
El comienzo de esta serie de artículos versó sobre la decreciente historia del AC Milan, un club que llegó a erigirse como el número uno durante sus décadas de gloria para luego hundirse en un proceso que parece haberlo borrado del mapa. Su caso es el ejemplo perfecto de que nadie tiene garantizada la supervivencia; el fútbol es un mundo de competencia despiadada porque no existe opción a otra cosa: sólo gana uno, y si uno de los que gana cae, nadie va a socorrerlo. Regresar, resucitar, es cosa propia. Así se vio en el análisis de los desarrollos en los que están sumergidos las dos entidades inglesas más emblemáticas, la dominadora del siglo XX, el Liverpool FC, y la dominadora de la primera década del XXI, el Manchester United. Pero aunque ambas hayan acumulado aciertos y actúen en función de líneas coherentes, todavía deambulan lejos de lo anhelado, que a su vez es lo exigible para sus respectivas aficiones. Sobre todo, porque si bien cuesta volver a ser quien se hubo sido, se ha demostrado, y muy recientemente, que se trata de una posibilidad real y factible. La Juventus FC y el Atlético de Madrid, que incluso descendieron al infierno de la Serie B y la Segunda División, representan ese éxito objetivo.
Entre los retornos bianconero y rojiblanco aparecen varios puntos en común. Un inicio fue la creación de la siempre necesaria base nacional que otorga conocimiento sobre el significado del propio club y las particularidades de la liga local, que es la que va a determinar el estado de ánimo de su gente durante el día a día, que es el que habilita el crecimiento. El Atlético de Madrid gozaba de la inmejorable salud de la cantera española pero competía contra los tiburones del Camp Nou y el Bernabéu, y aun así consiguió reunir a Juanfran Torres, Gabi Fernández, Koke, Saúl Ñíguez y, por momentos, piezas del valor de Raúl García, David Villa o Adrián López, todas importantes en según qué fases del proyecto. El último en arribar ha sido Vitolo. Cambiando de tercio, en lo referido a la Juventus, se vio forzada a encarar uno de los problemas que, retratábamos, tanto perjudicó al AC Milan, el empobrecimiento del talento italiano, pero de forma inteligente, se enfocó de manera evidente y concienzuda en reclutar todo lo que estaba en su mano, consiguiendo, en tiempos de crisis diáfana, un armazón competitivo a nivel, inclusive, mundial compuesto por Buffon, Barzagli, Bonucci, Chiellini, Pirlo y Marchisio. En el primer Scudetto del ciclo, hasta su delantera era casi netamente transalpina, con Simone Pepe y Alessandro Matri acompañando al montenegrino Vucinic y con Quagliarella y Del Piero como revulsivos habituales.
Antonio Conte y Diego Pablo Simeone fueron los principales motores de regresos que no eran fáciles.
Huelga decir que a ese esqueleto nacional supieron ponerle las dos guindas imprescindibles. Ninguna de las dos resurrecciones se entendería sin dos de los mejores entrenadores del momento, dos hombres que, a su vez, hicieron historia como futbolistas en cada una de las entidades y a partir de una identificación con la grada de la que luego sacaron partido como técnicos: Antonio Conte y Diego Pablo Simeone. Tener la habilidad de anticiparse al Madrid, al Barça, al Bayern y a la Premier League en las contrataciones de Diego Costa -que ya era propiedad del club-, Griezmann, Oblak, Arturo Vidal, Pogba, Tévez o Dybala, futbolistas todos ellos en el probable TOP 10 en sus respectivas demarcaciones, dio el salto de calidad a las plantillas para seguir subiendo escalones. Sin embargo, nada de esto hubiera sido posible sin lo más relevante, sin lo que vertebra que esta recopilación de decisiones germinase en un todo; de hecho, sin ese telón de fondo, seguro que muchos de los hallazgos que hoy se ven como absolutos se hubieran extraviado por el camino sin pena ni gloria. Juventus FC y Atlético de Madrid triunfaron en su meta porque fueron capaces de proporcionar, a sus fieles y al fútbol, un relato personal.
