Leo Messi resolvió su enésimo Clásico de la Liga en un momento tan inesperado que, tratándose de él, resultó del todo previsible. La última década del fútbol mundial se ha caracterizado por retorcer las leyes del juego hasta concluir una sentencia que jamás puede ignorarse: lo primero siempre es Él. Encontrar acomodo a Leo es más rentable para su entrenador que hallar la estabilidad de su colectivo; incordiar durante hora y media al «10» sale más a cuenta al técnico de su adversario que desatar el tope del potencial de sus chavales. De ahí que fuera tan ventajoso para el Barça visitar el Santiago Bernabéu con la piel de cordero. Aplicar la lógica se disfraza de tentación, y un análisis estrictamente racional anima a buscar a los azulgranas arriba y provocar que suceda el mayor número de cosas posibles, porque la sensación es que, ahora mismo, falla más que acierta. Pero no puede (o no debe) afrontarse con escepticismo la batalla contra un Dios demostrado; en el momento en el que se olvida el principal axioma de la religión esférica, el infierno quema cualquier paraíso. En el fútbol, lo primero es Leo Messi.
No obstante, cabe reseñar que el párrafo de presentación no se escribe en base a lo de ayer, sino tras años de recopilación de datos. Si un analista se abstrae de la experiencia y se centra sólo en lo que ocurrió anoche desde las 20:45 hasta las 22:30, encontrará infinidad de motivos para justificar, o por lo menos entender, el planteamiento de Zinedine Zidane. Su Madrid salió con el chip más agresivo del que dispone pero también con el más desenfadado, hasta el punto de que, por primera vez en mucho tiempo, desentendió de labores defensivas a la BBC por completo, que es algo que no acontece prácticamente nunca, ya que a Gareth Bale lo implica en la defensa -formando el 4-4-2 sin balón- incluso cuando visita al colista de la tabla. No fue el caso. Bale, Benzema y Ronaldo, que comenzaron el encuentro desplazados a la banda izquierda (¡los tres a la vez!), se quedaban arriba esperando abastecimiento mientras el triángulo de la medular -Casemiro, Modric, Kroos- presionaba casi hombre a hombre a Messi, Iniesta y Rakitic respectivamente. La presión, al involucrar sólo a tres jugadores de manera realmente activa y abarcar demasiados metros, parecía bastante deslavazada, pero en aquellos primeros minutos surtió efecto debido al pobre desempeño de los azulgranas, que apenas se sentían seguros tocando el balón, lentamente, en las inmediaciones de ter Stegen. Puede decirse que el Madrid no estaba convenciendo a casi nadie y que, sin embargo, si fuéramos unos recién llegados ignorantes de la existencia de Messi, habría convencido a la mayoría de que iba a ganar el envite sin sudar de más.
Leo Messi no era defendido por el Real Madrid, sino por un Carlos Henrique Casemiro enfocado sólo a él.
Pero pronto, el Barça entró en el partido aprovechando las ventajas que se le habían otorgado. La más clara estribaba en la soledad de Jordi Alba en el sector izquierdo. Al salir Zidane sin un extremo derecho ni nadie fijado en aquella zona, y al enfocar además a Modric a un trabajo específico sobre Iniesta, Alba se veía desmarcado jugada tras jugada y acababa recibiendo sin trabas los envíos de un ter Stegen estratégico, que amén de coleccionar paradas magníficas, articuló la salida desde atrás de los de Luis Enrique con bastante madurez y atino en la medición de riesgos. Así descubrieron los azulgranas que se podía cruzar la línea divisoria, en lo que fue el preámbulo del comienzo de la gran explosión: Leo Messi contra Carlos Henrique Casemiro.
Hubo un par de circunstancias que favorecieron el quehacer del argentino. La primera derivaba de la soledad de Busquets, que era el hombre libre en la presión adelantada del Madrid. Formaba parte de su plan: el pivote catalán no es especialmente creativo ni peligroso con el balón en sus pies y lo que Zidane pretendía era presionar sobre espalda las recepciones de Rakitic, Iniesta y Messi; el problema subyacía del hecho de que Leo no fuera atado en corto de verdad. Se empezaron a ver escenas en las que Busquets le filtraba la pelota a un Leo que en más de cinco metros a la redonda apenas divisaba a Casemiro, a quien mareó con quiebros repletos de arte en los que el monstruo brasileño picaba porque su entrenador le había pedido robos, porque a él le gusta meter el pie y porque está acostumbrando a lucir su don para rectificar cuando comete un error en defensa. Pero a Messi no se le recuperan metros porque cada uno de sus regates deja cicatriz, lo cual indica que, justo tras el mismo, hay una herida que sangra.
