El verano de 1984 fue un torbellino en el Calcio. Dinamita. Magia. Expectación. Había Francia conquistado Europa y elevado a Platini al trono del mundo. No fue más que una confirmación, poner la copa necesaria en las manos adecuadas. Platini era ya el mejor y aún lo sería durante un par de años más. Era el dueño de Turín. Más que la FIAT. El jefe de una Juventus tiránica a la que apenas la Roma de Liedholm le había sostenido la mirada en esos primeros años ochenta. Había ruido ese verano en Italia. El dinero caía a cántaros en todos los rincones del país y el calcio se animaba como panteón exclusivo del fútbol planetario. Reinaba Platini, asistido por Boniek y los soldados italianos ganadores de la Copa del Mundo de España 82. Pero esos días el sur, las tierras tostadas por el sol, las gentes arrinconadas y acomplejadas durante décadas en una Italia partida en dos hemisferios sociales y económicos, sonreía. A Nápoles había llegado el gran reto de Platini: Diego Armando Maradona, escupido por el Barcelona y los enredos de sus rizos. El verano del 84 trajo más. La Fiorentina sumaba a Sócrates. El Inter se compró a Rummenigge. El Torino, a Junior. Y ya estaban por allí Zico, y Falcao, y Cerezo, y los italianos, gente como Rossi, Gentile, Beccalossi, Di Bartolomei, Scirea, Conti o Antognoni. Y Passarella, y el niño Laudrup, y Hansi Müller, y las comparsas británicas del Milán, Hateley y Wilkins, y la pareja angloescocesa de la Sampdoria, Trevor Francis y Souness (cinco Copas de Europa entre los dos)… Italia era una locura. El calcio operaba como la mayor caldera de talento del fútbol mundial: la Juventus de Trapattoni, la Roma dejada en herencia por Liedholm (recién fichado por el Milan) a Sven Goran Eriksson, el Inter de Castagner y los primeros alemanes, el Torino de Luigi Radice, la Fiorentina de De Sisti, la Sampdoria de Bersellini…
Y Maradona fue a debutar a Verona, contra el Hellas. A las provincias del norte. Aquella tarde de septiembre del 84 el Nápoles del Pelusa pisó barro. Miraba toda Italia. Cayó 3-1 contra un equipo con piel de gladiador. Una nube de músculos, acero y frío. Nadie pudo imaginarlo nunca porque aquella Serie A tenía la constelación anunciada: el Diego, Platini, Boniek, Sócrates, Zico, Rummenigge, Passarella, Souness, Falcao… lo mejor de cada puesto, las gotas más selectas que el fútbol ofrecía entonces. Más los italianos, los irreductibles y ganadores. Pero, a todos ellos, ese Verona casi otoñal que le enseñó el colmillo a Maradona cuando pisó su primer campo italiano, les cosió un milagro a la espalda: les ganó el scudetto. Aquel triunfo del Hellas en la temporada 84-85 queda grabado como una de las mayores proezas del fútbol. Un equipo de provincias elevado sobre el prestigio, la historia y el prodigioso material de futbolistas de los polos tradicionales del fútbol italiano. Una galaxia dinamitada con escuadra y cartabón. El autor de la gesta fue Osvaldo Bagnoli, un lombardo, de clase obrera, a quien Berlusconi, años después, se negó a fichar por su sospechoso cartel comunista.
La Serie A era, con diferencia, la gran competición liguera de la época.
