
Si Cervantes, en la segunda parte de su obra magna, trasladó a don Quijote a las calles de Barcelona, igualmente Cruyff, en la tercera, interpretó al ingenioso hidalgo en la ciudad Condal. Ambos, Johan y Alonso Quijano, fueron adalides de la transformación de una realidad que les afligía y a la que se enfrentaron con el ímpetu de quien sueña sin cortapisas. Los dos recurrieron a referencias del pasado para revitalizar el presente y lo hicieron despreciando cualquier atisbo de temor en nombre de sus pasiones curvilíneas: Dulcinea y la pelota.
Johan Cruyff encontró a su particular Sancho en la figura clásica de Charly Rexach.
Pero el ser excepcional suele cargar con el estigma de la locura y la caricatura. De la excentricidad de estos dos personajes el entorno se hizo eco con premura. La parodia tampoco se hizo de rogar. Por fortuna, o para evitar que la singularidad les desbordase, cada uno fue compensado con la compañía de un personaje precavido, custodio de la razón desconfiada del pueblo llano: Sancho y Charly.
Johan cambió el sentir de un club resignadoRexach representaba con exactitud al barcelonismo resignado y sufridor que había asimilado su fatalidad. El Barça era una persistente oportunidad perdida. Un compendio de virtudes sin opción a consolidarse por más que de vez en cuando se entonase “Aquest any sí”. Porque como también se proclama en Barcelona “Una flor no fa estiu, ni dos primavera”. Pese a los destellos esporádicos, el socio blaugrana había claudicado, desde tiempos remotos, frente a un destino aciago cuyo único consuelo era transformarlo en un valor simbólico.
Y entonces llegó él, tan enjuto como su homólogo cervantino, clamando un relato disparatado que ponía en tela de juicio el discurso tradicional. Rememorando un pasado caballaresco en el que se jugaba con extremos y tres defensas. Y sobre todo, ahondando en la convicción de que para triunfar había que ser valiente y para tener gallardía había que anhelar y para soñar había que aspirar a la mayor de las empresas posibles: la defensa de un código propio que superase el fariseísmo de quien necesita la victoria por temor a la derrota.
Su mérito fue anunciar a los demás lo que ni tan siquiera, aún, eran capaces de vislumbrar.
Cruyff cambió el «ay, ay, ay» por su personalidadQuizás no sea casual que Johan llegase a una Barcelona que, después de mucho tiempo aletargada, se revitalizaba en el fulgor preolímpico. Y quizás tampoco fuera coincidencia que el gran éxito de Johan, la primera Copa de Europa azulgrana, fraguase precisamente en el frenesí de 1992. Porque si algo supuso Cruyff fue esperanza. Poner en solfa el “ay, ay, ay” tradicional de la grada del Camp Nou ante el más mínimo contratiempo. Creer en algo para siempre perseguirlo y de este modo, siempre avanzar. Su huella determinó el destino del club por más que la entidad quedase fracturada entre quijotistas y sanchopanzistas.
Pero, en definitiva, su mérito fue anunciar a los demás lo que ni tan siquiera, aún, eran capaces de vislumbrar pues hasta entonces las cosas habían sido como se suponía o, cuando menos, como se temían pero casi nunca como se pretendía que fuesen. Y desde la clarividencia del genio que proyecta más allá que el resto, a partir de la ingenuidad del creador que, con ojos limpios de niño, aprehende lo que ni las palabras pueden explicar, los molinos se convirtieron en gigantes y Johan Cruyff en el caballero que se atrevió a derrotarlos.
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iltuliponero 1 abril, 2016
Sería complicado plasmar lo que fue Johan para el Barça mejor que como lo hace este articulo. Felicidades al autor.
A los que por edad no pudimos disfrutar de Cruyff jugador ni del Dream Team, debemos agradecer a Johan que solo conocemos al Barça ganador, el de salir a ganar siempre, el de hacer una cosa si realmente la quieres, y el de no tener miedo a cagarla.