El estadio Ramón Sánchez Pizjuán vivió una de esas veladas que empezaron a convertirlo en patrimonio de la Liga hace poco más de una década. Su Sevilla recibió a un gigante y lo trató como si no lo fuese por el mero hecho de que lo era, imprimiendo un ritmo y una tensión incalculables que lo desdibujó e incluso acomplejó durante 45 largos minutos. Pero al término de los mismos, el marcador era 1-1 porque falló sus ocasiones y Messi metió la que tuvo. Y más tarde, Leo se apoderó de todo.
El primer tiempo hispalense se fundamentó en dos conceptos: la presión a toda cancha y el ataque no por, pero sí desde los costados. La presión quedó organizada desde un 4-1-4-1 en lugar de desde el 5-2-2-1 de los otros partidos complicados que habían afrontado los de Sampaoli, algo que quizá les penalizó en su parte más baja porque Messi, Neymar y Suárez pudieron correr incluso en los peores momentos del Barça, pero en líneas generales, en el acto tratado, lo que ocurría era que un conjunto físico, claro y con fe intentaba robar el balón a su rival muy arriba y que solía conseguirlo porque la salida del contrario no lucía calidad suficiente. Pese a que Denis Suárez hizo jugadas positivas con la pelota en sus pies, el orden táctico de la medular que dirige Busquets volvió a evidenciar que sólo Iniesta sabe dirigirla. La zaga azulgrana -que también tuvo lo suyo- no recibe nada de ese centro del campo, y no hay nada más sencillo que presionar a un oponente obcecado con iniciar en corto y a ras de suelo sin saber cómo, ni por dónde ni con quién.
Sarabia y Vitolo superaron a unos entregados Digne y Roberto.
Una vez el Sevilla recuperaba el esférico, que como se puede producir, es algo que sucedía en zonas adelantadas, buscaba rápidamente los costados para marcar la diferencia. Los puntos de referencia eran Vitolo y un magnífico, pero magnífico, Sarabia, una pareja a la que ni Sergi Roberto ni Digne le encontraron la vuelta y que administró con maestría si ir hacia Nasri y el «Mudo» o hacia Escudero y Mariano. En teoría, Samir y Franco estaban cubiertos, si bien en la práctica hacían lo que querían -en especial, el sudamericano, cuya primera parte fue notable gracias a que clarificaba ataques que, por su vertiginio, parecían condenados al salvajismo-; mientras que los dos laterales siempre, siempre, obtenían algo positivo de cada incorporación. Uniendo esto a que Vietto volvió a evidenciar lo bueno que es Piqué, no es fácil explicar por qué el Sevilla convirtió un único tanto ante el meta ter Stegen.
La exhibición de Messi en el 2º T resultó incalificable.
Tras el descanso y la reanudación, confluyeron varios aspectos. Uno troncal, aunque resulte poco sesudo, derivó del desgaste local. El calendario aprieta y el esfuerzo realizado durante tres cuartos de hora fue uno de esos que apenas se pueden extender algún minuto más si ha alcanzado una recompensa regenerativa. Y el 1-1, desde luego, representaba todo lo contrario. La presión del Sevilla se aflojó y se retrasó aposta y el Barça comenzó a cruzar la divisoria con una frecuencia superior.
E instalado en campo ajeno, no frenó. No le interesaba, pues N´Zonzi, Rami y Carriço estaban sufriendo mucho y en general los hispalenses parecían rebasados por la velocidad de la MSN; y aparte, subyacía, emergía y re-constaba el factor Leo Messi: a pesar de jugar a ritmo de transiciones vertiginosas, la cuota de precisión del Barcelona era excepcional y el grado de acierto en las decisiones no le anduvo a la zaga. Fue cierto que, al final, los dos goles del vigente campeón llegaron a la contra y tras sendos fallos garrafales del Sevilla, pero no es menos verídico que esto acaeció porque el Barça propició un estilo de choque muy proclive a ello. Y Leo Messi, en quizá su actuación más meritoria del curso, lo permitió bajo la ayuda de un voluntarioso -aunque negado- Neymar y un Luis Suárez en franca -y esperada- progresión. Mucha traca. Demasiada para Sampaoli. Quizá, en parte también, porque en esta ocasión no se mostró tan acertado como en otras en los relevos y los cambios de sistema. En particular el ingreso de PH Ganso en un marco tan rítmico generó dudas que a posteriori se desvelaron como prudenciales. Y con Leo así, el único que puede fallar es el propio Barcelona. Los demás no tienen derecho. Lo dice la historia.
Foto: JORGE GUERRERO/AFP/Getty Images
Ricuevas 7 noviembre, 2016
Qué difícil lo pone Leo para hacer un análisis sin caer en la reiteración de lo extraordinario qué es. Estando así es como jugar con el IDDQD en el Doom (los gamers más viejos me entenderán)