«Lo que sale (en fútbol), es siempre mucho más que lo que se planea». Ernesto Lazzatti.
El periodista Mário Filho, autor de estilo tan prominentemente directo que tituló a su obra maestra «El negro en el fútbol brasileño», clasificó de «platinismo» al famoso complejo de inferioridad futbolística padecido por sus compatriotas en los decenios de 1930 y 1940. Se trataba del gentilicio propio de las personas nacidas en la cuenca del Río de la Plata (platense) utilizado como si se tratase de una enfermedad infecciosa más.
Las picaduras que inocularon la fiebre original se produjeron durante los encuentros internacionales entre selecciones latinoamericanas, obteniéndose la sintomatología más severa a partir de la celebración de la Copa Roca (1939-40) que enfrentaba exclusivamente al scratch brasileño contra sus parientes argentinos. La albiceleste había sido incapaz de adjudicarse la Copa del Mundo (1930), pero acumulaba Copas América y goleó inmisericordemente a sus vecinos en los partidos de aquella competición dedicada al ex-presidente argentino Julio Roca. No hubo club brasileño de cierta enjundia que no buscase por aquellas fechas pertrecharse con un puñado de jugadores «platino», ya fuesen uruguayos o argentinos, pretendiendo que enseñasen entre los brasileños la cuasi misteriosa «técnica criolla». Se repetía la historia de los conquistadores remontando el Río de la Plata, a la búsqueda de la mitológica “sierra de plata”, siguiendo las leyendas indígenas sobre el “rey blanco” y sus inmensas riquezas.
El desembarco de futbolistas rioplatenses en el fútbol brasileño fue en aumento.
La baja autoestima brasileña propició que contratar futbolistas rioplatenses de segunda fila o en el ocaso de sus carreras fuese considerado un lujo. La dirigencia del Flamengo, sin campeonato desde 1927, firmó al ponta-direita (extremo derecha)Todo equipo aspirante al título debía tener algún rioplatense Agustín Valido tras verlo actuar con el «Combinado Becar-Varella», un equipo formado por jugadores disidentes de otros conjuntos y que se organizó con vistas a realizar una gira de exhibición por Brasil. Surgido de las inferiores de Boca, alto, flaco, rápido y buen chutador, no tuvo lugar en el primer equipo argentino, pero con el manto rubro-negro formaba línea junto al mejor brasileño del momento, Leónidas da Silva, y el también argentino y ex de Boca -aunque sin mucho predicamento-, Alfredo González. Durante su estadía francesa en el Mundial de 1938, el propio Leónidas y su compañero Domingo, reclutaron al veterano mediocentro Carlos Volante, que militaba en el «Cercle Athlétique de Paris Charenton» y a quien durante el torneo dieron asilo dentro del equipo nacional como «masajista». Su manera de interpretar el rol popularizó que el termino «volante» se extendiese a cualquiera que ocupase el puesto.
Vasco da Gama, aquejado de escasez de títulos (1939), sacó la chequera para firmar a tres jugadores del Ferrocarril argentino, Dacunto, Emeal y Gandulla, que teóricamente iban a compensar lagunas importantes en la plantilla, pese a que ya disponían de internacionales como Argemiro, Alfredo, Jaú y Niginho. Más adelante, también recalaría en Vasco el defensor de River Plate, Ramón Rafagnelli, integrante de «El Expreso de la Victoria». Ya fuesen excepcionales o no, fueron llegando los Sastre, Renganeschi y Poy (São Paulo), Echevarrieta y Dacunto (Palmeiras), los Santamaría, Spinelli y Rongo (Fluminense) o Basso (Botafogo). Aunque, paradójicamente, por las mismas fechas y en plenitud de condiciones, fueran a jugar en Uruguay y Argentina los Fausto dos Santos, Petronilho y Valdemar de Britos, Feitiço, Moisés y Bibi -que fueron una defensa de Boca-, Martim Silveira, Silvio Hoffman, Heleno de Freitas… cerca de una treintena de excelentes jugadores brasileños.
Cuando se produjo el shock del Maracanazo (1950), fue el hermano de Mário Filho, el famosísimo dramaturgo Nelson Rodriges, el que añadió un nuevo síndrome a la nomenclatura pseudomédica que pretende mapear el inconsciente colectivo brasileño. El «Complexo de vira-lata» o perro callejero definía el rasgo más patológico del estrés postraumático por la oportunidad perdida, un sentimiento de inferioridad general respecto a las culturas foráneas. El relativo fracaso en el Mundial recrudeció una sintomatología que siempre había estado presente y ligada al tema racial. Etimologicamente el «vira-latas» es el perro mestizo, sin pedigrí, llamado «volcador de latas» debido a que los perros sin hogar lo hacen cuando rebuscan comida dentro de los cubos de la basura. El mestizaje canino no selectivo reduce la cotización del animal y los supuestos males endémicos del Brasil han sido ligados constantemente a su diversidad étnica.
