El FC Barcelona de Luis Enrique ha alcanzado la gran Final de la UEFA Champions League de una manera inaudita. Aunque el azar puso en su camino a los vigentes campeones de las principales ligas del continente, ha finiquitado cada uno de los cruces sin derramar una gota de sudor y mucho menos de sangre. Literalmente, le han sobrado 45 minutos por eliminatoria. En una competición como ésta, en la que cualquier mínimo detalle arma un lío decisivo y en la que todos los equipos disponen de algún jugador capaz de generar un mínimo detalle, la proeza es anti-natural. Si resuelve con la misma suficiencia la cita de Berlín, inaugurará un género nuevo en los libros de la Copa de Europa, uno carente de batallas. Está siendo Michael Schumacher en la Fórmula 1 de los 2000; Usain Bolt en las Olimpiadas. En resultados.
El Barça jugó con suma tranquilidad; no temióCon el 3-0 del Camp Nou condicionando las estrategias, anoche visitaba Múnich. Para un equipo que marca goles hasta sin querer, marcar apenas uno significaba la clasificación. En base a eso, actuó con tranquilidad. Con mucha tranquilidad, de hecho. Con muchísima. Pero se lo podía permitir. El Bayern aparentó ponerle en problemas porque jugaba con más atención, más fuerza, más velocidad y algo más de posesión, y si unimos eso a que el Barça no está habituado a defender en su propio terreno, por momentos sin duda pareció superado, pero había trampa en la lectura. Desde que pitó el árbitro, el finalista dedujo con facilidad que iba a anotar no un tanto, sino todos los que quisiera. La defensa que había preparado Guardiola para Messi, Suárez y Neymar resultaba casi inexistente. Cuesta encontrar un partido de Liga BBVA en el que se topasen con menos obstáculos; un simple pelotazo al aire de ter Stegen bastaba para hacer temblar el Allianz Arena. Era lógicamente imposible que el Bayern Múnich pudiese eliminar al Barça jugando de ese modo, aunque estuviera funcionando arriba.
Las llegadas de Rakitic volvieron a ser un conflicto irresoluble para el Bayern Múnich de Guardiola.
Guardiola optó por un esquema asimétrico que se abría por la banda derecha y se cerraba en el perfil izquierdo. Con Alonso y Thiago ocupando el centro, Schweinsteiger actuaba como interior en el lado siniestro y Lahm ejercía de extremo puro en su banda natural. En teoría, la posición de Bastian debía sumar contra el fútbol de Messi, pero ni su desempeño resultó eficaz ni el Barça atacó demasiado por ahí. Luis Enrique fue extremadamente pragmático, recordando a entrenadores de ataques minimalistas como Rafa Benítez. Descubrió dos grietas y de ellas no salió; ambas consecuencias del dibujo de Pep. La primera, el uno contra uno perpetuo entre Luis Suárez y Benatia. La segunda, que cada vez que Messi cogía el balón, Rakitic empezaba a correr y podía encarar a Neuer en mano a mano porque nadie le seguía ni vigilaba. Con Luis e Ivan tan sueltos y Leo bastante libre para filtrarles los pases, sellar el cruce era cuestión de minutos.
Suárez ha sido el cabo más suelto del BayernEn cualquier caso, la actuación en sí del «9» uruguayo merece comentario. O sea, el Barça marcó un gol porque Messi ganó un balón largo de cabeza, peinó la pelota y dejó a Suárez solo contra Neuer, lo que certifica que el Bayern no compitió; pero más allá de la inconsistente y condenada propuesta de Guardiola, lo que hizo Luis Suárez fue espectacular. Los bávaros ambicionaban que los ataques culés durasen poco tiempo, y para ello, adelantaban la línea del fuera de juego e intentaban emplear las anticipaciones. Es decir, regalaban su espalda a cambio de que conectar al pie con Suárez o Neymar fuera complicado. El charrúa, sin embargo, recibió como quiso. Y cuanto deseó. Sus constantes movimientos hacia la derecha denotaron talento, sus controles, técnica, y sus acciones decisivas, resolución. Messi ha sido el factor desequilibrante de la eliminatoria porque desniveló el marcador en su momento de mayor igualdad, pero nadie ha jugado al fútbol como Luis Suárez.
Atrás, el Barça estuvo en cuerpo, pero no en mente. Costaba concentrarse con tan amplia diferencia.
