
El Bayern Múnich sería el Real Madrid si el Real Madrid no existiera. Pero existe. La Champions League volvió a medir a los dos clubes que suman más tiempo siendo grandes, para disfrutar de 210 minutos repletos de crudeza, de los que duelen en el alma y también en la piel, de los que el fan percibe reales como un documental de guerra pese a esos efectos especiales de película bélica de Spielberg. La Copa de Europa es un eterno Madrid-Bayern porque este es el duelo que enfrenta a muchos hombres que ya la ganaron porque ya la conocieron. La competición que todos quieren anhela desde anoche el próximo episodio de esta saga favorita. El de ayer será recordado, dejándose llevar por el momento, como el de los mejores laterales del mundo. Lo sean o no, Dani Carvajal y Marcelo Vieira se pronunciaron en dichos términos. Ellos fueron los creadores de ese contexto que permitió a Cristiano Ronaldo gritarle a (¡en pie!) Philipp Lahm, Franck Ribéry y Arjen Robben ese disparate relativo que en su boca alberga sentido: «Yo soy más grande». El Bayern Múnich sería el Real Madrid si el Real Madrid no existiera. Pero existe.
El envite arrancó con una noticia que no por esperada perdió la condición de tal: Isco fue el elegido por Zidane para suplir al lesionado Bale; lo cual provocó una serie de ajustes tácticos que, en principio, quedaron formalizados en un 4-3-1-2 en el que el malagueño ocupó la cúspide del rombo. No se trata de un dibujo demasiado empleado por los blancos, algo que se notaría para mal. Ante un conjunto, el bávaro, que focaliza sus ataques en los costados, a partir de las sociedades Ribéry-Alaba y Robben-Lahm, el Madrid no acababa de entender de qué modo podía defender una ofensiva tan ancha, y en el paso que había entre la presión de Isco sobre Alonso y la integración de este en una línea de cuatro con Casemiro, Kroos y Modric, el sistema se deshacía. El resultado era que el ancestral Xabi se quedaba solo y recibía de cara, que cambiaba de orientación al lado más limpio y que los veteranos extremos de Múnich creaban fútbol. Franck, en posición más intermedia, fue un filón para los de Ancelotti. Carvajal, administrando al crack francés y frenando al potentísimo Alaba, comenzó a escribir su noche histórica.
Carvajal estuvo inconmensurable tanto en defensa como en ataque hasta que sufrió problemas físicos.
El hombre que intentaba mediar para que Carvajal no anduviera solo respondía al nombre de Modric, el interior derecho, pero no le daba tiempo a llegar puntual a la ayuda. De ahí que Zidane reconfigurase su esquema antes de cuando él acostumbra a tomar cartas en el asunto, dibujando un 4-4-2 en defensa con Modric en banda derecha que protegió a Carvajal, que dotó de mayor equilibrio general al Madrid y que le permitió tocar la pelota con más frecuencia. Con las nuevas bases, se echó en falta un poco más de Kroos, que estadísticamente estuvo presente pero en el juego no se sintió como en otras ocasiones, lo que cargó el peso de las posesiones largas en un Isco que debía trazar un par de maniobras/trucos para aflojar la presión del Bayern y permitir la circulación cómoda de los merengues. El destino de esos pases era o Marcelo o, en especial durante la primera parte, el imperial Carvajal, que una vez recibía se comportaba como un Lahm dotado de físico explosivo en lugar de como un Alaba desprovisto de pegada. O sea, aquello era una barbaridad. Dani es heredero de la estirpe más noble de la Champions.
No obstante, al Real le estaba faltando la misma nitidez en el área que el Bayern había añorado durante su periodo de iniciativa. Quizá se debía a la hasta entonces floja actuación de Cristiano Ronaldo, que como Lewandowski en el otro área, privó de continuidad a su equipo, aunque de una manera un tanto menos excusable. El polaco, con claridad alejado de su 100% actual, se las vio contra unos Ramos y Nacho súper agresivos en la marca y la anticipación; el portugués, tan fresco como a día de hoy puede, se midió a unos Boateng y Hummels sin ritmo ni confianza. El ex del Borussia Dortmund logró maquillar su encuentro con varias jugadas salvadoras in extremis que, se debe reconocer, forman parte de su calidad, pero por lo general, los centrales del Bayern Múnich fueron un obstáculo para quien quizá se haya destacado como el jugador más decisivo de un cruce en el que un delantero ha marcado cinco goles, el extraordinario Manuel Neuer. Lo del portero alemán no se limitó a parar más de lo exigido, sino que lo hizo desde una superioridad táctica y física -a pesar de estar lesionado- que, visualmente, restó palabras, frases y párrafos de peligro al ataque del Madrid. Neuer sumergió a su Bayern en una burbuja de seguridad que sólo él podía concebir. Amén de que fue el futbolista que dio los mejores pases de todo el engranaje bávaro. Cada posesión de calidad de los de Ancelotti nacía en un pase rápido del fenómeno tras una de sus capturas. La diferencia, concreta y abstracta, entre Neuer y Keylor Navas ha alargado la vida de una eliminatoria que, en cuanto a juego -aun irregular-, ha estado teñida de blanco.
