
Fue tan fuerte y dejó tanto legado que en ausencia de un sistema potente colocó a su equipo en un estatus de inercias y pertenencias de la superélite. Lo que construyó Diego Pablo Simeone durante sus tres primeros años no fue transformador por hacerlo con otros materiales sino por dotar a la victoria de ideas que fueran tan rupturistas con su alrededor como integradoras y orgullosas para sus parroquianos. Aquellos años trajeron un cambio de mentalidad que sigue aún sirviendo para proyectos venideros que, por segunda temporada consecutiva no han encontrado la solidez de lo puramente táctico y futbolístico.
El Atlético de Madrid 2018-2019 cedió terreno. Lo hizo sobre todo en las dificultades propias y añadidas para hallar un sistema concreto de juego que integrara piezas permanentes y nuevos fichajes, y también, como consecuencia de esto y del paso del tiempo, la propuesta perdió el ritmo de juego e intensidad que le caracterizó en las buenas y que a su vez caracteriza el ritmo que dan acceso a los títulos. Dos peldaños que conviven y que han acompañado a los colchoneros durante todo el año.
Simeone se ha quedado sin tiempo para construir un sistema reconocible, la primera vez que ocurre desde que es técnico rojiblanco
No es razón banal introducir en la ecuación una inusual y constante rebosante enfermería, sin freno, que ha impedido, en cierto grado, poder afianzar determinadas alianzas y equilibrio de roles dentro del sistema -quien origina, quien se complementa, quién es más importante y cómo surgen los especialistas-. Sin embargo, tampoco logró Simeone saltar el umbral de inexperiencia con el que pretendió dar galones de carácter troncal a jugadores inconsistentes en su fútbol.
Porque para enlazar las palabras sistema, roles y ritmo, seguramente englobe mejor que ningún otro concepto el de la continuidad. Sin jugadores continuos, la solidez y la competitividad pasa a un segundo plano. Basta para usar la continuidad como sinónimo de calidad contrastada, el Atlético de Madrid sólo ha contado en esta temporada con dos jugadores capaces de hacer partidos, tramos concretos o la temporada entera en base a la continuidad en sus acciones, y son los que todos tienen la cabeza: el portero, Jan Oblak y su crack, Antoine Griezmann.
En estos tres años en los que, primeramente, Griezmann rompe a jugador contextual, en otoño de 2016, participando en todas las jugadas, asumiendo el perfil de estrella organizadora en un escenario que, después, se transforma en primavera, tras algunos resultados concretos y la cuestionabilidad del espíritu y el estilo que intentan rescatar y abanderar grandes referentes del plantel, para dar finalmente con otros dos años de decisiones y apuestas que no terminan de darse o creerse por una ‘lucha de clases’ que se percibe en la configuración de la plantilla. En medio de un proceso en el que Simeone ha intentado dar el relevo y la confianza a quienes más tiempo llevaban integrando ideas y experiencia para puestos importantes, con estatus de titular, es donde la continuidad, antaño valor supremo de los primeros proyectos, se ha deteriorado.
Saúl, Correa, Giménez o Lemar fueron entendidos como piezas estructurales dentro del sistema pero, en esencia, son piezas para rendir por inspiración
La apuesta por Saúl, en los primeros meses, en el pivote, Correa en banda derecha, Giménez de central; la pérdida de Filipe Luis como efectivo de primer orden, la posición de Koke, más en derecha, para dar paso a un Lemar recién llegado y las particularidades de Rodrigo y Thomas para entender la posición y el ritmo de manera muy diferente, se han sumado para transmitir serias dificultades en la gestión de los partidos y todos sus momentos. Son muchos de ellos, por esencia o por prematura llegada al equipo, principalmente Giménez, Saúl, Lemar y Correa, jugadores de apariciones, en muchas ocasiones estelares, pero no hablan el idioma lineal y estable de Rodrigo, Koke, Griezmann o Filipe.
La ausencia de piezas de templanza y continuidad entre varias acciones consecutivas ha complicado mucho la creación de un sistema de juego sólido, reconocible y duradero en el tiempo. A Simeone, entre lesionados, inconsistencia en algunos jugadores y necesidad de que otros más estructurales dieran un plus, le ha dejado sin tiempo. Avanzada la temporada, seguramente el argentino entendió que sólo podía competir desde la calidad individual y la experiencia de sus mejores piezas, que no es poco.
Santiago Estrade 27 abril, 2019
Lo de Costa ha sido bastante paradójico también. Cuando le terminó de dar sentido a la idea del Cholo (antes de irse) fue al volverse más centrado mentalmente de cara a puerta. Y en Londres parecía que había pulido del todo ese detalle (de hecho yo le echaba en cara al Costa del Chelsea haber perdido su agresividad, su agitación extrema) con un ritmo anotador muy consistente. Pero al volver, casi más que el tono físico, lo que le echo en falta es determinación o sangre fría. Ha perdido el temple en los últimos metros. Y eso lo está convirtiendo en un jugador de destellos. Espero que no sea una involución, sino un lapsus, debido al jaleo de su retorno.
Por contrapartida, Morata se está ganando mi confianza. No me esperaba que mentalmente fuera a dar la cara de manera tan estable.