Anfield y la transición silenciosa (I) | Ecos del Balón

Anfield y la transición silenciosa (I)


No hay muchos hombres en el mundo del fútbol que estén viviendo un desafío como el que ha asumido Jürgen Klopp. El Liverpool FC busca desesperadamente poner fin a la racha de 26 temporadas sin ganar el título liguero inglés y el entrenador alemán aceptó el reto, la nómina -asumimos que generosa- y los dolores de cabeza resultantes de tratar de poner orden en un barco que hace tiempo perdió el rumbo. Ni siquiera con Rafa Benítez, quien añadió una histórica Copa de Europa a las vitrinas de Anfield, estuvo el club cercano a retomar las aguas que surcó durante más de veinte años, cuando era la entidad más exitosa del mundo. Ni que decir tiene que Klopp, además, lo está intentando con un estilo que encanta a la parroquia red, con personalidad, juego atacante e intentando pasar la pelota, algo que en Anfield Road siempre ha sido un mantra, pero que no se veía a menudo desde los tiempos en que Roy Evans, el último miembro de la tradición del «Boot Room», estaba al mando del equipo.

Devolver el título de campeón inglés al Liverpool Football Club es una obsesión, pero es en realidad, una vez ahí, cuando el proyecto a largo plazo comienza. Controlar la transición entre jugadores, entre plantillas ganadoras, ha sido siempre un arte, perdido ahora, en la parte roja de la ciudad de los Beatles. Introducir nuevos elementos sin que se note, la clave de la época más exitosa de la entidad. Evolución constante de hombres -y nombres- sin la sensación de estar viviéndola. Un arte que empezó en una final de copa y que terminó en una rueda de prensa.

El paso de amigo a jefe

«Tenía que irme. La alternativa era volverme loco […] Incluso si hubiéramos ganado 4-0 habría dimitido al día siguiente. Podía mantener mi trabajo o mi salud mental, nunca los dos. Tenía que irme».

Las angustiadas palabras de Kenny Dalglish explicando lo que pasaba por su cabeza cuando dimitió en febrero de 1991, con su equipo primero en la clasificación, dejan entrever no solo el estrés al que un entrenador se somete día a día, sino también la particular situación que vivía en el Liverpool. Dalglish había tomado el mando del equipo tras la retirada de Joe Fagan, y lideró exitosamente uno de los períodos más turbulentos de la historia del Liverpool. No sólo vivió en primera persona los desastres de Heysel y Hillsborough, sino que también fue actor protagonista en el proceso de cambio del fútbol inglés. Dalglish sentía que el Liverpool estaba perdiendo poco a poco, casi imperceptiblemente, no solo la hegemonía en las Islas sino también el tren del fútbol moderno. El dinero empezaba a escasear, el organigrama del club estaba quedándose obsoleto, y los jugadores más importantes se hacían mayores mientras la imposibilidad de sustituirlos con hombres a su altura se hacía cada vez más patente. Y para todo la respuesta era Dalglish, para todas las responsabilidades, para dar la cara ante la prensa, para convencer a los jugadores de fichar por el equipo y no por los renacidos Manchester United, Arsenal e incluso Leeds o Aston Villa. La Premier aparecía en el horizonte, y la vuelta del fútbol europeo -del que el club había estado alejado desde la final de Heysel- también. Y esos partidos contra el Everton, encuentros locos, con muchos goles, con errores groseros por parte de jugadores que no daban la talla, con veteranos arrastrándose o intentando dar la cara como buenamente podían, colmaron el vaso de un Dalglish que llevaba un lustro siendo el chico para todo -jugador, entrenador, manager, incluso todo a la vez durante varios años- y al que la liderar una nueva transición se le hizo demasiado.

Nadie esperaba que «King Kenny», como ya era apodado en todo el fútbol británico, arrancase su carrera como entrenador con semejante éxito. Había asumido la posición a los 34 años, tomando el relevo de un Joe Fagan al que el episodio de Heysel empujó al retiro, pero sin renunciar a vestirse de corto. Dalglish era jugador-entrenador, un cargo no tan raro en el fútbol inglés. Pero su caso era especial, ya que al contrario de la mayoría de casos, el escocés seguía siendo uno de los mejores jugadores del fútbol inglés. Muchas veces el giro táctico que cambiaba partidos drásticamente consistía, básicamente, en ponerse a sí mismo. Su pareja de ataque con Ian Rush seguía sin tener rival y, Dalglish prolongó su carrera varios años con esta fórmula.

