
Fue un desenlace extraño, seguramente áspero y demasiado paralizado para todo lo que sucedió en la competición de las competiciones desde febrero, donde ni el mejor de los guionistas hubiera anticipado semejante capacidad para impactar al espectador. La final que disputaron Liverpool y Tottenham sirvió para saldar una cuenta con el mejor equipo de la competición y con el técnico que decidió, en 2015, cuando el conjunto red daba vueltas en mitad del mar, embarcarse allí donde sólo el más capacitado podría haberse inventado en cuatro años un doble finalista de la Champions. La sexta corona continental del Liverpool, entrenado hoy por Jürgen Klopp, llegó desde un registro completamente diferente a su esencia y mucho más característico de los ritmos competitivos de la orejona. El campeón tumbó a su rival únicamente administrando la ventaja, con la certeza y el semblante del que se siente capaz y superior de hacerlo así.
Sin más preámbulo, casi antes de vislumbrar qué quería hacer Pochettino para controlar cualquier fuga que comprometiera su defensa y potenciara el vértigo de su oponente, Salah convirtió el penalti cometido por Sissoko. La circunstancia articuló un escenario estricto y excesivamente escueto para la fecha. El caso es que, con desventaja en el marcador, Pochettino tenía que mover ficha. El reloj no era un problema así que tampoco se apresuró para cambiar el guion de la noche. De hecho, por lo que se pudo ver hasta el descanso, el argentino procuró mantener las constantes que le interesaban por encima de llevar el encuentro a una paridad en la que hubiera salido mal situado. En las áreas, llevando el partido a una cuestión de calidad, hubiese sido extraño salir ganador salvo metiendo la primera generada. Así visto, el Tottenham extremó precauciones con decisiones que pudieran darle un dos por uno: posibilidades ofensivas que también frenaran el avance de Klopp.
Pochettino abrió Son en banda para minimizar las incorporaciones de Alexander-Arnold
Los londinenses prepararon un plan interesante y limitado a partes iguales. En lo concerniente a la salida de balón y el pressing red, que tampoco fue atosigante, Pochettino ubicó a Trippier y a Rose en la línea divisoria prácticamente. Abriendo y subiendo sus posiciones, obligaba a interiores y/o extremos red a alternarse y repartirse esa línea de pase, mientras Winks y Sissoko se ubicaban en paralelo. Si por raso no encontraba escapatoria, que rara vez la encontró con seguridad y ventaja, balón largo y a esperar otra oportunidad o un posible espacio ofensivo más claro. Más adelante sobre el campo, el 4-2-3-1 spur se alineaba con Son muy abierto en banda izquierda, Eriksen en la derecha y Alli en la mediapunta, todos influyendo entre líneas o, como en el caso del surcoreano, fijando continuamente a Trent Alexander-Arnold, que apenas se incorporó al ataque. La posición de Son fue una medida habilitada para reducir el impacto del juego en los costados, mientras la amplitud de los laterales, a la vez y sin descanso, obligaban a Salah y Mane a descender unos metros y ensanchar la defensa para que los interiores, Wijnaldum y Henderson, pudieran concentrarse en tapar las líneas de pase interiores que podía activar Harry Winks. Explicado el entramado, el partido se paralizó.
El Liverpool se mostró como ese equipo capacitado para vivir y competir sin la necesidad de atacar por atacar, un barniz que ha ganado esta temporada para reducir el azar e insensibilizar los encuentros, haciendo que pasen muy pocas cosas y que no sea necesario que sus mejores jugadores formen parte activa de la victoria. Con la iniciativa, al menos con balón, llevada a cabo por el Tottenham, el mediocampo red se dio cuenta de que la ausencia de creatividad de su rival en la zona más ancha y vital ataba de pies y manos la creación de ocasiones, exponiendo parte de sus carencias. El Tottenham es un equipo que basa la creación de ventajas en ataques posicionales a través de acciones agresivas y del talento de sus futbolistas para moverse hacia espacios descubiertos, en su mayoría, por Harry Kane. El cerebro de Pochettino, presente en cuerpo pero ausente en ritmo, descubre de por sí espacios con cada uno de sus movimientos pero el ritmo de sus intervenciones estuvo bajo cero. Sin el movimiento inicial, sólo las contadas diagonales de Son hacían aparecer metros para explotar. Ante la falta de creatividad en la base de la jugada del Tottenham, Fabinho, Henderson y Wijnaldum nunca saltaban a por el poseedor, dando lugar a una parálisis total. Nadie dividía la defensa red, con Eriksen en la derecha, alejado de la creación, y Kane ausente en el movimiento de apoyo o en el envío directo.
