En la noche del 6 de julio del año 2016, Gareth Bale jugó al fútbol de esa manera en la que no se puede o no se debería. Todo fue un exceso. Tras el fundido definitivo del himno de Gales, la esperanza de sus tres millones de almas se convirtió en presión y recayó sobre sus hombros, pero al mismo tiempo, la energía de cada una se transformó en pasión e hinchó su pecho lo suficiente. El futbolista, un hombre como los demás, se mantenía en pie pese a las circunstancias, pese a aquellas obligaciones, y aquellos derechos, que rozaban lo ilimitado.
Lo sufrió como cuando el fútbol no se conocía, como cuando antes de que se estudiara y se fijaran unos límites, y como cuando el mundo no era una aldea global e infinita sino un espacio dividido en pueblos donde el pueblo era lo que más importaba. Fue pasado en el presente, sin fe en ningún futuro. Su partido no fue perfecto porque ni siquiera fue un partido; no existieron semejanzas entre lo que hizo cualquier día y lo que hizo en su gran noche porque para él era la primera y la última que habría y hubo. Simplemente, su ahora. No calculó, no se protegió, no reservó nada. Su arma era el talento, su enemigo la razón, su meta, sin saberlo, brindar la derrota más épica que nunca pudo imaginarse. Pues no venció.
No ante Cristiano Ronaldo. 12 veranos después de conducir a Portugal a la primera Final de su historia, con un cuerpo reducido y una mente saturada, tuvo que mirarse en ese espejo tan… joven. Era su amigo, también su desgracia, y le mostraba acción tras jugada cada una de aquellas cosas que un día supo completar como ninguno y que ahora, al intentarlas, le provocan un dolor sin cura. Hacerse mayor es durísimo, pero dejar de ser un Dios tras mandar en el Olimpo, en fin, para qué hablar de lo que no se sabe nada. De ahí que tenga tanto mérito que aún encuentre flashes de lucidez, o esa humildad invisible que su rostro impotente enmascara. Ronaldo, que antes llegaba a la hora que quería porque todas eran suyas, admite que hoy, su momento ya no es siempre, y acepta la espera, y el fútbol le acaba llamando porque nunca olvidará su nombre. Y entonces, aprovecha y hace lo que a Gareth, en su integridad, todavía no le alcanza: ganar.
Cristiano forzó a los portugueses a pasarse el balón en el comienzo del partido.
Vayamos al juego. Al principio fue del mismo que al final. Cristiano Ronaldo, atendiendo a un análisis impoluto, bajó unos metros su sitio, se ofreció para recibir entre líneas y obligó a Portugal a pasarse la pelota. Es el método para derrotar a Gales. Chris Coleman ha construido un fuerte que ni cae ni tiembla contra ataques de perfil anglosajón, pero cuando remueven sus piezas con asociaciones, tiende a desordenarse, surgen huecos vacíos. Es más fácil ofenderle.
Sin embargo, tras los pases, que eran precisos pero carentes de intención si nos los daba el “7”, en la mayoría de ocasiones la pelota terminaba en el costado. Si era el derecho, el de Cedric, no sucedía nada; y si era el izquierdo, el del ilusionante Guerreiro, le precedía una lucha aérea llena de belleza. Nani ocupaba bien los espacios y Cristiano los atacaba como hace él cuando le cruje el vientre, pero Chester, Collins y Williams decían que, en su casa, no. Tremenda defensa del centro lateral. Perfecta.
No obstante, a Bale aquello no le gustaba, se descolgó de todo péndulo y comenzó a orbitar sin pauta fija acercándose al balón para conservarlo más segundos. Rescató a Gales. Joe Allen salió en la pantalla. La obra de Chris ColemanLos cambios de lado de Bale eran un amanecer comenzó a brillar como ante Bélgica en el sentido de que su equipo dominaba sin asumir aparentes riesgos. Y se recalca lo de Coleman porque con los pases de Gales pasa una cosa que no pasa casi nunca: muchos son imprecisos y sin embargo no parece haber riesgo tras ninguna imprecisión. O sea, Gales siempre está defensivamente preparada para reaccionar a una posible pérdida. Y en este nuevo y luego duradero escenario de partido, se sintieron sobremanera las dos bajas capitales.
