En 1986, un hombre nacido en Escocia llegó a Manchester y creó el gigante que destronó al Liverpool. 30 años después, a Pep Guardiola se le pide, o se le exige, algo casi idéntico. Se topará con obstáculos de relieve; uno de ellos, el personificado por su archienemigo José Mourinho, que a su vez ha recibido la misión de demostrar que el gran Manchester United va a sobrevivir a Ferguson. La obra de Sir Alex parecía tan sólida que se daba por hecha su perpetuidad, pero tras lo de David Moyes y Louis Van Gaal, el Teatro de los Sueños sufre pesadillas. Huelga apuntar que aún es muy pronto para saber si Pep y José triunfarán en sus cometidos, pero el fútbol no espera a nadie y ya les midió el sábado ante la atenta mirada del mundo. Venció Guardiola porque él sí logró elevar con su aura a sus once jugadores.
Guardiola es tan distinto que se nota de inmediato, y resulta tan encantador que mejora por sistema. El Manchester City juega en virtud de sus normas y alterna luces y sombras porque viene de las tinieblas, pero no ha tardadoSilva brilló como un jefe del fútbol europeo en poseer ese orgullo de quien se sabe diferente, admirado y capaz para ganar a cualquiera -aunque puede que esto último de momento no sea verdad-. En cualquier caso, el estado de ánimo tiene relevancia y el skyblue es tal que hace equipo. En el derbi, donde más se percibió fue sobre Silva, un mediapunta tachado de irregular porque nunca ha sido constante que de repente exhibió la presencia y la jerarquía de los dueños del juego de siempre. No fue el mejor partido de su carrera, él es un genio y ha firmado barbaridades, pero sí opositaría a ser aquel que le enseñaría a sus nietos si sólo pudiera mostrarles uno. Pocas veces se le ha visto más grande. Y eso resume la virtud más desequilibrante que el City puso sobre el tapete: la apariencia de pertenecer al entrenador al que casi todos desean (en público o en la intimidad).
Stones, Otamendi y Kolarov salían con precisión y fluidez hacia los apoyos de Silva y De Bruyne.
Silva fue el interior izquierdo del 4-3-3 simétrico que dibujó Guardiola. En esta ocasión, no hubo ni laterales cerrados, ni extremos por dentro ni nada que se destacara en exceso sobre lo común, más allá de que el otro interior fue De Bruyne y de que ni él ni David llegan al mínimo defensivo requerido por la mayoría de los entrenadores del planeta para ejercer de centrocampistas en un triángulo de tres hombres. Esta pareja marcó lo bueno y lo malo del juego del City, y quien determinó que se vieran más los pros o las contras no fue el propio City, cuya condición de prematuro está a la altura de su fe, sino la respuesta esgrimida por los diablos que visten el rojo.
Mourinho arrancó el encuentro con su 4-2-3-1 habitual, con Fellaini y Pogba en el doble pivote y Rooney por delante de ambos. La novedad en el once residía en los costados y fue la clave del asunto: entraron Lingard y MkhitaryanPogba completó un 1er tiempo muy meritorio porque quería, amén de trabajo defensivo, velocidad al espacio para salir a la contra. Con Rooney e Ibrahimovic en el carril central, las balas deben ser los de afuera, y tanto el canterano como el armenio fallaron con estrépito; ni sirvieron como enlaces ni alcanzaron en ninguna jugada las espaldas de Sagna o Kolarov. Ello dejó todo el juego ofensivo del United en los pies y en la mente de Pogba, que con varias arrancadas excepcionales contrastó la letal debilidad de la medular citizen. El centrocampista francés se apagó en el segundo periodo, justo cuando más ayuda podía prestarle su equipo, pero su primera mitad fue de jugador mayúsculo. Nada nuevo bajo el sol; viene y va. Pero dejando huella a su paso.
La mala actuación de Lingard y Mkhitaryan anuló el plan ofensivo del United y permitió al City encerrarle.
