A lo largo del camino que ha llevado a esta Sub-21 de Celades a la Final del Europeo 2017, se ha desarrollado un debate acerca de si este combinado estaba a la altura, o incluso por encima, del que formó y dirigió Lopetegui hace cuatro veranos. El éxito que se cosechó entonces -con victorias holgadísimas cual Globetrotters- y la consolidación de los De Gea, Carvajal, Koke, Thiago o Isco como estrellas en la élite del presente han puesto el listón muy alto, pero sin entrar en la discusión que nos lleve a decantarnos por una o por otra, la España capitaneada por Saúl Ñíguez presenta una virtud que aquella no tuvo: es una máquina de ganar partidos… como sea.
Pese a su juventud, España sabe jugar muy bien sin el balón.
El cuarteto defensivo que conforma Kepa, Vallejo, Meré -imagínese con Yeray-, Llorente y Saúl ha dotado al sistema de un equipo casi artificial, casi imperturbable, que no es lógico en una selección sub-21, y que la provee de un margen de maniobra y una versatilidad propia de un equipo de Champions. La Alemania a la que se medirá en la Final ha demostrado, sobre todo gracias al aplomo y el talento del centrocampista Max Arnold, poder desplegar un fútbol rico y de cierta continuidad, y pocos conjuntos casi juveniles han estado más preparados para reducir las bondades ofensivas de un proyecto creativo como el surgido en la cantera de la campeona del mundo.
Y es que a la reflexión que traslada esta Sub-21 es a que, quizá, el fútbol español ha evolucionado en términos competitivos. En la primera década del siglo, no ganaba. En la segunda, se aprendió a ser el mejor y a ganar como consecuencia. Y ahora, de tanto ganar, cabe la posibilidad de que se haya aprendido a ganar de cualquier manera. Porque los recursos se subsistencia de esta joven España no se reducen a que Kepa sea un portero que haga sistema, a que Vallejo salve goles, a que Llorente equilibre un esquema o a que Saúl se coma al rival. A título ofensivo, también goza de virtudes aplicables al triunfo que nacen en sus individualidades y el carácter del grupo.
España tiene recursos individuales para saciar cada necesidad.
La determinación de Saúl y el desequilibrio de Asensio representan la parte más visible, pero luego quedan aspectos menos tangibles -aunque de impacto semejante- como la autonomía que muestra Dani Ceballos para activar un sistema ofensivo. Se trata de uno de esos pocos futbolistas -se cuentan con los dedos de una mano- que bañan de creatividad a un equipo sin requerir nada a cambio: ni que se la den, ni que se la devuelvan ni que se muevan de un modo específico. Ceballos baja a recibir, recoge la pelota y crea juego a partir de sus cambios de ritmo y su extraordinaria visión, que es de las que no sólo dibuja pases, sino pases y, a la vez, el desmarque de su compañero.
El ciclo triunfal de España y sus clubes ha podido crear la primera generación de la historia del país capacitada para ganar siempre y en cualquier circunstancia. Tras la Italia de Di Baggio, Pellegrini y Bernardeschi, la Alemania de Stefan Kuntz, Dahoud y Arnold será su segunda gran prueba.
Foto: Adam Nurkiewicz/Getty Images
Pedro Lampert 30 junio, 2017
Ojalá una final contra Pollersbeck; Kimmich, Ginter, Süle y Toljan; Goretzka, Dahoud y Arnold; Sané, Werner y Brandt. Me atrevería a decir que sería el partido entre selecciones con limite de edad con mejor cartel de la historia.