Hacía apenas 10 días que Francia había ganado la Eurocopa de Naciones en el Parque de los Príncipes ante España. Michel Platini, en la cima de su carrera, había dominado el torneo con mano de hierro, justo como lo llevaba haciendo en la Serie A desde su llegada en el verano del 82. Con el mejor jugador del mundo en ese estado de forma, el panorama del campeonato italiano parecía que poco podía cambiar. Hacía falta algo especial para combatir a esa poderosa Juventus sin rival incluso en la liga más fuerte del planeta.
Cuando el 6 de julio de 1984 aquel pequeño hombre de cabello rizado, físico chaparro y viva mirada salió por primera vez del túnel de vestuarios de San Paolo tenemos serias dudas de quién estaría más impresionado y sorprendido. Él, que había sido la estrella más deseada y rutilante del fútbol internacional y cuya carrera estaba en un impasse lleno de dudas tras su salida de Barcelona, no pudo dejar de alucinar al ver el estadio lleno para verle dar unos toquecitos al balón y saludarles. No más alucinado que los tifossi, que llevaban años recordando a Sívori y Altafini, saboreando la Coppa del 76 o lamentándose de la ocasión perdida en el 81, cuando un holandés volador –Ruud Krol- les hizo luchar por el Scudetto. No más que los chavales que habían bajado desde Chiaiano, San Pietro y Ponticelli, desde Soccavo, la Stella y San Carlo, parecía que todo Nápoles estaba allí. ¡¡¡MARADONA!!! Apenas saludó, apenas tocó la pelota y ya Diego se sentía en casa. Había encontrado un pedacito de su Buenos Aires en Europa y pronto comprendió que, así como esa gente se lo daría todo, él debía hacer lo mismo por ellos.
Los inicios de la aventura napolitana no fueron fáciles para el astro argentino.
Maradona llegó al sur de Italia buscando redención. Su paso por Barcelona no había acabado bien y el inicio de su carrera europea había quedado bastante empañado por lesiones, incidentes –final de Copa contra el Athletic de Bilbao– y polémicas varias. Además, no había brillado especialmente en su primera aparición en el Mundial. En los campos españoles, de albiceleste y de blaugrana, dejó detalles de su grandeza, se vio sometido a marcajes feroces, y la decepción y la frustración se convirtieron en sentimientos demasiado comunes en su vida.
Nápoles era volver a empezar, casi de manera literal. También financieramente había tenido un revés grande con su anterior representante Jorge Cyterszpiler, que lo había dejado muy tocado. El club partenopeo, por su parte, llevaba ya 15 años bajo el mando de Corrado Ferlaino y seguía buscando salir de la irregularidad a laMaradona llegó a un Napoli que competía por no descender a Serie B que se había visto abocado desde los tiempos en que Sívori, Altafini y Zoff lo habían puesto en el mapa. A pesar del reciente buen recuerdo del año 81, el equipo no estaba para luchar por altas cotas. Maradona mismo reconoce en su biografía que no se esperaba lo que encontró. El Napoli se había salvado la campaña anterior por un punto escaso, y además sus dos jugadores más destacados, Krol y Dirceu, abandonaron el club. Junto a Maradona llegó el también argentino Daniel Bertoni, un jugador que se movía por el frente de ataque, que había tenido ya una carrera larga y además, había ganado el Mundial con Argentina. Sería el principal apoyo de un Maradona que sufriría los rigores del Calcio ese primer año. El resto del equipo era de una mediocridad preocupante, si acaso se salvaban el capitán, el veterano Bruscolotti, y Salvatore Bagni, centrocampista internacional. Parecía muy poco en un campeonato al que llegaban también ese verano Rummenigge, Sócrates, Junior o Souness.