El Liverpool defendió a la perfección su propio campo, el último registro de una evolución impecable
Algo muy similar ocurrió en el lado contrario, con un Roberto Firmino muy alejado de su ritmo de intervención, sin contactos con la pelota ni dinámica de movimientos propia de su nivel. Sin agitadores ni pasadores, el juego se resintió enormemente. No habían llegado aún las prisas pero Pochettino tenía que dar por amortizado un plan que controló, en parte, pues aparecieron algunas incursiones de Andrew Robertson, pero que facilitaba enormemente las tareas defensivas y organizativas del Liverpool. Nadie, salvó Son, provocaba inquietud o la toma de decisiones comprometidas. El Liverpool estaba ampliamente cómodo. Klopp sonreía, contemplando cómo en la quietud y en la paciencia, su equipo respondía. Pochettino tenía que sacudir la escena. Y acto seguido al pitido inicial de la segunda mitad, Eriksen pasó a ocupar uno de los interiores, y además, lo hizo con gran libertad horizontal para comenzar a arriesgar con sus pases, moviendo las vigilancias del rival e intentando crear situaciones donde poder elevar el ritmo ofensivo. Con Kane limitado y Dele Alli sin aportar soluciones, el Tottenham se encomendó al golpeo del danés como única vía de verticalidad… pero no fue suficiente.
El equilibrio posicional del Liverpool, la superioridad del siempre imposible Virgil van Dijk y la falta de resolución desde el banquillo spur languidecieron la final. Constó un arrebato londinense, sí, pero la puntualidad inesperada de Divock Origi en esta edición de la Liga de Campeones cercenó el intento de prórroga. La final fue el espejo en el que Klopp se miró para confirmar que si bien la Premier se escapó, la evolución de su equipo ha tenido su recompensa. El Liverpool se autoexaminó tras el término de la temporada pasada, la del despegue definitivo de su arrebatador tridente y de su extraordinaria presión adelantada, para saber detectar la parcela que cubrir y el margen desde el que maniobrar. Más adulto y rocoso en su propio campo, dominante desde la templanza y consciente del salto táctico que le faltaba por dar, su título describe las dos líneas que han terminado por unirse, la del sistema principal, pletórico e intacto en su capacidad para pasar por encima de cualquiera, y la línea del ensayo-error que deja por legado un equipo campeón. Por obra y gracia de un entrenador absolutamente memorable.
ruqueyo 2 junio, 2019
La final fue un fiasco total, un bodrio infumable que lo mejor fue que acabó en los 90' reglamentarios y no fue a la prórroga, que a punto estuvo el Tottenham de empatar casi al final. La UEFA debe estar buena, y seguro que los ingresos de la final habrán bajado significativamente. Habrá que esperar a ver los resultados de audiencias de la final, que obviamente en Inglaterra habrán sido muy elevados, pero en el resto de Europa y del mundo, seguro que bastante pobres, sobre todo, si la ves 20' y terminas cambiando de canal.
Digan lo que digan ni Liverpool ni Tottenham son equipos de final de Champions, aunque los dos se la han ganado a pulso y muy meritoriamente. Ayer Michael Robinson en una entrevista decía lo que todos sabemos y que no se puede decir porque parece un sacrilegio, que en los últimos años la Champions la ganan equipos que no están en su mejor momento. Y este año no es la excepción, ya que tanto Liverpool como Tottenham se jugaban la final a un todo o nada, o éxito o fracaso, porque ambos de perder la final se quedarían en blanco. El Liverpool, que es mejor equipo que el Tottenham ha hecho una gran temporada, ya que ha sido el único que ha plantado cara al City, con mucha diferencia, el mejor equipo de la Premier; porque el Tottenham ha terminado a casi 20 puntos y salvando los muebles de la Champions para el año que viene por un punto con el Arsenal.
El año que viene el City se pasea por la Premier. El United está perdido en batallas internas y encima su mejor jugador, Pogba, puede irse; el Chelsea va en caída libre, y Hazard se va y Sarri parece que también, y sin poder fichar en este verano; el Tottenham seguirá luchando por plazas Champions y con un Kane de cristal, y esperemos que no se vaya Eriksen. El Arsenal sigue sin dar el paso competitivo final. El único que puede plantar cara es el LIverpool de Klopp, que al menos espero que no vendan a Salah, Firmino o Van Dijk, porque hay varios equipos detrás de ellos.