El Nantes está de nuevo entre nosotros, asomado al primer nivel del fútbol francés después de una penitencia larga, extenuante y que ha dejado una mancha en la singular historia de un club al que su cultura le ha bastado casi siempre para ser feliz. Los resultados nunca alimentaron el ego de una entidad forjada a sí misma, ganadora puntualmente, pero sobre todo apegada a una forma de sentir, vivir y practicar el fútbol: el juego a la Nantaise, una filosofía exclusiva en Francia y que adelantó varias de las claves por las que se mueve el fútbol actual. Nantes ha sido siempre modernidad, vanguardia en el juego. Un estilo con tres manantiales para su evolución: José Arribas, Coco Suaudeau y Reynald Denoueix. Ellos dieron identidad a un club que ha funcionado –o funcionó hasta hace poco- como la mejor cantera de Francia, con una cultura formativa admirable y efectiva, un camino que ahora se busca recuperar porque siempre fue la garantía, ese salvavidas en medio del mar, cuando los problemas arreciaron en cada momento. Tres campeones del Mundo de 1998 salieron de esa factoría: Karembeu, Desailly y Deschamps. Pero la colección es más extensa y le suenan los galones: Makelele, Loko, Ouedec, Pedrós, Gravelaine, Ziani, Da Rocha, Kombouaré, Landreau, Carriere, Varihua, Monterrubio, Payet o Toulalan. Fíjense, nada más, en la estirpe de mediocentros: lo mejor en el puesto en Europa en las últimas tres décadas se formó en Nantes.
El juego a la Nantaise fue obra de tres entrenadores, con patrones comunes, aunque, como es natural, matizaciones distintas. Con Suaudeau llegó la velocidad y el ritmo, con Denoueix la pureza colectiva… Desde Arribas, cada uno le dio su pincelada al equipo, pero siempre respetando los códigos y la filosofía que el entrenador españolEl Nantes se definió por su juego más que por sus victorias redactó en el manual de estilo del equipo en los años 60. Durante los 40 años posteriores, el Nantes se definió por su juego más que por sus victorias (pocas veces brilló en Europa), aunque con sus puntuales triunfos emparejados a la huella del recuerdo, a un fútbol distinguido, especial, intransferible y pionero. Fue el Nantes, quizá, el primer equipo europeo en introducir en su cultura del juego como premisa el fútbol sin balón, los conceptos de tiempo y espacio, sistematizándolos dentro de su vocación colectiva. El pase, el toque rápido, la movilidad, la explotación del espacio libre, la línea defensiva alta, el ritmo, la amplitud y la fluidez, la velocidad de la pelota en transición o las nociones de anticipación y recuperación pertenecen como principios fundamentales a esa etiqueta amarilla del juego a la Nantaise, un fútbol musical, armonioso y cuyas notas andan perdidas desde hace una década a la espera de un nuevo jefe de orquesta.
