
Muchos jugadores de fútbol se retiran con 32 años, una edad que para muchos trabajadores, y más en los tiempos que corren, es el principio de la adultez o el final del periodo de formación con/de becas eternas o sin remuneración. 32 años, una edad para darlo todo, para dejar de correr la banda de la vida, para hacerse central o mediocentro, para salir mejor en los córners, para tirar mejor las faltas, para conocer la dinámica de los defensas contrarios o poder decirle a la prensa algo más coherente o meditado que lo que se dice con 19 ó 26. 32 años, uno menos que Cristo, uno más que Rodolfo Valentino cuando murió, exactamente los mismos con los que Julen Guerrero decidió colgar las botas sin acabar su último año de contrato con el Athletic Club. 32 años como los que separan 1863 de 1895, la mitad del siglo XIX con el convulso prurito finsisecular que daba la entradilla al XX, el pitido inicial en Mortlake (Londres) del balbuceante Richmond Football Club-Barnes Rugby Football Club, y el silencio infinito y temeroso de un tren que no sonaba pero se abalanzaba sobre unos elegidos en un París navideño y frío que los hermanos Lumiere consiguieron grabar en fuego para siempre.
32 años del primer regate para llegar al primer temblor. 32 años de sacar de centro para poder apagar la luz. 32 millones de vidas, 64 trillones de ojos, infinitos corazones que laten, lloran y se reproducen. El fútbol y el cineEl fútbol y el cine, hoy, son dos religiones dos seres vivos en constante evolución, dos fenómenos sociales, dos artes populares que unen y separan, que comercian con sentimientos, que le dan sentido a los mercados, que marcan, que sienten. Dos religiones como ninguna otra, dos de las patas de mi vida y de la de mucha de la gente que me cae mejor y quiero, dos maneras de proyectarse, de rematarse, de parar, de continuarse. El ying y el yang, el John y el Wayne, el Bobby y el Charlton; el mcguffin de Hitchcok es un penalti en el último minuto en un campo donde el Villanovense se juega el descenso a tercera con el Moralo. Noventa minutos, una vida entera, una love story, una tanda de penaltis, una voz en off que suena como la de nuestros abuelos cuando nos llevaron por primera vez al estadio o al cine de obsesión continua. Una pantalla verde. Un campo apaisado.
TREN DE LUZ
Desde que «El regador regado» decidió introducir la ficción, el cine se convirtió en un deporte. Luego ya vinieron las diferentes modalidades, los artistas de la pista, los momentos históricos para el recuerdo y la memoria. Luego llegó ese tren al que subirse y la salida de una fábrica que era nuestra vida diaria y rutinaria. Una vía de escape que fue transformándose en un arte al ritmo y trantrán de un montón de nombres especiales: Keaton, Griffith, Lubistch, Chaplin, Von Stronheim. Rimet, Sophus Nielsen, Zamora, Sindelar, Ghiggia. Historias humanas que cuando se ponían la camiseta se transformaban en leyendas colecctivas: Charlot, Mabuse, Scarface, Tarzán, una madre que persigue el carro de su hijo en la escalera de Odessa.
Y todo dentro de un lenguaje nuevo: el montaje, la fotografía, la táctica y la técnica. Elegir un plano u otro es escoger una estrategia: preparar una jugada a balón parado. El guion. Jugar sin él o jugar con él. Dziga Vertov, Jean Luc Godard, los hermanos Marx. Helenio Herrera, Rinus Michel, Brian Clough. El terreno de juego rectangular de una y otra parte. La tela donde proyectarnos. Los porteros solos ante el peligro, los defensas con la muerte en los talones, los centrocampistas y sus cuatrocientos golpes, los delanteros centauros del desierto. Los siete samuráís, el rincón del cinco, el falso nueve. 11 hombre sin piedad de nosotros mismos.
CARTOGRAFÍA DE LAS SOMBRAS
La derrota y los villanos. Ibrahimovich y José Mourinho. El gordo y el flaco. Los modos y las modas. Vincular nuestra educación a una escuela. La naranja mecánica (prefiero el fútbol a la película). El expresionismo alemán de caras que se convierten en rostros de la historia. El doctor Caligari y Oliver Khan. Metropolis y la paliza en Brasil en el 2014 de nuestro presente. El futuro siempre será Beckenbauer. El pasado, el bigotito de Klaus Allofs. El neorrealismo italiano, los ladrones de bicicletas y de minutos de descuento. La elegancia de Visconti que es la de Francescoli aunque este fuera uruguayo. Umberto D y Franco Baresi. Llevar todo más lejos para tenerlo todo mas cerca, como hizo Roberto Rosselini antes de que conociéramos a Arrigo Sacchi. Como Valerio Zurlini del que ya nadie se acuerda. Como de Paolo Rossi o Agostino Di Bartolomei.
La nouvelle vague, el free cinema y el cinema novo. La democratización del espectáculo, la ira políica desatada e incontenible, las raíces más bellas que el propio árbol: el Corinthians de Socrates, Wladimir, Casagrande y Zenon. Caszely, Johan Cruyff, Breitner. Y también los independientes de verdad, los que hicieron magia lejos de Hollywod sin temor a dejar más paseo ni más huella que la indeleble en los corazones de las personas que les vieron jugar. Mágico González, Djalminha, el Trinche Carlovich. Los héroes del último minuto, los trailers que cuentan demasiado, las prorrogas, los descansos. La trama, el fondo y la forma. Nosotros cuando somos dignos de admirar. Los héroes, definitivamente.
trocko79 23 noviembre, 2015
Tremendo, felicidades Lolo. Con ganas de leer mas articulos sobre cine y futbol, dos de mis grandes pasiones.