Arrigo Sacchi, haciendo honor al sobrenombre de «Profeta de Fusignano», ha manifestado durante su trayectoria la costumbre de publicitar sus tesis a través de parábolas de estilo bíblico. Por ejemplo, es bastante conocido que en los entrenamientos de su Milan realizaban un ejercicio en el que el portero y los defensas se enfrentaban contra un escuadrón de once adversarios formado por Van Basten, Gullit, Donadoni, Massaro, Ancelotti, Rijkaard, etcétera, etcétera… y que tenía como objetivo demostrarle a los jugadores que es «mejor cinco organizados que once sin una línea de juego». Y puesto que aquellos partidillos, de 10 o 15 minutos, solían terminar sin goles, Sacchi aprovechaba para emplearlos entre sus tropas cómo una fábula didáctica sobre la virtud del orden.
Van Basten fue el verso suelto de aquel MilanA pesar de que ya no entrena, Arrigo Sacchi sigue contando frecuentemente este episodio, aunque en la actualidad ha incluido en la narración a un antagonista que personaliza el vicio que conviene prevenir: el delantero Marco van Basten, que es quien perderá una apuesta con el técnico por la cual se verá obligado a pagar un champán, además de tener que aguantar algún retruécano moralizante pronunciado por el técnico. Es sabido que la relación entre el entrenador y el jugador estuvo lejos de ser pacífica. Así que no debe sorprender que en el Edén milanista que suele describir Sacchi el papel del «diablo» fuera para Van Basten.
La simetría entre ambos es tal que el holandés tiene hasta su propia versión de «la caída luciferina». Después de una derrota en casa contra la Fiorentina, Van Basten realizó unas declaraciones que permitieron a la prensa publicar «Van Basten rechaza a Sacchi», o «Van Basten contra Sacchi». El técnico de Fusignano no contestó inmediatamente, pero al llegar el fin de semana siguiente, cuando tocó comunicar la formación que jugaría en Cesena, el delantero holandés se encontró con una sorpresa. Era el decimosexto de la convocatoria.
«Visto que sabes tanto de fútbol, estarás conmigo en el banquillo, así me podrás explicar donde fallo».
A Arrigo Sacchi le dolía el descrédito que sufría su profesión. Su biografía «Calcio totale» dedica varias anécdotas al respecto. La primera y más relevante se produjo durante una discusión que tuvo con un pariente quien le espetó que los entrenadores eran prácticamente intercambiables entre si. Cuando Sacchi le replicó que eso también podría valer para su oficio, que era el de director de orquesta, el pariente, irritado e indignado, le contestó que eso era una cosa totalmente distinta, dado que la sensibilidad de un Abbado era diferente a la de un Muti. Por ejemplo, si «diriges a Beethoven y los platillos suenan un poquito antes o después, Mutti lo escucha», le explicó el pariente, en lo que a la postre se ha convertido en una de las metáforas preferidas de Sacchi sobre el tema: cuando Arrigo Sacchi desea combatir los prejuicios contra el oficio de entrenador recurre a la música.
Para Arrigo Sacchi no existe diferencia entre la música y él fútbol. Para él «el juego, la partitura a interpretar, es el verdadero protagonista en el campo. Puedes tener los mejores músicos y solistas del mundo, pero no escucharás ninguna melodía si no están coordinados por un director y una partitura común», dijo, casi como en una referencia a la «música de las esferas» pitagórica. Sacchi es pues «autor y director de orquesta», ergo había creado la partitura estelar. Su corifeo Gianni Mura (ambos estaban discutidos con Gianni Brera) lo celebró en un artículo, publicado en «La Repubblica», aduciendo que, aunque «cambian los interpretes, la trama es siempre la misma». Se trataba de remarcar la importancia de la idea, aparentemente por encima de cualquier otro aspecto.
«En mi fútbol el líder es la idea del juego y el colectivo. ¿Qué es más importante en una carrera automovilística: el motor o el piloto? Ambos lo son, pero si no hay motor ni siquiera arranca». Sacchi.
El delantero holandés sentía que era diferenteEntendido esto es normal que Van Basten se convirtiese en la némesis principal de Sacchi dentro del grupo, puesto que lo que le reclamaba Marco era que se reconociese su singularidad y esto para el técnico de Fusignano era una herejía. Un día Van Basten le dijo: «¿Mister, por qué me trata como a los demás?». Y Sacchi, condescendientemente, le respondió: «¿Por qué no debería? Tú eres un chico inteligente: si te trato de un modo diferente a los otros, rompería la armonía del grupo». Según ha reconocido Sacchi en «Calcio totale», cuando decidió castigar a Van Basten por sus declaraciones a la prensa sentándolo en el banquillo, estaba mandando un mensaje al resto de jugadores. La fuerza del cual estribaba en la teórica dimensión del castigado. No obstante, a nivel futbolístico, la ausencia del delantero suponía para Sacchi un riesgo asumible, puesto que él no consideraba a Van Basten un componente imprescindible en el equipo.
