Tras dos pinchazos consecutivos, el FC Barcelona visitaba uno de los estadios más difíciles de la Primera División. En España, la SD Eibar representa algo similar a lo que hace unos años suponía el Stoke City de Tony Pulis en la Premier League, en el sentido de que propone un reto diferente a los otros 19 que plantea el campeonato y que exige una adaptación que sólo valdrá para un día de los 38. Y con un extra: además, el de José Luis Mendilibar es un gran equipo.
Para medirse al líder, el vasco optó por un formato menos utilizado que otros pero en el que, tanto él como el club, creen muchísimo: el 4-4-1-1 con Joan Jordán como segundo delantero. El canterano del RCD Espanyol ofrece un extra de pausa y capacidad de control -no exenta de llegada- y además comulga de maravilla con la identidad presionante que hay que encarnar en Ipurua, y a partir de su colocación, supo alterar la altura en el campo de Sergio Busquets para forzar una desconexión entre el primer y el segundo escalón de los azulgranas y, de forma indirecta, pérdidas en su salida de balón que se convirtieron en ocasiones para Inui, Orellana y Kike García. El Eibar supo propiciar un arranque donde de verdad opositó a adelantarse en el marcador. Sólo le faltó… un poco más de calidad.
El dominio de Sergi Roberto sobre Inui fue clave para el Barça.
Y perdonar no estaba permitido porque el Barça no salió a verlas venir. El Eibar le puso en problemas por su nivel como equipo, no por el factor sorpresa como sucedió hace dos partidos contra el Sevilla FC de Montella. Para empezar, Valverde enfatizó la importancia de dos de sus piezas y cambiando el rol táctico de otro par. En lo individual, Sergi Roberto y Luis Suárez sabían que el grupo iba a necesitar un extra de ellos. El lateral, a partir de conducciones interiores, fue un factor a destacar a la hora de eliminar la presión de los locales. De hecho, su superioridad sobre Inui en las cuatro fases del juego resultó muy importante de cara a voltear la inercia del partido. Del mismo modo que la escandalosa -por calidad y cantidad- actividad de Luis Suárez sembró dudas en Ramis (Lombán) y Arbilla en lo de defender hacia delante porque el riesgo de dejar a Suárez desmarcado contra Dimitrovic era latente.
Rakitic y Paulinho intercambiaron sus alturas más habituales.
No contento con comprometer a los jugadores oportunos, Valverde modificó la colocación de sus hombres durante los primeros pases para que sus ataques, que iban a ser menos en número, fueran más precisos y determinantes. En pos de ello, permutó las alturas habituales de Paulinho (que permaneció en el centro del 4-1-3-2 pero se quedó más abajo) y Rakitic (que permaneció en la derecha pero bastante más adelantado que su homónimo de la izquierda Iniesta). El croata está en el mejor momento de su carrera en lo referido a peso en la elaboración y el control del juego, mas no se debe olvidar que él alcanzó la élite como lanzador de contras. Y si bien el Barça no iba a jugar a la contra, no era menos cierto que eso el hecho de que, contra una presión como la de los de Mendilibar, los ataques son rápidos y con posibles espacios a la espalda de la zaga.
Más allá de todo lo más, Messi parecía garantizar el triunfo.
Dicho esto, el líder juega sujeto a una red que vuelve improbable su caída. Messi no es el jugador más decisivo de, mínimo, la historia moderna de La Liga por tratarse de un goleador implacable y de una máquina de generar asistencias, sino también debido a la virtud de poder mantener sin espacios la precisión que se muestra con ellos -que, en su caso, es máxima-. Porque, en efecto, la SD Eibar concede espacios a la espalda de su defensa, pero lo hace porque, a cambio, consigue no dejar espacios en ningún sitio del campo más. Hombres como Suárez -profundos- salen reforzados, pero piezas como Messi, de juego interior y entre líneas, deberían salir muy penalizadas. Les pasa a todos. Todos los «Messis» que no son Messi sufren en Ipurua hasta casi la desaparición. Pero el verdadero prevalece como siempre. Transforma las normas. El Eibar, con el paso de los minutos, acabó dándose cuenta de lo obvio (y común): su plan maestro, ante él, vale muchísimo menos que contra el resto.
Foto: Juan Manuel Serrano Arce/Getty Images
Jan 18 febrero, 2018
El último párrafo es canela fina.