En muchos aspectos podemos mirar a la Copa del Mundo de 1954 como una de las mejores de siempre. Fue la primera en la que los partidos fueron televisados, hubo más goles por partido que en ninguna otra edición de la historia y ¿qué decir de ese apoteósico fin de fiesta en Berna? En este torneo vimos el famoso partido entre Austria y Suiza que terminó 7-5 para los austríacos tras ir ganando los helvéticos por 3-0. Sin embargo, el encuentro más destacado del Mundial fue aquel que dirimieron húngaros y uruguayos en Lausana. Este partido tuvo todo lo que se le pedía a una Copa del Mundo. Los campeones mundiales y olímpicos jugaron un partido de poder a poder, alejados de la violencia que se vio en muchas de las eliminatorias anteriores.
Antes del Mundial, y a lo largo del mismo, había pocas dudas sobre quién era el favorito. Los Magiares Mágicos, campeones olímpicos del 52, no habían perdido un partido desde 1950. En esa extraordinaria racha destacaban sobremanera las victorias contra Inglaterra, 3-6 en Wembley y 7-1 en Budapest. Estos resultados, principalmente ese de Londres, terminaron por liquidar el aura de invencibilidad de Inglaterra, ya muy maltrecho tras su fracaso en el Mundial de Brasil. Los ingleses, sin embargo, presentaban un buen equipo, pleno de jugadores fantásticos que parecían querer redimirse durante el torneo en Suiza.
Uruguay vino a Europa con una bien ganada fama.
Uruguay también llegó bien preparado al Campeonato del Mundo. A pesar de haber terminado solo terceros en la Copa América del año anterior –donde Paraguay consiguió una sorprendente victoria-, la Celeste conservaba el núcleo del equipo que había sorprendido a BrasilUruguay mantenía gran parte del conjunto que había ganado en Brasil en 1950, entre los que se incluían el interior izquierdo Juan Alberto Schiaffino y el centrocampista Obdulio Varela. Estos dos fenomenales jugadores eran los líderes de un equipo muy completo, mejor que el del 50 dirían muchos. Seguía en la portería el veteranísimo Máspoli, que disputó otro gran Mundial. Un nuevo central, Jose Emilio Santamaría, se había asentado como líder de la zaga. Santamaría era un genuíno representante de la garra charrúa. Por esta época todavía no era el jugador marrullero que veríamos luego en el Real Madrid, donde la edad y un físico cada vez más limitado le llevaron a recurrir a ciertas tretas de veterano. Arriba había donde elegir, desde el arrojo de Juan Hohberg y el olfato de gol de Juan Míguez y Julio Borges, hasta la extraordinaria habilidad de Abbadie, Pérez o Ambrois. Eso sí, faltaba Ghiggia, el héroe de Maracaná. Esta era la primera vez que los uruguayos se dignaban a tomar parte en un Mundial celebrado en Europa y, dado que habían ganado la Jules Rimet cada vez que habían participado, su presencia en el Viejo Continente levantó mucha expectación.
Su ruta hacia la segunda ronda fue sencilla. Los uruguayos no estaban en un grupo demasiado fácil, pero el sistema de competición les benefició. Suiza 54 se caracterizó por una absurda liguilla con grupos de cuatro equipos en los que sólo se jugaban dos partidos. Así pues, aún compartiendo grupo con Austria, Checoslovaquia y Escocia, los uruguayos solo se midieron a los dos últimos, evitando un enfrentamiento con un equipo austríaco plagado de talento, con Walter Zeman -el mejor del mundo, aunque poco lo demostraría en Suiza- en la portería, los polivalentes Happel y Hannappi en defensa, los hermanos Körner en ataque y, sobre todo, el gran Ernst Ocwirk, el único hombre que podía competir con Bozsik por el título de mejor centrocampista del mundo. Un auténtico fenómeno de precisión, que se ganó adecuadamente el apodo de «Clockwork».
Uruguay abrió su participación contra los poderosos checoslovacos, que estaban entrenados por el famoso Oldrich Nejedly, el cual había liderado como jugador a su país a la final del Mundial 20 años antes. Los checos eran un conjunto con una preparación física muy buena, pero lejos del nivelLa primera ronda la solventó con claridad y mucha contundencia de talento que demostrarían posteriormente. Aguantaron bien el ritmo uruguayo hasta bien entrada la segunda parte, cuando Míguez abrió la lata y Schiaffino les dio la puntilla. El partido ante los escoceses se presentaba interesante. A pesar de la derrota mínima ante Austria, Escocia había dado imagen de buen equipo. La Tartan Army había ganado el Campeonato Británico, que en aquel momento servía también para otorgar dos plazas en el Mundial. Los escoceses habían renunciado en el Mundial anterior alegando que sólo acudirían al campeonato del mundo si eran los campeones británicos. No había fallo en este caso. Sí lo hubo en su preparación para el encuentro. Suiza 54 fue un campeonato disputado bajo un infernal calor, y llevar la equipación de invierno no fue la decisión más brillante tomada por la Federación Escocesa en toda su historia. Tampoco es que, tal como jugó Uruguay, ir de manga corta fuese a salvar a los hombres liderados por Tommy Doherty. Lo cierto es que cinco de los goles marcados por la Celeste ante Fred Martin, el desdichado guardameta del Aberdeen, cayeron en la segunda parte. Carlos Borges marcó un hattrick y Óscar Míguez –que fue uno de los mejores jugadores del torneo- y Julio Abbadie dos por cabeza. En definitiva, un 7-0 absolutamente brutal que sigue siendo considerado como uno de los resultados más inesperados e impactantes de la historia de la Copa del Mundo.
