La primavera metálica forja espíritus recios y fuertes; guerreros envalentonados que convierten la lucha por los títulos en estética del fútbol, fundadores de mitología e historia. Sin lugar para el artista artesano, los meses de Abril y Mayo expulsan a Apolo y dan el trono a Atenea, diosa de la guerra, la justicia, la estrategia y las artes, imponiendo un orden en el que todo se pone al servicio inmediato del triunfo. Sin embargo, cuando los días se hacen más largos y el estío llega, el artista creador emerge y las mentes y cuerpos de los implicados se rigen por una máxima liberadora: se concibe para ganar, pero se crece sin la obligación de hacerlo. Las pretemporadas son como un niño, expresión de pureza e inocencia descubridora; escuela que potencia las virtudes del adulto que vive cuando florecen los héroes.
En esta época no hay nadie como Pep Guardiola. El entrenador catalán tiene iguales empuñando espada y escudo, pero inmerso en la Florencia temporal, su aspiración está por encima de la de Picasso, Klimt o Van Gogh; ni siquiera quiere ser Salvador Dalí. Guardiola en verano se convierte en un reto a la historia, un alborotador que la rompe, la transmuta, la ignora y la seduce. Las pretemporadas de sus equipos son elucubraciones futbolísticas de Leonardo da Vinci o Nikola Tesla; invenciones que olvidan los paradigmas y producen su propio arquetipo una y otra vez, como si fuesen el dios Tot escribiendo por primera vez las efemérides del mundo. En época estival, Pep convierte el arte en mito y Alaba juega en una posición que no existía.
@JRatazzi 4 agosto, 2014
Que bonito texto! Felicidades al autor