Bagnoli era un hombre silencioso, reflexivo, sin demasiado carisma, pero con un torrente de fuerza moralizante. Gianni Brera, el Papa del calcio, lo llamaba Schopenhauer por sus explicaciones filosóficas e intimistas sobre el fútbol. Bagnoli fue capaz de convertir un equipo que dos años antes jugaba en la Serie B en una máquina de ritmo y precisión. Había cogido al Verona en 1981. Lo subió a los pocos meses. En el debut en la Serie A, lo metió en Europa. Al siguiente, lo dejó finalista de la Copa. Y llegó la explosión. Su mérito no fue ganar el campeonato que ganó, sino el giro que impulsó en el sustrato táctico del calcio. Sobre las bases de la zona mixta, la evolución del catenaccio de finales de los 70 y principios de los 80, le lavó la cara al juego a la italiana. Le dio una vuelta a esos esquemas, modernizándolos y auspiciando un catenaccio amable, de esqueleto tradicional, pero aplicaciones novedosas. Bagnoli marcó un paso esencial para que el juego a la italiana sobreviviera a Sacchi años después y para que hoy lo veamos sintetizado, pulido y rejuvenecido en los modelos del 3-5-2 y sus derivados, en gente como Mazzarri, Guidolin o Conte.
El proceso fue muy artesano. Durante dos años, Bagnoli fue incorporando italianos de tercera fila, descartes de la aristocracia: Claudio Garella (Sampdoria), Luciano Marangon (Roma), Roberto Tricella (Inter), Pietro Fanna y Giuseppe Galderisi (Juventus), Antonio di Gennaro (Fiorentina)… La vitamina decisiva fue la pareja de extranjeros que aquel verano del 84 reclutó Emiliano Mascetti, el director deportivo, uno de los ojosEl Hellas Verona de Bagnoli modernizó la esencia catenaccista mejor afilados de la historia de los despachos del calcio: Hans-Peter Briegel, uno de los camiones de la flota alemana, y el danés Preben Elkjaer Larsen, fichado del Lokeren y de quien ya se intuía el tipo de futbolista que terminó por perfeccionar el calcio. Ambos dispararon al Verona, un equipo construido sobre los cimientos de la zona mixta, el catenaccio de aquellos tiempos, como tantos otros equipos italianos, pero con varias particularidades. Su naturaleza era ‘catenaccista’, con líbero, dos ‘stopper’ de marca, bandas largas, mecanismos contragolpeadores y un mediocampo con organización zonal (de ahí el nombre zona mixta)… Formalmente, no difería mucho de la Juventus de Trapattoni o la Italia de Bearzot. Pero Bagnoli lo hizo algo diferente, le dio una pincelada más de modernidad a esas bases del juego a la italiana. Metió el pressing en el comportamiento de los medios. Ajustó el ‘tornante’ derecho y el ‘terzino fluidificante’, las dos posiciones que representaban en el catenaccio y la zona mixta a los dos hombres más abiertos: más avanzado y suelto el derecho (por ejemplo, Conti) y más fijo y largo el izquierdo (Cabrini). Bagnoli compensó el recorrido de esas dos piezas, construyendo dos carrileros que casi siempre partían de la misma altura. Además, adelantó al regista. Liberó a los volantes. Tiró el fuera de juego… Le quitó el polvo al juego a la italiana. Aquello conservaba la estructura del catenaccio y las esencias de su espíritu: fortaleza y calidad defensiva, resistencia y poder físico, marcas personales a los dos delanteros rivales, contrapié y verticalidad… Pero era un catenaccio fresco, líquido, alejado de la rigidez y el academicismo. Le había abierto la mentalidad. Era un paso más hacia no se sabía bien qué, hasta que Sacchi, no muy tarde, salió del cascarón de su laboratorio, y rompió con todo, aunque no tanto con Bagnoli.
El Verona aprovechó la transición que vivía la Roma y el despiste hacia el continente de la Juventus (acabaría ese curso ganando en Heysel la Copa de Europa). Ninguno de los dos gigantes italianos del momento opositó al título. La Fiorentina, otro favorito, con Sócrates, Antognoni, Passarella, Oriali y Gentile, también naufragó. En cierto modo, fue una Seria A inaudita y atípica. El Hellas no tardó en lanzarse en la clasificación. Cerró la primera vuelta con solo 6 goles encajados y una única derrota. No perdió un partido hasta enero. El Inter de Rummenigge asomaba como hueso. Pero fue el Torino, con Aldo Serena y Junior, quien más firmeza presentó en la carrera. El Verona ganó el scudetto dos jornadas antes del final, empatando en Bérgamo contra la Atalanta y cerrando unos números con solo dos derrotas y únicamente 19 goles recibidos.