El padre vasco
Apenas le quedaba el recuerdo de las lluvias de bombas y las calles ensangrentadas. José Arribas había dejado Bilbao a los 14 años mientras España se partía en dos. Creció desde una adolescencia infeliz, turbulenta, cuestión que definió un carácter sobrio, introvertido y reposado. Había terminado en Nantes casi por casualidad, después de que las autoridades portuarias de Burdeos y La RochelleCon José Arribas, un exiliado español, nació el juego a la Nantaise con el espacio como tuétano del estilo prohibieran la entrada a su bote de refugiados. Nunca regresaría a España. A José, la normalidad se la dio Nantes, una familia y una pelota. De allí, una tarde de verano salió hacia Le Mans, donde enraizó jugando como medio volante y donde pulió su vocación pedagógica, consolidada después como profesor de fútbol en la escuela de Saint Malo y en el club de Noyen-sur- Sarthe. Sus inquietudes le llevaron esos años, a finales de los 50, a moverse por los centros neurálgicos del fútbol francés. Uno de ellos fue Rennes, donde conoció a Henri Guerín, personaje clave de la historia del Nantes sin haber puesto un pie nunca en él. Fue Guerín quien en 1960 persuadió a Jean Cleurfeille, presidente canaris, de que el hambre de Arribas podía revolucionar el club y sacarlo de la D2 de una vez por todas. Así fue. Arribas desembarcó en el Nantes. Era un técnico estudioso, enamorado del estilo del Liverpool de Bill Shankly, su passing game y el modelo familiar y orgánico que había instalado en Anfield. Más allá de las influencias externas, Arribas resultó un autodidacta que se aisló de las convenciones tácticas del momento. Una derrota 10-2 frente al Boulogne acabó por convencer a Cleurfille, reticente a los cambios, de que Arribas, prudente y respetuoso, debía desencadenar sus fundamentos. Con vía libre, rompió con la WM y le dio un giro brasileño al equipo, implantando el 4-2-4 que eclosionó en la Copa del Mundo de 1958 alimentado por la pizarra de Vicente Feola. La otra pincelada de Arribas fue su énfasis en el espacio, un aspecto que ya nunca se separaría de la vida del Nantes. El espacio, más que la pelota, como tuétano de un estilo. En esta línea, borró el cuerpo a cuerpo e impuso un marcaje zonal. Desde esos cimientos formales, elaboró un discurso: movimiento y flexibilidad, juego corto y veloz, naturaleza ofensiva y tacto agradable con el fútbol. Había nacido el juego a la Nantaise. El término tardaría en consolidarse 40 años, que fue lo que tardó en tomarse consciencia en Francia del linaje y los rasgos comunes entre aquel equipo de Arribas y el que en 1995 sometiera la Ligue 1.
José Arribas no sólo creó un estilo de fútbol, sino también una estructura de club.
Durante 16 años, Arribas convirtió al Nantes en un aristócrata francés: elegante, respetado y a la vez osado, juvenil y entusiasta. El Nantes de Arribas ascendió en tres años por primera vez a Ligue 1. En sólo dos más, ganó el título (1965), repitiendo en 1966. La mano de Arribas subía y bajaba más allá de su equipo. Promovió la creación de la figura del director deportivo y la construcción de una escuela de fútbol. Todo desde una filosofía vertical. La cantera pasó a nutrir el primer equipo y los despachos del club los copaban ex futbolistas crecidos en la casa. El Nantes funcionaba como una vieja familia bretona, con orden, implicación, esfuerzo y amor. Jackye Simon, interior creador y primer internacional de la historia del club, y Phillipe Gondet, su goleador, ejercían de líderes sobre el campo.
Aún ganaría Arribas la liga de 1973, en pleno pulso generacional con el Saint Ettienne de Albert Bateux y el Olimpique de Marsella del dinamitero goleador Skoblar, en un periodo en el que, a la vez que preparaba una transición pausada, el Nantes firmaba la siguiente serie entre 1971 y 1976: 3º, 7º, 1º, 2º, 5º y 4º. Falló en Europa. La evolución de Arribas condujo al equipo a un 4-3-3, el sello moderno de la época, en aquellos años 70. Mientras, en 1972 se institucionalizaba el centro de formación y Arribas nombraba a Jean Claude Suaudeau responsable de ese sistema de aprendizaje, además de entrenador del filial de tercera división bajo una premisa: la asimilación en todos los estratos de los conceptos de ese juego dinámico, rápido, espacial y ofensivo. El Nantes era ya un club adulto: tenía un estilo con pasado y se le abría delante un camino con futuro.