Las ausencias de Pepe y Ramsey condicionaron el partido totalmente. No se sabe cuál importó más.
Contextualmente, la de Pepe pesó más. Con el central del Real Madrid, Portugal es un equipo defensivo pero sin renunciar a la agresividad. Muerde a su manera, incomoda al conductor, reparte cuál es su zona y cuál la del adversario. Pero sin él, la cosa cambia. Pierde confianza y nadie puede culparle -la sensación emitida por el físico de Bruno Alves fue aterradora-, así que se resguarda y da pie a lo que se vio: una Gales que perdió la consciencia sobre sus limitaciones técnicas porque nadie las comprometió.
Al menos, mientras el balón anduvo por la medular. Más adelante, constó la otra gran ausencia, la de Ramsey. En la Euro, Ramsey no cumplió con su parte del trato en lo referido a la creación, no supo asumir la elaboración para permitirle a Gareth Bale enfocarse en decidir arriba, pero una vez Coleman entendió el caso e invirtió los papeles, haciendo que Bale apareciera en el juego antes que el gunner, Ramsey demostró que como continuador sí coquetea con el nivel de la élite. Así derrotaron a los belgas. Ayer, en cambio, todo lo que producía Bale moría al salir de sus botas. Robson-Kanu lo intentó, pero Portugal en una semifinal exige algo más que ganas. Y si al “11” se le ocurría esperar arriba para encargarse de finalizar, el balón nunca le alcanzaba.
Así se arribó al descanso y lo de después fue un relato, una epopeya, de fútbol muy relativo. El gol de Cristiano Ronaldo no pertenece a la normalidad, le precedió un salto de película de animación, y el 2-0 le prosiguió enseguida. De ahí en adelante, apenas quedó el arrojo de Bale, quizá menos potenciado de lo debido por los cambios de su técnico. Verle recibir entre centrales desde los pies de su portero fue la confirmación de que el envite deambulaba según los planes del “7”. Cuando el árbitro pitó el final y se concretó su clasificación, se fue para su compañero y le profesó un abrazo sentido. Se dijeron más cosas, cosas que no se entendieron. Si hablaron de la Final, seguro que coincidieron en algo: Portugal deberá dar mucho más para salir campeona. Sea cual sea su oponente. Aunque carezca de un Gareth Bale. Porque es muy difícil que un futbolista arrebate a este el título honorífico de mejor hombre del torneo.
Foto: Stu Forster/Getty Images
@LivioLeiva 7 julio, 2016
Un partido con una pinta bárbara de 0 a 0 a partir del minuto 15 más o menos, una vez que se acomodaron un poco las piezas y se pusieron las intenciones sobre la mesa. Portugal porque así lo dispuso, porque el pragmatismo de Fernando Santos los hizo llegar a semifinales y confían en ese sistema. Y Gales porque le faltó calidad arriba, simplemente no pudo. Por más Bale que haya, y por más iluminado que pueda estar un Robson-Kanu que en esta euro rindió muy por encima de sus capacidades. Faltó Aaron, y Gales lo sufrió. Pero así y todo nadie lastimaba: el arma de Portugal eran los centros laterales y en el área Collins y Williams reinaban. Ante la enorme precaución de ambas partes, daba la sensación de que se iba a necesitar un error muy grosero para abrir el marcador. O si no era un error se iba a necesitar algo muy grande, una genialidad o algo por el estilo. No sé si se pueda calificar como genialidad a ese salto de Cristiano, es una exhibición de supremacía física y técnica, pero sobre todo física. Sea como sea, fue por grandeza que Cristiano ganó este partido. Mera grandeza de uno de los futbolistas que están marcando esta era.