Inglaterra buscaba desesperadamente la redención tras ser atropellada por Hungría.
Después de la debacle ante los magiares, el entrenador Walter Winterbottom comenzó a insistir más y más en la necesidad de que se eliminase el Comité de Selección. Winterbottom no podía elegir a qué jugadores llevar a la selección, sino que era un grupo de miembros de la FA quienes elegían a los futbolistas –parecía más un equipo all-stars que una selección para competir en el Mundial-, y él simplemente trabajaba con ellos. En muchos casos incluso los miembros del Comité elegían a los titulares.
Se buscó que los seleccionados trabajasen con tiempo antes de viajar a Suiza, y el equipo se concentró en Roehampton. Era una preselección de 27 jugadores, pero Matthews pidió un descanso tras una gira europea con el Blackpool y Tom Finney estaba recuperándose de una lesión en el muslo. La FA anunció primero 17 nombres que estarían en el equipo y una semana después los cinco restantes. Esto ya causó malestar entre los jugadores, como también el hecho de que Matthews y Finney tampoco entrenasen ni un solo día con el equipo. Todos eran iguales, pero unos era más iguales que otros. El equipo inicial para el primer partido fue anunciado de manera oficial una semana antes del mismo. Cómo hemos cambiado.
Inglaterra tuvo un grupo en tierras suizas que incluía a los anfitriones, Italia y Bélgica. Un grupo engañoso, ya que los belgas tenían un equipo peligroso en ataque, aunque con una defensa ciertamente débil, los suizos eran un hueso gracias a su sistema del Verrou y los italianos presentaban un equipo talentoso, ya recuperado de la sombra de Superga, pero tan desorganizado como los ingleses. También tenían problemas en la selección de equipo, entre otras cosas porque tenían tres Secretarios Técnicos. Los seleccionadores de toda la vida, que se peleaban entre ellos por poner a los jugadores que más les convenían. Una jaula de grillos. Pero Inglaterra no se enfrentaría a ellos.
El primer encuentro fue contra Bélgica, e Inglaterra una vez más presentaba un equipo que jamás había jugado junto. Una de las decisiones más extrañas fue la de hacer jugar al interior izquierdo Ivor Broadis por la derecha. Broadis, acostumbrado a jugar al lado de Tom Finney, viviría la diferente experiencia queLa prensa inglesa se cebó con el empate a tres contra los belgas era hacerlo al lado de Matthews. Finney, un extremo excelente, de tremenda habilidad, era un jugador combinativo, que gustaba de tirar paredes, de involucrar a sus compañeros. A Matthews había que darle la pelota y esperar a que él acabase de hacer su jugada. Broadis se quejó amargamente tras el partido, algo impensable en la época. ¡Dudar de Matthews! Y más cuando el propio Broadis se había aprovechado del juego del que sería primer Balón de Oro para marcar dos goles que ponían a Inglaterra 3-1 arriba a falta de 15 minutos. Bélgica, sin embargo, siguió luchando y se aprovechó de la lesión del centrocampista Syd Owen. Se llegó al descuento con 3-3 en el marcador, y aún así Inglaterra se volvió a adelantar sólo para dejarse empatar de nuevo. Fue un resultado descorazonador. La prensa inglesa no perdió oportunidad de hacer leña de un árbol al que los húngaros habían casi derribado. El Times abrió con un «Inglaterra tira la victoria», para luego dar un par de lecciones: «Inglaterra dominó durante más de una hora con un fútbol puro, para ponerse por delante y debería haber conseguido una merecida victoria». Con fútbol puro se referían a kick and rush, y pelotas a los extremos y esas cosas. Achacaba el rotativo el empate belga a que hubo «demasiado toque artístico cuando dominábamos en el marcador».
La peor noticia para los ingleses era, sin embargo, la lesión de Owen, que era su mejor centrocampista pero que, por esas cosas de la vida, permitió descubrió a Billy Wright como un formidable centre-half. Inglaterra pareció más sólida en su segundo partido y, a pesar de jugar sin Matthews y Lofthouse, consiguió una convincente victoria ante los suizos por 2-0. Aún así la confianza para afrontar el reto de derrotar por primera vez un Mundial a los uruguayos era bastante baja.
El St.Jakob Park de Basilea vivió otro apasionante duelo de cuartos.