En el poder del orden y la contención del equipo se fraguó el éxito. Sin embargo, la clave no residía en la última línea sino en el talento defensivo de sus volantes; Volpati y Briegel. Funcionaban como un dique de fibra y metal. Otro de los rasgos de aquel Verona fue su mestizaje. Su principal discurso fue la verticalidad: cuatro pases, un juego relampagueante, con trepidantes cambios de ritmo, le fabricaban ocasión de gol. Pero también fue un equipo cómodo en la posesión, especialmente contra rivales medianos o pequeños. Esa dinámica de correr y pausar distinguió al Verona.
El trabajo defensivo de aquel Hellas Verona le dio un título inesperado por todos.
Bagnoli manejó un grupo muy cerrado. Solo empleó 17 futbolistas, incluidos los guardametas. El dibujo base era un 3-4-1-2. Fijo en la portería era Claudio Garella. La defensa conservaba la estructura ‘catenaccista’. Tricella era el líbero. Fue un futbolista elegante, serio, fino, pulcro, algo frágil, pero bañado de clase. Uno de los jugadores más infravaloradosBriegel exhibió su gran condición física como mediocentro del Hellas de la historia del calcio. El Scirea de los pobres. Su función era iniciar el juego en posicional. El Verona casi siempre respiraba por él. Sus condiciones técnicas le permitían circular y meterse entre los volantes. Allí abría a los flancos o buscaba a Di Gennaro, el organizador adelantado. En apenas tres pases, el Verona invadía la periferia del área rival. A Tricella le escoltaban siempre dos marcadores centrales. Mauro Ferroni en el perfil derecho. Y Silvano Fontolan, en el izquierdo. Cuando Tricella se soltaba, le protegían la salida otros dos guardaespaldas, Volpati y Briegel. El primero era más metódico. El segundo fue una apisonadora de carne alemana. Polivalente. Briegel había destacado en aquellos años como central del Kaiserlautern y como lateral izquierdo en la Alemania de España 82. Bagnoli lo explotó como mediocentro. Su resistencia y bestialidad física abrumaron al calcio. Devoraba metros de campo. Robaba y también llegaba. Imparable en la zancada. Levantaba el viento. Se apoderaba del juego aéreo gracias a su casi metro noventa de estatura. Un futbolista determinante en aquel Verona, vital en otros dos de los mecanismos de ataque del equipo: la recuperación y el azote a un rival desorganizado, con vertiginosas salidas en dirección a los carrileros, al armador Di Gennaro o a Larsen. Y como imán del saque largo de Garella. Briegel lo ganaba todo con su físico arrollador. El alemán, Volpati (o Sacchetti, recambio en esa zona) y los marcadores le daban al Verona un barniz de colectivo agresivo, intenso y musculado. Absorbían casi todos los balones.
En los carriles, se desplegaban dos futbolistas que siempre pisaban zona de ataque. Fanna ocupaba la derecha. Siempre con vocación ofensiva. Sobresaliente centrador, poseía más técnica que rapidez. Junto a Di Gennaro y Tricella, fue el más cualificado con la pelota. En cambio, en el otro costado,Preben Elkjaer Larsen se convirtió en uno de los mejores atacantes Marangon era impetuoso y veloz y también mejor defensor. Di Gennaro era el regista. Un organizador adelantado, especialista en el último pase. Aquella temporada 1984-1985 fue el mejor centrocampista de la Serie A. Jugaba con libertad, pegándose a Tricella o a Larsen. El danés fue un fenómeno. El Verona lo progresó hasta el punto de convertirlo en uno de los mejores delanteros del continente y meterlo en el podio del Balón de Oro. Había destacado en la Eurocopa de Francia, pero pocos imaginaron el tamaño de su despegue en el calcio. Preben Elkjaer Larsen parecía un bisonte. Alto, potente, de zancada devastadora… prefería la libertad de la segunda punta. Su disparo era demoledor. Su secreto era su granítica determinación. Mordía la pelota. Nunca daba una por perdida. Más poderoso que hábil, su regate era flaco, pero estirado. Siempre apuntando a la portería. El juego de espaldas recogía su otra fortaleza. Aquel Verona se basaba en una dupla mixta de delanteros. Si Larsen añadía el físico y la potencia, Galderisi aportaba el desmarque, el oportunismo y la picardía. Ratonero en el área, era pequeño y veloz. Fue el máximo goleador del equipo con 11 goles, varios de ellos barriendo rechaces de los porteros.
