«L´Ottavo Re di Roma» e «Il Barone» | Ecos del Balón

«L´Ottavo Re di Roma» e «Il Barone»


“Barone, mire usted que si nos estamos equivocando…”. En la capital italiana, las sirenas de los autos rendían apología al pragmatismo en honor de la recién conquistada Copa del Mundo. Ínfimos porcentajes de posesión, inexistencia de la distracción como arma ofensiva, verticalidad extrema o el marcaje al hombre eran algunos de los rasgos del campeón, y ninguno de ellos resultaba común entre el mismo y el proyecto de Nils Liedholm en la Associazione Sportiva Roma. “Presidente, el futbolista que necesitamos es Herbert Prohaska”, sostuvo Il Barone ante la perplejidad de Viola, “confíe en mí. Vamos a intentar una cosa”.

En aquel verano de 1982, la dirección deportiva del club se enfrentaba al declive de Turone, el líbero desde el cual Liedholm había orientado su sistema defensivo «En el 82, Baresi era el único líbero italiano que dominaba la defensa zonal» zonal durante sus tres primeros años como giallorosso. Era un auténtico drama, ya que el Calcio Italiano, orgulloso, era reacio a incorporar aquel modelo táctico que tan buenos resultados estaba dando en Holanda y Alemania, y la oferta de líberos nacionales desarrollados en una cultura de marcaje en zona se limitaba al tan joven como inaccesible Franco Baresi, del AC Milan. En esta tesitura, la confirmación de que el cupo de extranjeros ascendería a dos había desatado la euforia en el futbolerísimo Viola: “Pero Barone, yo supuse que aprovecharíamos la normativa para fichar un líbero extranjero, ¿qué ha ocurrido?”, “Este equipo debe empezar en el primer pase, quiero que nos defiendan por todo el campo”.

El sueño de Liedholm era adaptar a Di Bartolomei a la primera línea de su 1-3-3-3. Il Capitano era un jugador colosal. Originalmente trequartista por su concepción fantasiosa, Nils retrasó su posición al mediocentro nada más aterrizar en Roma, en el 79, debido a que la lentitud de Agostino le llevaba a escapar de las zonas intensas de la mediapunta para protegerse en su formidable toque de larga «Di Bartolomei descendió dos escalones para ser el líbero del sistema» distancia. La respuesta de Di Bartolomei fue magnífica, no le resultó complicado asimilar los entresijos de la diarcación, y el valor táctico descubierto en él animó a Liedholm a convertirle en el líbero del equipo. Barone, ¿hasta qué punto es necesario Vierchowod? Su fichaje no es precisamente sencillo”, preguntaba el propietario durante aquel mercado estival tan decisivo, “Imprescindible, presidente. El fútbol está cambiando. Si nosotros jugáramos contra nosotros, mi preocupación no sería cómo anular a Pruzzo. La clave de la victoria estaría en cómo desactivar las diagonales de los extremos y las incorporaciones de los centrocampistas. El defensa central, a partir de ahora, deberá ser irremediablemente rápido”. No tardó en llegar a la capital el velocísimo Lo Zar, que junto a Maldera y Nela dio al nuevo rol de Di Bartolomei todo el sentido del mundo. Por cierto, los registros atestiguan que Andrea Pirlo, el hombre, nació en mayo del 79. Sin ibargo, el fútbol declara que Il Metronomo, el excepcional mediocentro, emanó de aquella especial relación que unió a Il Barone e Il Capitano en el 82, y para siempre.

