La Roma se quedó a las puertas. Eso, al menos, es lo que reflejó el marcador del Estadio Olímpico, que de un 0-1 pasó al 1-2 y acabó dejando, con el 4-2 definitivo, al equipo giallorosso a un solo tanto de forzar una prórroga que habría sido histórica. La Roma, con esta remontada, se despidió de la Champions sin haber perdido ni un solo partido de los seis en casa. Un dato que habla por sí solo, teniendo en cuenta que el cuadro de Eusebio Di Francesco se ha visto las caras con Atlético de Madrid, Chelsea, FC Barcelona o Liverpool. En lo numérico, de hecho, la Roma fue infinitamente superior en este encuentro: tuvo más tiempo el balón (58%-42%), completó más pases (446-266), provocó más saques de esquina (23-13) y remató el doble de veces que el Liverpool (24-11); pero el contexto, ante la imperativa necesidad de remontar goleando, volvió a poner de manifiesto, como ya ocurriese en Anfield, por qué el cuadro capitolino era, con diferencia, el que menos potencial cualitativo reunía de los cuatro semifinalistas. Un atributo muy específico que se notó, y mucho, a pesar de rozar el milagro.
La Champions de la Roma ha sido memorable. El cuadro de Eusebio Di Francesco ha mostrado una entereza encomiable todo el tiempo, incluso en los momentos donde peor lo estaba pasando; que son, como de costumbre, los ratitos en los que la competición no hace prisioneros, y menos ante plantillas tan poco experimentadas como la de esta Roma. Se lo lleva todo cuanto coge por delante. Y, sin la adecuada preparación mental –casi o tan importante como la física y táctica-, es capaz de arrasar –lo ha hecho ya varias veces- con los proyectos más atractivos y/u opulentos del continente. Pero la Roma no ha caído en esas; no se ha dejado llevar por la solución más fácil, indolente y humana cuando más arreciaba la corriente, y ese empeño por sacar siempre la cabeza, por no claudicar y apretar los dientes, por mucho que doliesen de tanto mandoble, es el que le llevó de vuelta a la capital italiana, tras caer goleado en Anfield, creyendo en imposibles. Su gesta ante el FC Barcelona le dio licencia para soñar.
Aunque encajó pronto el 0-1, la Roma no se vino abajo; tampoco con el 1-2 en contra
Eusebio Di Francesco retomó su clásico 4-3-3 para la ocasión. Tras el desastroso experimento de parar los pies a Salah, Firmino y Mané con el mismo planteamiento que ante el FC Barcelona de Busquets, Rakitic y Messi –en cuanto a los futbolistas que emplea para sacar el esférico-, la Roma trató de reponerse a las bajas de Perotti y Strootman con Schick –extremo derecho- y Pellegrini –interior-. Y la intención, a fin de cuentas, parecía tener su lógica. De hecho, la consigna quedó probada en cuanto echó a rodar el esférico: la Roma, léase Kolarov, Fazio, Manolas y, las menos veces, Nainggolan, hizo todo lo posible para que Salah no recibiese nunca cómodo; ya estuviese abierto o algo más próximo a la línea de medios: el egipcio contó siempre con una vigilancia extra. La misma que, a pesar del relativo éxito del sector derecho, no tuvieron Mané y Firmino. Los dos jugadores con los que el Liverpool, tras cada recuperación en su propio campo, generó serios problemas a la Roma durante la primera mitad. El primero, por ser muy superior físicamente a Florenzi y Schick, y el segundo porque, haciendo otra vez muy útil su movilidad lejos del área, supo adivinar e interpretar de maravilla los espacios entre, por delante y a la espalda del veterano –pero no rápido- De Rossi y los dos interiores romanistas.