Si por algo es recordada esta Copa del Mundo es por el tremendo nivel de sus eliminatorias finales. Desde los cuartos de final, los siete partidos hasta la final dejaron momentos para el recuerdo. Desde la muy famosa Batalla de Berna entre Hungría y Brasil, hasta la sorpresa de los alemanes eliminando a un talentoso equipo yugoslavo, que había conquistado muchos elogios merced al juego de Vladimir Beara, Rajko Mitic, Vujadin Boskov o Branko Zebec. Sin olvidarnos del ya mencionado 7-5 de Austria a Suiza en el horno de La Pontaise, en Lausana.
El partido entre uruguayos e ingleses en Basilea no iba a ser menos. Matthews y Lofthouse volvían al equipo inglés y junto a Finney conformaban una línea de ataque a temer. Cierto es que había serias dudas sobre el rendimiento que podía ofrecer un Matthews de 40 años en las condiciones del Mundial de Suiza. Winterbottom hizo caso omiso de las dudas y salió con Merrick, Byrne, Stainforth y Wright, Dickinson y McGarry, Matthews, Broadis, Lofhtouse, Wilshaw y Finney. Por su parte, Juan López hizo lo propio con Máspoli, Santamaría, Martínez y Andrade, Varela y Cruz, Abbadie, Borges, Miguez, Schiaffino y Ambrois.
El comienzo fue decepcionante para los ingleses, ya que vieron como con apenas cinco minutos de juego Carlos Borges ya había perforado su red. Borges venía de hacerle un hat trick a los escoceses y estaba en racha. Pero en vez de venirse abajo, Inglaterra luchó por volver a meterse en el partido con un Matthews que era la clave de los ataques ingleses. El empate se hizo esperar diez minutos y llegó de la mano de Nat Lofthouse. Los dos hombres que habían sido puestos en duda en la víspera del partido eran ahora los mejores jugadores sobre el césped. Inglaterra continuó dominando el partido merced a un Matthews desatado y a quien la defensa uruguaya sufría para parar –no siempre por las buenas-. El segundo gol parecía estar cerca y Wilshaw a punto estuvo de materializarlo con una vaselina que se fue muy cerca de la portería de Máspoli.
Pero a los 39 minutos, y ante el intenso dominio inglés, emergió la figura del «Negro Jefe». Líder natural de esta generación uruguaya, Obdulio Varela recogió la pelota y avanzó con ella evitando rivales antes de lanzarObdulio Varela brilló, ganó y, luego, se lesionó un trallazo cruzando ante el que nada pudo hacer Gil Merrick. Fue su última contribución a la selección uruguaya, porque en el esfuerzo de la jugada y el tiro, Varela sufrió un desgarro que lo apartaría del Mundial. Fue un golpe durísimo para el equipo de Winterbottom, que lo dejó groggy y a merced del dominio de unos charrúas que jugaban con diez jugadores. Al inicio de la segunda parte, otro de los héroes de 1950, Schiaffino, se fue de Byrne y batió a Merrick con un disparo raso que se coló bajo la mano derecha del infortunado guardameta inglés. Queda la duda de si Varela, que seguía en el campo cojeando ostensiblemente, sacó la falta que dio origen a la jugada de Schiaffino simplemente dejando caer la pelota y golpeándola sin estar esta parada. Es posible, dado que agacharse o estirar la pierna era ahora una proeza para el capitán uruguayo. Para entonces Uruguay ya tenía un par de lesionados más, así que con ocho hombres era momento de sufrir.
Con 3-1 abajo en el marcador cualquier otro equipo quizá se hubiese rendido, pero estos jugadores ingleses ya habían sufrido suficientes humillaciones así que decidieron morir matando. En el minutos 67, el habilidoso Tom Finney se aprovechó de un balón suelto para batir la portería celeste y marcar el 3-2. Los ingleses apretaron los dientes y pusieron en aprietos a Máspoli, que tuvo que realizar intervenciones de mérito, siempre ayudado por los expeditivos Santamaría y Andrade. Cuando parecía que el empate inglés era un posibilidad, Ambrois realizó una tremenda conducción a lo largo de la práctica totalidad del campo para disparar a la cepa del poste, donde Merrick jamás podría llegar. Era el gol que liquidaba el partido en el terreno de juego, pero no en la grada. Un pequeño roce entre Martinez y Lofthouse llevó a un grupo de aficionados uruguayos a montar un tumulto en la grada que tuvo que ser reducido por la policía. No podía pasar un partido de cuartos de este Mundial sin que hubiese un incidente de este tipo.
El resultado final dejó a los ingleses fuera del torneo, pero con la sensación de haber hecho un buen partido, tuteado a un equipo fantástico y haber devuelto, en cierto modo, algo de orgullo a la camiseta de los Tres Leones. La propia prensa se deshizo en elogios hacia el espíritu de lucha de sus hombres, y en especial hacia el siempre joven Stanley Matthews. Uruguay, por su parte, seguía invicta en la Copa del Mundo y se preparaba, sin Varela, Miguez y Abbadie, tres jugadores fundamentales, para enfrentarse a los Magiares Mágicos en el partido más deseado por todo el mundo en este torneo. Sería otra batalla de proporciones épicas.
Abel Rojas 19 junio, 2014
¿Se sabe cuántos partidos jugaron los Magiares desde 1950 a 1954?
No conocía nada de Ernst Ocwirk. ¿Era un Xavi?