El capitán entre la tempestad

Grobbelaar; Nicol, Hansen, Lawrenson, Beglin; Johnston, Molby, McMahon, Whelan; Dalglish, Rush.

Obviamente Dalglish había jugado con todos ellos y él mismo reconoce que, aún recibiendo la ayuda de Bob Paisley, tuvo que reestructurar todas sus interacciones en el vestuario. Más aún cuando en plantilla todavía estaban grandes veteranos como Phil Neal o Phil Thompson -que habían llegado al club antes incluso que él- o Alan Kennedy y Sammy Lee, compañeros de fatigas por todo el mundo. El equipo estaba en plena transición y los seis años de sanción por Heysel no iban a ayudar. Afortunadamente para el escocés, en la defensa la renovación había ocurrido sin prisa pero sin pausa durante el mandato de Fagan, con lo que él se centró en dar simples retoques al conjunto. Flojea el lateral izquierdo y la zona derecha del centro del campo. Y también era hora de encontrar un nuevo Dalglish, un nuevo Keegan, la figura capaz de focalizar el ataque Red con sus movimientos y su creatividad. Rush no lo era: él se dedicaba a marcar goles, necesitaba ese suministrador. Encontrar a un jugador de ese tipo nunca es fácil, así que no podemos ni imaginar la hercúlea tarea de que ese jugador al que tienes que encontrar tenga que sustituirte a ti mismo. Dalglish también variará por primera vez en casi 20 años los roles creados por Bill Shankly y en los que el club iba simplemente añadiendo, quitando, intercambiando jugadores. Esos jugadores aportaban su propio estilo o personalidad, pero el rol principal era fijo y para triunfar en Anfield, esos jugadores debían adaptarse como la plastilina de los niños. Ser una estrellita si el molde quiere que seas una estrellita, ser un cubo si el molde quiere que seas un cubo. Ahí estaba la mayor herencia de Shankly. Bien, pues Dalglish añadió un nuevo molde usando muchas veces a Jan Molby, el gran centrocampista danés, como líbero.

Poco a poco, el Manchester United iría recuperando su sitio para opositar la liderazgo del Liverpool.

Mientras el equipo y Dalglish se adaptaban el uno al otro, el Manchester United de Ron Atkinson volaba. Empezaron la liga con diez victorias en diez partidos y parecían imparables. Los «Diablos Rojos» llevaban casi 20 años sin ganar el título, y Big Ron, tras un lustro de trabajo, había ensamblado un magnífico conjunto. Paul McGrath era la roca que lideraba la defensa y el talento en el centro del campo lo ponía la combinación de Gordon Strachan, Bryan Robson, Norman Whiteside y Jesper Olsen. Arriba, la dinamita corría a cargo de Mark Hughes acompañado de Frank Stapleton. Por un momento, parecía que la hegemonía del Liverpool había terminado. Dalglish tenía problemas para ponerse a sí mismo en el equipo, más preocupado de ser una figura de liderazgo en el banquillo. Y el equipo todavía echaba de menos la energía de un Graeme Souness que se había ido a jugar a la Sampdoria tras ganar la Copa de Europa en el 84. El descabezado Liverpool comenzó a reaccionar cuando Dalglish asumió que su sitio todavía estaba en el terreno de juego. El entrenador comenzó a jugar más y más minutos, sus números ya no impresionaban como antaño, pero su presencia y su inteligencia fueron decisivas en el despegar del equipo. Y sobre todo Ian Rush le recibió con los brazos abiertos. Conforme el Liverpool crecía, el United se desinflaba -tan flagrantemente que será el último año de Atkinson antes de que un tal Alex Ferguson tomase el mando-, y a finales de mayo, increíblemente, los reds volvían a ganar la liga, precisamente con un gol de Dalglish en Stamford Bridge. No contentos con esto, disputaron en Wembley una de las finales de Copa más especiales que se recuerdan: un Liverpool-Everton que hizo las delicias de todos los aficionados.

El Everton de Howard Kendall venía creciendo exponencialmente a mediados de los 80. Ya habían ganado la copa en 1984, y la liga y la Recopa en 1985. Contaban con un grupo de jugadores muy fuerte, comandados en ambas áreas por Neville Southall y Gary Lineker. Y eran favoritos en aquella final all-Scouser. Lineker no faltó a su cita con el gol -idilio que venía durando todo el año y se prolongaría en el Mundial de Mexico- pero tampoco lo hizo Ian Rush, que marcó dos goles -completado por un tercero de Johnston-, para dar el doblete al Liverpool. Y acto seguido voló a emprender la aventura italiana en la Juventus.

