Koke no era un canterano más en la orilla del Manzanares, sino el siguiente en la línea sucesoria inaugurada por Torres y prolongada por De Gea. El centrocampista madrileño había sido una pieza clave en las inferiores de la Selección; formaba parte de, quizás, la promoción más completa de la historia del país, la de los nacidos entre 1991 y 1992. Destacó sobremanera en la Fase Élite previa al Europeo de Rumanía; tres partidos en los que fue el mediocentro fijo de un 4-3-3. Es decir, el hombre más retrasado de la medular española. Aquellos tres choques fueron la verdadera antesala de la explosión de juego que se viviría dos años después en la Eurocopa Sub 21 de Israel. La RFEF coleccionaba títulos verano tras verano; hubo un equipo campeón con Martínez, Thiago y Herrera, uno con Pardo, Morata y Alcácer y otro con Óliver, Deulofeu y Jesé; pero el nivel más excelso, la sensación de ser un conjunto inabordable en su juego, se alcanzó en aquellas dos citas: la Fase Élite Sub 19 de 2011 y la Eurocopa Sub 21 de 2013. Curiosamente, o no, solo dos futbolistas fueron parte de ambos onces tipo, Isco Alarcón y el propio Koke. Un Koke, insistimos, que jugaba por detrás de la línea de la pelota, siempre más cerca de la divisoria que de la frontal del área rival. Una zona de influencia que no iban a asignarle en su club de origen.
Cholo despertó a Arda Turan y Diego RibasDiego Pablo Simeone fue el entrenador que le dio la vez en el Atlético de Madrid. Había debutado con Abel Resino y aparecido de vez en cuando con Quique Sánchez Flores, pero en plan meritorio, sin mucho peso. Con el Cholo sí iba a ganarlo. En aquella primera temporada, en la que el argentino llegó con la Liga ya en marcha, el rol del joven canterano consistió en dar rotación a Diego Ribas y Arda Turan, los interiores titulares de aquel 4-4-2 que empezaba a insinuar el poder que iba a alcanzar el equipo. Tanto el turco como el brasileño eran por entonces jugadores anárquicos y de difícil encaje en un equipo competitivo; Arda apenas regalaba un puñado de detalles por encuentro, desconectando del tema cuando la cámara no le enfocaba, y Diego necesitaba ser el epicentro único del sistema, con las libertades y bendiciones de un Balón de Oro, pero sin producir lo suficiente como para compensar tanto mimo. Qué bien les vino Simeone. El Cholo les hizo futbolistas de élite inculcándoles un sacrificio defensivo que les ayudó a comprender el juego en su globalidad. El hecho de tener que taponar las bandas y correr hacia atrás no solo les permitió sumar sin balón y ser útiles durante los 90 minutos, sino que desarrolló en ellos una responsabilidad a la hora de usar la pelota que les situó en otra dimensión. Descubrir lo que costaba recuperarla les llevó a entender los tiempos de un partido y a ir al grano durante el ataque. Dicho de otro modo, aprendieron a ganar.
Crecer con Simeone ha convertido a Koke en una máquina de producir durante los 90 minutos.
El inicio de esta aventura se saldó con un título en el primer mes de mayo, la bonita UEFA Europa League, conquistada ante el brillante Athletic Club del Loco Bielsa. Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, cuesta verlo igual, pero entonces, aquel equipo nos parecía el de Diego Ribas, Adrián López y Radamel Falcao; tres futbolistas que no tendrían gran peso en el mejor equipo del ciclo de Simeone. En lo referente a Koke, cabe reconocer que bajaba el nivel cuando le tocaba participar. El sistema ofensivo era muy primario, se basaba demasiado en la improvisación, y él no mostraba la magia de Diego, Arda o Adrián con la pelota en los pies. No obstante, mantenía la coherencia del esquema y empezaba a impregnarse de aquello que había despertado a Turan y a Ribas. Al lado de Simeone, Koke crecía alimentándose de una idea de juego colectiva y práctica que es la que le ha construido como lo que hoy es, un crack y un auténtico ganador.
Koke gana partidos con frecuencia de crackKoke se convirtió en el interior izquierdo titular en la temporada 2012/13, una vez Diego regresó a Alemania, pero no sería hasta la 2013/14, tras su conquista en Tierra Santa con la Sub 21 de Lopetegui, cuando se produjese su primera explosión. En defensa, su hoja de ruta no cambió; protegía su espacio sin romper la línea de cuatro centrocampistas, se cuidaba de que ningún pase se colase entre él y Tiago Mendes (el pivote izquierdo) y, en base a ello, obligaba al contrario a intentar avanzar por las bandas, que es donde los rojiblancos ejercían la presión con éxito alto. Sin poder ser catalogado, ni mucho menos, de especialista defensivo, tanto su energía como su técnica para robar estaban por encima de lo visto en Diego. En lo concerniente al ataque, lo que hizo el Atlético de Madrid fue definirse. Y para definirse, se simplificó. Groso modo, a Koke, poseedor de un toque de balón escandaloso, se le pidieron dos cosas: envíos largos hacia Diego Costa y centros al área. Salteaba más artes, algún pase interior, alguna incursión interesante hacia la frontal, alguna llegada al gol… pero fundamentalmente, envíos largos y centros laterales. Ningún centrocampista de la categoría de Koke se veía tan confinado en dos únicas acciones; la base de su fútbol (aquí desarrollada gráficamente) era reducidísima. Y no se apunta en tono negativo, sino descriptivo. Si debiera de valorarse, no cabría más nota que el sobresaliente. Hizo de oro a Raúl García y Costa y fue clave para que su Atleti ganase la Liga.