Conducido por el entrenador Rino Marchesi, y liderado por Maradona y Bertoni (25 goles entre ambos), el Napoli navegó todo el año alejado de aguas peligrosas y luchó por entrar en las competiciones continentales. Es probable que nunca más se vea celebrar los goles y las victorias tan efusivamente a Maradona. Venía de Boca y el Barcelona, equipos hechos para ganar, y fue como volver a su Argentinos, luchando cada punto por la salvación, por arañar un puesto en el medio de la tabla. Volver a los orígenes fue una bendición para Diego, que durante este año desarrolló una comunión con los napolitanos que ya nunca abandonaría. A ello contribuyó el racismo de la gran mayoría de aficiones del norte del Italia, los gritos de «terroni» en Verona o Bérgamo y los «¡lavatevi, lavatevi!» en Turín. Cuanto más le querían dañar, más fuerte se hacía, más disfrutaba quitándoles puntos, más se crecía recibiéndolos en San Paolo junto a su gente. El odio y la persecución que sufrían los napolitanos y él mismo se convertirá en su mayor fuente de energía y en su motivación. Cada año, Diego querrá robarles un botín más grande a los altivos norteños. Para completar el cuadro, ese año 85 se proclama campeón de Italia el equipo con la afición más racista del país, el Hellas Verona de Osvaldo Bagnoli, de Elkjaer y de Briegel.
Diego no va a parar hasta que pueda ofrecerles lo mismo a los aficionados de San Paolo y, en general, a la gente del sur de Italia. Maradona se involucra en la confección del equipo, exige a Ferlaino buenos jugadores que le ayuden en su empresa. Ese verano llega Claudio Garella, el portero campeón con el Verona, tambiénFerlaino mejoró el equipo con el fichaje, sobre todo, de Giordano Alessandro Renica, uno de los mejores líberos de Italia y Eraldo Pecci, un magnífico centrocampista que no cuajaría finalmente. La adquisición más importante es la de Bruno Giordano, un rebelde que había sido sancionado por el caso del Totonero, pero sobre todo un goleador capaz de compenetrarse a la perfección con Maradona y Bertoni. También se cambia el entrenador, llegando Ottavio Bianchi, cuyos planteamientos defensivos le costarán problemas con El Diez más adelante. La mejora en la plantilla es ostensible y así lo será también en la clasificación final. El Napoli termina tercero del campeonato, a seis puntos de la todopoderosa Juve de Trapattoni y Platini. El equipo empieza a derrotar a los grandes, y así es como cae la propia Juventus en la novena jornada en San Paolo, y también el Inter. Por si fuera poco, Maradona regala un aplastante 5-0 contra los campeones del Verona a los aficionados que se congregan el 20 de octubre de 1985 en el estadio partenopeo. Maradona termina el campeonato con once goles –empatado con su compañero de selección/rival Passarella, que juega en la Fiore-, mientras Giordano marca 10. Además, Diego está inmerso en la preparación para el Mundial de México.
El verano del 86 cambia definitivamente la vida de Diego Armando Maradona y del Nápoles.
Satisfecho por su buena campaña en la Serie A, Maradona afronta el reto del Mundial liderando a una Argentina que no carbura bajo la dirección de Bilardo. Nada importa, porque bajo el abrasador calor del verano mexicano, Maradona explota y da la mayor exhibición individual que se haya visto en una Copa del Mundo. Nadie duda ya de quien es el mejor jugador del planeta y, cumplido su objetivo con la selección, toca asaltar nuevos retos con su club.
Bruscolotti, el veterano capitán, reconoce de facto el indiscutible liderazgo de Diego, y le entrega el brazalete a pesar de que él seguirá jugando. Es el símbolo del cambio, el momento en que el Napoli deja atrás los años de mediocridad y empieza la era de los grandes objetivos. La consolidación deAunque sigue jugando, Bruscolotti le entrega el brazalete al Diego un joven Ciro Ferrara y de Alessandro Volpecina será una de las noticias de ese año, conformando una línea defensiva que será la red de seguridad que Bianchi teje para proteger a Maradona y Giordano. El internacional Fernando de Napoli llega del Avellino para consolidar aún más el centro del campo junto a Bagni, y la aparición de Francesco Romano, un centrocampista ofensivo firmado de la Triestina y que llegará a la selección italiana, es también una de las notas positivas en cuanto a la composición de la plantilla. Bertoni, por su parte, abandonó el club, siendo sustituído en el ataque por el corpulento Andrea Carnevale, que venía del Udinese. La temporada se presenta dura ya que, aunque la Juventus parece haber pasado su mejor momento, se produce el desembarco en Milan de Silvio Berlusconi. Además, los fichajes en la mejor liga del mundo son siempre de relumbrón y casi todos los equipos se refuerzan de manera excelente. Donadoni llega a Milan, mientras el Inter firma a Giovanni Trapattoni y a Passarella, la Fiorentina a Ramón Díaz y la Sampdoria a Briegel y Toninho Cerezo, por citar algunos.