Y es que Ancelotti no perdía detalle de nada de lo que pasaba ante sus ojos. Su papel, a propósito, seguía siendo el mismo, era el interior izquierdo del triángulo, y desde aquel perfil siniestro asistió al cambio de posición de Falcao, que heredaba «Falcao fue un desafío para el común marcaje al hombre del Calcio» el mediocentro de Di Bartolomei. L’ottavo Re di Roma era el mejor futbolista del equipo y el jugador contextual del mismo. Un centrocampista de excepcional talento, prodigiosa técnica, carisma infinito y un nivel físico que incluso hoy, treinta años después de su apogeo, marcaría diferencias en la Copa de Europa. Desde él consiguió mantener la presencia en tres cuartos aún empezando a pesar mucho más atrás, circunstancia que dotaba a Liedholm de una ventaja estratégica demoledora: En aquel Calcio de marcajes al hombre, ¿qué defensor reunía las condiciones requeridas para perseguir a Falcao por tan vasta zona de influencia?. “Presidente, no encontrará usted equipo que deje libre a Il Divino, y nuestro éxito estará en generar la superioridad numérica donde ellos perderán un efectivo defensivo, el que siempre le perseguirá pero nunca le alcanzará”. Prohaska, el Valderrama centroeuropeo, nunca dispuso de más espacio para hacer y deshacer con su extraordinario sentido del pase que durante aquella temporada, en la que fue el interior derecho del mediocampo giallorosso.

“De todos modos, Barone, el niño de mis ojos es Marazico“. Técnico hasta la vesania, adicto al cambio de dirección pero, sobre todo, mágico, Bruno Conti fue un mediapunta de fisonomía alevín al que el fútbol encontró acomodo en la banda. «Conti nunca se comportó como un extremo. Fue un mediapunta en la banda» Pausa, toque, pase interior, cambio de orientación, conducciones de arrastre… Nunca se comportó como un extremo nato porque no lo era, afortunadamente para Il Barone, que halló en él la continuidad ideal para el juego gestado en la base. “Entiendo que cuando usted dice que jugaremos en todo el campo, se refiere a que empezaremos en Di Bartolomei y acabaremos en Conti”, “¿Y Pruzzo? No sería de justicia que Roberto se fuera triste a casa cuando la mala fortuna le niegue el gol, señor Viola”, aseveraba Liedholm sobre uno de sus jugadores fetiche. Il Bomber, sin ser un fenómeno, fue un nueve impagable. Killer de infravalorada heterogeneidad, iba más allá de los tantos gracias a su poderoso juego de espaldas, responsable, en parte, de los 14 goles que sumaron entre el líbero y el mediocentro del equipo aquella temporada. La culminación del tridente ofensivo fue Maurizio Iorio, el menos talentoso pero el más rápido de los atacantes romanistas. El desborde individual corría a su cuenta.

“Señor Viola, ¿sabe usted por qué vamos a intentarlo? Porque los chicos se lo van a pasar genial”.

Tras una encarnizada lucha contra la todopoderosa Juventus de Platini, la Mágica levantó el Scudetto por segunda vez en su historia. Fue la temporada más especial y la más fructífera. Para el año siguiente, y con el objeto de proclamarse campeones de Europa en su propio estadio, la dirección tomó algunas decisiones quizá demasiado agresivas para lo que era ya un grupo ganador. Vierchowod cedía el testigo al joven canterano Righetti mientras Prohaska e Iorio hacían hueco al estelar Toninho Cerezo y al campeón del mundo Graziani. La zaga perdió velocidad con el cambio, así que Di Bartolomei volvió al centro del campo en los partidos más exigentes. Ese hecho negó a Cerezo la posibilidad de ser el mediocentro, y si bien su calidad quedó impresa en el fútbol romanista, sin su punto de arranque más natural no terminó de romper a su mejor nivel. La verdad es que el aficionado giallorosso siempre sintió más al empedernido pasador pelirrojo. Pese a todo, la Roma llegó a la Final del 84 de manera brillante, dejando en la retina actuaciones memorables y momentos de un valor futbolístico máximo. Fue una etapa histórica para el club de la capital italiana, obra de Il Barone eterno, “Señor Viola, ¿sabe usted por qué vamos a intentarlo? Porque los chicos se lo van a pasar genial”.


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