Cambiar para mantenerse

Grobbelaar; Nicol, Hansen, Gillespie, Abblett; Houghton, McMahon, Molby, Barnes; Bearsley y Aldridge.

Sin Rush, Dalglish vivió momentos difíciles al año siguiente, y el Liverpool se quedó con las manos vacías por tercera vez en quince años. Con el galés en la Serie A y él mismo rozando los 36 años, estaba bastante claro que Dalglish tenía que reconstruir el ataque, así que afrontó su primera transición al mando del equipo. Firmó a John Aldridge a mitad de temporada, y en verano del 87 se trajo al escurridizo Peter Beardsley, del Newcastle, y a John Barnes, del Watford. No pudo haberlo hecho mejor el escocés. Acertó de pleno con los tres fichajes y, con la defensa renovada por Fagan más su ataque, podía planificar los retoques con tranquilidad. El Liverpool no va a perder en liga hasta marzo, marcando goles sin dificultad y apenas encajando una docena. La combinación de los tres fichajes causa sensación y Rambo -el valiente Aldridge-, Sambo -el no muy correcto apodo de Barnes- y Quasimodo -el poco agraciado Beardsley-, dominan el campeonato.

El pequeño Peter se mueve por todo el ataque, regatea con facilidad y es el perfecto sustituto para el rol que Dalglish había desempeñado desde su llegada. Aldridge hace olvidar a Rush, ya que es mortífero en balones al espacio, como el galés, pero también fortísimo en el aire. Y Barnes se convierte en el mejor jugador de Inglaterra. Partiendo desde la banda izquierda se convierte en la fuente de inspiración de un Liverpool que honra al passing game instaurado por Shankly y perfeccionado por Paisley. Barnes regatea, crea, asiste y marca goles y, en definitiva, asume el manto de «King Kenny», como gran figura del club. Este era un equipo diferente a cualquier otro: más ofensivo que el de Fagan, más vertical que el de Paisley y con más talento individual que el de Shankly. La cúspide de este equipo es la goleada por 5-0 ante el Forest de Brian Clough -que terminaría tercero en la liga-. El único revés del año viene con una sorprendente derrota en la final de la FA Cup ante el Wimbledon de Vinnie Jones y Dennis Wise, auténticos representantes del fútbol kinki. Volaba el segundo doblete.

El cuarto año de Dalglish estuvo marcado por el regreso del hijo pródigo, Ian Rush retornó tras su experiencia italiana, y el entrenador tuvo que lidiar con la presencia del galés junto al irlandés Aldridge. Fue un año lleno de emociones, no todas buenas. La tensión entre Rush y Aldridge acabaría con el irlandés abandonando el equipo y firmando por la Real Sociedad. Además, en las semifinales de copa contra el Forest, se produce la tragedia de Hillsborough, donde 96 seguidores del Liverpool perderán la vida. Este es un incidente que estará presente en el día a día del club hasta la actualidad y en el que Dalglish se involucró personalmente, añadiendo aún más tensión nerviosa a una situación personal que, como ya hemos visto, no era más que un caldo de cultivo perfecto para lo que pasó en 1991. Para culminar esta extraña temporada, el Liverpool perdió la liga en la última jornada contra el Arsenal. No fue un desenlace común tampoco, ya que ambos equipos se enfrentaron en Anfield, con los londinenses necesitando ganar por dos goles para proclamarse campeones. Nadie daba un duro por ellos, pero los de George Graham -un equipo en alza que ganaría bastantes títulos- dieron la sorpresa.

Cuando Dalglish estalló no hubo vuelta atrás. Sería el momento de Graeme Souness, el principio dle fin.

Grobbelaar; Nicol, Hansen, Gillespie, Staunton; Houghton, McMahon, Molby, Barnes; Bearsley y Rush.

