
Bruno Soriano nació al fútbol en un tiempo y en un lugar en los que se consolidaba la identidad de un equipo. De un club, prácticamente. El Villarreal de Pellegrini y Riquelme, en 2007, se conjuraba para trascender la figura del propio Román. Después de haberse hecho grande de la mano del argentino, y de haberse entregado a él, para lograrlo, en cuerpo, alma y sistema, se proponía, también, hacerse mayor. Ser más allá de la presencia en su plantilla de un futbolista único y cuyo paso por la entidad amarilla no podría ser eterno. Invertir lo cosechado. Pocos como Marcos Senna simbolizaron aquel tránsito, pasando de imprescindible gregario en el sistema del que fue dueño Riquelme, a la primera fila de un equipo de propiedad más repartida. El brasileño supo encontrar el momento para dejar ser a otros y el momento para ser él. Bruno Soriano nació al fútbol, también, en los tiempos de Senna.
Levantando los ojos de la camiseta amarilla, los tiempos del paulista fueron también los del nacimiento de una marca registrada: la del centrocampista español. Fijada en el imaginario y con una credibilidad hoy ya indiscutida, la estirpe se empezó a forjar en la selección española que levantó la Eurocopa en el Ernst Happel de Viena con Senna en su mediocentro, a modo de escolta y continuador de una nube de futuras leyendas. Suyos fueron la voz madura y el fútbol sereno que les aseguró a Xavi Hernández, Andrés Iniesta, Xabi Alonso, Cesc Fábregas o David Silva, que no eran menos que cualquiera. Que podrían ser más que todos. Sólo porque lo fueron, y porque junto a ellos lo fue también Sergio Busquets, uno de los mejores y más regulares centrocampistas de Europa, superados ya los treinta, cuenta apenas con una decena de participaciones con su selección. Quizá gracias a ello, también, el Villarreal haya podido gozar durante más de diez años de un futbolista que en otro momento y en otro lugar no habría escapado de las garras de un monstruo mayor.
Pese a ser un mediocentro de mucho peso en la base, no está incómodo con un compañero al lado.
Si visto en perspectiva lo que se originó en el fútbol español a consecuencia del aquel triunfo de la selección que Senna firmó con tinta invisible, le esquinó a Bruno la puerta de entrada al combinado nacional, paralelamente el brasileño se lo compensó entregándole las llaves y descubriéndole cada pasadizo secreto del Villarreal que vio y ayudó a nacer. Dejándose acompañar primero y, poco a poco, difuminándose después. De nuevo, siendo y dejando ser. La lección de aquel Senna, capaz de hacer a los demás protagonistas sin dejar de resultarlo él, es uno de los legados más claros del brasileño que hoy pasea por los campos el capitán del Submarino Amarillo. No en vano, se trata de un mediocentro con todas las letras, origen y brújula, de aquellos a los que suele incomodar una compañía cercana, pero que en su caso ha sabido convivir siempre con invitados sin que su presencia se sintiera como una invasión. Después de Senna vinieron Borja Valero, Tomás Pina o Manu Trigueros, actual compañero de Bruno en la sala de máquinas del Villarreal y cómplice perfecto del castellonense en la definición del mediocampo amarillo.
En su buena entente con los distintos compañeros que el tiempo ha ido acomodando a su lado, además de lo aprendido en sus inicios, subyacen dos aspectos claves más. Una verdad y una mentira. La verdad tiene que ver con su indisimulable condición de zurdo, y lo que muchas veces implica esto en cuanto a la amplitud del rango de juego. Bruno no es excepción, y su tendencia hacia el sector izquierdo del terreno de juego, tanto a nivel de posición como de relaciones, es muy pronunciada. Una proporción muy grande de sus pases vuelan en esa dirección, inclusive en las fases en las que el juego lo acerca a la mitad derecha del terreno de juego. Siendo un pivote de marcada influencia a la hora de construir juego desde atrás, orientando la salida, protegiendo el balón y mandando en el envío, sin embargo suele delegar tales labores en el central o en su acompañante en la medular cuando se trata de llevarlas a cabo en el perfil diestro.
Con opciones por delante, la técnica y visión en el pase de Bruno Soriano saca su cara más artística.
Por su parte, la mentira, deducible si se atiende a la lista de socios enumerados más arriba, es que la convivencia con ellos en un plano paralelo obedece sólo a determinados momentos del juego. Bruno Soriano así lo permite y así lo agradece. De este modo, sin la pelota y circunstancialmente sacando el balón desde atrás, sí es posible ver al mediocentro perfectamente alineado con su compañero, con las respectivas parcelas milimétricamente repartidas. El extraordinario valor posicional del de Artana, su lectura defensiva y la personalidad exhibida enfrentando cada reto, sirven en estos momentos como cimiento de una seguridad que por momentos ha llegado a ser pétrea por delante de los centrales amarillos. No obstante, con posesión para su equipo, es cuando la calabaza se convierte en carroza para hacer de Bruno un príncipe encantado. Para vestirlo de exclusivo mediocentro con su otra mitad desplazando la influencia de su juego desde la base de la jugada a la mediapunta. Un llano convertido en escalera. Aparece entonces el Bruno más artístico, uno provisto de una técnica y una visión extraordinarias para el pase vertical.
Un pivote en conversación constante con cuantos compañeros tiene por delante, capaz de lanzar en profundidad para el desmarque de los puntas -que en Villarreal suelen ser hombres veloces y verticales como Rossi, Nilmar, Uche o Bakambu-, o de agrietar los diques de contención del adversario filtrando un balón a la espalda del mediocampo rival. Farero en la base, el verdadero líder del Villarreal es el nexo con los demás, pudiendo ver la jugada de ataque encarado hacia la portería rival y en disposición de conectar cada zona desprotegida con el desmarque de un compañero. Bastándose en solitario para administrar el lugar de destino del pase atrás, mientras ante sus ojos se multiplican las opciones a las que entregar el cuero. Técnico, estrechamente relacionado con el balón y provisto del conocimiento táctico que últimamente sólo proporciona La Liga, Bruno Soriano no es uno más pero es uno de ellos. Una mezcla de muchos que diferencia a un ejemplar único. El otro centrocampista español.
JOSE JORDAN/AFP/Getty Images
Emon 24 noviembre, 2017
Posiblemente el jugador más infravalorado del mundo. Aunque suene fuerte tal afirmación :p