Cuenta Luis E. Otamendi, gran estudioso de la huella de su propio apellido por tierras platenses, que este recaló en el puerto de Buenos Aires en 1790. Lo llevaba consigo un tal Juan Bautista de Otamendi y Goycoechea, natural del Valle de Araiz, que se destacó en la defensa de la capital del Virreinato contra las invasiones inglesas de los años posteriores. El hombre ostentó el rango de alférez en un batallón integrado por comerciantes de Buenos Aires, pues regentaba un bazar y participaba también de la panadería de su esposa, el mismo local en el que veinte años más tarde se reunirían los revolucionarios de mayo que pusieron la primera piedra para el surgimiento del futuro estado argentino.
Como este aguerrido pionero, Nicolás Otamendi tuvo que pelear para asentarse en la ciudad. Siendo muy jovencito su padre lo acompañó al ring, no tanto en vistas de enfocarse al boxeo profesional como para curtir el cuerpo y el espíritu del niño en una actividad que lo alejara de las calles violentas de su infancia bonaerense. Antes de pisar la lona el jugador argentino era un niño más bien enclenque, nada que ver con el poderoso tren superior con el que hoy tensa la casaca valencianista, herencia de una preparación pugilística asumida a tan temprana edad, cimiento del central fuerte y contundente que defiende el área como si le fuera la vida en ello. Nicolás Otamendi ha devenido un verdadero fajador, y no podía ser de otra forma con tan ilustre apellido.
Antes de centrarse en el fútbol Nicolás Otamendi conoció el ring.
A lo largo del s. XIX los Otamendi adquirieron gran visibilidad en Quilmes y Buenos Aires. Poseyeron tierras, fueron cargos públicos y destacaron en los acontecimientos más importantes de tan agitada centuria. Sin embargo, ninguno adquirió la fama del comandante Nicanor Otamendi, que cayó en combate desigual ante los indios del cacique Yanquetruz. Fue tan empecinada su defensa de los campos de San Antonio de Iraola que una pintoresca leyenda familiar asegura que los indios devoraron el corazón del comandante para adquirir de este modo su valor. Lo cierto es que a su muerte en el campo de batalla, años más tarde, el cacique indígena todavía vestía con orgullo la casaca de Nicanor Otamendi, en cuyo honor Argentina bautizó la localidad homónima y su estación de tren.
La Comandante Nicanor Otamendi fue muy importante en sus orígenes, al servir de eje ferroviario para importantes rutas de transporte. Sudáfrica fue un duro golpeUn enlace de este calado le hubiera venido de perlas al joven Nicolás Otamendi, que a falta de mejor conexión necesitaba tomar hasta cuatro buses distintos para completar un largo trayecto hasta Liniers, donde creció como futbolista de Vélez hasta conquistarlos todos. Fue Diego Armando Maradona quien lo comparó con el mítico Roberto Perfumo antes de llevárselo con él a Sudáfrica, una exótica aventura de la que ambos salieron malparados. Defensor externo improvisado en una convocatoria sin laterales, el tierno central de veintidós años sufrió a los alemanes, hasta el punto de ser señalado por su propio dios y valedor en la indigestión de la derrota. No fue su mejor momento. Nicolás Otamendi desaparecería por largo tiempo de la selección -no estuvo en Brasil 2014- y no pocos leyeron su fichaje por el Porto, a su regreso de Ciudad del Cabo, como una suerte de exilio oportuno para que todos ahogaran las penas.
A otro histórico Otamendi, de nombre Fernando Julián, la llamada de las armas también le llegó demasiado pronto. Su vocación era convertirse en abogado -defensor, cabe suponer-, pero con 16 años fue movilizado en las guerras civiles argentinas, donde participó en las tareas de escolta del Guardia Nacional, un buque de gran relevancia en la flota. Ya como civil tuvo peso político, amasó una gran fortuna y, como todo buen Otamendi que se precie de serlo, asumió un papel importante en la Revolución del Parque de 1890, acontecimiento clave en la eclosión de la Argentina moderna.
Su aportación defensiva es fundamental en el juego del Valencia.
Tras un fichaje lleno de complicaciones han bastado unos pocos meses para que Nicolás Otamendi se erija como el rostro más distintivo del nuevo Valencia surgido de una revolución veraniega. Al parecer, el destino del futbolista porteño no estaba atado al legado de Perfumo, sino al de otro Roberto de enjundia, central de gran jerarquía que también dejó atrás Argentina a los veintidós años. Futbolista intenso y rotundo, Nicolás Otamendi lo barre todo en el área y la frontal, ofrece salida al equipo y aporta certezas a un modelo de juego que tiene mucho de inestable. Su incidencia defensiva es tan grande que el buque insignia al que sirve de escolta, tan decisivo bajo palos como vulnerable lejos de la línea de gol, nunca había parecido tan sostenible. Con Diego Alves así arropado Nuno Espírito Santo se permite incluso estirar el equipo sin verse expuesto en concordancia. Sabe que «Otakáiser» aguantará lo que haga falta.
Puestos a echarle algo en cara puede decirse que el veintitrés valencianista no es un central demasiado alto. Pero tampoco lo era Roberto Ayala, y si eso no fue un problema para él tampoco lo es para el último de los Otamendi.
hola 1 mayo, 2015
Fantastico. El Mundial 2010 fue muy duro para Ota, Maradona lo coloco de lateral,siendo central(aunque habia jugado de lateral alguna vez con Velez) y lo expuso antes los ojos de todo el mundo.