
Dos espectáculos de masas con la devoción del fútbol y el cine han marcado como ninguno nuestra percepción de la cultura popular a lo largo del XX. Ambos trascienden sus propia definición, unidos por la pasión de la sociedad y siempre reflejo inevitable de un determinado contexto socio-político. Pero a día de hoy, en lugar del maravilloso relato conjunto que establecemos en nuestro imaginario, aquel que solo algunas pocas películas han logrado evocar, se tiende a escribir la historia de su desencuentro. Resulta revelador comprobar que pese a recorrer de la mano la Historia moderna y establecerse prácticamente en paralelo como epicentro cultural y social de nuestra cultura y modo de vida, rara vez se han unido con la fuerza y el impacto que generan por separado.
Hasta el momento, el fútbol y el cine no han dado lugar a grandes obras cuando se han unido.
Hacedores de luz y movimiento, surgidos de forma tan espontánea como incontrolable por toda Europa, fútbol y cine crecen en sus albores como actos populares y lúdicos por los que el conjunto de las clases sociales y obreras eran invitadas a reunirse frente a una pantalla o desde una grada, siguiendo un balón o un tren en movimiento, para terminar involucrando a barrios, pueblos y ciudades enteras en el carrusel diario de sus vidas.
El lugar resultaba lo de menos y a la vez permanecía fundamental: bastaba un espacio cerrado al que acudir, un césped o un estadio, una pared con una sábana (o sin ella) estratégicamenteLos héroes y el final feliz; temas comunes colocada en bares, teatros, incluso iglesias; un mínimo equipo técnico, luces, acción, un pianista y un cronista. Lugares donde se ha fumado, se ha bebido, se han gestado grandes acuerdos, se han librado grandes amores y por supuesto se han visto grandes películas y a héroes con los que identificarnos. Delante suyo, un público volcando sus expectativas diarias de evasión y entretenimiento con la emoción y la inocencia vibrando a flor de piel, como si siempre fuera la primera vez (porque lo era), esperando algo tan sencillo y a la vez tan complicado de lograr como un gol o un final feliz.
Y aunque no lo parezca, debido a la parafernalia y el cinismo que invaden nuestros tiempos, nada de esto ha cambiado. Mediado el pasado siglo, a la par que el fútbol experimentaba cambios, incluyendo nuevas y firmes reglas capaces de exportar la práctica del deporte a todo el mundo, objeto de una profesionalización y modernización constante, el cine sufría la evolución de la tecnología y luchaba por adaptarse a ella, creando nuevos y gigantescos formatos en panorámico por los que la gente no abandonara el cine con la llegada de la televisión. Un reto que se plantea abierto hasta la fecha, el auge de las plataformas online junto a las batallas por los derechos televisivos les colocan de nuevo como signo de sus tiempos.
No era la intención original, pero el fútbol y el cine se convirtieron en máquinas de ganar dinero.
Porque no podemos olvidarlo, sin vuelta atrás fútbol y cine se acabaron transformando en mucho más que aquello una vez imaginamos fueron, algo mayor, colosal, el sueño más grande jamás contado. Importantes industrias, academias, negocios y federaciones crecieron a sus pies, alejándonos de lo que creímos su esencia para en el fondo descubrirnos que siempre fue lo único importante: mantener al espectador con la capacidad de sorpresa intacta, respondiendo a la emoción más sincera, por la que empezó todo, la fascinación y el virtuosismo de la imagen en movimiento.
Aunque pueda sorprender, en la industria del cine existe el miedo a que este modo de arte se acabe.
Pese a todo, y aunque suene extraño decirlo, no son pocas las voces que hablan del final del cine. En un sentido estrictamente técnico, por la imposición del formato digital y el cierre de los principales laboratorios que permitían rodar y proyectar en celuloide, debido a su elevado desembolso, pero también como lugar de encuentro social. Múltiples libros y artículos se han escrito sobre los cambios y mutaciones del cine contemporáneo, que insisten al hablar de esa pérdida de un espacio global e íntimo, capaz de albergar el sentimiento personal como de exportarlo, identificándonos y a su vez compartiendo nuestro reflejo en la pantalla.
En eso consistió siempre el fútbol, en reflejar el espíritu, la inteligencia y el talento de un grupo que representara al resto, a un espectador que vería en el cine cumplidos sus anhelos, despertados sus sentidos e iluminado una nueva visión del mundo. Hoy día podemos jugar a fútbol en cualquier lugar, grabamos cine con nuestros móviles, los vemos en nuestros ordenadores, nunca han estado más cerca los héroes que ahora. Si me apuran, casi diría que incluso podemos tocarlos.
Abel Rojas 23 noviembre, 2015
Reconozco que me ha dejado picueto lo del fin del cine. Había escuchado varias veces que podía estar aproximándose la era en la que lo digital se comiera todo y los actores pasaran a estar amenazados, porque sería más barato y más "fácil" para algunos directores tirar del fotorrealismo de la nueva tecnología que de personas que cada una es de su padre y de su madre. Pero el fin del cine… así dicho suena a algo muy, muy lejano, ¿no?