El Getafe no hizo ayer ante el Valencia nada diferente a lo que viene haciendo, pero de algún modo todo fue distinto. Fue una tarde muy gris en Madrid, muy desapacible, un entorno ambiental en el que la motivación interior cobra especial relevancia como argumento para no salir quemado de un césped que es carbón en ascuas, el del Coliseum Alfonso Pérez, morada del equipo más perturbador de toda la Liga española. Se juntaron una serie de factores para dar con una de las grandes exhibiciones de la temporada y seguramente la gran exhibición del ciclo Bordalás como técnico del Getafe. 90 minutos abrumadores que convirtieron en polvo a un Valencia que no fue nada porque directamente no pudo serlo. Basta una fotografía para comprender la profundidad de dicho dominio.
El Getafe dio forma a una de sus mayores exhibiciones en Liga
Más que una crónica, el Getafe-Valencia fue una editorial, en la que el equipo local hizo del partido una suerte de tribuna de opinión con la que dar su visión sobre un momento actual del fútbol español, que es el suyo propio. Se esperaba, como siempre, una iniciativa getafense a la hora de elegir el itinerario táctico, donde su presión y su dominio del balón dividido, las zonas intermedias y la discontinuidad técnica contaminaran las ideas de Celades y dejaran sin conexiones al sistema che. Con la eliminatoria de cuartos de final de Copa de la temporada pasada y la lucha por una plaza para Champions con un rival directo sobre la mesa, los hombres de Bordalás salieron al campo con las mandíbulas desbordantes de adrenalina hasta el punto de encontrar una impresionante lucidez en mitad de un ritmo insostenible.
¿Dónde se encontraron las grandes diferencias y el momento de éxtasis colectivo? Garantizado el escenario en el que el sistema madrileño entra a las disputas en el momento preciso, la práctica totalidad de los robos o balones sueltos que atrapó el Getafe vinieron sucedidos por una extraordinaria capacidad para jugar con la ventaja de tal modo que el Valencia quedara cortado y nunca llegara a igualar numéricamente la zona en la que Marc Cucurella, Jorge Molina, Maksimovic y Olivera se juntaron sobre dicho pico del área. La gestión de esa parcela como destino zonal de un robo anterior llevó el ataque getafense a un sector exterior, apartado, sobre el que sumó más gente que su rival, girándolo y basculándolo de tal modo que el error propio o la intercepción valencianista no pudiera después montar ningún ataque. Con Arambarri y Djené de escobas sobre Kondogbia y Moreno, el apagón che fue absoluto.
Jorge Molina estuvo siempre donde se le necesitó para dominar
En ello, cómo no, tuvo una relevancia total el papel de Jorge Molina, un delantero tan determinante en la marca y el cuerpeo como en la descarga, la aparición y el toque sencillo y diferente para martirizar a dos líneas enteras. El suyo es un caso claro de tiempo, espacio y engaño, pues su esencia como jugador dista mucho de morder, sino más bien de masticar, poco a poco, sin aparente importancia, sin amenazar de manera directa. No tiene velocidad, no puede exhibir condiciones, pero tiene un mapa en la cabeza que se llama fútbol, una palabra en la que caben todas las variantes que hacen del mismo un juego, donde los usos y costumbres, de pleno derecho, también de índole moral, las pones tú.
AArroyer 9 febrero, 2020
Sublimación de un sistema de juego perfeccionado en el tiempo. Esto es un entrenador: inocular una mentalidad inquebrantable en los jugadores que en sí misma es una manera de jugar. Exhibición histórica, quizás la gran exhibición colectiva de la Liga 2019-2020.