
Argentinos y uruguayos llevan casi un siglo discutiendo por el amor y la cuna de Gardel. Los uruguayos le reclaman como suyo aduciendo que actuó insidiosamente a su favor a modo de sirena. Las dos veces que cantó «Dandy» para la selección argentina, los albicelestes se estrellaron en la final contra los charrúas como barcos contra escollos (1928 y 1930). Para la orgullosa nación oriental el cantante tomaba aquí el rol del héroe Orfeo durmiendo al Cerbero con su lira, o el del dios Hermes amodorrando al monstruoso Argos Panoptes de los cien ojos con historias y canciones.
Los porteños consideran que «mufa» (gafe) a parte, lo que el Zorzal Criollo cantaba era «mi Buenos Aires querido» y no otra cosa. Además de que en su testamento ológrafo, encontrado a los dos meses de su muerte, el barítono testificaba su verdadero nombre (Charles Romuald Gardès) y origen galo. El documento no aclaraba los motivos, pero por contexto se infiere que si reconocía ser francés iba a ser convocado para la primera Guerra Mundial y, si afirmaba ser bonaerense, debía hacer el servicio militar obligatorio, por lo que lo más cómodo, puestos a inventar una patria, era Uruguay.
Durante la década de los ’60 la prensa uruguaya trato de desterrar la historia del «Carlos Gardel desertor», situando el pesebre natal del astro en territorio uruguayo (Tacuarembó). Se escribieron libros, se investigaronExisten dos historias paralelas en Uruguay y Argentina sobre Gardel documentos, se entrevistaron protagonistas hasta tejer una historia alternativa en la que el Jilguero porteño era hijo ilegítimo del coronel Carlos Escayola, un folclórico personaje de Tacuarembó a quien se le atribuían más de cincuenta hijos naturales. Ni la partida de nacimiento, ni el registro de pasajeros del vapor portugués «Dom Pedro» -que le desembarcó junto a su madre en Buenos Aires-, ni los registros escolares, ni el propio testamento han servido para clausurar un debate que periódicamente se enquista y que incluso se ha debatido en la cámara baja uruguaya, que solicita un examen comparativo del ADN de Carlos Gardel con el del Coronel como quien pide un minuto de descuento en un partido. Para el especialista gardeliano Víctor Gabriel Velázquez, el asunto se ha acabado tomando «como si se tratase de un partido de fútbol, donde jugara el seleccionado uruguayo».
La mitología se cose con historias, las opiniones de sensaciones y recuerdos, y las epopeyas de grandes rivalidades. El hecho incordia. Curiosamente, de Gardel se sabe que no era particularmente tifoso y que prefería las carreras de caballos -y seguramente también el boxeo- al deporte rey. Sin embargo, se le atribuyen devaneos futbolísticos en tres de sus cuatro ciudades favoritas.
Su amigo Edmundo Guibourg confirmó que en España era fiel seguidor del F.C Barcelona y muy amigo de los inmortales Samitier y Zamora, así como de otros miembros de la plantilla. El periodista Justo Piernes le asociaba en Argentina al Racing, ligando este hecho a una corriente común entre las juventudes, al ser este el símbolo de la «argentinización del fútbol» en contraste con el otrora hegemónico Alumni de los gringos. No obstante, existen dudas sobre si en Uruguay animaba a Nacional o a Perañol, lo que ha acabado siendo un nuevo terreno de confrontación para las hinchadas de ambos conjuntos. No es nada extraño que no esté claro, puesto que un gentleman como él tenía amigos en todas partes y, como artista de la canción, era un poco de todo el mundo. Poco antes de morir dijo: «La gente de distintas partes del mundo podrá tener diferentes costumbres, idiomas extraños. Pero hay algo más hondo en común: la afinidad que nos da saber que todos somos miembros de la familia humana. Todos somos hermanos».
Al igual que con Gardel, en Italia existía polémica sobre la figura de Sergio Leone.
