No extrañaría si hoy en Mestalla hubieran amanecido con tres puntos más y dos victorias consecutivas por segunda vez en la temporada pero no, no fue así. Prandelli perdió dos puntos en el minuto 93, después de remontar el 1-0, encajado en el primer minuto de partido. El Valencia suele dar validez al refranero cuando tiene problemas y ante el Málaga pareció hacerlo como en ningún otro momento. Sus problemas de confianza y de dinámica negativa terminaron por condenar a los valencianistas, después de pasar 45 minutos en campo propio, sin más respuesta que aguantar. Su rival, el Málaga de Juande, hizo mucho por empatar y lo logró. Sorprendió su fase ofensiva, muy atrevida y sobre todo sentida.
De entrada, un gol que a cualquiera en la situación del Valencia dejaría paralizado; aturdido y sordo por no comprender nada. Los che, obligados a remar sin interpretar primero lo que su rival le proponía, se encontraron de bruces con la realidad y, por suerte para ellos, lo hicieron sin tener que forzar demasiadas cosas ni tener que exponerse. Primero porque el Málaga salió a Mestalla a tener la pelota, por los hombres alineados y por las dudas valencianistas, y segundo porque el empate llegó muy pronto y lo hizo a balón parado, aliviando el tortazo sufrido. Después, el 2-1 fue uno de los pocos momentos que dan algo de esperanza a las madrugadas de Cesare Prandelli.
El Málaga basó su planteamiento en ser atrevido con balón
Los malaguistas, con mucho futbolista bajito, correoso y propositivo, retaron al Valencia de los tres centrales y los tres centrocampistas, casi todos ellos de gran envergadura y pesaje. Para no padecer en las combinaciones surgidas de Rosales, Juanpi, Ontiveros, Fornals, Santos o Castro, el Valencia aceptó la posesión del rival y redujo espacios. De no constar los goles, los locales obraron 90 minutos de un buen nivel defensivo, correctos en concentración, atención y estructura. Sin alardear (Garay como excepción), el cambio de sistema le está sentando bien para las dificultades que está encontrando a nivel emocional. Ordenados los planteamientos, la victoria momentánea valencianista se erigió en la movilidad de sus dos puntas, el perfecto entendimiento entre ambos y el buen nivel de inspiración técnica. Se debe rescatar porque la idea está repleta de sentido: Munir y Rodrigo se abren y se compensan para salir a la contra por fuera y en largo para aprovechar la llegada de Parejo, Cancelo y Medrán. El verbo fluir sería apropiado para resumir el buen hacer ofensivo che.
Lo que vino tras el descanso fue peor. Con 2-1 abajo, el Málaga, que ya había dejado avisos de ello, comenzó a darle libertad a Camacho, su teórico mediocentro nato. El maño llegó al área con frecuencia, rompendo hacia zonas adelantadas para crear superioridades junto a laterales y mediapuntas, dando con ello profundidad a los suyos y mucho trabajo a los intermitentes Mario Suárez y Dani Parejo. El Málaga tocaba y tocaba sin verse comprometido, pues el Valencia se echó tan atrás que acabó mezclando intención real con incapacidad por confusión. No es que el empate fuese producto de haberlo salvado previamente debido a un tremendo acoso, sino por la pura (in)madurez de una idea que no procedía para la ventaja obtenida (2-1) ni por la insalvable amenaza del rival, que se fue de Mestalla con un aire renovado y positivo en su ataque organizado.
Foto: Denis Doyle/Getty Images
David 5 diciembre, 2016
Al margen de los goles, Pablo Fornals es un jugón, vaya partido ha hecho.