El Atlético de Madrid, por encima de cualquier otro sentimiento, tiene que agradecerle muchas cosas a la Copa de Europa, principalmente porque es el anhelo de besarla lo que le permite conectar con un espíritu, creyéndose desterrado, que por lo visto ayer ante la Juventus de Turín sigue igual de vivo que siempre y que, como diría Camarón cuando le preguntaban por el flamenco puro en una época de experimentación y posible alejamiento, «lo llevo dentro y lo tengo dentro; lo saco cuando quiero». Configurado el rival, la condición de no favorito y fiel a un sentimiento de comunidad donde la cabeza transforma todo, el Atlético vino cuando todo su entorno iba. Gracias también a que la Champions League se juega en la mente, el conjunto rojiblanco hizo de ‘coco’ y asustó a una Juventus que no pudo estar a la altura. El campeón italiano nunca pudo entender lo que pasaba y qué partido quería hacer, comprobando en sus propias carnes qué significa visitar la morada de Diego Pablo Simeone.
El partido y la eliminatoria nacieron como oportunidad para el Atlético, gracias a la entidad del rival y las expectativas que el proyecto bianconero han generado esta temporada. Desde este contexto, el conjunto madrileño se preparó para lo peor, configurando un encuentro en el que en todo momento definió sus intenciones. Primera y principal fortaleza en su discurso, tener claro lo que quieres hacer multiplica tus opciones si además el oponente quiere sujetar lo que tiene entre manos pero lo hace con argumentos dubitativos. El plan de Massimiliano Allegri residió en asumir una posesión de balón completamente horizontal, de salida lateral, poca movilidad y circulación lenta, otorgando libertad a una única pieza, un Paulo Dybala que debía conectar con Pjanic y ser el cuarto hombre en la medular de un sistema que el Atlético rápidamente convirtió en insustancial. En cuanto Simeone tomó conciencia de que su rival pasaba de puntillas, supo que ningún contratiempo lo condicionaría. Ahí ganó el partido.
Allegri y sus jugadores sintieron el vértigo y su plan transmitió inseguridad y desorientación
El primer aviso y declaración corrió a cargo de las alineaciones, donde Juanfran, Filipe Luis, Koke y Diego Costa formaron parte del once inicial, signo evidente de que la experiencia y la naturalidad para hacer el partido que tantas veces se dio ponderan por encima de cualquier otra posibilidad o razón. Enfrente, otra de similar calado por el lado piamontés: De Sciglio al verde, Cancelo al banco, una decisión tomada por los locales como un mensaje de precaución, posterior invitación para comenzar con hostilidades en cada duelo individual y cada salida tras robo por parte rojiblanca. Dispuestos sobre el campo, Bonucci, Chiellini y De Sciglio comenzaban a dar pistas de por donde progresaría la circulación de balón. Allegri transmitió a sus futbolistas el peligro de perder la pelota por dentro, razonando que el cuero saliera por fuera y que la conexión interior se diera siempre más adelante.
El Atlético encontró en esta decisión un valor importante para reducir el principal peligro juventino, su presencia en el área, pues a nivel creativo la Juve depende en exceso de Dybala y Pjanic, y a nivel de agresividad, Allegri no invertía apenas en insistencia. Basculando con sus dos líneas, siempre con Koke y Saúl por delante de cada pase del rival, el Cholo acumulaba control de lo que pasaba, porque, además, estaba Diego Costa, uno de esos futbolistas que no tiene miedo ni de sí mismo, y eso lo explica todo. El brasileño justificó su titularidad desde el primer momento. Su partido es el resumen de hasta qué punto puede condicionar que el de Lagarto transmita al rival y a sus compañeros que cuando su propio partido y el que se está jugando van de la mano, es uno de los delanteros más competitivos.
Simeone encontró mucha superioridad en todo momento, en lo anímico y en lo táctico
Costa ganó todos sus duelos y le hizo recordar a los suyos que el espíritu echa por tierra la táctica y el argumento. El Atlético sacaba un rédito constante a su superioridad en mediocampo, tanto abajo como con balón, y como Costa castigaba la zona del mediocentro y la del pivote con cada una de sus acciones, la Juventus se desdibujó hasta parecer un equipo sin plan. Su desorientación le hizo ser un equipo largo, separado, desnudo ante cada pérdida de balón. Sin desborde en los costados -Douglas Costa, Cancelo-, el Atlético contaba con iniciativa para frenar cada conexión exterior y frenar al único hombre que revoloteaba a espaldas del pivote -Dybala-. Bloqueado por toda la situación, el jugador bianconero no estaba jugando, no asumía iniciativa para revertir la dinámica. Tan solo un Ronaldo notable dinamizaba un circuito rígido, que confundía el control con la inacción. Especialmente llamativo fue la posición de sus interiores, Blaise Matuidi y Rodrigo Bentancur, dos sombras fijas, sin interacción ni agresividad para extraer ventajas y mover el árbol.
Como en otras tantas noches, donde el Atlético se siente, en lo emocional, y también razona, desde la lógica, que su rival está atenazado, los de Simeone, como se dudó en la previa, supieron sostener, sin peaje, cada oleada y contragolpe. Atrás quedaron sus problemas de estructura y su dilema estilístico de su día a día. Con este dominio tan claro, llegó la segunda mitad. Como una relación tan dominante en lo psicológico, pieza por pieza, la Juventus apenas pudo reaccionar. Lo intentó tímidamente con la posición de su central zurdo, un Chiellini que alzaba su posición con conducciones para dividir atenciones y elevar la altura de su equipo, pero el mal posicionamiento y las dudas de la mayoría de sus compañeros expusieron a la Juve a un escenario que, si bien pareció desvanecerse con otro no-gol de Morata y un larguero de Griezmann, terminó con otros dos goles tremendamente gráficos con el relato colchonero. Como ocurrió en la pasada Europa League, toda ocasión que el Atlético, jugándose títulos, tenga para definir cómo quiere competir, no va a dudar. Dudará cuando tenga que dirimir las jerarquías de su plantilla, encajar los nuevos fichajes e interpretar la juventud y características de sus jugadores, pero dispone de la incalculable valía de recordar lo que le hace grande como si no hubiera pasado nada que lo haya herido antes. Porque lo que les ha matado también les da la vida.
João Mateus 21 febrero, 2019
El Atletico entró dispuesto a hacer este juego lo más importante de su época. Más que una batalla técnica / táctica, llamó a la Juventus a una confrontación mental.
Y ahí, en el campo de la determinación y competitividad (hoy como sucedía en 2014) nadie compite con los soldados de Simeone. Si el Atlético tuviera Costa y Thomas para el segundo juego, diría que la eliminatoria estaba cerrada, pero así la Juventus tiene una pequeña hipótesis. Morata no tiene el veneno de Costa y, si la Juventus marca primero en Turín, eso puede hacer la diferencia.