Era el primer momento, y estaba allí. Había abierto la puerta de la casa que recién se había construído, y yacía de frente, como parte del mobiliario. El Real Madrid iba a convivir con ella desde que la Copa de Europa fue nombrada como tal, con sus altos y con sus bajos, con sus manías y sus detalles. Muchas décadas después, lejos de desgastarse mutuamente, en pleno 2018, el conjunto blanco y la victoria viven sus mejores momentos. Siempre encuentran un hueco a finales de mayo para cenar juntos y reforzar un vínculo que, anoche en Kiev, le hizo recordar que, por encima de todas las cosas, ha sido bendecido por un don, el del triunfo, que termina de su lado como la fuerza de un imán, sin despegarse ni cuestionarse el camino recorrido. Pasaron muchas cosas en Ucrania hasta levantar la décimotercera Copa de Europa, pero la atmósfera y sus circunstancias ya habían colmado la escena de multitud de señales. El Real Madrid convive mejor que nunca con el amor de su vida.
Sin tiempo todavía para arrancar, Zinedine Zidane respondió a la primera pregunta de entre todas las que respondería antes de ganar al Liverpool de Klopp: los elegidos serían Isco Alarcón y Karim Benzema. El francés corrió a citarse con los jugadores más dominantes cuando tienen la pelota para asegurarse un escenario de control y superioridad en torno al cuero como antídoto al contragolpe y la presión inglesa. De dichas elecciones nacería el Madrid más presente, el más continuo, el que relacionaría la posesión con la intimidación, en un terreno en el que el Liverpool más desgaste encontraría y más lejano quedaría de su principal sustento, su velocidad al espacio y su capacidad para desnivelar la final. No obstante, Klopp respiró hondo, y guardó en la manga sus mejores trucos. El alemán salió a despistar y acertó. Su equipo se encontró muy cómodo en los primeros 25 minutos.
Salah, hasta su lesión, jugó excepcionalmente bien. Gestionó el ataque del Liverpool
Porque su acomodo consiguió aislar al Madrid de sus mejores sensaciones. La noche arrancó con un Liverpool que ejerció su plan desde la posición. El técnico germano colocó sus piezas en mitad de cancha, sin excesivo ímpetu pero sin riesgo de fugas; un bloque medio en altura e intensidad que iba ajustándose con la posición de sus medios. Wijnaldum, Milner y Henderson fueron complementándose para ir sumando pequeñas victorias defensivas en cada recepción de los poseedores blancos. Esa actitud e intención fue posible, en parte, a la posición de Salah, Firmino y Mané. El brasileño parecía lejos de sus compañeros en la posición del tridente, con senegalés y egipcio tapando la línea de pase central-lateral, pero tuvo un sentido concreto: lograr que una posterior recuperación les permitiera gestionar un pequeño contragolpe, llegando al contacto con el balón con sensación de velocidad.
El Madrid, que no entraría en el partido hasta bien entrada la primera mitad, no estaba descifrando en su totalidad el bloque medio ‘red’. Entre juntarse y separarse, la ocupación del terreno constaba irregular porque faltaba profundidad y altura en su circulación. Klopp había dispuesto su equipo de tal manera que el Madrid necesitaba abrir mucho más arriba a sus hombres exteriores para empujar al rival a defender más atrás, una medida que dejaba en superioridad al tridente del Liverpool. Si por dos razones en concreto el Madrid arrancó la final sin continuidad fue por su toma de decisiones, irregular ante la principal misión, sumar pases y jugadores cerca del balón y mucho más arriba, pero, sobre todo, porque el Liverpool era todo lo agresivo con balón que no estaba siendo en la presión, gracias, fundamentalmente, a un sensacional Mohamed Salah. El egipcio, hasta su lesión, estuvo maravilloso.