La espina dorsal sacchiana estaba constituida por Franco Baresi como defensor central, Carlo Ancelotti en el centro del campo y Ruud Gullit como atacante. El técnico hace hincapié durante el capítulo titulado «La cavalcata verso il primo scudetto» en que durante aquel primer año fue Gullit el principal alimentador del conjunto, mientras que Marco Van Basten apenas jugó tres partidos completos, de los treinta partidos que duraba el campeonato, debido a sus continuas lesiones. Las ausencias de Marco, así como sus lesiones, son referenciadas varias veces a los largo de los capítulos seis, siete y ocho para que no quede ni sombra de dudas sobre su importancia marginal en el único Scudetto vencido por Arrigo Sacchi. A Marco Van Basten, el pelato di Fusignano le consideraba la «ciliegina sulla torta», la guinda del pastel, que como se sabe es decorativa, pero no capital.
«El más talentoso, pero también el más discontinuo (…) Goleador que se conectaba estupendamente con sus compañeros, explotando la sinergia». Arrigo Sacchi.
La disciplina que imponía Sacchi no resulta discordante si le comparamos con sus antecesores en otras grandes dinastías europeas. Rinus Michels, por ejemplo, aplicaba una «disciplina increíble» en el Ajax, según su asistente Bobby Haarms. También los dos principales referentes continentales del periodo de entreguerras, Hugo Meisl y Vittorio Pozzo, eran tremendamente intransigentes con sus tropas. Pozzo fue descrito por el periodista Brian Glanville como «ligeramente militarista» y de Meisl decía que si bien «era un hombre de gran cultura y humanidad», había que compadecer a cualquier jugador «que se atreviese a desobedecer sus instrucciones». Meisl, por cierto, tuvo también una turbulenta relación con el delantero centro del Wunderteam austriaco, Matthias Sindelar, al que según el historiador Jonathan Wilson hizo debutar (1926) más por las presiones del Ring Café (epicentro de la escena futbolística vienesa) que por convicción propia. A Hugo Meisl le sucedía en cierto modo algo similar a la dinámica Van Basten-Sacchi. Sindelar era un jugador «sutil», «elegante», «creativo» y «espontáneo», pero que en opinión de su prestigioso coetáneo Friedrich Torberg «no seguía ninguna partitura», o al menos «ninguna que pudiese identificarse como un modelo preestablecido». Hecho que para Meisl suponía un problema de encaje respecto a su idea de juego.
Algo sorprendente en las vanguardias futbolísticas es que parecen estar organizadas alrededor de la nostalgia. Si para Sacchi el modelo era el Ajax de los años ’70, del que escribió que había sido «la expresión más clara del fútbol futuro» (1982), para Meisl su adorado Rangers (1905) era musa y perpetuo referente. Lo que instintivamente le llevaba a preferir a un delantero centro más físico y menos impredecible como Josef Uridil que al indócil «Der Papierene». Al final Meisl tuvo que ceder (1931) y con Sindelar como fijo se produjo el «remolino danubiano». Su presencia fue «el final perfecto para un cuento», como dijo en su día el crítico teatral Alfred Polgar.
«Como la conclusión que hace posible comprender y apreciar la perfecta composición de la historia, como la coronación de todo lo que representa». Alfred Polgar.
Así pues, la complicada relación entre Arrigo Sacchi y Marco Van Basten resulta un argumento clásico en la tragicomedia del fútbol e incluso en la mitológico-religiosa, puesto que, si Sacchi es el demiurgo creador del Milan, y como todo Dios abrahámico el que impone el marco de lo que es correcto o no, Marco Van Basten es la figura imprescindible de la rebeldía infernal: el «diavolo». El encargado de castigar a los pecadores con su llama, pero también de discutir el plan divino. El escritor Mike Carey, que dedicó una longeva y excelente serie de cómic a Lucifer, definía su trabajo en la colección como «una mezcla de planificación e improvisación», lo que a un nivel metaliterario parece ser la moraleja de todas estas historias: la necesidad de que hasta en el plan más cuidadoso haya alguien capaz de saltárselo. Porque, sin una sorpresa esperando, hasta Dios podría aburrirse.
«Jugamos sobre seguro. La mayoría de nosotros lo hace la mayor parte del tiempo … pero Lucifer no conoce el significado de seguridad, y nunca se molesta en mirar hacia abajo. Él va a donde quiere, elige sus peleas donde los encuentra y generalmente gana …siguiendo su propia voluntad e instintos hasta el final, sin preocuparse por los obstáculos que encuentra». Mike Carey.
@9LutherBlissett 2 septiembre, 2015
Genial articulo de David como siempre. No se como haces para superarte constantemente. Algunas anécdotas sobre su relación:
Cuenta Sacchi que Van Basten le preguntaba el porque trabajaban tanto y no podían divertirse más a lo que el entrenador italiano contestaba que quienes debian divertirse era el público.
En una ocasión Sacchi insistió durante todo el entrenamiento en un concepto táctico a Van Basten, cuando termino siguió al jugador hasta las duchas hablando del concepto, cuando se seco y vistió le siguió por los pasillos hasta el comedor donde ya no pudo aguantar más y tras dar un puñetazo en la mesa le grito que mientras comia que no se le ocurriera hablarle.