Con un United condenado a la discontinuidad por la claudicación de sus extremos, el City fue cogiendo velocidad de crucero a golpe de recuperación adelantada. Fernandinho coleccionó muchas, pero incluso el pequeño veterano Silva supo capturar no pocas pelotas sueltas porque tácticamente le sonreían las ventajas. Dicho dominio de las segundas jugadas derivó en un Manchester United encerrado y en esa imagen de partido “made in Guardiola” a la que antes aludíamos, y el efecto que de por sí esta genera se vio multiplicado por los tantos de De Bruyne e Iheanacho, originados por sendos errores de Bailly y Blind. Mourinho, que criticó la actuación individual de varios de sus futbolistas tras el encuentro, tuvo motivos para la frustración, ya que, por ejemplo, sin los errores individuales en su defensa, al City no le sobraban argumentos para marcar gol. Sólo los desmarques en profundidad de De Bruyne suponían una verdadera amenaza; no disponía de otros mecanismos para aportar luz en la frontal de De Gea. A este respecto, hay que puntualizar que a la baja del Kun se unieron unas versiones muy apagadas de Nolito y, en especial, Sterling, que venía brillando como ninguno.
Guardiola reforzó su medular con Fernando y terminó con cinco defensas puros protegiendo su área.
El segundo tiempo, al que se llegó 2-1 gracias a una obra maestra de Ibrahimovic -fue lo único que dejó el sueco-, arrancó con las noticias esperadas: Mkhitaryan y Lingard abandonaron el campo. Lo sorprendente fue descubrir quiénes ocuparían sus puestos: Ander Herrera y Marcus Rashford. Con el ingreso del vasco, el 4-2-3-1 se transformó en un 4-3-3 que fijó al propio Herrera como mediocentro y situó a Pogba y Fellaini como dupla de interiores. Rooney, por su lado, se inclinó hacia la derecha mientras que Rashford ejerció de extremo zurdo. Con dicha disposición, Mourinho tejió dos argumentos que le dieron las vuelta al juego. En primer lugar, Pogba y Fellaini pudieron hacer un trabajo específico sobre los apoyos de Silva y De Bruyne cuando el City sacaba el balón que ensució mucho la iniciación de los de Pep, y por otro lado, creó un triple poste aéreo con Paul, Marouane y Zlatan para bajar envíos lanzados desde atrás que le otorgó presencia en ataque con una constancia muy superior. El efecto fue tan automático y tan potente que Guardiola se vio forzado a introducir a Fernando Reges en el terreno en el tempranero minuto 53. Sustituyó a Iheanacho; De Bruyne subió hasta la delantera -donde fue un peligro terrible a la contra- y Fernandinho se adelantó como interior para dejar el pivote al ex-Porto.
Esta última estructura dotó de mayor resistencia al Manchester City, donde creció más si cabía la figura de Nicolas Otamendi, que había protagonizado un primer periodo primoroso con el balón en los pies cuando jamás había expresado esa capacidad antes. Sobre cómo resistir acosos sí había dado lecciones y regaló una más para garantizar los tres puntos a los visitantes, que incluso pudieron aumentar la diferencia si Sané hubiera aprovechado alguno de los muchos uno contra uno de los que gozó. Guardiola confesó no ver a su equipo preparado para competir contra los mejores y es muy probable que lleve razón (al menos si reducimos ese grupo a tres o cuatro conjuntos), pero su efecto anímico en el Etihad Stadium se está dejando sentir con mayor presteza que el de Mourinho en Old Trafford, y debido a eso, ya le ha sacado una renta de tres puntos que, sin ser tan importante para el campeonato como lo era cuando su Barça le ganaba a su Madrid, moralmente le irá de maravilla.
Foto: Clive Brunskill/Getty Images
Miguel 12 septiembre, 2016
Qué ganas de verle cualquier cosa a Pogba , yo vi un partido terrible del francés , sin ideas que aportarle a su equipo, sin nada .En fin…