Berizzo tenía claras sus posibilidades. Disponía de armas para acribillar al Barcelona, pero su sistema habitual no iba servido de consistencia para sujetar al tridente sudamericano, así que dio una vuelta de tuerca al dibujo y pasó a defender con un 4-4-2, con Nolito y Orellana como volantes y Krohn-Dehli al lado de Radoja. En punta, Larrivey y Hernández. Esa sería la colocación. La intención, adelantar líneas para castigar una de las paradojas de este Barça: el deseo de salir raseando el balón pese a no tener ni un solo jugador que sea notable haciéndolo. A la falta de especialistas se une también, de momento, la carencia de un orden que ayude a maquillarla un poco.
Radoja y Krohn, en ventajaEl hombre clave fue Busquets, como sucederá tantas veces. Por jerarquía e imagen asignada, se tenderá a esperar remedios por su cuenta que difícilmente lleguen. Se habla de cuestiones como orden en la salida o creación de juego, virtudes otrora atribuidas al catalán que nunca demostró tener. En parte, puede alegarse, porque nunca se le requirieron. El caso es que con Hernández y Larrivey presionando a los centrales, Busquets se incrustó entre los mismos y todo el peso del juego del Barça recayó sobre él, con Rafinha y Rakitic -que tampoco son ases en estas lides– demasiado alejados por sistema y, casi siempre, de espaldas. Radoja y Krohn-Dehli, el doble pivote, los dominaban. Cada vez que se la pasaban, la ventaja era de ellos, porque presionar sobre espalda es un chollo y más a alguien como Rakitic, que no tiene claridad de ideas en lo referente a un passing-game estilo Masia.
Los desmarques de Suárez fueron, de largo, lo mejor del Barça.
Ante la falta de orden y de calidad en las primeras líneas del esquema, las soluciones parciales llegaron desde donde llegarán siempre, desde el tridente sudamericano. Se empezó con Messi en el centro y Neymar y Suárez en las bandas, pero pronto Leo hubo de bajar a recibir a zona de interior derecho y el ataque se reconfiguró. El argentino jugó de centrocampista puro, y sus conducciones permitían crear ocasiones con relativa asiduidad -suficiente como para ganar el partido-, si bien quien más fútbol aglutinó fue Luis. 75 apariciones sumó, por 67 de Leo. Habría que ir muy, muy atrás para encontrar un partido del Barcelona en el que Messi no fuese el delantero más presente en el juego. Y considerando que en este caso hizo más de medio que de punta, el dato resulta incluso más chocante. La lectura, a propósito, sale nítida: el mejor futbolista del Barça estuvo incomodísimo y no solo por lo que le hizo su rival, sino también por las medidas tácticas que adoptó su propio entrenador. Quizá por aquí se pueda explicar parte de la pobre eficacia goleadora del equipo. Si Messi está lejos del gol, tiene menos ocasiones, y si las que tiene se dan tras esfuerzos largos para llegar hasta ellas, su efectividad decrece. Y así, a este Barça se le va lo único que hoy le distingue del resto: el delantero que lo mete casi todo.
La superioridad aérea de Larrivey, un dolor para Luis Enrique.
De este modo, el campo proyectaba lo siguiente: el Barça tenía dos delanteros arriba de espaldas al marco, dos interiores fuera del juego, a Messi haciendo de interior para cubrir ese déficit y a Busquets muy retrasado porque quería sacar la bola. El Celta, por su parte, mantenía un orden correcto, pues aunque sufrió muchas ocasiones, pocas llegaron producto del juego, sino tras proezas individuales o un empuje excesivo. Dicho marco potenció a varias piezas celestes. En defensa, por ejemplo, brilló Sergi Gómez, que lució valentía para anticiparse con frecuencia a Luis Suárez y para entorpecerle las maniobras. Por eso, aunque el partido del uruguayo fue muy notable, perdió la friolera de 22 balones (seis controles largos y 16 pases erróneos); algo que en él es normal y parte inseparable de su formidable juego pero que en el Barcelona supone una novedad a la que su centro del campo deberá adaptarse.
A partir de esas pérdidas de Suárez y el resto de sus compañeros, el Celta edificó contras mortales. Siempre en ventaja y casi siempre bien dirigidas por Krohn-Dehli, que jugó a placer. El danés posee demasiada técnica y demasiada tranquilidad como para no castigar una transición defensiva como la culé, y la verdad es que se puso las botas. También aquí salió malparado Busquets, con una colocación que ni interrumpió ni frenó ataque celeste alguno. Solo el opaco primer tiempo de Nolito retrasó el tanto vigués. Al segundo tiempo salió de otro modo, más fluido en lo mental, y sí supo materializar lo que Krohn le dio desde abajo y lo que el gigante Larrivey, superior a Mascherano y Mathieu durante todo el encuentro, le dio desde arriba. La victoria del Celta tuvo mucho de milagrosa, cuatro palos y dos paradas salvajes de Sergio Alvárez así lo atestiguan, pero eso es lo que tienen el Camp Nou, Messi, Neymar y Suárez. Esté bien o mal, el Barcelona dejará escapar poquísimos puntos. Lo que puede hacerse es lo obrado por los de Berizzo, mostrarse más cohesionados que los de Luis Enrique sin y con el balón. De esa forma, a veces y con suerte, se pescará en Can Barça.
javimgol 2 noviembre, 2014
El Barcelona no estuvo bien anoche. El juego fue caótico en ataque y en defensa sufrió, lo cual ya no nos sorprende.
Pero es que ayer hizo méritos para ganar 4-1 tranquilamente. Generó muchísimo peligro, quizás más por calidad individual que por plan de juego, pero es que Sergio hizo el partido de su vida y el Barcelona tuvo muchísima mala suerte. El seguidor culé debería estar preocupado por cómo responde su equipo ante rivales de entidad, pero con esa delantera, que ayer perdiera me parece algo que sucede en 1 de cada 100 partidos.