Dalglish seguía tocando piezas aquí y allí, incorporando algunos jóvenes valiosos que no acababa de cuajar y sus principales jugadores iban ganando años. Especialmente en el caso de Steve Nicol y Alan Hansen, así como Houghton o McMahon. Pero en ese año 89-90 el equipo se recuperó de las tragedias y sinsabores del año anterior. Fue el canto de cisne, que se selló al final de temporada, con el título de liga número 18 y con Kenny votado Manager del Año por tercera vez en cinco temporadas. Lo que siguió ya lo contamos: toda la tensión acumulada durante ese lustro de locos alcanzó a Dalglish, que hizo lo posible por desaparecer. Él mismo reconoció que fue demasiado radical, que solo necesitaba un descanso, pero que cuando quiso volver se encontró a Graeme Souness, su viejo compinche, un tipo de una personalidad completamente opuesta a la suya, sentado en el banquillo de Anfield. Dispuesto a comenzar una transición que Kenny no había tenido fuerzas para iniciar y que jamás se completaría para bien. Era el principio del fin para el modelo de Bill Shankly.

Llegaron para quedarse

Lawrence; Lawler, Byrne, Strong, Yeats; Stevenson, Smith, Callaghan, Thompson; Hunt y St. John.

Esos son los jugadores que confirmaron la vuelta del Liverpool a la élite. Para quedarse. Los once hombres de rojo que derrotaron al Leeds United de Don Revie en la final de la FA Cup de 1965. El cabezazo de Ian St. John selló el triunfo, pero la imagen es la de Gerry Byrne jugando 80 minutos con una clavícula rota y siendo uno de los destacados del equipo de Bill Shankly, ante un Leeds que traía una trayectoria muy parecida a la suya. Habían ascendido el año anterior y ya en este primer año en la élite, con unos sellos de identidad que los harían famosos, fueron subcampeones de liga y de copa. En la liga, había aparecido un genio norirlandés en Manchester, y los de Matt Busby fueron mejores que el Leeds, tomando el relevo del Liverpool, que la había ganado el año anterior, apenas dos temporadas después de ascender de Segunda. Porque ahí recogió Bill Shankly al Liverpool, en la segunda división del fútbol inglés, con unas instalaciones en ruínas y sin apenas dinero. Y hasta aquí, recibiendo la FA Cup por primera vez en la historia del club, los había traído.

Esos once hombres son la base sobre la que comienza el sistema de transiciones que hará del Liverpool el club de referencia en los próximos 25 años. Recuerden sus nombres. La gran mayoría provenientes de los Reservas, donde sí había calidad cuando el entrenador llegó -al contrario que el primer equipo, que languidecía lejos de la élite-. Shankly limpió el equipo de jugadores veteranos o mediocres, ahorró dinero, firmó al enorme defensor Ron Yeats y al habilidoso delantero Ian St. John, subió chavales jóvenes y asaltó primero el título de Segunda y luego el de Primera. La vieja Football League -y estamos hablando hasta la llegada de la Premier- permitía que un campeón de Segunda pudiese afrontar su primera temporada en la máxima categoría con ciertas aspiraciones de hacer algo más que mantenerse. Por reglas, por sueldos, por igualdad, es algo que no se verá ya nunca más. Y ya con estos hombres viajó por Europa, llevándose sus primeras decepciones, como aquella polémica semifinal contra el todopoderoso Inter o, un par de años más tarde contra un Ajax en el que ya despuntaban los jóvenes Cruyff y Keizer, y que dan a los reds un tantarantán interesante.

Shankly instauró un modelo reconocible a todos los niveles: estructural, deportivo y futbolístico.

Shankly no fue solo exitoso desde el inicio. Quería ser competitivo pero no a cualquier costa. Quería serlo y ser reconocible, instauró un estilo de juego alejado del «kick and rush», más cercano al «push and run» del Tottenham campeón del doblete en 1961. El equipo era muy físico, con carácter, racial en muchos de sus elementos, pero también técnico y con gusto por el fútbol jugado a ras de suelo. Una de las contribuciones más importantes del técnico escocés fue no solo crear una cultura del club sino también un entramado táctico sobre el que trabajar a largo plazo. Shankly creo los moldes, los roles ideales sobre los que organizar su juego. Y el equipo evolucionó desde ahí. Portero heterodoxo, laterales muy largos -que estaban muy de moda gracias a la selección brasileña-, un central muy potente y el otro con capacidad para mover la pelota, dos centrocampistas centrales con un gran despliegue físico -uno de ellos más estático y el otro más llegador-, en las bandas un extremo más clásico y un interior con capacidad para jugar por dentro, y en el ataque un delantero rápido y habilidoso y uno con presencia física, un cazagoles. Esos son los carnets de identidad del equipo del Liverpool en 1965, en 1977, en 1984 y en 1990. Con Shankly y sin Shankly.

