Sidnei Rechel da Silva Junior aterrizó en A Coruña con mucha nocturnidad, poca premeditación y ninguna alevosía. Hélder Postiga y Juanfran Moreno, que también habían firmado en los estertores del mercado, se habían llevado todo el protagonismo hasta opacar, casi por completo, al defensor de Alegrete. Llegara como central estrella, como quería transmitir la dirección deportiva, o como tercer zaguero, como parecía entender el grueso de una afición que confiaba en la experiencia de Albert Lopo y el talento de Pablo Insua, lo cierto es que las referencias sobre Sidnei eran más bien escasas. Al Benfica había llegado prometiendo mucho desde el Inter de Porto Alegre, pero terminó cumpliendo muy poco. Y en el RCD Espanyol, donde había estado unos meses antes, no dejó más huella que una convincente, pero muy aislada, actuación ante Diego Costa. Los que saben decían que tenía madera, pero ésta no ardía.
Sidnei se ha convertido en un seguro en sólo cinco meses.
Su influencia es cada vez mayorHasta que pisó Riazor. Allí, al calor de una afición ya entregada a su carisma, no para de apagar fogatas en defensa y de provocar incendios en ataque. Con su portentoso cuadro físico, muy potente en la arrancada y sorprendentemente grácil en la tracción, se ha convertido por sí mismo en un argumento competitivo de mucho valor para un Deportivo de la Coruña que se ha ido acostumbrando a dejar a cero su portería (8/21 partidos). Sidnei defiende bien el área chocando, sabe manejar la frontal metiendo la pierna y lejos de la portería exhibe una contundencia que, incluso, llega a inhibir de ir a por el balón al atacante rival. Unas condiciones que, además, ha mostrado con una regularidad todavía no vista en su carrera, lo que le ha convertido en uno de los centrales más destacados de la Liga.
Pero Sidnei está demostrando ser mucho más que un central. El brasileño pertenece a la estirpe de defensas capacitados para llegar en solitario al área contraria, a la de pívots que pueden cruzar la cancha botando o a la de tight ends con un posible big play en su lista de jugadas. Y esto, en realidad, provoca que su valor vaya más allá de las consecuencias directas de dichas arrancadas, que han llegado a forzar penaltis (vs Celta) o incluso acabar en goles (vs Granada). Tampoco se trata únicamente de ese impacto visual que supone ver proyectarse en ataque a un jugador tan pesado que ni debería poder imaginar dichas acciones. La verdadera clave es su trascendencia emocional. Anímica. Tanto en el contrario, por el desconcierto que siembra, como sobre todo en su propio equipo.
Porque lo que normalmente se entiende como un elemento de riesgo, alejado de cierta lógica, es canalizado y asumido por sus compañeros como una inyección de energía, seguridad y, sobre todo, confianza. Por ello, acabe bien o no, a esta acción le suelen seguir los mejores minutos de juego deportivista en el que pasan a brillar los José Rodríguez, Ivan Cavaleiro o Lucas Pérez de turno. Pero todo comenzó mucho antes y más atrás con un chispazo en forma de robo y conducción de Sidnei Rechel da Silva Junior. El seguro de Víctor. El mechero del Dépor. El instigador de Riazor.
vi23 5 febrero, 2015
A mi me recuerda a Lucio