El falso heredero
Con un modelo de club bien sólido, un idioma en el césped y una cantera a la espera de frutos maduros, Arribas planeó su paso atrás. Su convicción fue siempre que Jean Claude Suaudeau debía prolongar sus postulados. Suaudeau se había afianzado bajo el manto de Arribas como un mediocentro inteligente y perspicazVicent, sustituto de Arribas, apenas añadió líneas al desarrollo evolutivo del estilo, de corte defensivo. No tardó mucho Arribas en apadrinarlo desde su etapa como futbolista. Pero entonces, 1976, Arribas lo consideraba más útil y esencial aún en la academia formativa. Trazó entonces un plan secundario: una transición tranquila y focalizada en conservar el terreno ganado y en allanarlo para el desembarco de una estimulante camada. Jean Vincent, ex entrenador del Rennes, sería ese hombre del cambio lento. Entrenaría al Nantes entre 1976 y 1982, conquistando la liga de 1977, aún bajo la inercia de Arribas, y la copa de 1979. Pero Vicent apenas añadió líneas al desarrollo evolutivo del estilo nantaise. Su virtud fue asegurar al Nantes como un equipo de naturaleza canterana, muy joven, y como una plataforma sobre la que tomar un nuevo impulso. Vicent se acercó al final de su etapa bajo las críticas de desvirtuar las esencias del juego nantaise, imponiendo enfoques reactivos y con mayor contenido defensivo. El Inter de Nantes acabó bautizándose un equipo que poco antes había deslumbrado por su juvenil tridente ofensivo: Bruno Baronchelli, Eric Pecout y Loic Amissé, forjados en la cantera, componentes de la delantera olímpica francesa y apuesta del club cuando se le abrió la puerta a los ídolos, el genial polaco Robert Gadocha e Yves Triantafilos, un cabeceador despiadado. En este periodo, el Nantes convierte a Henri Michel en un central de referencia y aparece, también, Maximme Bossis, un tirano defensivo. En Europa, se rozó la final de la Recopa, siendo el Valencia de Kempes y Bonhoff el verdugo en una semifinal marcada por el impacto en la plantilla de la muerte de Omar Sahnou, ex futbolista de club en la década de los 70 fulminado por un ataque cardiaco cuando jugaba en el Girondins de Burdeos. Era el final de década y por entonces la ascendencia de Suaudeau como asesor crecía y crecía.
El hijo prodigio
En 1982, llegó el momento de Jean Claude ‘Coco’ Suaudeau. El Nantes alcanzó con él una edad adulta y acabó cristalizando hasta 1988 como un club de primera línea en Francia. Lo hizo por los resultados y sobre todo por su identidad. Cada vez más reconocible, todo el mundo sabía cómo jugaba el Nantes. Ya un año antesEl Nantes era, ante todo, un equipo más moderno que ganador había desembarcado en el club Vahid Halilhodžić, el mejor futbolista de la historia del club y uno de los mejores extranjeros de la historia de la Ligue 1, quizá sólo superado por otro bosnio, Safet Susic. Halilhodžić explotaría como goleador con Suaudeau después de una lenta aclimatación. Curiosamente, fue uno de los pocos fichajes que funcionaron en el equipo durante este periodo (quizá el único, junto al argentino Jorge Burruchaga que alcanzó el nivel de expectativas con su rendimiento). El verdadero salto de nivel vino por la aportación de la cantera, donde en el lustro anterior se había cocinado a fuego lento una generación soberbia. La religión fundada por Arribas cobraba todo su sentido cuando en 1983 el Nantes se proclamaba campeón y discutía a PSG y Matra Racing, dos equipos envueltos en papel dinero, el intento de dominio en Francia. El Nantes era, ante todo, un equipo más moderno que ganador. Su juego, mirado ahora, se asemeja bastante a los postulados actuales. Tanto en forma como en contenido. Se articulaba con un 4-3-3, con un mediocampo sujetado por un especialista del robo y el espacio, un mediocentro puro y pionero: Seth Adonkor. Lo completaban dos volantes, Oscar Muller, más físico, todoterreno, y el genial José Touré, el líder de la selección francesa campeona olímpica en Los Ángeles 1984, un valor creativo y técnico al que la historia del fútbol francés quizá no le haga justicia en el recuerdo. Touré era el paso intermedio hacia una tripleta acelerada por fuera por los extremos Baronchelli y Amisse y coronada por el pie de hormigón de Halilhodžić, autor de 27 goles en la temporada del título de 1983. El equipo lo cerraban, en la portería, Bertrand Demanes, y una defensa con Ayache, Bossis (capitán y líbero), Patrice Rio y Tusseau. Excepto Rio (Rouen) y Halilhodzic (Velez Mostar) todos los titulares de Suoudeau habían sido manufacturados en la escuela de formación fundada por Arribas.