Pero el escocés, a pesar de todo esto, tampoco era perfecto. De hecho, tras haber creado el sistema, cometió el error de aferrarse a este grupo de jugadores. El Liverpool gana la liga de nuevo en el 66, y llega a la final de la Recopa ese mismo año, aunque la pierde contra el Borussia Dortmund. El equipo sigue siendo regular, pero envejece y no vuelve a ganar el campeonato durante esa década. Además, vivimos una época de oro para los clubes ingleses, con bastantes equipos destacados y destacables, muchos de los cuales practican un fútbol de alto nivel. El renacido Manchester United de Matt Busby es un gran ejemplo, pero también el fútbol técnico del Tottenham de Jimmy Greaves y Dave McKay, y de la Academia del West Ham con Bobby Mooren, Martin Peters y Geoff Hurst. Emerge el poderoso Leeds de Don Revie, que creará una plantilla larga y llena de internacionales, lo cual le permitirá rotar y no verse afectado por las sanciones y lesiones. Revie crea el primer superclub inglés en ese aspecto. Y no debemos olvidarnos del brillante Manchester City de Joe Mercer y Malcolm Allison, con Colin Bell, Francis Lee y Mike Summerbee como trío estrella.

Es en 1970, tras ser eliminado de la copa por el Watford, cuando Shankly entiende la inevitabilidad del cambio y que nuevos mimbres tenían que llegar para que el Liverpool siguiese arriba. Emlyn Hughes llega a finales de los 60 y será un éxito total. Un lateral izquierdo infatigable, que se propone en ataque continuamente y tiene un buen disparo. Además, va al choque como pocos. Será capitán y referencia del club durante más de diez años. Ray Clemence se hará con el puesto en la portería. Ágil y valiente, prototipo de portero reactivo, siempre sin guantes. Larry Lloyd será la roca en la defensa, el nuevo Ron Yeats. John Toshack, la torre en ataque. Steve Heighway hará suya la banda izquierda de Anfield. Y por último, un ratonil atacante que llega del Scunthorpe, y al que su ambición y capacidad de trabajo le convertirán en leyenda. El primer futbolista británico que vivirá como una auténtica super estrella, el hombre que hizo explotar el dinero para el profesional inglés: Kevin Keegan. El duro Tommy Smith e Ian Callaghan, el cerebro del mediocampo, sobrevivirían a sus compañeros de quinta y seguirían siendo clave hasta bien entrados los 70. Shankly había comenzado la transición de una manera más abrupta de lo que sería ideal, pero esta ya nunca pararía. Cuenta Keegan que la manera en que Shankly los motivaba era clave en las mejores actuaciones del equipo. Una anécdota muy conocida es que el técnico dijo a Keegan, justo antes de jugar por primera vez ante Bobby Moore, que el famoso central inglés había estado bebiendo la noche anterior y estaba de resaca. Confiado ante las malas condiciones del capitán de Inglaterra, el joven Keegan dio una exhibición. «Bobby Moore no bebe. Y tú no vas a jugar contra nadie mejor que él», fueron sus palabras posteriores al partido. Había convencido a Keegan de que podía dominar a cualquier defensor del mundo.

Los 70 empezaron en el 73

Clemence; Lawler, Lloyd, Hughes, Lindsay; Smith, Cormack, Callaghan, Heighway; Keegan y Toshack.

Este equipo tardó un año en arrancar, pero sería tremendamente exitoso. Ya en 1973 volvía a caer el título de liga y, aún más importante para Shankly, el primer entorchado europeo. El Liverpool derrotaba en la final de la Copa de la UEFA al brillante Borussia Moenchengladbach alemán, que había arrasado en su camino a la final, incluyendo nueve goles al Aberdeen, cinco al Colonia, cinco al Twente y otros nueve al Kaiserslautern. No sin sufrimiento para los rojos, ya que a una sólida victoria local en Anfield por 3-0 -merced a un doblete del inevitable Keegan y a un tercer gol de Larry Lloyd-, respondió en Bökelberg el Borussia con un 2-0 -cortesía de Jupp Heynckes- que se quedó corto, pero metió el miedo en el cuerpo al cuadro inglés. La táctica de incluír a Emlyn Hughes en el centro del campo para marcar a Netzer no fue del todo exitosa, pero al final del partido, el Liverpool se convertía en el primer equipo inglés en ganar la liga y un torneo continental en el mismo año.