Con todo lo expuesto, profundizar en el ataque del Bayern pierde interés. En efecto, le creó al Barça un saco de ocasiones como llevaba mucho tiempo sin padecer, pero el valor de los posibles goles bávaros era tan, tan relativo debido a lo que ocurría en la otra área que la intimidación era escasa. Aun así, ter Stegen se ganó los elogios con tres paradas del nivel de las de Neuer, y las estrellas de Guardiola demostraron que esta plantilla, optimizada, está capacitada para competirle a cualquiera. Incluso está dotada para soñar con remontarle un 3-0 a los culés. Lo mismo que Suárez le había hecho a Benatia, sacarlo de posición hacia la banda y estrujarle sin compasión, lo hicieron Müller y sobre todo Lewandowski con Piqué en la zona de Dani Alves; y en general, cualquier acción que se propusieran acarreaba peligro. También Lahm estuvo cómodo en su banda, y Schweinsteiger recibió en el espacio de Busquets como si Sergio no estuviera. Alonso, que en defensa no pudo hacer nada, articulaba las ventajas con sus pases tensos. Lo dicho, la superioridad ofensiva del Bayern con respecto a la zaga de ter Stegen constó, pero hasta la misma estuvo falseada. El Barça se esforzó, mostró profesionalidad, pero mentalmente ya estaba en Berlín.
Además, el rol de Thiago Alcántara, como suele suceder frente a todos los grandes equipos, fue un alivio constante para Luis Enrique. El centrocampista español está atrapado en la utopía del nuevo Xavi, cuando lo peor que hace sobre un campo es dar pases en la zona de elaboración. Los pases constructivos de Thiago adolecen de una irregularidad que resta ritmo; la mitad de ellos exigen rectificación o molestia en sus receptores. Cuando éstos no tienen que esperarlos, se quedan atrás, o se van largos, o llegan con bote, o con fuerza excesiva. Thiago como cerebro es espeso y espesa. Se trata de un futbolista que mengua a medida que su número de pases crece. Aunque resulte injusto establecer la comparativa, verlo junto a Xabi Alonso contrasta que, en eso, simple y llanamente, le falta calidad. Y la pena estriba en que queda la ilusión de que orientando su talento de otro modo, Thiago sería impresionante. La creatividad y la determinación que exhibe el mago cuando se acerca al área del oponente fascinan y producen a la vez. Las dos mejores jugadas del encuentro corrieron a su cuenta. Todo lo demás fue oxígeno para quien ya iba saciado de este.
Messi, Neymar y Suárez, con la idea de Luis Enrique, ha firmado la clasificación más rotunda jamás contemplada en este torneo.
El segundo periodo fue un pacto entre caballeros. Luis Enrique quitó a Suárez, puso a Pedro y formó un 4-4-1-1 defensivo con Iniesta de enganche y Messi de «9». Las misiones, encajar menos de cinco goles, que no hubiera lesionados y que nadie viese una roja. Todas fueron saldadas con éxito. Por su parte, el Bayern, comandado por el inquebrantable espíritu de Müller, maquilló el marcador y dejó constancia de su orgullo.
Recapitulando, hemos vivido una eliminatoria de cuatro nombres propios: Guardiola, Suárez, Messi y Luis Enrique. El técnico catalán no ha ayudado demasiado a sus jugadores. Ha mostrado su calidad en varios aspectos, como la defensa a Lionel en el Camp Nou o el fútbol control desarrollado en el segundo tiempo de la ida, pero resulta difícil pensar que, uno a uno, los futbolistas del Bayern sean lo que han parecido. Müller y Lewandowski fueron desprovistos durante 90 minutos de la capacidad de crear peligro contra un sistema defensivo que ha mejorado pero que no es precisamente un ejemplo a estudiar, Thiago ha enseñado su peor cara, Lahm no ha inspirado grandeza, Schweinsteiger ha estado perdido y Benatia y Boateng, el mejor defensa de la última Liga italiana y un campeón del mundo, han pasado por comparsas. En una semifinal de la Liga de Campeones, una plantilla así no puede rendir de esta manera. El Bayern no ha sido optimizado. En realidad, ni ahora ni en los cinco cruces anteriores. Con certeza, en esta ocasión, Messi supone un alivio indirecto, pues es tan bueno y encontró una puntualidad tan poética para resolver que dejó el regusto que queda con lo inevitable; pero el análisis está en Suárez, un futbolista supremo que ha rendido como Messi. En el fondo, Luis Enrique. El gran mérito que se le atribuye es haberlo dado todo, incluyendo su cara, con tal de potenciar a sus tres mejores hombres. Y ha logrado lo nunca presenciado. Berlín acogerá un Barça sin cardenales, sin complejos ni malos ratos; un Barça con resultados que nunca consiguieron ni Muñoz, ni Michels, ni Sacchi ni Guardiola con los equipos más exitosos de la historia. Sólo resta un partido.
etoile 13 mayo, 2015
De acuerdo con el análisis, excelente como siempre, pero en mi modesta opinión creo que podemos hablar de la relevancia de Neymar que supo estar donde debía. El segundo gol de ayer con el tiro ajustado al palo y el tiempo que se toma para definir es cremita. Y en una semi de Champions hay que saber meterlos, aunque parezcan fáciles la cabeza cuenta para la templanza y este chico está llamado a hacer cosas muy grandes.