Otro interprete virtuoso, algo más contemporáneo, Ennio Morricone, reconocía en prensa que la banda sonora de «La misión» era «una mezcla de lenguas y culturas», y que la propia Roma había tomado cadencias de todo el globo, especialmente de Sudamérica. Sin embargo se decantaba por la samba y la bossa nova antes que por el tango, algo normal en un romanista aun extasiado por el ritmo de Paulo Roberto Falcao. Durante la citada entrevista y casi sin querer, el músico alude a su partenaire fílmico: «Quando andavamo allo stadio con Sergio Leone (…)». Por cuestiones de contexto no parece haber duda de que Morricone engloba tácitamente al director de «El bueno, el feo y el malo» en las huestes romanistas. Sin embargo, existe una larguísima polémica entre laziales y romanistas por tan insigne conciudadano.
Los foros de aficionados del SS Lazio reivindican al director aduciendo una entrevista a Carlo Verdone, notorio romanista, donde este explicaba que Leone supuestamente le había llamado «burino da curva sud» (paleto de curva sur) en una conversación sobre el mejor western.Sergio Leone reconoció reiteradas veces ser aficionado a la AS Roma Angelo Mellone en su libro «Romani», definido por el autor como una guía imaginaria para los habitantes de la capital, suma a Leone a las filas biancocelestes junto a Aldo Fabrizi, Asia Argento o Bud Spencer, olvidándose de un habitual del director que si lo era a todas luces, el actor Mario Brega. Las razones en la otra orilla parecen más sólidas, dado que incluso sin tener en cuenta la frase de Ennio Morricone, existe un articulo firmado por Aldo De Luca y publicado en el «Messaggero» el 30 de mayo de 1984, recogiendo unas palabras del director ante la inminente final de Copa de Europa entre Roma y Liverpool de 1984: «Para mí, el Liverpool no existe. Soy un romanista encallecido con mujer e hijos que enloquecen por el fútbol. Solo espero que la Roma triunfe». La puntilla pudiéramos encontrarla en un número de “Roma Mia”, gacetilla que se distribuía en el Olímpico de modo gratuito y en la que aparece una larga entrevista firmada por Emma Viscomi en la que el director ante la afirmación de que es romanista contesta: «Soy un tifoso que finge no serlo. Tengo una fuerte polémica en la familia, donde circulan demasiados romanistas. Me disgustan los aficionados efusivos. Prefiero a los deportivos, razonan más sin recurrir a la mala suerte, la perfección propia contra la estupidez de los demás. Naturalmente tengo el carnet y voy regularmente al Olímpico». Los jugadores preferidos de Sergio Leone eran Falcao («porque es un perfeccionista impulsado por una pasión trascendental por el fútbol») y Toninho Cerezo («siempre se las arregla para estar sobre la pelota en el momento oportuno. Tiene una visión panorámica, total del juego, lo anticipa, además marca»). La entrevista acababa con un autógrafo dedicado sobre una fotografía: «A «Roma Mia» con todo el cariño. Sergio Leone». Más romanista imposible.
El supuesto misterio en torno a la filiación deportiva de Sergio Leone parecería una replica del argumento de la película original del trípitico del dolar. Un hombre admirado y deseado por una comunidad enfrentada provoca con su indefinición que el antagonismo entre dos grupos rivales se enquiste aun más. Sin embargo, el enfoque más adecuado bien pudiera ser el mismo que tan sagazmente argumentaba el corresponsal Ramy Wurgaft cuando contextualizaba la disputa entre uruguayos y argentinos por Gardel: «compiten por todo lo que tienen en común». Ya sea por la calidad de sus asados, por la belleza de sus mujeres o por el prestigio de sus paisanos más internacionales.
La solución a ambos dilemas es cuestión de ampliar la perspectiva. Siendo el tango una «manifestación artística de las corrientes migratorias que llegaron a Argentina» y el spaghetti western una interpretación mediterránea de un subgénero americano, en ambos casos las fronteras se difuminan y el arte evoluciona por la mezcolanza de sensibilidades étnicas y culturales, llegando a ser universales en su origen y, por tanto, desde el punto de vista cultural, patrimonio de toda la humanidad. O dicho de otro modo, a todos nos pertenece un cachito.
Al Pacino 21 mayo, 2014
Que grande fue Sergio Leone