La aparición de una súper estrella como Gareth Bale siempre es un acontecimiento. En cierto modo, la nación que la recibe contrae la obligación de estar a la altura, lo que le impone una exigencia diferente, más alta, que altera su vida futbolística mientras dura la carrera del elegido. Existen muchas formas de administrar esto que, en la mayoría de los casos, es una travesía, y cada una de las historias generadas mantiene sus propias particularidades. La de Bale podría compartir rasgos, por ejemplo, con la de Best en Irlanda del Norte, pero no lo hace. Podría en el sentido de que nació en un país sin un pasado y sin un presente capaces de acompañarle en el camino hacia una Copa, pero ha habido una diferencia entre lo que le pasó a George y lo que le ha pasado a Gareth: Chris Coleman. En su día, este hombre miró al chico y no vio un futbolista, sino un milagro.
Bale en Gales no ejerce un mero rol deportivo, y menos aún el de líder humano. Su papel es más mítico, prácticamente religioso, algo ligado a la misma fe. Desde el inicio del proyecto, ha sido la prueba esgrimidaColeman ha generado un clima inexplicable ante los jugadores rojos para convencerles de que eran mejores de lo que se pensaban, de que los resultados a los que aspiraban estaban por encima de los que en realidad les correspondían. Y eso fue posible porque Bale es ganar. Suena fuerte, es fuerte y es así. Lo verdaderamente valioso de este crack no es su calidad estricta, sino el modo en el que la enfoca: no necesita nada para dominar y vencer en un partido de fútbol. Gales creyó en llegar al área contraria cuando no sabía cómo, Gales creyó en sumar puntos cuando no tenía con qué, Gales creyó en reunir victorias cuando sólo era decente. Y Bale jamás les permitió despertarse de ese sueño. Ahora bien, lo que pocos presagiaban era lo que hay hoy. Este atacante bi-campeón de Europa se ha convertido en mucho más que en un arma de destrucción masiva, y Gales, a su vez, en un buen equipo de fútbol. Y aplicando al nuevo presente el efecto inspirador que escribió Chris Coleman, ha surgido un semifinalista de la Eurocopa de Francia 2016 que ha enamorado a un continente.
La puesta en escena de Bélgica estuvo a la altura de lo que se le podía exigir a los de Wilmots.
El nacimiento de este equipo ha resultado paulatino y encontrado su punto de ebullición máxima en el enfrentamiento contra los belgas. Guiados por un Hazard que siempre ha estado, el combinado de Wilmots arrancó su duelo de cuartos de final cumpliendo con la expectativa y también con el canon, soportando el peso del balón y del juego y poniendo sobre la mesa valores como la técnica de sus mediapuntas o la energía de su centro del campo. Pronto consiguió un 1-0 que pudo incluso haber llegado antes. Gales, cuya defensa del juego interior raseado flaquea porque no deja de ser un equipo británico compuesto por las piezas más humildes de una Liga que extravía todo lo que tiene cada vez que se sube a un avión para cruzar el mar, no sabía cómo parar a Eden ni a sus amigos De Bruyne y Lukaku. Y para colmo, a Bélgica se le presentaba su contexto favorito: iba a poder contragolpear.
Entonces, explotó Gales. Como si se tratase de Michael Jordan o LeBron James en una semifinal de conferencia, Bale protagonizó el encuentro pero con aires eminentemente colectivos. Las propias estadísticas lo acreditaron:Bale fue un generador puro y duro 90 minutos fue el galés que más veces tocó el balón (73) pero sólo acabó dos acciones. Eso sí, qué dos. En ambas arrancó la acometida a más de 60 metros de Courtois, con el selectivo y calculado efecto intimidatorio que ello infligió sobre su enemigo. Pero dos. Anoche, su misión principal estribaba en crear ventajas intermedias y en orientar los ataques de su equipo de tal manera que emergieran, o se desataran, las bondades del resto de sus compañeros, como si todavía no fuera necesario que él mostrase sus cartas más individuales porque Gales se bastaba contra Bélgica, como si ambicionase activar el mayor número de piezas posibles para cuando lleguen los Bad Boys de Portugal o los Warriors de Alemania, a los que ningún hombre puede derrotar sin compañía. Y así comenzó ese concierto colectivo que selecciones como Inglaterra llevan décadas intentando hacer sonar.
Tácticamente, Gales siempre estaba en disposición de seguir pasándose el balón.
El 5-2-3 dibujado por Coleman ocupó el terreno sin dejar metros vacíos. Los centrales externos, Davies y Chester, cumplieron una labor clave sirviendo líneas de pase limpias, activas y altas que empujaban hacia atrás a los de Wilmots y daban margen al centrocampista mandón para hacer y deshacer. Ese era Joe Allen, cuyo criterio en este torneo tan sólo acepta la comparativa con Kroos. El pequeño cerebro del Liverpool carece de calidad de élite, cosa que se nota en que, casi siempre que intenta esbozar un cambio de orientación complicado o un pase vertical comprometido, la precisión se le resiente, pero todavía se está esperando a que tome una decisión incorrecta en esta Eurocopa de Francia. Su lugarteniente Ledley, dispuesto a abrirse hacia un costado o saltar un escalón para abrirle el horizonte en cuanto se le pida, se ha transformado en su media naranja. Y a título táctico, la eficacia de los carrileros Taylor y Gunter terminaba de demostrar que Chris Coleman está para tocar la gloria. Carrasco y Hazard, comprometidos pero ignorantes, no taponaban ni una salida. El temible contraataque belga nunca conseguía desenrollarse porque Gales sólo perdía la pelota cuando Gales lo deseaba. Si decidía conservarla, siempre había un pase que dar.