La temporada empieza con decepción para el Napoli, ya que queda eliminado a las primeras de cambio de la Copa de UEFA ante el Toulouse francés, pero eso le permitirá centrarse al cien por cien en las competiciones nacionales. Desde la jornada nueve, merced a un maravilloso 1-3 en Turín contra la Juve, los partenopeos se harán con el liderato y lo mantendrán de manera consistente, resistiendo los asaltos de la propia Juventus y del Inter. A las últimas jornadas se llegó con un Napoli dubitativo, que había perdido buena parte de su ventaja, y que apenas tenía dos puntos sobre Juve e Inter. Finalmente, en una inolvidable tarde en San Paolo, los de Ottavio Bianchi fueron capaces de asegurar el punto necesario al empatar con la Fiorentina. Un partido en el que, por cierto, un tal Roberto Baggio anotó su primer gol en la Serie A. Carnevale, que anotó cuatro goles en los últimos cuatro partidos de liga fue el autor del tanto que daba el Scudetto al Napoli. El primero que viajaba al sur de Italia. Maradona había cumplido su promesa. Y no contento aún, regaló a la ciudad un impensable doblete. Tras eliminar a Brescia, Bolonia y Cagliari, los partenopeos derrotaron a doble partido a la Atalanta -otro de los enemigos preferidos de Diego- para firmar el doblete, sólo el tercero de toda la historia del fútbol italiano, tras Torino en 1949 y Juventus en 1960.
Maradona era ya dios en Nápoles. Santa Maradona era ya tan venerada como San Gennaro y el pibe de oro aún quería más. Porque cuanto más quería él, más felices eran todos los de su alrededor. Es cierto que losAl Diego no le gustaba la visión defensiva del fútbol de su técnico escándalos –reales o inventados- nunca le abandonaron. Desde su presunto –por entonces- consumo de drogas, hasta relaciones con la Camorra, enfrentamientos con el presidente y el entrenador… Con Ferlaino las cosas eran difíciles. Diego era ambicioso, y el presidente también, pero no era fácil llegar a acuerdos. Con Bianchi las relaciones empezaron a enfriarse tras el Scudetto. A Diego no le gustaban sus métodos de entrenamiento, ni su visión defensiva del fútbol, ni mucho menos que Bianchi quisiera que corriese como si fuese uno más. Pero como las cosas iban bien, todo parecía menos grave. Más aún cuando el delantero de la selección brasileña, Careca, uno de los mejores jugadores del Mundial de Mexico y un atacante codiciado por muchos equipos punteros firmaba con el Napoli. Además, con él, llegaba Giovanni Francini, presto para apuntalar aún más la línea defensiva de Bianchi. La Copa de Europa parecía un objetivo posible, si bien esa campaña de 1988 se presentaba como una de las más fuertes de la década.
La aventura europea, que se presumía larga y exitosa, acabó pronto. El bombo, caprichoso como sólo puede serlo uno al que no se le ponen trabas, decidió emparejar en la primera ronda a los campeones de Italia y España. La ida, en un Bernabeu cerrado, midió a Maradona con los miembros de la Quinta del Buitre, reforzados por aquella llamada de los Machos -H.Sánchez, Gordillo, Buyo-, y con veteranos como Camacho, Juanito o Santillana. El partido será recordado como aquel en el que, en expresión de Valdano los pajaritos le dispararon a las escopetas, cuando Chendo le tiró un caño al propio Maradona. El 2-0 que los blancos consiguieron de renta fue imposible de remontar en San Paolo. Un 1-1 que dejaba sabor amargo de esa primera experiencia en la máxima competición continental.