El juego del Atlético de Madrid no potencia la calidad de Koke para proteger el esférico, aunque la usa.
Pero ocurrió algo raro durante aquella temporada de ensueño. Sucedió, concretamente, en Stamford Bridge. Animado por alguna limitación del Chelsea y, simple y llanamente, porque era el momento del Atlético de Madrid, Simeone cambió de dibujo, plan e incluso identidad en el minuto 45. Se rompió el 4-4-2 de siempre y se dibujó un 4-2-3-1 con Koke en la mediapunta que tenía por objeto apoderarse del balón y marear a su contrario. No puede decirse que los rojiblancos se convirtieran en una máquina de atacar porque ni siquiera fue su intención, crear peligro no era la prioridad; lo que se buscaba era tenerla. Solo tenerla, para que no la tuviera el otro. Fue la vez en la que Koke mostró con más claridad una de sus virtudes más determinantes: es soberbio protegiendo la pelota, tanto en maniobras individuales como garantizando el pase. Y lo más importante, lo que le distingue de la mayoría: su seguridad no mengua en tres cuartos. Ocupar la zona más y mejor defendida por sus contrarios ni rebaja su participación, ni rebaja su confianza ni rebaja su eficiencia. Si a Koke se le pide que no pierda un balón, no perderá más de dos por partido. Tras la luz aportada por aquella semifinal, si alguien repasa los últimos partidos del Atleti contra el Barça y el Madrid, notará que esa capacidad de Koke trajo de cabeza a los dos grandes durante muchos momentos. No fue parte del discurso rojiblanco porque Simeone nunca se atrevió a vivir en campo contrario más de tres suspiros contra Messi o Cristiano, pero, cada vez que podía, nuestro protagonista agarraba el balón, llamaba a Filipe, Arda o Villa y lo escondía durante un minuto insoportable tanto para Dani Alves como para Dani Carvajal.
De mediocentro, Koke puede dar muchos pases sin riesgo de pérdida, pero, ¿dónde van esos envíos?
Posiblemente sea por la virtud recién expuesta que Vicente Del Bosque lo considere como su segundo mediocentro. El seleccionador nacional ha basado todos sus éxitos internacionales sobre una misma idea: no perder el balón. Ya está. No había más misterio. ¡Ni menos! Se sumaba pase tras pase procurando mantener la posesión a salvo y ya aparecería algún fenómeno, con frecuencia Iniesta, para inventarse alguna jugada maravillosa y originar el 1-0 definitivo. Se puede decir con total rigurosidad que la España ganadora fue un equipo de clara mentalidad defensiva, toda vez que su prioridad absoluta era no recibir ocasiones y que atacar era considerado un lujo peligroso, ya que, cuando uno intenta ir hacia delante y marcar goles, perder el balón es lo normal. En este sentido, situar en el círculo central, donde apenas hay presión, a un tipo que es capaz de participar mucho y perderla poquísimo incluso en la mediapunta, donde el rival pega bocados, para Del Bosque era muy interesante. Además, enlazaba con esa mentalidad de club profesional que la RFEF dice seguir, pues como se explicó en el primer párrafo, el Koke de las categorías inferiores había jugado como mediocentro o en una posición cercana al mismo. Dicho esto, casi todos los partidos disputados con Koke al lado de Busquets se han caracterizado por una espesura y una sensación de horizontalidad poco recomendables. El motivo es que ni sus pases ni los de Sergio tienen una razón. Tanto el uno como el otro son capaces de dar 120 pases por partido y completar 118, y de hecho lo están haciendo, y por eso le gustan al que manda, pero el fútbol es mucho más que eso. Desempeñarse en esta labor es como jugar al ajedrez: si tienes talento para ello, cuando realizas un movimiento lo haces pensando en la consecuencia que tendrá x jugadas después. Cuanto mayor sea x, mejor se entiende la posición. Xavi y Xabi Alonso eran, sin sutilezas, los dos mejores futbolistas del mundo en dicho arte; tipos capaces de controlar qué sucedería treinta segundos después de su participación. Busquets y Koke no es que no estén a esa altura. Es que ni siquiera son buenos interpretando esta tarea. Ninguno de los dos va más allá de entregársela al compañero sin intuir ni valorar qué pasará después. Obviamente, para un equipo que se obliga a promediar más de 650 pases/partido, que sus pivotes no condicionen para bien las circulaciones, que no sean capaces de fabricarles ventajas para que se desarrollen por las zonas y al ritmo más favorables, es un problema. Alonso y Xavi inyectaban veneno largo-placista a una posesión condenada por sistema a ser anodina. Sin ellos, y siendo Busquets y Koke dos jugadores ajenos a ese don, los pases de España no mueven ni a Luxemburgo. Y esto no es hablar por hablar. Se comprobó hace apenas un mes.