Ante un Liverpool cómodo por las particularidades del contexto –resultado, espacios a la contra y la seguridad que transmitió Karius en cada balón por alto-, la Roma encontró una vía muy práctica para adentrarse en el área del conjunto británico a través de su lateral derecho. El extremo de ese mismo sector ha sido un quebradero de cabeza para Di Francesco a lo largo del curso; lo es y, seguramente, lo seguirá siendo de aquí a los pocos partidos que restan de campaña. Y anoche, ante las dificultades del Liverpool por defender el cambio de orientación, volvió a serlo. Schick, que jugó de inicio en dicha demarcación, demostró por enésima vez que este, por mucho empeño que le ponga su técnico y acomodo le haga Dzeko para cargar juntos el área, no es el sitio donde mejor rinde. Pues lo suyo, como demostró en la Sampdoria, es correr de dentro hacia fuera –para después, con espacios, acabar las jugadas- y no de fuera hacia dentro, que es como pretendió atacar la Roma desde que arrancó el encuentro. Algo que, a su vez, contrajo un efecto doblemente negativo: ya que en la transición ataque-defensa, dado que entraba al área en busca del remate, el checo siempre partía lejos y a destiempo con respecto a Mané –y Robertson-, que muchas veces encaró –y encararon- a Florenzi sin escudo.
El envío diagonal de la Roma le hizo daño al Liverpool: Alexander-Arnold se mostró muy débil
Con un El Shaarawy muy protagonista y un Dzeko que volvió a dar motivos para que esta edición de la Champions lleve escrita su nombre en alguna parte, la Roma halló la debilidad en la defensa del Liverpool, que ya de por sí genera(ba) ciertas dudas. El envío al segundo palo de Florenzi, uno de los futbolistas de la Roma más activos durante todo el partido, puso en serios aprietos la capacidad aérea y resolutiva de Alexander-Arnold, que, dada su fragilidad gestual y su escasez de centímetros, fue el hombre más perseguido por la Roma para acercarse a Karius. En ese sentido, no es de extrañar la cantidad de veces que Dzeko, sobre todo durante el primer tiempo, abandonó su sitio para encarar directamente al joven lateral inglés. Una flaqueza que la Roma, como es lógico, trató de explotar hasta la saciedad; inclusive con el paso al 4-4-2, con El Shaarawy -izquierda- y Ünder -derecha- por fuera. Y que justifica, de buena guisa, por qué Klopp decidió volver a acabar con tres centrales y dos carrileros.
Ahora bien, a pesar de lo controlado que intentó tener a Salah y de su insistencia por llegar al área, aun saltándose muchas veces el medio, el despliegue futbolístico de la Roma destiló una sensación más relativa de piernas que cabeza. La empresa, desde antes de encajar el 1-2, ya dejaba poco margen de maniobra. Y menos espacio aún a la imaginación. Pero la sensación última que trasciende de esta remontada que acabó ahogándose en la orilla, no señala, como en muchas otras ocasiones, una falta de tiempo. Un error en el descuento. O un gol encajado demasiado tarde. Sino que en este caso, aunque esta Roma no se merezca más que alabanzas y consuelos constructivos, lo que acabó pesando fueron sus propios desperfectos. A fin de cuentas, el Liverpool de Klopp se ha clasificado con todo el merecimiento. Y ese reconocimiento es consecuencia de un estilo, unos jugadores y una idea que toda Europa conoce. Quizá eso es lo que le ha faltado a Di Francesco. ¿Quién podría definir a esta Roma?
Foto: FILIPPO MONTEFORTE
Carlos 3 mayo, 2018
Por lo que leo generalmente, yo debo ser el unico que no ve a este Liverpool como un gran equipo. Es que ayer, por lo menos en sensaciones, no ne pareció nunca ninguna locura que la Roma anotara 3 goles. Y asi como cayeron 4, con mas calidad arriba pudieron ser 5 o más.
Es un Liverpool que apuesta todo a que si el rival le mete 3 , ellos meten 4 o 5, apuesta todo a su tridente, y en esto insisto:
Salah, Firmino y Mané no son de lo mejor del mundo, ayer volvió a demostrarse lo que he dicho todo este tiempo, pese al hype que hay con Salah: O le das mucho, o te dan poco. No son jugadores que te vayan a sumar con poco. Este no es un caso MSN donde 3 megacracks a base de pura inspiración individual arrasaron Europa.
Este es "solo" un buen grupo de entrenadores maravillosamente entrenado y con automatismos memorizados. Hay que bajar un poco el Hype. Cuidado, que al frente espera Varane, Ramos, Marcelo y CR7 y despues nos decepcionamos.