El sueño del Hellas Verona duró una temporada. Bagnoli duraría hasta el descenso, al final de la década, y se marchó al Genoa y al Inter. El club se precipitó al vacío. Tocaría ceniza en la Serie C, antes de reiniciar el vuelo y volver este año a la máxima categoría. Nunca jamás volvió el Verona a ganar nada. Tampoco lo había hecho antes de ese scudetto de fábula y cuentos de verano. Bagnoli nunca sería lo suficientemente reconocido en Italia. La irrupción de Sacchi lo aplastó todo. Pero de aquel juego a la italiana reverdecido y evolucionado por Bagnoli algo quedó y algo ha alcanzado nuestros días, ahora con más fuerza que nunca: el 3-5-2 (o sus variantes: 3-4-1-2, 3-4-2-1, 3-5-1-1) de juego fugaz, transitivo y contragolpeador que se ha vestido de moda en Italia.
El 3-5-2 que empleaba aquel Hellas Verona es hoy característico del calcio italiano.
El calcio está metabolizando el 3-5-2 como módulo de referencia. Un esquema cada vez más asimilado por más formaciones y asumido como uno de sus rasgos de identidad del siglo XXI. Cada cual con sus matices, ese esqueleto organiza o ha organizado en los tiempos actuales a la Juventus de Conte, el Inter de Mazarri, la Fiorentina de Montella, el Parma de Donadoni, el Lazio de Reja, el Torino de Ventura, la Sampdoria de Rossi, el Bolonia de Ballardini, el Livorno de Davide Nicola o Di Carlo, el Genoa de Gasperini… La tendencia es galopante. La escuela italiana de técnicos ha incorporado la defensa de tres a su manual, frente a modelos más continentales representados por los entrenadores foráneos Rafa Benítez (Nápoles), Rudi García (Roma), Diego López (Cagliari) y ahora Clarence Seedorf (Milan). El 3-5-2 o sus variantes se han extendido como un dogma en la Serie A, la Serie B y otros escalones del fútbol local. También la ‘azzurra’ de Prandelli atrapó ese modelo durante la primera fase de la última Eurocopa.
El nuevo fútbol italiano contiene en este sistema muchas de sus respuestas actuales. Formalmente, es un vestigio de las modas ancestrales, del catenaccio de Herrera o Rocco y de la zona mixta, su siguiente eslabón evolutivo, aquella pincelada más zonal que le dieron Bearzot, Trapattoni o Maestrelli y que condujo al calcio a una dimensión triunfal, casi tiránica. El ‘sacchismo’ rompió esa cadena, aunque en el ‘postsacchismo’ resistieron algunos modelos muy imbricados en el 3-5-2: Dino Zoff y Cesare Maldini en sus selecciones italianas, la Roma de Capello, la Juventus de Lippi, el Parma de Scala, el Brescia de Mazzone… Ahora, ese módulo se ha adaptado a los tiempos.