Las sustituciones de Zidane no parecieron ayudar a que su equipo tuviera la clasificación más fácil.
Pero Zidane, que tiene clara su idea aunque a veces no coincida con la de nadie más, divisó un partido nuevo que, en su cabeza, daba más opciones de triunfo a su Madrid, y antes de mediado el segundo tiempo, quitó a Benzema e Isco -los dos especialistas de su plantilla en dar continuidad asociativa de tres cuartos en adelante-, dio ingreso a Asensio y Lucas Vázquez, los ordenó sobre un 4-5-1 con Cristiano arriba en soledad, regaló la posesión al Bayern y, lo más determinante, concedió metros con la intención de hacerse fuerte en su frontal y matar a base de contragolpes. Nada fuera de lo cabal, y para más inri, fue cierto que el ejercicio defensivo del Real ganó en consistencia, pero ni pasando ese filtro dio la sensación de que Zidane ofreciera a los suyos un marco más favorable, pues había concedido a su rival el único escenario de encuentro en el que daba la sensación de poder marcar gol. Más si cabe tras la entrada de Müller por Alonso y la mudanza al 4-2-4. Si el Madrid tocaba la pelota, el Bayern carecía de robo, y si el Madrid decidía defender arriba, al Bayern le costaba horrores avivar a Robben, pero según como su entrenador resolvió cerrar el partido, Robben atacaba todo el tiempo. Y ante este caudal, se produjo la desgraciada acción del gol en propia meta de Sergio Ramos, el 1-2, en lo que sin duda significó uno de esos instantes en los que la Champions League aleja de sus asas a quien la levantó en el último mes de mayo. Era justo eso. Afloró ese mecanismo de infidelidad. Pero como ya se sabe, toda su imaginería, toda su idiosincrasia, se aplica con benevolencia cuando la víctima se llama Madrid: Vidal vio tarjeta roja, el Bayern se quedó vacío y el cruce se abocó a un tercer acto: la prórroga.
Marcelo dominó la prórroga a golpe de constancia genial, que es la constancia menos común, y la letal.
Los bávaros, un equipo alejado de la plenitud física y ya entonces apuntado por un Thomas Müller que sí comparecía pero que no sabe ni puede desempeñar el rol de héroe abandonado, no tenían ninguna posibilidad de dominar la prórroga. Su única alternativa pasaba por que el Real Madrid cometiera una pérdida torpe de balón que permitiera a Douglas Costa o, a poder ser, Robben encarar a Nacho o Ramos a campo abierto y desde lo más arriba posible. Así que lo único que tenían que hacer los de Zidane para garantizar, como poco, la tanda de penaltis era omitir la probabilidad de dicho fallo. En pos de ello, abrió mucho a Lucas a la derecha y a Marcelo a la izquierda para dar opciones claras de pase a Casemiro, Modric y Kroos, y liberó un poquito a Asensio hacia el centro para que cambiase el ritmo de los ataques y diversificara su naturaleza. Qué bueno es y va a ser Marco; se erige como una promesa del calibre de casi cualquiera. Pero esto fue de Marcelo. El genio zurdo de Brasil carece de plan, mapa e instrucción, mas su imprevisible juego se ampara en una calidad técnica en sus días inigualada y en un espíritu esculpido a crítica y encomio del Bernabéu. A sus irregulares hombros se subió el Real Madrid para acceder a la séptima semifinal en siete años de Ronaldismo, e increíblemente, o no, no se cayó al césped. El club que levantó la Undécima estará en el bombo del próximo viernes. Todo el que quiere ganar en Cardiff se lo pide ahora, para el doble partido. No porque en la semifinal se presuma fácil; se le vaticina quizá más difícil que a cualquier otro. Es, esencialmente, porque en la Final da absoluto pánico.
Foto: JAVIER SORIANO/AFP/Getty Images
Peter Sword 19 abril, 2017
El partido de Carvajal fué una locura desde el punto de vista físico y de concentración. Ayer le comenté a mi mujer que dudaba mucho que Dani pudiera aguantar muchos más partidos sin sufrir un percance muscular, porque no escatima nada. Y ese "no escatimar nada" es el núcleo de su éxito, según mi opinión.
Respecto al partido, y tocando un poco el tema físico, ayer me fijé en el descanso previo a la prórroga en la diferencia física entre los dos equipos: el Bayer tenía a varios jugadores tocados, haciendo estiramientos, en el cesped… El RM los tenía haciendo piña y hablando. El equipo blanco está más fresco, así que entiendo que la planificación deportiva a este respecto ha sido buena.