La temporada 73-74 sería una de las más decisivas de la historia del Liverpool. Comenzó con el equipo aspirando por méritos propios a la Copa de Europa. El reinado del Ajax llegaba a su fin y el conjunto inglés era uno de los favoritos para suceder a los holandeses. Ni que decir tiene que la Orejona era el gran objetivo de Shankly. Pero la máxima competición continental, implacable como siempre, le fue esquiva al técnico escocés. El Liverpool fue emparejado con el Estrella Roja de Belgrado, equipo entrenado por Miljan Miljanic, quien tenía fama de ser uno de los mejores y más innovadores técnicos europeos. En la ida, jugada en octubre del 73, el Liverpool sucumbió ante los yugoslavos en el Pequeño Maracaná de Belgrado. El resultado fue un 2-1 que no disgustó a Shankly, ya que estaba convencido de que se remontaría en Anfield. Miljanic planteó en Anfield un partido basado en la retención de la posesión, amparándose en la gran capacidad técnica de sus jugadores y en sus destacadas dotes físicas. Ciertamente Shankly no se esperaba este escenario, y durante buena parte del partido el equipo inglés se vio superado y a merced de un conjunto que contaba con jugadores como Stanislav Karasi, Vladislav Bogicevic, Jovan Acimovic y el joven fenómeno Vladimir Petrovic, todos grandes pasadores de la pelota. Además, como casi todos los conjuntos del Este, contaba con excepcionales tiradores, un concepto muy valorado en Inglaterra. Los efectos, la manera de golpear la pelota, la precisión que mostraron en esa tarde jugadores como Vojin Lazarevic o Slobodan Stankovic maravillaron al público de las Islas. Pero, a pesar del arreón final que permitió al Liverpool recortar distancias, los yugoslavos, con sus dos tantos iniciales, pusieron la eliminatoria muy lejos del alcance de los chicos de Shanks.

En el velatorio que era el «Boot Room» en el post-partido fue donde Shankly, acompañado de unas cervezas y sus inseparables Bob Paisley, Joe Fagan y Ronnie Moran, descubrió la importancia de la posesión como método para controlar los partidos. El Liverpool ya no sería nunca el mismo. Shankly vivió el resto de la temporada obsesionado con el concepto, y muchas de las bajas que planteó eran basadas en la capacidad o no de cierto jugador para dominar la pelota y pasarla con precisión. El primero en caer fue el tosco Larry Lloyd, quien obviamente no era Bogicevic, y eso fue más que suficiente para Shankly. Lloyd volvería a la gran escena europea con el Nottingham Forest de Brian Clough en apenas un lustro. ¡Y de qué manera!

La posesión del balón comenzó a ser clave en la configuración táctica del Liverpool.

Tras la lección aprendida de los yugoslavos, el Liverpool continuó la temporada buscándose a sí mismo, y no se encontró particulamente cómodo en la liga, mientras el Leeds United batía records y ganaba el segundo título con Don Revie. Pero alcanzó la final de copa ante un Newcastle que llegó crecidísimo, con un Malcolm McDonald en estado de gracia y que tuvo palabras muy soberbias antes del partido. McDonald era la nueva estrella atacante del fútbol inglés, un delantero con movilidad y potente remate, un rebelde al mejor estilo de los años 70 británicos, un pequeño bocazas. Pero las Urracas no sabían lo que se les venía encima. Durante 90 minutos el baño fue casi embarazoso para la gente que acudió al estadio. Un dominio total y absoluto por parte del Liverpool y de Keevin Keegan, que mostraron su nuevo y continentalizado estilo. El 3-0 no dejó lugar a las dudas. Otro título a la vitrina. Pero el gran hombre estaba cansado.

 

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Próxima entrega:
31-12-2016: Anfield y la transición silenciosa (II)

 

Foto: Aubrey Hart/Evening Standard/Getty Images


20 comentarios

  • Miguel 24 diciembre, 2016

    Sigo mucho al Sr. Vilariño en twitter y sé que es un seguidor de Liverpool, pero este artículo es oro puro, qué hermoso! Yo que estoy al otro lado del charco y soy un asiduo seguidor de los red´s , te lo agradezco mucho!

    Leyendo la historia del Liverpool, me topo con cosas muy interesantes, entre ellas están:

    -Kevin Keegan, si bien no ganó el balón de oro en Liverpool( lo gana en Hamburgo) , porque no es tan reconocido como otros mitos como Law , Best o Charlton? Se me hace extraño, al menos por acá, no tiene tanto reconocimiento como figura de antaño del fútbol inglés.