Uno de los apóstoles del 3-5-2 ha sido Francesco Guidolin. Nacido en el Veneto, su fútbol creció a finales de los 70 en el Verona, donde fue el capitán de Bagnoli durante la época dorada en el estadio Bentegodi, aunque el año del scudetto apenas participó. Guidolin se ha ganado fama en el calcio de reservorio de ese patrón de juego: tres centrales, carrileros largos, alma defensiva, comportamientos reactivos, ritmo alto y pocos pases. Su Udinese con Di Natale y Alexis Sánchez en punta causó sensación. Su Palermo también se definió con ese módulo. Serse Cosmi ha sido otro patrón entregado al 3-5-2. Pero el entrenador que le ha dado alcance internacional ha sido Wálter Mazzarri. Su Nápoles representaba la mejor actualización del legado de Bagnoli. El líbero ya se había convertido en un tercer central, pero prevalecía el mismo espíritu de laterales fibrosos, técnicos, veloces y resistentes, como Maggio y Zúñiga. En Italia ha florecido en los últimos tres años una cultura del carrilero que ya se ha incorporado a su identidad. Se han multiplicado los ‘Zambrotta’: Armero, Maggio, Zúñiga, Cuadrado, Isla, Lichtsteiner, Balzaretti, Nagatomo…
Mazzarri pulió un estilo en Nápoles a partir de un indiscutible 3-5-2 (o 3-4-1-2). Mucha carrera, ataques en tres o cuatro pases, velocidad y desmarque… varias de las pautas de aquel Verona de la 84-85. Ahora lo intenta en el Inter, con sus carrileros equilibrados, un bloque bajo, línea conservadora y mucho contragolpe. La conversión de Conte también le dio otro sentido al 3-5-2. En su caso, con un centro de gravedad más alto, más juego en el área rival y todo aquello que supone Pirlo, el factor clave del cambio de Conte: más dominio y pocas pautas ortodoxas. Pero siempre el dibujo de cabecera. Igual que la camaleónica Fiorentina de Montella, donde el 3-5-2 se pliega en 4-3-3 con naturalidad. Su matiz es la flexibilidad, la agilidad de su ataque, unos carrileros para ampliar más que para profundizar, el dinamismo de sus futbolistas y sus cambios posicionales, un giro revolucionario, un paso más allá de Mazzarri pero partiendo del mismo boceto. Es casi lo mismo de siempre, pero con otra mentalidad más atrevida y alejada de la academia italiana, ahora en renovación. Y en el calcio más adusto, el 3-5-2 lo transforma la altura de los laterales en un 5-3-2, como en Livorno o Bolonia. Ahí la pureza del contrapié y la defensa por acumulación marcan el estilo.
Una línea de fútbol que, en su día, pasó por Verona. Por allí transcurrió el camino hacia el juego a la italiana de hoy, hacia lo que fue en su día el catenaccio y hacia lo que Bagnoli cinceló con modernidad, ideas renovadas, un pensamiento menos rígido aun conservando una estructura táctica tradicional, y con un milagro, un sueño que tumbó a los gigantes y del que nunca jamás Verona se despertó.
Abel Rojas 21 febrero, 2014
Nueva maravilla de Chema. En este caso desconocía en profundidad la historia pero sí he visto varios partidos del equipo. Aquella etapa del Calcio, como para casi todos los que han tenido ocasión de sumergirse en ella, es mi favorita de la historia. Y fue Briegel quien más me impactó, al que vi jugando como carrilero izquierdo, supongo que por alguna baja. Pregunté por él y me contaron que jugó como central, como lateral izquierdo, como mediocentro e incluso como extremo derecho (miré vídeos y efectivamente fue así). Portento físico con clase y una determinación y un carisma jugando al fútbol de los que llenan la pantalla. Sin ser ese tipo de jugador, transmite lo que transmitía Effenberg.
Profundizando en el artículo, hay algo que me ha dejado tiritando:
"Cerró la primera vuelta con solo 6 goles encajados"
Y yendo a la conclusiones, con lo que es el Calcio hoy, lanzo una pregunta: ¿no dificulta el 3-5-2 (o 5-3-2) competir en Europa? Creo que normalmente, cuando no se tiene el balón, los carrileros acaban hundidos y formando línea de cuatro, que los interiores tienen demasiada responsabilidad lateral y que se le hace superioridad numérica por dentro relativamente fácil. Obviamente todos los sistemas son válidos y pueden ganar, pero con el estilo futbolístico que hoy impera en Europa, creo que este modelo pone un poco la zancadilla.