El Nantes se había consolidado ya como la mejor cantera de Francia, con una habilidad especial para captar, reclutar y formar a los talentos de los mercados coloniales. Los mejores niños del África francófona (Chad, Argelia…) o de Nueva Caledonia y las Antillas acababan en su red. Esta generación de 1983 elevó el juego a la Nantaise a su cúspide creativa y técnica. En esos términos, fue el mejor Nantes de la historia, con mayor cuerpo talentoso que otros posteriores. Era un equipo en permanente dinámica, muy influido también por el Brasil 82, con un sistema de apoyos que resumía bien las ideas y conceptos establecidos por Arribas: el juego debía basarse en un estado de ánimo colectivo. Al Nantes y su filosofía se le reconoce por su capacidad técnica, el toque rápido, el pase corto, la vocación ofensiva, pero su gran valor y legado no estuvo en la pelota, sino en cómo se afrontaban los momentos y los espacios sin ella. El Nantes fue, quizá, el primer equipo francés en sistematizar el concepto de pared y la anticipación sobre el rival. Suaudeau puso el énfasis en el entrenamiento sin pelota, trabajando en áreas reducidas y amasando en sus jugadores una notable inteligencia posicional. “Yo entiendo el juego de ataque a través de la recuperación”, definía Saudeau, hombre temperamental, sarcástico, amante del esfuerzo y la concentración. Los futbolistas del Nantes adquirían tal cultura táctica que no es extraño comprobar como muchos de quienes pasaron por el club o se formaron en él se concretaron como futbolistas versátiles y polifuncionales.
Por la escuela de Nantes pasaron varios de los mejores mediocentros recuperadores del mundo.
El Pozo de la Joneliere constituía el baúl del tesoro canaris. Era un campo de entrenamiento de espacio achatado, con terreno duro y áspero donde se trabajaban esas nociones sin balón. También tenía, en su perímetro, tres muretes de hormigón. En ese recinto, se fomentó el juego rápido, corto y a un solo toque. Vital y estratégico era el rol de Seth Adonkor, el primer mediocentro moderno. Había nacido en Accra (Ghana) y en Nantes pulieron una roca desde los 12 años. Era resistente, infatigable, táctico, astuto, eficaz y omnipresente. Abrió la línea hacia el pivote defensivo de hoy y fue la primera gran pieza elaborada por el taller de mediocentros de Nantes. Su academia ha producido a varios los mejores especialistas en la posición en los últimos 30 años, una estirpe única: Desailly, Karembeu, Deschamps, Makelele y Toulalan, además de otros que se quedaron por el camino, como Olembe y Djemba Djemba. Adonkor fallecería en un accidente de tráfico en noviembre de 1984. Su gran protegido, su pequeño hermano (aunque no eran familia), Marcel Desailly fue uno de los principales golpeados por la noticia. Adonkor murió joven, pero dejó un legado en la posición de mediocentro recuperador que alimenta aún al fútbol francés.