Luego, por supuesto, de cara a la creación de peligro, encontró facilidades. Las bajas en defensa que padeció Wilmots le forzaron a alinear en el sector izquierdo de la misma al inexperto lateral Jordan Lukaku y al anti-académicoLukaku y Deyaner, dos graves desventajas central Jason Denayer, que la verdad sea dicha, por separado preocupan y juntos son como para echarse a temblar. La pareja compuesta por Bale y Ramsey, a quienes en origen se les asignan bandas opuestas para diversificar la generación de juego, comprendió que tanta debilidad bien merecía adaptarse a ella e interpretó la ventaja con brutal maestría. O Gareth o Aaron ocupaban la zona, y cuando uno de los dos ya tenía allí el balón controlado, el otro lanzaba el desmarque profundo para propiciar el caos. Como hizo Simeone con Saúl saltando contra Alba en los cuartos de la Champions o con Carrasco encarando a Danilo en la Final de San Siro, Gales insistió en su jugada letal hasta la propia extenuación. Y a Bélgica cada vez le quedaba menos sangre.
Robson-Kanu completó la mejor actuación que cualquier delantero centro haya firmado en esta Euro.
Y sin sangre, no se podía detener a Robson-Kanu. Su nombre sugiere la creación de un delantero imponente que reúne la sabiduría del desaparecido Bobby con el repertorio del emblemático Nwankwo, pero nada más lejos de la realidad. Robson-Kanu es el sub-terrenal ariete del 17º clasificado de la Segunda División inglesa que ha marcado tres goles en 28 partidos disputados. El hombre juega con fe cuando se viste de rojo dragón por todo lo explicado hasta ahora, pero cada gesto de categoría que logra reproducir forma parte de lo inexplicable, imposible o mágico. Y sin embargo, completó una actuación que por momentos rescató a Benzema, en otros a Suárez, y en los demás, a Robin Van Persie. Los centrales belgas no recibían ayudas porque Coleman los había aislado; el doble pivote compuesto por Nainggolan y Witsel ya sufrían demasiadas preocupaciones, y el calvario al que Robson-Kanu sometió a Alderweireld y Denayer no será olvidado nunca. La Eurocopa de Naciones está viviendo su edición número XV, y el nombre de este ciudadano de Gales ya está inscrito en su historia. Suena osado así leído, pero tal cual sucedió y quedará.
Fellaini empezó a sumando mucho, pero acabó siendo el anti-Hazard más eficaz de Coleman.
En pos de mitigar la fluidez de los galeses, y también de corregir un poco el terrorífico caos que provocaba en Bélgica cada córner botado por Ramsey, el superado Wilmots retiró en el descanso a Carrasco para dar entrada a Fellaini, que formó un trivote ficticio con Nainggolan y Witsel que, con franqueza, mejoró a su selección. Fellaini es un futbolista de bajo ritmo y precisión modesta pero que sabe pensar más de lo que aparenta, y con ese plus de pausa, Bélgica recuperó la pelota, volvió a patentar limitaciones en Gales y encontró al genial Hazard, que si bien no es Bale, en el sentido de que sí necesita ayuda para brillar y aportar, constataba siempre que se le permitía que él estaba allí preparado para regatear y liderar cada vez que le pasaran el balón. Bajo esta disposición, Bélgica fue mejor que su oponente. Pero no había terminado de resolver el conflicto entre Lukaku y Deyaner, y Bale y Ramsey continuaban sobre el terreno. La acción fue impresionante, consagratoria y definitiva. La rúbrica de Robson-Kanu, el broche de oro a su noche vital.
El extraordinario gol de los galeses supuso un golpe anímico que Wilmots no supo acatar. El colapso resultó evidente, el equipo dejó de tocar la pelota y buscó la reacción a la desesperada confiando en el juego aéreo de Fellaini, que como tal respondió, pero que derivó en un error de los que conlleva ser eliminado. Gales había sufrido contra las conducciones de Hazard, los apoyos de Lukaku y los movimientos cortos y afilados de De Bruyne, pero tratar de bombardear el corazón de su área pequeña era servir en bandeja a Ashley Williams, Chester y Davies el tipo de encuentro donde pueden brillar como héroes. Y así lo hicieron, con la ayuda de Andy King, que entró con prontitud. Entre los cuatros despejaron todo hasta que Sam Vokes remató aquel cabezazo que Aduriz se fue sin rematar. Y así selló que esta aventura, la de Gales Bale, la que concibió Chris Coleman, todavía guarde, por lo menos, un capítulo más por descubrir. Es muy emocionante. Porque Gareth no lo es todo. Tan sólo es el comienzo.
Foto: Lars Baron/Getty Images
@LivioLeiva 2 julio, 2016
Yo en verdad he quedado, cuando menos, emocionado con esa jugada de Hal Robson-Kanu. Pero es que es una cosa de no creer, un arrebato de genialidad extraordinario. Es una jugada de otro jugador, de otro partido, de otro campeonato. Me quedé unos minutos viendo la repetición: "Pero por favor, lo que acaba de hacer este muchacho!" pensaba. Era esperable, conociendo al fútbol, siempre tan impredecible pero también con sus mañas, que ese gol acabaría siendo el decisivo del encuentro. Algo verdaderamente memorable.