El primer Clásico de la temporada estuvo marcado por las dudas del FC Barcelona y las bajas del Real Madrid. El conjunto azulgrana está adoleciendo de muchos y serios problemas para recitar un discurso futbolístico sostenido a lo largo de los 90 minutos, mientras que los blancos, desprovistos de la calidad ofensiva de Gareth Bale, encuentran demasiadas dificultades para convertir en ocasiones el dominio del que les dota su inspirado centro del campo. Es por eso que se vio un partido relativamente igualado donde el campeón de Europa mostró más juego y el de Liga, que necesita menos fútbol para competir.
El primer periodo perteneció a Zidane y a sus dos pupilos más afines, Luka Modric e Isco Alarcón. El técnico francés sorprendió a propios y extraños renunciando a su 4-2-1-3 (esquema base utilizado durante la ausencia de Casemiro) y presentando un 4-3-3 puro con el croata de mediocentro nato, el español de interior derecho y Kovacic de interior izquierdo. El joven Mateo cumplió, y para valorarlo no hay más que echar una mirada hacia André Gomes o Arda Turan y confirmar la dificultad que detenta sobrevivir a un choque de este calibre, pero el fútbol estuvo en sus dos compañeros. Territorialmente, Isco se estaba comiendo el campo, hasta el punto de que en realidad, aunque partía desde el lado de Carvajal y Lucas, él estaba siendo los dos interiores a la vez. Cada salida merengue le alzaba como protagonista, él las bendecía con el don de la continuidad (tocó 52 balones, le quitaron sólo uno y falló un solo pase) y, en el marco elaborado, crecía el dueño de la cita, el número «19» del equipo de Zidane.
Leo Messi volvió a no ser un factor dominante contra el Real Madrid, con todo lo que ello conlleva.
La imperial figura de Luka Modric sirve para explicar dos cosas: la calidad de la posesión del Madrid y lo que, a fin de cuentas, define su iniciativa, que no es, ni más ni menos, que es quien mejor aplica el código de normas que José Mourinho diseñó para neutralizar al jugador más decisivo de la historia. Empezando por lo primero, la manera en la que orientaba cada salida para asentar los ataques en la mitad azulgrana era fabulosa, dejando siempre a contrapié a un Busquets que, durante 60 minutos, jugó sin compañía en la medular, e imprimiendo esos segundos de pausa/confianza que el Camp Nou no tolera porque, durante su periplo de gloria, se convenció de que eran algo así como su patrimonio personal. Pero lo dicho, más determinante si cabe fue la labor de coche escoba de Modric cercando cada triángulo que Isco había dibujado adelante con dos colegas más; así como su comportamiento táctico en la zona de Lionel Messi, donde Kovacic ponía la intensidad para acelerarle y, el resto, la sabiduría para constreñirle. Se insiste porque no hay nada más crucial: desde la temporada 2012/13, o sea, desde hace ya tres cursos y medio, el futbolista al que nadie puede defender ha dominado un único Clásico, el 3-4 de la 2013/14. En todos los demás, ha sido un jugador más. Y nunca destacado.
Neymar, sin fútbol por detrás, era más peligroso que Ronaldo y Benzema asistidos por la medular blanca.
Pese a lo expuesto, la intensidad de las amenazas de cada colectivo era mucho más pareja de lo que cabía esperar considerando la diferencia en cuanto a comodidad que había entre ellos. La explicación, que no hay ninguna plantilla que se acerque a la de Luis Enrique en lo referente a crear peligro de la nada. Mientras que Benzema naufragaba cada vez que le tocaba acelerar y Cristiano mordía con constancia pero sin causar verdadero daño, en el Barça había un hombre que sí estaba logrando que la palabra «profundidad» fuese digna de mención, y ese era Neymar Jr. Tanto recibiendo el balón al pie como, en especial, picando a la espalda de Carvajal, el brasileño inquietó a la zaga de Keylor Navas con una frecuencia harto superior a la de los demás atacantes de la tarde. Posiblemente, para su equipo fue más fácil alimentarlo por la extrema movilidad de Isco, que, recuérdese, era el interior derecho pero participaba tanto en su sector de nacimiento como en el contrario, donde el Madrid, debido a la falta de especialización de Sergi Roberto como lateral, volcaba la mayoría de sus salidas y la mayoría de sus estacionamientos. Así, si el Barça robaba y podía conectar velozmente con el «11», surgía la esperanza.
El Barça, con un Busquets renacido, fue muy superior cuando el Madrid perdió la paciencia defensiva.