El cuento del Atlético de Madrid se escribió a imagen y semejanza de su entrenador y tótem. Su marco temporal estriba en una época dominada por el enfrentamiento en las alturas entre Leo Messi y un club que empleó todos los recursos imaginables para poder competir contra él, impulsando, a su vez, que el propio Messi fuese rodeado como nunca fue rodeado ningún mejor jugador de la historia antes que él -con permiso de Di Stefano-. Esta exageración produjo dos equipos sensacionales que superaban la barrera de los 90 puntos y los 100 goles en Liga como si tal cosa. Y ahí encontraron su hueco el Cholo y el cholismo, como respuesta a ese movimiento brutal, y valiéndose de una realidad forzada para convencer e implantar en sus muchachos una cultura de sufrimiento constante a la que se le acabó asignando el eslogan de «Partido a partido». El Atlético de Madrid hizo de su sello la diferenciación total: en la era de la estética como bandera, de las posibilidades infinitas, de los sueños alcanzados, del pretendido juego perfecto, Simeone acudió a los preceptos más antiguos y modernizó los principios del Catenaccio para limar distancias con Messi y sus consecuencias. Tal es el vínculo entre el sentimiento rojiblanco y esta forma de competir que sólo mediante la misma ha logrado ganar tanto cuanto ansía. Simeone ha sido Robin Hood y los Rolling Stones al mismo tiempo. Como un justiciero social amado por su gente que disfruta de la controversia que su estilo a contracorriente provoca en todos los demás.
Leonardo Bonucci simbolizó parte de la narrativa que permitió a la Juventus FC volver a la primera plana.
En lo que concierne a la Juventus FC, la palabra que se asoció a su proceso fue «Renacimiento». Pero no en un sentido literal, sino figurado, conectando el periodo cultural que floreció en Italia durante el siglo XV para enterrar el, para muchos historiadores, la etapa más oscura de la historia humana. La Serie A atravesaba por su particular Edad Media y Antonio Conte, apoyándose en un principio en la figura de Andrea Pirlo y elevando al mediocentro a un punto extraordinario que aupó a la Juve y le hizo blandir la bandera de un nuevo Calcio, más adaptado a los nuevos vientos y con una importancia superior del balón y la posesión. Fue curioso, pero en cuanto a reconocimiento y misticismo, Pirlo no había alcanzado el estatus que llegó a tener ni en su periodo futbolístico de esplendor en el AC Milan (2004-2007). Posteriormente, a medida que fue apagándose el brillo de «Il Metronomo», se repitió acierto desviando la atención hacia la BBC defensiva, el trío de centrales formado por Barzagli, Bonucci y Chiellini. Pese a compartir días con hombres como Sergio Ramos, Gerard Piqué o Diego Godín, Conte, su sucesor Allegri y la leyenda de la Vecchia Signora escribieron en el sentir del fan la impresión, o el convencimiento, de que la Juventus atesoraba la mejor defensa del planeta, una defensa que, además, no tenía un sentido estrictamente protector sino que, debido al talento creativo de Bonucci, fue imprescindible para conservar, y potenciar, la narrativa luminosa que se había creado en torno a Pirlo. La Juventus FC había inspirado a sus 19 acompañantes para que colorearan, con ella, el fútbol italiano.
Resucitar es muy complicado. Requiere de coherencia, de suerte, de constancia, de tiempo, de dinero, de sufrimiento, de calidad oculta, de suerte. Es complicadísimo. Pero es más fácil que nacer. Este tipo de club gigantesca cuenta con una masa social que activa recursos que para otros se percibe mucho más inaccesibles. Y partir de ahí, la carta geográfica con las rutas a seguir para culminar el camino está dibujada y extendida. Juve y Atlético no han hecho sino seguir, a su manera, lo que poco antes hizo el FC Bayern Múnich tras el paréntesis entre la Champions de 2001 y la de 2013 o mismamente el FC Barcelona para escapar el ciclo con el que empezó este siglo en el que tan bien le va desde 2004. Crear y asentar una base en el vestuario que conozca y transmite los valores del club y las interioridades del campeonato nacional, encontrar un líder en el banquillo capaz de unir a todos los estamentos que conforman una entidad deportiva y poner sobre la mesa un relato que abra un hueco en el fútbol que sea suyo y sólo suyo. Ni el Milan ni el Manchester United la han encontrado todavía. El Liverpool, quizá.
Foto: Claudio Villa/Getty Images
Madridista 101% 13 febrero, 2018
Una crítica constructiva: estar en casi cada artículo recalcando de forma excesiva, infantil, forofa y pedante que Messi es ''el mejor'', poniendo adjetivos más propios de un foro culé («D10S'' y chorradas así, más típicas de preadolescentes que de analistas deportivos serios y competentes), como si no existiera Cristiano Ronaldo (quien ha hecho méritos sobrados como para ser considerado al mismo nivel que Messi o incluso superior), y como si no existieran otros cracks como ''Robbery'' o Bale (si no fuera por las lesiones de Robben y Bale, igual la cosa estaría más equilibrada), pues le quita muchísima seriedad y credibilidad a estos artículos, y a la página en general. Tomadlo como una crítica constructiva, porque para querer desmarcarse de as, marca, punto pelota, el chiringuito, etc… se cae demasiado en los mismos tópicos. En un medio supuestamente serio y neutral, hay que ser objetivo, o al menos parecerlo.