Mientras, en una Italia que recibía a estrellas como Rudi Völler, Ian Rush, Ruud Gullit, Marco Van Basten o Enzo Scifo, el Napoli sigue a un ritmo intratable. Gana sus primeros cinco partidos de liga destacándose en cabeza, liquida a la Sampdoria en Génova cuando era su principal perseguidor, gana el campeonato de invierno y a finales de febrero saca cinco puntos al Milan de Sacchi. Parecía que el segundo Scudetto iba camino de Napoles bajo las alas de una delantera que hacía las delicias de los aficionados. Una delantera Ma-Gi-Ca, Maradona-Giordano-Careca. Aunque el término ya existía con Carnevale en lugar de Careca.
El 10 de abril, a cinco jornadas del final, el Napoli tenía cuatro puntos de ventaja sobre los rossoneri, que no habían sido capaces de aprovecharse de algunos de los tropiezos de los líderes en los dos meses precedentes. Pero el Milan encandenó un par de victorias que se revelaron decisivas: ganó en Roma mientras los de Maradona perdían en Turín ante la Juve, venció el Derby della Madonnina al mismo tiempo que el Napoli empataba en Verona. Así pues, los milanistas llegaron al enfrentamiento directo en San Paolo a un punto de los partenopeos. En uno de los partidos más famosos de la historia de la Serie A, los hombres de Arrigo Sacchi se impusieron por 2-3, gracias a un doblete de Pietro Paolo Virdis y a otro gol del recuperado Marco Van Basten, que se había pasado más de media temporada lesionado y empezaba ahora a escribir su leyenda milanista. Tras esto el Napoli se desintegró. Un equipo que había perdido apenas dos partidos de los 25 primeros de liga, perdió cuatro de los últimos cinco y, a pesar de una derrota en los despachos por incidentes contra la Roma, al Milan le bastó un empate en Como para ganar el Scudetto. El único, por cierto, que ganará Arrigo Sacchi en toda su carrera.
La consagración de Maradona se produce en las dos siguientes temporadas, pero la puerta de salida se va abriendo.
El verano del 88 es tenso, más que nunca. Maradona y Bianchi no se soportan y eso pone las cosas difíciles. El campeonato italiano, además, sigue reforzándose más y más, y la Sampdoria se consolida como un equipo a tener en cuenta bajo la guía de Vujadin Boskov. Los holandeses del Milan se consagran en la Eurocopa y Sacchi trae a Rijkaard. Trapattoni pesca en Alemania a Matthäus y Brehme, también llegan al Inter Díaz y Berti. Ferlaino, por su parte, no quiere ser menos y firma al centrocampista brasileño Alemao, que llega del Atlético de Madrid. El de Lavras es un medio con muchísimo recorrido y que también distribuye el juego. Junto a él, Luca Fusi y Massimo Crippa compensan la marcha de Bagni. La defensa se mantiene, pero Garella deja paso a Giuliani en la portería. También abandona el equipo Bruno Giordano, asumiendo Carnevale más cuota de protagonismo.
El equipo, como podemos observar, cada año es mejor, más completo y con una rotación mayor, pero esta temporada 88-89 no será recordada por su actuación en la liga. La Serie A ha aumentado hasta 18 equipos, yEl Napoli no puede con el Inter en Liga, pero va a por todas en la UEFA las cuatro jornadas extra sólo servirán para que la máquina de Trapattoni, el llamado «Inter de los Alemanes», destroce todos los records habidos y por haber en el campeonato italiano. Gana la liga con 11 puntos de diferencia sobre un Nápoles que sólo pierde 5 partidos –pero es que el Inter gana 26-, encaja apenas 19 goles, marca 67, y Aldo Serena marca 22 goles, algo que no se veía desde hacía más de 25 años. Careca y Carnevale tienen una gran temporada anotadora -19 y 13-, pero Maradona arrastra problemas físicos que volverán habitual el hecho de que juegue infiltrado. Sin embargo, en la Copa de la UEFA, el Napoli sí deja su sello. Tras la decepción del año anterior, Maradona está dispuesto a ofrecer un título europeo a la ciudad. Se sufre para eliminar al PAOK de Salónica y al Lokomotiv de Leipzig, y aún más para superar a un talentoso Girondins de Burdeos. Carnevale marcó pronto en el Parc Lescure, pero el resto de la eliminatoria fue cerradísima, los partenopeos pasaron por ese escaso 1-0.