El rescate y el cielo
Suaudeau partió en 1988, aunque permaneció en el centro de formación. Fueron, los posteriores, años grises para el Nantes, con cambios presidenciales, la errática gestión de Miroslav Blazevic en el banquillo, la fuga de talentos (Deschamps o Kombuaré), la imprecisión en los fichajes (Vercauteren, Olarticoechea, Mo Johstone…) y la obligación de desmantelar el equipo por razones económicas (Desailly fue vendido a la fuerza). De nuevo, la producción de la cantera centró la política del club. Junto a Suaudeau, dirigía las camadas juveniles Raynald Denoueix, la tercera estación del linaje del juego a la Nantaise. Denoueix era otro producto canaris. Se había empapado de los fundamentos del club y conocía su esencia formativa. Bajo su tutela se armó otra gran camada: Desailly, Loko, Ouedec, Ziani, Karembeu, N’Doram, Guyot, Ferri, Makelele… todos pasaron por su mano. En 1992, con 60 millones de francos de deuda y el riesgo del descenso activado, se le devolvió el equipo a Suaudeau. Esos jóvenes que ensamblaba Denoueix no tardaron en aparecer.
Así llegó la gloriosa temporada 94-95, con un Nantes convertido en uno de los equipos de juego más divertido de los últimos 20 años. Arrasaron. 32 partidos sin perder, 71 goles y 34 en contra, mejor ataque y mejor defensa de Francia. El título fue la coronación a un estilo deEl Nantes de Suaudeau era menos técnico y más físico que el del 93, pero más veloz y vertical juego que ya se asumió en Francia como algo tan singular, tan vinculado al pasado y tan consanguíneo que no quedaba otra que hablar de juego a la Nantaise. Este equipo del 95 era menos técnico y más físico que el campeón de 1983, pero Suaudeau le dio otra dimensión: la velocidad y la verticalidad. Las principales novedades fueron el doble pivote, formado por Ferri y Makelele, ambos con una ingente capacidad de recuperación y trabajo colectivo. Creó a partir de ellos una incombustible red de robo. “La pelota es más rápida que cualquier futbolista. Por eso, la calidad del pase es nuestra principal arma”, resumía Suaudeau. Y eso fue el Nantes del 95: presión contante, intensidad en la recuperación, precisión técnica, trabajo de coberturas, superioridad numérica en cada zona del campo, vuelo ligero y rapidez en el contrapié. El colectivo funcionaba como una sinfonía. Los mecanismos memorizados salpicaban todas las fases del juego. Era matemática en movimiento, simplicidad y eficacia en el gesto y las decisiones, y mucha velocidad. Era un equipo con menos pases, más vertical que el de 1983, pero mucho más explosivo. Era dinamita, un juego de rostro claramente moderno, juego del siglo XXI practicado en el siglo XX.
El Nantes campeón en 1995 era un gran equipo, pero no tuvo continuidad en el tiempo.
La pareja de delanteros Loko-Ouedec marcó 40 goles. Ouedec era un segundo punta móvil, eléctrico y de carga rápida en el disparo. Loko era un ‘9’ más fijo al que le salía todo. Buen rematador, cabeceador y excelente en el cuerpeo. Los alimentaban, desde los flancos, dos falsos extremos, con comportamientos muy interiores. N’Doram era el más genial. Normalmente basculado a la derecha, era elegancia, estilo y gol. «El Brujo de La Beaujoire» lo llamaron. Por la izquierda, Pedrós aportaba clase, último pase y trabajo. Los cuatro puntales ofensivos habían pasado por la factoría de Denoueix. También la doble bisagra del equipo: Makelele, con 18 años algo más libre y desatado que en su época de apogeo como tótem defensivo, y Ferri, el especialista recuperador. Atrás, los laterales Cristophe Pignol y Le Dizet complementaban a la pareja Decroix-Karembeu, este último polivalente, capaz de ajustarse a varias funciones. La portería era de Dominique Casagrande, habitual suplente de Barthez en la selección francesa. Más de la mitad del equipo se había formado en la cantera canaris y alcanzó en 1996 las semifinales de la Copa de Europa, hasta que la Juventus de Lippi y Deschamps le cortó las alas en una apasionante eliminatoria, 2-0 en Turín y 3-2 en Nantes. Este equipo tocó tan rápido techo como se desmanteló. Su fecha de caducidad se fijó ese verano de 1996: Loko (PSG) y Karembeu (Sampdoria) ya habían salido tras la épica campaña del 95. A ellos, les sucedieron Ouedec (Espanyol), Pedros (Marsella) y ya en 1997 Makelele (Marsella) y N’Doram (Mónaco).