    -El Liverpool de Barnes fue tan bueno como se dice? Recuerdo haber leído unas declaraciones de Arrigo Sacchi: Era uno de los equipos que más respetaba en el continente, a pesar de que no jugaban competiciones europeas, y esto habla muy bien de ese equipo.

    – Kenny Dalglish, no era consciente de su figura , pero veo que es la persona más influyente en la historia de Liverpool, cumpliendo en su labor de sustituir a un fenómeno como Keegan y seguir el camino exitoso como entrenador de Shankly.

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  • Andrés 24 diciembre, 2016

    El Liverpool es para mi, TOP 5 en lo que se refiere a mistica e historia viva del Futbol Europeo..Que tremendo articulo Ecos!

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  • MigQuintana 24 diciembre, 2016

    A sus pies, Sergio Vilariño.

    Cuando hace tres veranos le dediqué una serie al Liverpool disfruté mucho repasando su historia, sus mitos, su evolución, su clasismo… Es un club con un misticismo tremendo que inventó su propia manera de ganar.

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  • FernandoAjenjo 24 diciembre, 2016

    Que gigante el amigo Vilariño

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  • @Montoro97 24 diciembre, 2016

    Qué regalo de Papá Noel. El Liverpool es mi equipo favorito de Inglaterra y ha sido una gozada leer esto. Buenísimo. De mis artículos favoritos de fútbol vintage en Ecos.

    Muchas gracias, Sergio Vilariño.

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  • Arroyo 24 diciembre, 2016

    Gracias, Vil. Brutal!

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  • Luther Blissett 24 diciembre, 2016

    El texto es una delicia que además conecta dos épocas de Liverpool muy diferentes. El nacimiento del "passing Game" y los últimos años del gran Liverpool.
    Yo soy de los que creé que solo la Tragedia de Heysek evitó que Liverpool superase al Real Madrid en Copas de Europa, al menos temporalmente. El triángulo Barnes-Bearsley-Rush era oro puro, Quasimodo tenía un lenguaje corporal y su físico muy similar al de Messi y de Barnes recuerdo que cuando jugó en Maracaná con la selección los brasileños dijeron "pensábamos que era de los nuestros". Además era una época en la que los ingleses todavía "viajaban bien" quiero decir que no descendía demasiado su nivel fuera de casa.
    Respecto a la época del surgimiento del "Passing Game" al día siguiente de la derrota se reunieron en la célebre Boots Room no solo Shankly, Fagan y Paisley (actual y futuros DTs del Liverpool) sino también Tom Saunders el responsable de la cantera. El día después de la derrota se tomó la decisión más importante de la historia del Liverpool y era acercarse aún más a lo que en las islas se llamaba "Estilo Continental", se comprendió la importancia de una salida limpia del balón (Phil Thomson, centrocampista se convertía en central), se puso mucho énfasis en el control-pase por encima de la conducción-despliegue físico, y medidas de este tipo.
    Realmente hay pocos equipos que hayan mantenimiento una filosofía, más allá de los jugadores, y que hayan ganado tanto como el Liverpool 70-80.
    Ya estoy deseando leer la 2a parte.

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  • Vilariño 24 diciembre, 2016

    Muchas gracias a todos, chicos.

    Como ya dije en Twitter, el artículo es sólo un mero acompañamiento (más o menos ordenado), para la ingente cantidad de material que lo acompaña en los diversos enlaces. La historia del fútbol inglés está capturada en video y en Youtube: partidos completos, resúmenes, entrevistas, perfiles de jugadores y entrenadores. Es maravilloso e inabarcable.

    @Quintana

    La palabra "mística" tiene todo el sentido cuando se habla de este club. El respeto que se tiene por la historia es espectacular.

    @Miguel

    Keegan fue un fenómeno de jugador. Durante buena parte de los 70 fue el mejor jugador de Inglaterra, en un momento en que había muchos y buenos. Su capacidad para aparecer desde la banda y crear peligro era impresionante. Shankly creó un monstruo competitivo que aparecía en todos los partidos grandes. ¿Por qué está menos reconocido que la Santísima Trinidad del United? Pues claramente porque si hay un club en el mundo que sabe vender los suyo es el Manchester United. Y porque el Liverpool, por suerte, lo sustituyó con un Dalglish que fue y lo hizo incluso mejor que él. Keegan va a estar siempre a la sombra de King Kenny.

