Debió de haber más goles en el Sánchez Pizjuán, en un encuentro en el que, nuevamente, Samir Nasri, pletórico y primoroso en la segunda mitad, puso todo el control y la claridad entre idas y vueltas, cierta fragilidad en ambos sistemas defensivos y un dominio compartido que se inclinó hacia el lado local con la entrada de Iborra y la mano levantada del mencionado futbolista francés. Sampaoli varió el dibujo hacia un 4-1-3-2 muy abierto y vertical, cuyos momentos más continuos siempre estuvieron relacionados con las dudas del cuadro francés, sin fortalezas concretas en ninguna zona del campo.
La salida de balón viene determinando parte de los ajustes sevillistas dentro de los partidos, como si tuviera que adaptarse sobre la marcha a los problemas que genera un inicio del juego muy desigual entre sus ideas potenciales, la idoneidad de los jugadoresVietto-Yedder, doble punta para llevarlas a cabo y el posicionamiento de cada uno de ellos para hacerlo fiable. Con un delantero más -Vietto, Ben Yedder– y tres jugadores por detrás de ellos, el Olympique de Lyon prefirió no incomodar los primeros pases de entrada, lo que acomodó a los sevillistas en el arranque. Ello les dio una calma y una recepción en banda más o menos segura para cruzar la divisoria. En esas instancias se jugó buena parte de la primera mitad, con un Lyon defendiendo con cinco atrás, inferioridad en el medio pero con el carril central aparentemente protegido y un plan reactivo al que no le sacó todo el jugo posible.
El Olympique optó por no presionar la salida sevillista
Para obtener superioridades en campo contrario, Escudero y Mariano, más el español, dieron muchísima altura a sus posiciones, con las consecuentes contraprestaciones en el balance defensivo, pues necesita Sampaoli gente exterior que otorgue libertad a sus mediapuntas. Le ocurre al Sevilla que su recuperación de balón, como a cualquier conjunto que lleva la iniciativa, está unida a la calidad de sus pases y al orden posicional de su sistema. No fue casualidad que un pase de Nico Pareja a la espalda de una zaga francesa adelantada supusiera la mejor ocasión de los locales en los primeros 45′. Esta vez, lo más conflictivo residió en el encaje del ‘Mudo’ Vázquez, siempre rodeado entre piernas francesas y una doble punta que restó espacio a sus apariciones.
Entre medias de los problemas sevillistas, apareció Nabil Fekir, de una calidad diferente en el cuadro galo. Y lo hizo casi en solitario, pues sólo las arrancadas de Maxwell Cornet desde banda izquierda sumaron algo de peligro. Echó en falta el Olympique la figura de un interior que acompañara -intermitente Tolisso- para terminar de dominar un contragolpe que de nuevo vio cerrando a N’Zonzi en solitario. Los dos equipos, muy largos, no reposaban sobre nadie concreto, hasta que en la segunda mitad emergió Nasri, uno de los jugadores más brillantes de este inicio de curso.
Nasri acumuló hasta 104 pases en todo el partido
Junto a ello, la entrada de Vicente Iborra por Franco Vázquez, a la postre un total acierto de Sampaoli. Nasri, que en la primera mitad curró como nadie, pasó tras ello a descansar, trotando y acelerando con clase para sumar pases y anestesiar a un Lyon que con cada cambió desde el banco ganó en intrandescendencia y descontrol. No respondió el Sevilla con un completo cerrojo, sino aceptando las transiciones y la posterior decisión del exjugador del Manchester City. Su nivel de confianza es tan alto a estas alturas que cada elección suya influye en el ritmo de los partidos. El de ayer en concreto, que el Sevilla debió cerrar si Vietto hubiera anotado alguna de sus tres ocasiones clarísimas -penalti incluído-, volvió a moldearlo Samir Nasri. Sorprendentemente o no, está fluyendo. El Sevilla, con balón, es lo que Nasri ordene.
Foto: CRISTINA QUICLER/AFP/Getty Images
Pedro Lampert 28 septiembre, 2016
Ya ni recordaba lo bueno que es Nabil Fekir. Su grave lesión ha sido un palo tremendo. Sin ella, seguramente ya no estaría en Lyon. Y lo de Nasri es impresionante.