El juego fue muy simple en términos tácticos; apenas hubo lances colectivas que se repitieran alguna vez.
Con las cartas descubiertas, se penetró en un encuentro muy, muy simple y basado en jugadas individuales con una proporción de tres a dos para los blancos. O sea, por cada tres ataques peligrosos de los de Zidane, se producían dos de los de Luis Enrique; todo a pesar de que delanteros como Luis Suárez, Bale y Benzema no hicieron prácticamente nada y de que Alcácer -muy bien en lo táctico pero regular en lo técnico- y Cristiano -de más a menos- tampoco rayaron a una altura acorde a la grandeza del escenario. Sí lo hicieron ter Stegen y Keylor Navas, que acumularon proezas por castigo mientras sus sistemas defensivos continuaban concediendo espacios a los ataques del oponente. Y así se mantuvo el segundo periodo, con el matiz de que en 11 contra 11, con Marco Asensio más implicado que el lesionado Bale en el ejercicio defensivo, el Madrid logró reducir el caudal del Barça sin mermar el suyo propio, hasta que Casemiro, que amonestado y en un partido tan abierto estaba muy amenazado, comenzó a perder impacto físico y vio cómo los visitantes crecieron hasta lograr el golazo de Rakitic y la situación de ventaja de Messi sobre Ramos que terminó con la inferioridad numérica de los locales.
Precisamente lo que ocurrió en ese último cuarto de hora en el que el Real jugó con uno menos colmó a Zidane de razones para defender su planteamiento, porque no pudieron quedar más claras la extrema vulnerabilidad y la falta de confianza en sí mismo que sufre el FC Barcelona. El Real se percibió tan superior -o quizá quepa más escribir «percibió al Barça tan inferior»– que se lanzó a por la remontada pese a que el empate le daba media Liga, recibiendo un gol al contraataque en el minuto 92. El fútbol en el Siglo XXI es un asunto de fe. Zidane no perdió ante Messi por mal entrenador, sino por una cuestión de ateísmo. Lo primero siempre, siempre, es Él.
Foto: David Ramos/Getty Images
Demian 24 abril, 2017
Algunas notas rápidas sobre el partido.
1. No recuerdo exactamente en qué artículos, pero aquí en Ecos, en la sección de comentarios, un par de usuarios intentaban comparar a Cristiano y Messi en base a sus números, haciendo especial enfasis en sus goles en clásicos y Champions League, y por esta relativa igualdad estadística se quería equiparar el valor del portugués al del astro argentino.
2. El valor de un futbolista no se puede medir por estadísticas (que le pregunten a Iniesta). Cristiano es un gran rematador, notable. Pero que no se nos olvide, es eso, un rematador. No hay equipo que haya mimado más a su estrella, que le haya brindado un contexto más favorable para brillar y esconder sus flaquezas, que el Madrid con Cristiano.
3. A Messi, por el contrario, su equipo no le da nada. Él, solo, se encarga de crear, desequilibrar y definir. Es mediocentro, interior, extremo, mediapunta y delantero centro. Y en ninguna de las facetas conoce rival. Por eso es el más grande. El mejor de todos los tiempos.
3. El partido de ayer demuestra una vez más que Messi es una cosa aparte, y que todo el que se intenta comparar con él termina retratado. Una exhibición tan apabullantemente completa y superior a la de su supuesto contrincante, que hizo ver a éste diminuto y limitado. Una vez más.
4. Hablemos de la cabalgada de Sergi Roberto en el último minuto de partido. Qué animal. Ojalá el proximo entrenador lo considere para el mediocampo. Sería un mejor socio y complemento para Messi que Rakitic.
5. Hablando del croata, y más allá de su golazo y de su despliegue defensivo, su partido evidencia lo que ha sido en estos últimos años: Un tapón para su equipo. Pasarla a Rakitic es tener garantizado un pase atrás, una vuelta a empezar. Nula creatividad y capacidad de dirección. Si el Barcelona logra encontrar un titular a la altura para ese puesto, su juego daría un salto cualitativo de inmediato.
6. Ter Stegen es actualmente el mejor portero del mundo. No solo por lo que ataja, sino por su capacidad para saltar cualquier tipo de presion sin inmutarse. Es por sí solo un mecanismo de salida.
7. Qué tocada queda la figura de Casemiro tras este duelo. Perdió cada uno de los mano a mano con Messi, que hizo lo que quiso con él. Se vio muy desbordado en todo el partido. Fue un niño en manos del 10.