    John Barnes tiene cuatro o cinco años de un nivel impresionante. Su capacidad física era increíble y era un jugador muy técnico. Nunca triunfó igual con la selección inglesa porque no se adaptaba bien a jugar en un equipo de un estilo más británico que el Liverpool. Él necesitaba la pelota para crear, necesitaba conducir para resultar mortífero. La selección prefería la velocidad de Waddle y los pases largos y al espacio para Beardsley y Lineker. Lo peor es que sus mejores años coincidieron con la sanción a los clubes ingleses. Sacchi, como tu bien dices, afirmaba que ese Liverpool era uno de los tres mejores equipos de Europa.

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  • Abel Rojas 24 diciembre, 2016

    @ Miguel

    Antonio León, uno de nuestros más ilustres veteranos, sostiene que el Liverpool de los 80 podía ser perfectamente un equipo del nivel del Milan. Él, admirador de la Quinta, lo consideraba superior al Madrid sí o sí. Y a Barnes lo reconoce como un Balón de Oro no condecorado.

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  • Miguel 24 diciembre, 2016

    Y ahora viendo videos de Lineker. Quién les parece mejor jugadore, Barnes o Lineker?

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  • David_Mata_Ecos 24 diciembre, 2016

    Que puto gigante. Te quiero Vilariño. Ya lo sabes

    @Miguel

    Barnes me acuerdo que tenía mucho prestigio. Toshack se lo pidió a Mendoza cuando se fue Martín Vázquez al Torino. Al final llegó Hagi.

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  • David_Mata_Ecos 24 diciembre, 2016

    Leyendo el artículo me surge una pregunta. ¿La longevidad como técnico de Ferguson no se debe también a que ha sabido delegar mejor que otros? Por ejemplo, esos años en que él era manager, pero que el que entrenaba en el día a día era Queiroz.

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  • Miguel 24 diciembre, 2016

    Queiroz , el que entrena al Madrid , luego ?

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  • Joeliver 24 diciembre, 2016

    El Liverpool de John Barnes ha sido el mejor equipo de la historia, este club es mi vida. YNWA

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  • Uruguayoafull 24 diciembre, 2016

    Que viva el fútbol amigos!!
    Feliz navidad.

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  • Juan Plaza 24 diciembre, 2016

    Una década fascinante, los 70; un país fascinante, la Inglaterra de los 70; un fútbol fascinante, el que se practicaba en Inglaterra en los 70. Emociones fuertes, dramatismo, el latido de la vida. No existía lo light todavía, gracias a Dios. Quizás no sea el mejor fútbol que se ha practicado, eso importa poco o nada. Prueben a mirar un partido de la época en Inglaterra o en Europa con un equipo inglés de por medio y comprobarán como su fuerza hipnótica los atrae como imán. Gracias, Sergio, gracias

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  • Vilariño 25 diciembre, 2016

    @David Mata

    Puede ser, pero las figuras del manager y el coach no son ninguna novedad en el fútbol inglés.

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  • Antonio León 26 diciembre, 2016

    Gracias Vilariño., por recordarnos a estos que peinamos canas, equipos gloriosos que nos enamoraron. Si en los 70 fueron los Votgs, Netzer, Wimmer, Stielike, Bonhof, Heynkes, Simonsen, Jensen del Borussia de Moenchenglabach el equipo que mas me hizo disfrutar después del Ajax,, a pesar de ser menos competitivos que el Bayer o el propio Liverpool, en los 80 esperaba con ansiedad los sábados para ver en la segunda cadena de televisión española los partidos del Liverpool., un equipo que como explica muy bien Sergio, modificó en las islas la concepción del futbol. Mi impresión de ese Liverpool de los 80 , lo ha expresado perfectamente Abel,

    Coincido con Luther Blissett, y eso ahora es pura especulación, posiblemente sin la sanción de Heysel, ese Liverpool tendría alguna copa de Europa más en sus vitrinas.

    Bueno esperando la segunda parte. Saludos

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  • rafaaa05 27 diciembre, 2016

    @Miguel No, Queiroz el que entrenó al madrid antes y luego fue a ser segundo de SAF.

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  • rafaaa05 27 diciembre, 2016

    @rafaaa05 @Miguel Pues al parecer también estuvo un año de segundo antes de ir al madrid. Eso no lo sabía, pero después de un año en el madrid volvió a Manchester para otros 4 años.

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