Leo Messi y su maravillosa compañía plantean una situación que debe afrontarse desde la honestidad más valiente. La firmeza y la frecuencia de sus éxitos demanda un despliegue de elogios que pone a prueba la profundidad de los vocabularios, al tiempo que ridiculiza las críticas que se le puedan profesar; imponiendo unas reglas no escritas que, a veces, pueden llevar a forzar las ideas para que cuadren con los resultados sea como sea. Los últimos 15 días constituyen una prueba de lo expuesto. El FC Barcelona ha encarrilado más de media temporada pese a haberlo tenido absolutamente todo en contra: sus lesiones, un calendario sin respiro, tres rivales terribles y, lo más importante y hacia donde apuntamos, su propio rendimiento como colectivo, que ha sido, siendo generosos, irregular. ¿Cómo se explica tanto triunfo? Retorciendo palabras, se podría aludir a una supuesta competitividad intrínseca, pero se faltaría a la verdad. No siempre es eso. En San Mamés, sí; en los tres encuentros restantes, no. El Barça ayer arrancó superado, cometió errores defensivos serios y no descifró cómo cerrar un partido jugando frente a nueve hombres durante media hora. O sea, no compitió bien. El único aval que presentó, y resultó suficiente, fue la desatada e imparable calidad individual que mostró entre el minuto 25 y el 45 del choque; una sucesión de gestos precisos y decisiones perfectas aplicadas a máxima velocidad que, seguro, no está al alcance de ninguna otra conjunción. Luis Enrique cuenta con un puñado de jugadores sin medida, en especial por supuesto su extraterrestre «10», y algunos días, entre cinco y diez por campaña, vencen, simple y llanamente, por esa superioridad individual.
A excepción de esa proliferación de jugadas oníricas creadas en el último tercio del primer tiempo, el partido fue una carta del Atlético de Madrid hacia el resto de la humanidad. Hacia el Bayern Múnich, el Paris Saint-Germain, el Arsenal, la Juventus, el Real Madrid, el Chelsea. En ella decía que está preparado para ganar la Champions League.
Ferreira-Carrasco fue el principio defensivo y ofensivo de todo el fútbol del Atlético de Madrid.
Augusto, Gabi, Koke y Saúl jugaron a un nivel altísimo con y sin balónSimeone modificó sus once elegidos y también la colocación de los mismos. Sacrificó a Vietto en favor de Ferreira-Carrasco, lo que invitó a prever un sistema con un único delantero, pero finalmente dibujó el 4-4-2 de siempre sólo que con Saúl en la banda derecha, Koke en la izquierda y el belga arriba junto a Griezmann. El Cholo nunca había empleado a su espigado regateador en esta demarcación, pero no por ello era nueva para él. Desde ella firmó la, quizá, actuación de mayor relieve de su carrera: aquella que llevó al AS Monaco a eliminar al Arsenal de Wenger de la pasada Copa de Europa. Y desde ella dominó parte del partido ante el Barcelona. Él sirvió el juego en bandeja a sus cuatro inspiradísimos centrocampistas.
Y es que el planteamiento del Atlético de Madrid no se basó en la presión partiendo de cero, sino en la monumental actuación del joven Yannick y el efecto de esta en los ejercicios ofensivo y defensivo por igual. El chico se movió por todo el frente del ataque pero focalizó un poco más en las zonas de mediapunta y de extremo izquierdo, allá en el cuadrante que halla por picos a Alves, Piqué, Busquets y Rakitic. Sus cuatro custodios asistieron a una clase del fútbol de esas que comprenden cada uno de sus bienes: desborde, pausa, dirección, profundidad, servicio al colectivo. Ferreira-Carrasco dio sentido a Koke y a Saúl Ñíguez, a la capacidad asociativa del primero en campo contrario y a la llegada que empieza a exhibir el segundo cuando actúa a pie cambiado; a lo que metió a los rojiblancos en la mitad azulgrana y a lo que terminó girando a los culés hacia la portería de su portero Bravo. Por eso la presión del Atlético resultó sostenible: el Barcelona nunca la afrontó ni en ventaja ni en igualdad; la colocación de los del Cholo era la satisfactoria.