Luego arribó el descanso y, en el amanecer del segundo periodo, el gol de Luis Suárez. El guion que precedió a la falta fue fiel a lo contemplado hasta entonces: tras dos posesiones de muy buen nivel protagonizadas por Modric e Isco, el Barça pudo activar a Neymar en vuelo y este provocó la falta a Varane. Un Varane que, sea precisado, brilló como el defensor más espectacular y eficaz de una batalla que contaba con Piqué en las filas de unos y con Ramos en las filas de otros. Su magnífica actuación fue el principal sostén que encontró Zidane para subsistir a los 25 minutos de superioridad azulgrana, comprendidos entre el 1-0 de Suárez y, más o menos, aunque no fuera detonante, el ingreso de Turan.
Nada cambió más la dinámica del envite que el hecho de que el Real se topase con el imperativo de marcar gol. Esa necesidad se transformó en prisa, modificó sus pautas defensivas intercambiando la prioridad entre robo y espacio que había lucido hasta entonces (es decir, comenzó a ser mucho más agresivo y a dejar huecos a las espaldas del jugador que intentaba el quite por su cuenta) y ello dio valor a la excelsa calidad técnica del Barcelona. Nadie representó mejor el nuevo escenario que Sergio Busquets, que pasó de ser bailado a ser un bailarín. Además, el nuevo guion se vio acentuado por actores que ayudaron a exponerlo: entró Iniesta, se fue Isco y apareció Casemiro, que contrastó estar muy lejos de la forma adecuada para un Clásico y derribó, sin querer, el plan de su entrenador, que lanzando a Modric y Kovacic hacia arriba pretendió una presión más física e individualista que nunca funcionó. Durante 25 minutos, el Madrid fue un toro y el Barcelona, su torero. Deportivamente hablando.
Iniesta tuvo un impacto muy positivo para el Barcelona, pero pudo pecar de conservadurismo.
Además de por Varane, el Real se mantuvo vivo hasta el último cuarto de hora por un par de razones más. El primero, muy obvio, que Neymar y Messi fallaron las dos ocasiones más claras de la tarde. El segundo, más espinoso, que contra un rival entregado, el Barça, que es el equipo con más pegada de Europa con sustancial diferencia sobre su perseguidor, creó solo ese par de acercamientos. ¿Por qué? En parte, porque Iniesta no tuvo sobre el choque el efecto idóneo. Andrés mejoró sin duda el juego del Barcelona porque es imposible que sustituya a un centrocampista de su equipo y no implique un subidón abrumador, pero salvo en las dos jugadas señaladas, su fútbol careció de agresividad y quedó estrictamente limitado a conservar el balón y que pasara el tiempo. Se enfatiza de nuevo en que eso era muchísimo mejor que lo anterior, y en que el Barça fue superior al Madrid en virtud de lo inspirado por el manchego, pero no con el grado que la situación permitía y, a su vez, demandaba. Cuando a la obra de Zidane se le tiene contra las cuerdas, hay que aniquilarla. Ni Iniesta ni Messi exhibieron ese colmillo y el Camp Nou pagó la cuenta.
Marco Asensio y Mariano Díaz fueron cambios tardíos, pero también de mucha influencia.
Probablemente con menos presteza de la recomendable, Zidane fue incrementando la agresividad de su delantera con las entradas de Marco Asensio y Mariano Díaz. La del inexperto delantero hispano-dominicano, además, derivó en un cambio de esquema hacia un 4-4-2 que dio mucho terreno al Real Madrid por dos motivos diferentes. Uno, que Carvajal con su profundidad ofensiva estaba consiguiendo lo que hasta entonces no había podido, desactivar a Neymar Jr de la transición defensa-ataque del Barça. El otro, que Varane y Ramos, sin esa molesta chinita brasileña en sus botas, devoraron el campo y situaron a Casemiro y Modric cerca de la frontal del área de ter Stegen. Los chicos de Luis Enrique se ahogaron, el Real encontró un buen ritmo ofensivo y, aunque sus acometidas carecían de nitidez porque casi siempre implicaban centros al área y Piqué parecía tener bien atado a Cristiano, se estaba dando una dinámica que alimentaba la fe de los madridistas. Y su capitán, en esas instancias, no suele fallar.
Foto: David Ramos/Getty Images
hola1 4 diciembre, 2016
Me ha gustado el Madrid hasta el gol del Barcelona, despues del gol el equipo quedo "tocado" pero lograron sobrevivir(perdono Messi y Neymar) y al final se logra empatar con un golazo de Ramos.
El partido de Varane me ha parecido la 2da gran exhibicion de la tarde, despues de la de Modric,imperial lo del frances.
PD: Seguramente con el gales en la cancha, estariamos hablando de victoria blanca.