El Manchester City logró una victoria de prestigio que le vendrá de maravilla en el futuro a medio plazo. Por un lado, porque vencer al Barcelona equivale a poder derrotar a cualquiera, con la confianza que ello inyecta, y por el otro, porque lo logró desde la coherencia: a los puntos, se mostró superior al equipo de Leo Messi.
El encuentro comenzó contrastando constantes similares a las de la ida del Camp Nou pero con todavía menos nivel. Ambos conjuntos reflejaban una doble intención de salir jugando a ras de suelo en cada jugada y de presionar arriba la propia salida del adversario que daba pie a una discontinuidad que derivaba en falta de calidad competitiva. En el caso del Barça, por el mal posicionamiento de su centro del campo (Busquets necesita la referencia de Iniesta o no sabe dónde ponerse, porque ningún otro interior culé propicia ningún tipo de estructura que le dé soporte); en el caso del City, porque su precisión técnica no es perfecta y va acumulando fallitos.
Neymar sacó partido del primer ajuste táctico de Guardiola.
Durante el primer periodo, la ventaja del FC Barcelona no radicaba sólo en su superioridad hombre a hombre; también existía un obvio resquicio en la pizarra que le otorgaba mayor iniciativa. En muchos compases, Guardiola dibujaba una salida de tres hombres abriendo a Otamendi a la derecha, dejando a Stones en el centro y a Kolarov en la izquierda, haciendo subir a Zabaleta -el teórico lateral- a posición de falso interior diestro. Los beneficios de la estrategia no fueron los que él esperaba y, a cambio, Neymar se encontró muy, muy cómodo tras cada robo de pelota de los azulgranas. Si la cosa hubiera seguido por los mismos derroteros, la MSN habría goleado.
Guardiola cerró la medular con un doble pivote y fue más sólido.
Pero tras el 45, Pep resituó sus piezas de un modo poco habitual y nada esperable en él: pasó del 4-3-3 a un 4-4-2 cuya prioridad estribaba en fortalecer su respuesta sin balón. O sea, intentó ganar el partido marcando la diferencia en aquella fase del mismo en la que el balón -su objeto- perteneciera al otro. El efecto del ajuste no tardó en comparecer: el City seguía jugando con mucha fluidez -porque no había oposición- mientras que el Barça empezó a chocar contra un carril central inglés mucho más poblado y práctico que ralentizó sus transiciones y, por lo tanto, espesó su fútbol, pues el ataque posicional culé, en estos momentos, está en su mínimo. Y en este nuevo panorama, brilló esa dupla de atacantes del Etihad Stadium que, en una gran noche, puede pintarle la cara al rival que se le antoje.
Kun y De Bruyne en transición fueron ingobernables para el Barça.
Lo del Kun fue una exhibición. Se trata de un ariete demasiado inteligente y talentoso para Mascherano y Umtiti, que carecen de la sapiencia posicional que requiere un reto así. El argentino recibió cuanto quiso y se exhibió a lo grande a título asociativo, castigando de la forma más cruel y productiva el desorden táctico de la zaga del Barcelona (desorden presente tanto cuando Umtiti jugó en la derecha y Mascherano en la izquierda como con el otro reparto). Y con Agüero administrando con tanta maestría semejante caos -el típico caos que muestra a un Busquets tan impotente e inútil que debería servir de lección para no criticar jamás a un mediocentro que sufra defensivamente en un 4-3-3 desequilibrado-, el demonio del pelo claro emergió en su máxima expresión. Kevin De Bruyne con espacios para correr borda la conducción, el pase, el tiro y la toma de decisiones. En ese contexto, es tan peligroso como los mejores jugadores del mundo. Y dio buena cuenta de ello. El 3-1 no se quedó corto, pero tampoco resultó excesivo. Gracias a que Pep Guardiola hizo lo que nunca antes: dominar la escena… sin el balón.
Foto: Shaun Botterill/Getty Images
Geminiani 2 noviembre, 2016
El Barcelona haría bien en facilitarle las cosas a Ter Stegen. Teniendo en cuenta como está a día de hoy el ataque posicional azulgrana, la salida de balón purista no produce una ventaja tan evidente como para arriesgar tanto en salida de balón. Los primeros pases de jugada, a poco que haya presión alta, no asientan nada, y cuando lo asientan da igual porque si el rival repliega bien, no va a tener ventaja. Urge trabajar la salida en largo (y Suárez puede ser un foco de segundas jugadas), por mucho que esto no gustará a muchos.