Claudio Bravo, además de sus dos paradones, firmó un partido muy productivo con el balón en los pies.
El Barcelona aguantó en pie por dos motivos, uno ajeno y uno propio: el, de nuevo, decepcionante aporte de Griezmann y la calma para tocar el balón de su portero, sus defensas y su pivote. Pese a la inferioridad táctica y el miedo que suele padecerse mientras se dan pases cerca del arco propio, Bravo, Alves, Piqué, Mascherano, Alba y Busquets se atrevieron a asociarse abajo y lo hicieron bien. Supieron abrir el campo, utilizar la línea limpia hacia el portero y renunciar a los indirectamente auto-destructivos pelotazos que pegó contra el Málaga -que ante el Ferreira-Carrasco de ayer hubieran sido letales-. Su posesión no progresaba, no contactaba ni con Iniesta, pero evitó males mayores y dio tiempo a que se activara la macro inspiración.
José Mª Giménez volvió a no estar a la altura de las circunstanciasYa comentamos antes en qué consistió esta. Podría insistirse en lo excepcional de la calidad divisada y completarse que fue Messi quien prendió la mecha. Sin alardes, sin el brillo de sus mejores noches, fue Leo quien de repente logró coger el balón en campo contrario, detenerse y forzar el repliegue del Atlético de Madrid. Una vez ahí, se juntaron dos aspectos. El primero, Giménez. Los trances del Barcelona exigen perfección, y Giménez es un futbolista demasiado poco cerebral. Penalizó muchísimo a su equipo y Luis Suárez no perdona. Luego, hay que considerar la asfixia anímica a la que somete la coyuntura. Se acusó a Augusto Fernández por la baja calidad de su despeje en la acción previa al empate a uno, pero… ¿en serio fue censurable? Cuando se está un minuto ininterrumpido corriendo y pensando sin derecho al error, cuesta muchísimo ver la bola como algo distinto a una rata enferma a la que hay que echar de casa de un patadón.
La vuelta de los lesionados y las rotaciones sanas re-oxigenarán poco a poco al cansado Barcelona.
Este virtuoso arreón permitió al Barça remontar el resultado antes del descanso. Después, su nivel volvería a decaer, y aunque Filipe Luis vio la roja en el 45 y el Atlético salió del vestuario ya con uno menos, el encuentro volvió a pertenecerle. Simeone reajustó desviando a Ferreira-Carrasco hacia la banda derecha y desde allí sembró el terror como extremo específico. Hasta que en el minuto 60, Godín vio su segunda amarilla y condenó a sus compañeros a media hora de once contra nueve. La resistencia ofrecida por los rojiblancos en ese tramo dará juego a Simeone de cara al futuro. Fue uno de esos marrones que se aprovechan para potenciar la confianza. Ayer mismo, en sala de prensa, empezó a trabajar en este sentido.
La lectura del entrenador argentino debió ser y fue positiva. No se puede exigir puntuar contra el Barcelona, su potencia de fuego resulta excesiva, es algo incontrolable. Pero sí se puede intentar superarle en el juego, eso sí es una opción factible, especialmente cuando, como en este momento, los culés no atraviesan por su mejor forma. Y tras cinco partidos en los que el Atlético de Madrid fue incapaz de plantear una propuesta digna de su potencial ante Messi, Suárez y Neymar, consiguió sacudirse los fantasmas y puso al mejor contra las cuerdas. El Calderón no tiene motivos para perder la fe en su equipo. Que lea bien la carta.
alanalberdi 31 enero, 2016
Como leí durante el entretiempo en un tweet de alguno de ustedes: Atlético, jugando al nivel que jugó en la primera parte, sólo podía irse perdiendo ante la MSN.
Y coincido en que está para grandes cosas en Champions.
No podrá relajarse ante PSV, que está en gran forma.
¿Es mucho pensar a Correa junto a Carrasco y Griezmann para lo que queda de temporada? Con Koke-Gabi-Saúl detrás; si es que se confirma la gravedad en la lesión de Augusto, claro.