Con la liga ya prácticamente perdida, en marzo se jugaron los cuartos, y el emparejamiento con la Juventus tuvo tintes épicos. Entre otras cosas porque los napolitanos necesitaron remontar un 2-0 adverso que se habían traído de Turín. La Juve estaba lejos de su mejor época a inicios de la década, pero aún contaba con grandes jugadores como Laudrup, Rui Barros, Alejnikov, Zavarov o Marocchi. San Paolo reventó cuando, en el minuto 119, un gol de Alessandro Renica –uno de los jugadores más injustamente olvidados de ese equipo- hacía valer los de Maradona y Carnevale, y enviaba al Napoli a las semifinales, además de fastidiar a la odiada Vieja Señora. Cabalgando sobre esa euforia consiguió, apenas 15 días después, el cuadro celeste derrotar al Bayern en casa merced a goles de Careca y Carnevale. Un doblete del brasileño selló el empate en tierras muniquesas y la presencia de los napolitanos por primera vez en una final europea.
El rival sería el Stuttgart de Jürgen Klinsmann, Fritz Walter o Srecko Katanec. Además, los alemanes comenzarían adelantándose en la ida, merced a un gol del excelente y técnico centrocampista Maurizio Gaudino, que complicaba bastante las cosas por su valor doble. Maradona de penalti y Careca apenas tres minutos antes del finalMaradona no pudo irse a Marsella, pero a cambio Ferlaino se cargó a Ottavio Bianchi, colocaban una victoria mínima que se confirmaría con un espectacular empate a tres en el Neckarstadion. La Copa UEFA viajaba también al sur de Italia y Nápoles seguía viviendo el sueño. La derrota en la final de Coppa ante la Sampdoria se le perdona a un equipo que estaba llegando a cotas nunca imaginadas. Ese sueño parecía tornarse pesadilla cuando ese verano Maradona acusaba a Ferlaino de incumplir su promesa de dejarle marcharse a Marsella si daba al Napoli un título europeo. Maradona estaba ya cansado del estrés de su vida en Italia, de estar siempre vigilado y bajo presión. Buscaba algo nuevo y Marsella y el proyecto de Tapie parecían ideales. Pero Ferlaino se negó a traspasarle, sabía que la afición no se lo perdonaría y, además, la Copa UEFA no era el título europeo en el que el presidente pensaba cuando hablaba con Maradona. A cambio, le ofreció la cabeza de Bianchi, que fue sustituído por Albertino Bigon, un entrenador conocido por su laissez faire. Así pues, Maradona se quedó, y con un equipo sin bajas destacables y las adquisiciones del centrocampista Massimo Mauro y de Gianfranco Zola, comenzó una temporada que terminaría con lo que debía ser el cúlmen del fútbol italiano como capital mundial de este deporte: Italia 90.
El 17 de septiembre, tras remontar ante la Fiorentina, el Napoli se hace con la cabeza de la clasificación y, consiguiendo grandes resultados en los enfrentamientos directos con sus rivales (2-0 al Inter, 3-1 a la Roma y 3-0 al Milan), los partenopeos se consagraron campeones de invierno. Al inicio de la segunda vuelta el equipo bajó un poco el rendimiento permitiendo la recuperación de sus rivales, especialmente del Milan, que se confirmó como el principal perseguidor y que incluso les devolvió el 3-0 de la primera vuelta. Tras esta dura derrota contra los rossoneri, el Napoli no levantó cabeza y también perdió contra el Inter, momento que el cuadro de Sacchi aprovechó para ponerse líder y mantenerse así hasta el 8 de abril. Lo que se iba a vivir a partir de esa fecha fue algo muy parecido a lo sucedido en 1988, pero a la inversa. Los milanistas empataron en Bolonia mientras el Napoli derrotaba a la Atalanta en los despachos –Alemao fue alcanzado por una moneda-. También sufrieron los de Sacchi una sorprendente derrota ante un Verona que luchaba por no descender. A pesar de empezar ganando, se vieron remontados y perjudicados por tres expulsiones, entre ellas la de Van Basten. Mientras, el Napoli le metía cuatro al Bolonia y se ponía líder, asegurándose el segundo título de campeón de Italia con una victoria en casa contra la Lazio. Maradona había llegado a final de temporada muy disminuido físicamente, arrastrando problemas en ambos tobillos. Pero no había tiempo para quejarse, aguardaba el Mundial.