El nieto aventajado
El desmantelamiento del equipo fue imparable y agresivo, sin tiempo para la regeneración. Suaudeau dejó el banquillo y, como siempre, permaneció ligado al centro de formación. Una nueva camada tomaba temperatura. Al banquillo, se ascendió a Reynald Denoueix, ex defensa del equipo en la época de Arribas y que desde 1982El Nantes de Raynald Denoueix se basaba más en lo técnico y jugaba más en corto formó parte de la academia juvenil como técnico o responsable. Denoueix entrenó al primer equipo del Nantes desde 1997 a 2001. Ganó dos copas de Francia y una liga, y le puso un nuevo eslabón a la cadena evolutiva del juego a la Nantaise. La cantera volvió a ejercer su influencia, con 80% de la plantilla campeona en 2001 formada en la Centro Formativo José Arribas, entre otros, Landreau, Carriere, Varihua, Monterrubio, Ziani, Da Rocha o Gillet. Fue un equipazo, con el delantero rumano Moldovan dejando un nivel asombroso. El equipo de Denoueix no fue tan vibrante y frenético como el armado por Suadeuau en 1995, se basaba más en lo técnico y jugaba más en corto. Pero respetaba las vertientes ofensivas, verticales, agradables y colectivas del juego a la Nantaise. Era un 4-4-1-1 con dos piezas contextuales: Monterrubio, un segunda punta imaginativo, habilidoso y con una excelente relación con la pelota, y Eric Carriere, el mayor talento de ese equipo, un mediocentro organizador con alto rango de pase, distribución y técnica. A estos dos jugadores, Denoueix los rodeó con mucho nervio colectivo y con mucho talento complementario, como los exteriores Ziani y Da Rocha, herederos de N’Doram y Pedrós. Berson era el pivote defensivo, con Salomon Olembe de alternativa. Laspalles, Gillet, el argentino Fabbri y Armand configuraban la línea de retaguardia, con Landreau convertido ya en uno de los mejores porteros franceses. En 2000, antes del título de liga, había abandonado Antoine Sibierski, otro talento de aquella época canaris. Denoueix supo respetar la tradición del club y redondeó ese respeto con títulos. Su ratio de resultados es el mejor de los tres grandes arquitectos del Nantes. Dos copas y una liga. Falló en Europa, donde el Nantes siempre besó lona demasiado pronto. Pero el espíritu prevaleció, con ese fútbol e transiciones fugaces, fluido y ensamblado con cierta complejidad colectiva, donde todas las etapas del juego estaban milimetradas.
Poco a poco, el Nantes volvió a caer en la misma trampa. Siempre estuvo expuesto a la depredación de los mejores clubes de Francia y esta nueva etapa también acabó desmantelada, más con la salida de Denoueix tras ganar el título de liga. El linaje iniciado en 1960 acabó rompiéndose, se marginó la vocación familiar y artesanal del club, y el Nantes fue desnaturalizándose. Mientras, brotaban los problemas institucionales, con varios cambios accionariales, y se imponía la incapacidad para mantener cierta tasa de regeneración con futbolistas de la cantera. La política deportiva se diluyó y en 2007, tras 44 años seguidos en la elite, el Nantes descendió al lugar donde lo inventó José Arribas. Ahora, han vuelto, con su camiseta amarilla y la historia algo empolvada. Sólo es cuestión de pasarle el trapo por encima.
@pittiseverini 21 mayo, 2013
Que buen post. Felicitaciones.