de Drogba, Lampard y Terry daban el pase al Chelsea. ¡Qué enorme casualidad! Con parada en Lisboa, el milagro asomaba con inminente fecha de caducidad. Delante, el verdugo de 2009, aquel que empleó armas desconocidas en el pasado, hoy convertidas en bombas atómicas sin antídoto. En el corredor de la muerte, Didier pidió la palabra: “me inmolaré por vosotros”. En la locura del kamikaze se escondía la chance de victoria. Didier lo vio antes que nadie. Por eso agarró el balón y, frente a los once diabólicos metros, lanzó el penalti más seguro de su vida. La Dama, acomodada en su palco, mecía coqueta sus orejitas, totalmente conquistada.
@sepioes 20 mayo, 2012
La sorpresa de la noche, al menos para mí, fue, sin duda, Mikel. Sé que no es ni mucho menos lo que prometía, pero creo que ayer estuvo fantástico en defensa y bastante bien intentando salir desde atrás. El problema es que cuando mucha parte de esa salida depende de balones en profundidad a Kalou o a Bertrand contra Lahm, tienes un problema. Si esa era la idea de RDM, no entiendo porqué no contó con Sturridge, mucho más físico y potente además de técnico.
El partido de Drogba es, de nuevo, inenarrable. Cualquier adjetivo no le haría justicia.