En el último mes y medio, Simeone nos ha presentado a cuenta gotas un nuevo y aún más letal Koke.
Con Isco junto a Iniesta, Koke ganaría margenUna llama fue prendida, eso sí, el sábado pasado, contra Bielorrusia. Con Isco, que es un generador individual de ventajas colectivas, encendido, España creó una serie de desequilibrios que desordenaron al oponente y la Selección supo aprovecharlo. Koke y Busquets subieron su posición y actuaron con la fluidez suficiente como para permitir a Juanfran y Cazorla castigar en el otro lado. Considerando que España puede alinear a Isco e Iniesta a la vez y suponiendo, que ya es mucho suponer, que el primero convenza al seleccionador y el segundo recupere un nivel apropiado, se contaría con dos motores autosuficientes, uno en cada perfil, que podrían poner al doble pivote español en constante ventaja, que sí es un marco donde sabe moverse bien. Y en ese hipotético e idílico caso, la ingente cantidad de pases certeros que suman Koke y Busquets sí tendrían una función directa muy provechosa como recurso defensivo sin las serias contraprestaciones actuales. Porque hay que apuntar algo, a la hora de defender, Koke es un mediocentro muy escaso. No es por nada que Simeone no lo haya usado casi nunca en dicha posición ni que, cuando lo ha hecho, los resultados hayan sido desalentadores. Koke es una pieza defensiva notable trabajando las bandas. En el centro, no. Ni parece tener ese talento natural ni ha sido entrenado para ello en los últimos tres años de su carrera. En un doble pivote, en estos momentos, solo resulta sostenible si su equipo domina la pelota en campo contrario.
Para el último párrafo, y no sin dolor, se ha dejado la última versión de Koke en el Atlético de Madrid. Hemos esperado hasta el final para mantener un orden cronológico en su evolución y porque, aunque sea interesantísimo, apenas suma un puñado de ratos en este nuevo rol. Nos referimos al Koke que juega de interior izquierdo o derecho en el Atlético de Madrid que pone a Arda Turan de mediapunta y controla el balón en la mitad enemiga. Es un marco de muestra muy reducida, la forman solo cinco encuentros y ni siquiera de principio fin. Apúntense las segundas mitades contra el Celta y el Valencia y los 90 minutos contra el Almería y el Espanyol en Liga, y, de regalo, el segundo periodo contra el Malmoe en Champions. La continuidad no es total porque el vigente campeón de Liga carece de salida a ras de suelo, únicamente las conducciones de Juanfran parecen un recurso más o menos constante y tampoco es que sean como las que hacía Filipe Luis el año pasado, así que el juego directo sobre Raúl García y Mandzukic constituye la iniciación más presente en el juego del Atleti, y como todo juego directo, la imprecisión forma parte de él. Dicho esto, Arda Turan se las apaña para cazar el balón, esquinarse hacia los picos del área, templar el tiempo y esperar a que sus compañeros más retrasados tomen posiciones arriba, y ahí emerge Koke con una brillantez que fascina. Su movilidad es total, la inteligencia de sus movimientos es sutil y sus contactos con la pelota, aunque son prosa y no poesía, son tan bellos como prácticos. Y es que tan determinante como su toque a balón parado, sus centros laterales y su capacidad para proteger el esférico es su juego en la frontal del área. Es supremo como pasador final tanto viendo, como temporizando como ejecutando -cosa que no son ni Isco ni Iniesta- y un rematador acrobático. Con plena libertad para llegar, y liberado de la gestión, parece tenerlo todo para dar incluso un paso más. ¿O no? Es decir, ¿es extrapolable ese Koke a cualquier sistema? ¿O su facilidad para hacer daño se debe al caótico contexto que provoca el juego directo del Atleti? Careciendo, como carece, de la magia de un Silva, ¿mantendría ese espectacular ritmo de creación de ocasiones en un equipo de fútbol más templado, como por ejemplo el de la Selección? Sea como sea, el caso es que a ese Koke se le ve poco. Ni Simeone termina de apostar por acondicionar su juego a Koke y Arda ni Del Bosque de verlo en esa posición. El uno lo sigue prefiriendo de lanzador exterior en su equipo directo, con sumo éxito, produciendo goles como si fueran rosquillas; y el otro, de segundo pivote que asegure la posesión; rol en el que cumple con obediencia pero sin suplementos. Al menos, hoy.
Miguel 18 noviembre, 2014
Descubrir lo que costaba recuperarla les llevó a entender los tiempos de un partido y a ir al grano durante el ataque. Dicho de otro modo, aprendieron a ganar.
Debo decir que este párrafo es una genialidad, al menos para mi.
Por cierto hablando de fútbol ficción, que jugador potenciaria a Koke a su máximo rendimiento?