Sir Alex Ferguson logró revertir el liderazgo del fútbol británico entre la última década del siglo pasado y la primera del nuevo siglo. Hasta entonces, el Liverpool FC había llevado la bandera del éxito británico tanto a nivel nacional como a nivel europeo, hasta el punto de que, de no ser por la sanción que la UEFA le impuso tras el episodio más negro de su historia, se antojaría más probable que difícil que estuviera situado, al menos, como el segundo club con más Champions Leagues en su haber junto al AC Milan. Pero Sir Alex se inventó la Premier en cuanto a forma y ritmo, la convirtió en su cortijo de caza y la tiranizó a su manera durante tres periodos distintos: el de Eric Cantona, el de la clase del 92 y el de Cristiano Ronaldo. Un clavo saca otro clavo, y con su éxito, el Manchester United borró de la faz de Inglaterra a los todopoderosos de Anfield Road. En el afán de reconstruirse llevan sumergidos desde la disolución del oasis que supuso el incompleto proyecto de Rafa Benítez; y a dicho proceso hubieron de unirse los propios Red Devils cuando el entrenador más importante de su historia dejó de sentarse en su banquillo. En ambos casos, la misión parece inconclusa. Aunque por razones un poco diferentes.
Para el Liverpool FC el principio del final dató del momento en el que La Ley Bosman transformó el fútbol para siempre. La capacidad del mítico club para distinguir el talento más selecto de Gran Bretaña e imprimirle un sello futurista, o incluso de lo que más tarde, ahora, se tildaría de continental, le erigió en el dueño absoluto de Las Islas porque le permitió reunir el pack ideal: la pasión desenfrenada que caracterizaba a todos, una fortaleza física sin comparativa a título internacional y una calidad técnica contra la que, en aquellos años, apenas podía competir La Quinta del Buitre, a quienes expertos reputados consideraban la versión infantil del más competitivo Liverpool, en lo que sin duda se trataba de una exageración pero que, de soslayo, nos ofrece información acerca de lo que significaban los de rojo. John Barnes, sin alcanzar el estatus emblemático de hombres como Dalglish, simbolizó esa posición de superioridad. Mas en cuanto los mercados se abrieron, las entidades de la nueva Premier League comenzaron a invertir en talento extranjero y el Liverpool FC se sintió forzado a hacer lo propio para no perder su situación de fuerza, su esencia empezó a marchitarse hasta quedarse tan seca que se rompió al más leve tacto. Steven Gerrard, el gran capitán de su grada, intentó rebelarse. Sin éxito.
La idea de Brendan Rodgers era válida, pero le faltó que su camada inglesa fuese… como la española.
Tras el ligeramente decepcionante periplo de Rafa Benítez, que se cimentó sobre bases muy similares a las de grandes equipos de la Champions League que no pertenecían a la Premier en el sentido de la apuesta por los jugadores foráneos, el Liverpool FC quiso reivindicar sus propios cuentos con la contratación e impulsión del proyecto de Brendan Rodgers, que sí aspiraba a desarrollarse en virtud de las leyes no escritas que dieron lugar a las épocas doradas. Brendan era un entrenador joven y con energía que representaba un estilo de juego más vinculado a la posesión, la iniciativa y el espectáculo, marcas de agua de los Reds de los 80, y además puso el acento sobre el futbolista británico llegando a copar casi por completo la alineación de la selección en el Mundial de Brasil 2014. Eran Henderson, Gerrard, Lallana, Sterling o Sturridge los promotores de un equipo al que Roy Hodgson pretendió introducir en la élite de los combinados nacionales. Pero quizá justo ahí residió el gran problema de la entidad roja: el talento medio no era de campeón. En la temporada 2013/14 compitieron hasta la última jornada por la ansiada liga gracias a que contaron con la versión más definitiva de Luis Suárez, pero en el momento en el que el uruguayo abandonó el barco, la calidad individual decayó y no hubo forma de mantener un ritmo ganador. El Liverpool había elegido una receta de verdad válida, en lo general y en lo particular, pero la cantera del fútbol inglés, a la que se agarró porque lo necesitaba, no pudo responder.
Mourinho tiene sus ideas claras y el potencial financiero para ejecutarla, pero «ese mercado» ya no existe.
Quizá, ahí se localizó la raíz de que Louis Van Gaal no supiera sentar en Old Trafford las bases triunfales que sí hizo arraigar en los clubes por lo que había pasado antes. El último, un Bayern Múnich a quien sirvió en bandeja de plata una de las eras más prolíficas de sus días. El magnífico entrenador holandés se ampara en el reclutamiento, ascensión y puesta a punto del talento joven para crear armazones sólidos, cargados de identidad y de orgullo, y en el Manchester United, en un momento en el que precisaba de una revolución semejante para revitalizar el esqueleto sobre el que luego ir colgando los adornos, no cosechó sus resultados habituales. Su única herencia real fue el peligroso Marcus Rashford, que juega en la posición en la que resulta más complicado afianzarse en un gigante, la delantera, y a quien de momento no le ha dado para hacerse imprescindible. El fracaso de chicos como Luke Shaw causó un dolor especial. A efectos prácticos, el trabajo de Van Gaal constó poco y no facilitó demasiado el desembarco del actual técnico, Jose Mourinho, que consciente de que la cantera inglesa permite lo justo, ha adoptado un modelo más afín a sus principios. Respeta al Manchester United, pero sobre todo, el luso busca reconciliarse consigo mismo, en quien cree y confía todavía más.
Por eso, Mourinho se está topando de frente con otro de los grandes problemas que debe afrontar el fútbol europeo en estos instantes: la implosión del mercado y la terrible dificultad existente a la hora de reclutar jugadores TOP. Obviando el movimiento de Neymar JR, que no dejó de ser un fichaje que casi duplicó el importe del que hasta su ejecución era el traspaso más caro de la historia, el trasvase entre club y club de futbolistas de experiencia y nivel contrastados en equipos dominantes de la Champions League se encuentra en horas mínimas. Esa es la apuesta de Mourinho y ya lo demostró descapitalizando al Atlético de Madrid subcampeón de Europa en el verano de 2014 (Courtois -que le pertenecía-, Filipe Luis y Diego Costa, junto al también peso pesado Cesc Fàbregas), pero repetir una captación de talento demostrado semejante no es factible. Real Madrid, FC Barcelona y FC Bayern Múnich han acaparado todo y no venden, y la Juve, que es la única junto al Atlético que ha podido competir de tú a tú, se amparó para conseguirlo en una base de hombres poco exportable. Y de hecho, los dos subcampeones de 2015 en edad de merecer, Arturo Vidal y Paul Pogba, abandonaron Turín casi de inmediato. El Manchester United tiene el dinero, tiene el entrenador y tiene la idea, pero carece de la capacidad adquisitiva real. El mercado no ofrece aquello que Mourinho anhela para elevar su proyecto a una nueva dimensión. A la dimensión que nos permitiría sentenciar que los Red Devils… han regresado.
Foto: David Ramos/Getty Images
Carlos 6 febrero, 2018
Cuanta verdad hay en este articulo. Al fin y al cabo, la gran mayoria, sino todos,de los equipos que han dominado Europa basaron ese dominio en que en su etapa, fueron los que ostentaron la mejor calidad en piezas. El Milan 2003-2007, ManU 2008-2011, Bayern 2010-2013, el Madrid de CR7, el Barça de Messi….y de seguro tiempos mas atras era ese el patrón común.
Y esa, con mayor peso que la falta de modernidad de su futbol, es la explicación a la falta de competitividad de la Premier en Europa los ultimos años.