Italia 90 fue el canto del cisne para el gran Maradona y para el Napoli.
Argentina llegaba a defender su título mundial rodeada de problemas. Lesiones, sanciones y retiradas de jugadores importantes, además de una serie de malos resultados tenían a Bilardo y sus hombres en el alambre. Pero nadie lo estaba más que Maradona, que para aquel entonces se había convertido en el personaje más perseguidoMaradona llegó al Mundial de Italia como un personaje odiado de Italia, en enemigo de las clases dirigentes y de todos los peces gordos del Calcio. Y Diego estaba dispuesto a cobrarse la mayor venganza posible contra ellos en su Mundial. Italia, por su parte, era la gran favorita para ganar la Copa del Mundo. Tenía un fantástico grupo de jugadores dirigidos por un entrenador, cuanto menos, mediocre. Los italianos, con una unidad defensiva sideral –Zenga, Bergomi, Baresi, Ferri, Maldini-, las gotas de calidad de Giannini, Berti y Donadoni, la estrella de Baggio y la revelación de Schillacci navegaron por aguas más o menos tranquilas hasta las semifinales. Argentina, por su parte, lidió desde el primer momento con todo tipo de problemas y su camino hasta el penúltimo partido fue un calvario. Pero Maradona los lideró bien tras la derrota contra Camerún. Echó una mano contra la URSS -demostrando que dios era realmente ambidiestro- y se sacó de la manga una victoria que sumió a Brasil en una crisis existencial como no se había visto desde 1950.
Bien, pues Italia y Argentina, por esas casualidades de la vida, se debían medir en Nápoles. Y para entonces Maradona era el Rey de Nápoles y esta, la capital de Argentina. Y Diego usó todo su poder: les recordó a los napolitanos los gritos de terroni y lavatevi y todas las injusticias que con ellos cometía una Italia que sólo parecía acordarse del sur cuando le convenía. Esto tocó la fibra de muchos y, aunque San Paolo permaneció mayoritariamente italiano, ni mucho menos fue un estadio hostil para Argentina. Italia nunca perdonaría eso a Maradona, y más aún cuando la espada con la que Diego les había amenazado mediante sus declaraciones se clavó en el corazón de una Azzurra que se veía en la final. El propio Maradona lo sabía: su etapa italiana estaba acabada. Los pitos al himno durante la final y los insultos que el Diez dedicó a la cámara, para que todos lo entendieran clarito, sellaron el divorcio.
Argentina perdió la final e Italia disfrutó de las lágrimas de capitán albiceleste. Era cuestión de tiempo que Diego desapareciese para siempre de Italia y de Nápoles. Los rumores sobre droga, Camorra y demás asuntos turbios se hacían más y más intensos. Nadie quería creerlo, nadie quería verle caer en Nápoles.
El 17 de marzo de 1991 sucedió. Apareció la blanca mujer de la que hablaba El Potro y Diego voló. El Napoli, de tanto añorarlo, le copió la vida, descendió a los infiernos, estuvo a punto de morir y resurgió de sus cenizas para volver a situarse, no sin sufrimientos, en una posición cómoda.
Juan Rodríguez 20 abril, 2020
Bellísima crónica. La epopeya colosal de Maradona en Nápoles es como si Messi hubiera fichado por el Cádiz y lo hubiese hecho dos años campeón de liga y uno campeón de la Uefa/Europa League. Suena imposible, con todo lo grande que es Messi. Ni siquiera lo valoro con Cristiano, obviamente