Ya a mediados del siglo XIX, el conde francés Arthur de Gobineau (1816-1882) escribía en su «Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas», obra seminal para todo tipo de argumentaciones racistas, que «aquí (por Brasil) todo el mundo es feo, tan feo que ni siquiera se puede imaginar, verdaderos simios». Otro francés, Louis Couty (1854-1884), profesor en la Escuela Politécnica de Río de Janeiro, atribuía a las poblaciones de origen africano muchos de los males del país, si bien ligándolo al fenómeno de la esclavitud. Postuló como soluciones el fin del esclavismo y la inmigración de europeos. El médico Nina Rodrigues (1862-1906) fue aun más radical y vislumbraba una futura secesión entre el sur (blanco) y el norte (negro y mulato) del país, amparándose en el concepto de «degeneración» de Agassiz y Gobineau, que consideraba al mestizo como un degenerado físico. Con los citados antecedentes no fue extraño que el Brasil se convirtiese (1917-40) en el «primer país en Latinoamérica en tener un movimiento eugenésico significativo».
La población mulata llegó a tener prohibido jugar al fútbol en según que poblaciones.
En los albores de las primeras décadas del siglo XX el fútbol estaba considerado, al igual que el olimpismo, como «un rescate de los valores griegos. De ahí venía el fair play o la caballerosidad. Valores nobles, exclusivos de una élite blanca» [1]. Así que los negros y mulatosAl competir con negros, Vasco de Gama no pudo ascender a Primera, que generalmente no recibían una alta consideración social, también vieron como en algunas ciudades se les impedía la practica del fútbol. En el periodo comprendido entre 1920 a 1930, solo el estado de Sao Paulo ya contaba con una docena de equipos disputando un campeonato informal. Lo que supone un buen ejemplo de las dificultades de inserción laboral de la población de origen esclavo. Desde 1927 y hasta 1939, siempre el día 13 de mayo, efeméride del final de la esclavitud, se disputaba el partido «preto x branco» (negro contra blanco) con resultado positivo para los mulatos, según las fuentes consultadas (4-2) y pese a que el mestizo más famoso, Arthur Friedenrich, cuando participó en el desafío lo hizo con camiseta blanca. Fue por aquellas fechas que Mario Filho denunció la «arianización» del fútbol. Cuando Vasco intentó jugar en la primera división de Río, en 1924, y la asociación de fútbol condicionó su participación en la Liga a la retirada de los doce negros y mulatos de su equipo. Vasco se negó a cumplir con la medida y prefirió competir en la segunda en lo que Figueiredo da Silva considera «el primer manifiesto mundial contra el racismo de cualquier organización deportiva».
A partir de 1930, con la profesionalización del fútbol, hubo un cambio en la percepción de los aspectos etnológicos, que se vieron progresivamente supeditados al talento de los jugadores como atletas. El colofón a la cuestión de la raza se produjo durante el torneo Mundial de 1962, en el partido de cuartos de final que enfrentaba a los advenedizos brasileños contra la muy aristocrática selección inglesa, y en base a un hecho tan aparentemente irrelevante como pleno de significado. Con el marcador señalando empate a uno un extraño convidado invadió el campo, provocando la interrupción de la partida. Se trataba de un chucho local, de nombre Bobby, que había seguido a su propietario hasta el estadio y que habiendo descubierto que se celebraba algún tipo de actividad lúdica con la pelota, procedió a situarse en el rectángulo para participar en el juego. Primero dedicó sus atenciones al balón, pero percibiendo aviesas intenciones hacia él por parte de aquellos hombres, dio inicio a una fulgurante carrera por el césped en la que esquivó al árbitro y a los jugadores, ante las risas de los espectadores, encantados con aquel interludio cómico. Finalmente el británico Jimmy Greaves encontró la solución por medio del mejor de los halagos: la imitación. Se puso a cuatro patas y se acercó al animal replicando sus movimientos. El público enloqueció con aquello y el can se dejó levantar en brazos por Greaves, no sin antes dejarle un regalo de despedida. Bobby se orinó en el escudo de la orgullosa Albión y los brasileños, tan supersticiosos ellos, entendieron que aquello era un buen presagio y, en menos de 15 minutos, Vavá y Garrincha certificaron el pase con dos goles.
La venganza del perro callejero [2].
[1] Alberto Figueiredo da Silva. «Racismo no futebol» (2006).
[2] Al día siguiente, Garrincha pidió que le trajeran al perro y, tras mucho pedir, los dueños del animal aceptaron que Bobby se quedase con él en funciones de amuleto del equipo. Al acabar el torneo viajaría con su nuevo amo a Brasil donde se le rebautizaría como Bi, en honor al bicampeonato conseguido. Lastimosamente el heroico animal fue envenenado apenas un año más tarde, según se cree como venganza por el romance del jugador con la cantante Elza Soares.
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Uruguayoafull 9 mayo, 2014
Exelente articulo.
Uruguay en 1916 tenia dos negros en su equipo ganador de la primera copa América, los chilenos denunciaron eso sin saber que eran nativos de nuestro pais.