Benzema lo hizo absolutamente todo bien. Fue fundamental para sacar a su equipo
Fue así como el partido le hizo ver a Zidane que su equipo estaba adoleciendo de intensidad en las marcas y de coralidad en su plan con balón. El Liverpool, cuando recuperaba la pelota, a cualquier altura, esto no fue tan relevante, comenzaba a avanzar metros con toques precisos e inteligentes. Salah, jugando de espaldas y a un toque, dio al interruptor. Mezclando pico con corona del área en sus intervenciones, el ataque del Liverpool se procuraba situaciones de uno contra uno. Allí, en las primeras cuatro acometidas, algunas más francas que otras, constó Raphael Varane. El francés aparecía en la previa como un elemento corrector de gran necesidad. Y respondió. El Madrid, que formaba un tímido 4-1-4-1, con Casemiro librado para acudir a las ayudas en zona de tres cuartos, estaba despistado. Y como en el tramo de mayor dominio británico, ocurrieron dos cosas. Apareció Karim Benzema. Y se marchó lesionado Mohamed Salah.
El primero lo hizo absolutamente todo bien. El francés aúna dos virtudes complementarias e inigualables. A nivel táctico, el Madrid no dispone de otro futbolista que haga todo lo que hace Benzema de espaldas al arco. Su misión es organizar el juego de su equipo sin pensar en la portería, pues no la ve. Benzema mira al balón, mira las posiciones de su rival y de su compañero, el que tiene la pelota, y actúa en consecuencia. Ocupa un espacio, recoge la pelota, gira para liberarse o toca para darle continuidad a la jugada. Siempre para imaginarle a su equipo una ventaja posterior, pues reduce todo el impacto defensivo de su rival. Pero además, a nivel intelectual, su interpretación y su timing para encontrarse con el balón y equilibrar la jugada, condenó al Liverpool a una defensa mucho más baja. Vistas y contadas todas las intervenciones del francés en la primera mitad, y después de que el Liverpool pasara de un 4-3-3 a un 4-4-2, las líneas de pase para el conjunto blanco se multiplicaron.
Ahí arrancó la final para el Real Madrid, que se fue a vestuarios habiendo sumado pases y más pases, en campo contrario y con todas las misiones en su lugar. En el lado fuerte se vislumbraba mucha movilidad e intención. Había ruptura para no hacer pesada la circulación, el juego se generaba y se regeneraba, motivando la iniciativa de sus hombres más creativos. El Liverpool, ya con Mané en banda derecha y en 4-5-1, tuvo que aceptar el nuevo escenario. Uno en el que, por costumbre y destino, permite al Madrid jugar y jugar hasta que el gol cae por su propio peso. La final había llegado a sus primeros 45 minutos con un claro color blanco tras un primer dominio rojo. Así, una vez se reanudó la contienda, las sensaciones se multiplicaron. Entre Karius y Benzema abrieron el marcador.
Gareth Bale simplificó en media hora su impresionante capacidad de intimidación
El plan del Liverpool se había reducido en opciones. Su anhelo constaba en aguantar el resultado y tener alguna acción aislada, sin tantas posibilidades colectivas en el juego. La entrada de Lallana por Salah parecía sugerir algún apoyo de más al balón, pero ese estaba escondido en las botas de Modric, siempre presto a equilibrar la banda derecha tras la marcha de Carvajal, Kroos, Benzema y Marcelo. Desde el 1-1, se narró un nuevo capítulo en el que el campeón golpeó de tal manera que no quedó más explicación. Zidane llamó a Gareth Bale, un absoluto fenómeno técnico, con una impresionante capacidad para inventarse goles. Fue el comienzo del fin en Kiev. El momento que conectó al Madrid con su brillante rutina.
La final se había contado para definirse así. El Real Madrid, cuatro veces campeón de la Copa de Europa en los últimos cinco años, dio sentido a este lustro con una segunda mitad en la que simplemente recogió sus frutos. El empate del Liverpool en un córner no terminó por significar algo distinto. No sucede nada extraordinario cuando el guion parece girar. Una chilena de Gareth Bale, un prodigio acrobático, fue la respuesta del Real Madrid ante un momento de dificultad. Un chispazo de supuesta incomprensión que otorgó de nuevo a su leyenda un aura de legitimidad, basada en la normalidad con la que hace coincidir talento, experiencia y sabiduría. Una vez más, el Real Madrid estuvo allí. Junto a la victoria. Persiguiéndose mutuamente sin posibilidad de no encontrarse.
Jos 27 mayo, 2018
Como culé lo digo… Qué difícil resulta esconder u ocultar los méritos de este equipo, qué duro de reconocer… Y el salto que pegué con el gol de Bale.. felicidades