Nació y vivió durante catorce años en la Alemania Oriental y quizás es difícil calcular qué hubiera sido de la selección germana que le tocó liderar si Michael Ballack no hubiese defendido sus colores. El pequeño emperador llegó al mundo en las postrimerías de la carrera del Kaiser Franz y tampoco tuvo tiempo de ver al majestuoso ángel rubio en la Eurocopa de 1980. El tótem que le tocó seguir fue el de Lothar Matthaus. La extensa carrera del súper campista, Balón de Oro en 1990, los llevó a compartir equipo y a que en persona le pasase el testigo del mito alemán del fútbol: el centrocampista que lo hace todo.
Ballack fue heredero de Beckenbauer, Schuster y Matthaus
Y eso fue Ballack: un tipo que podía hacerlo todo. Sin la suerte de sus tres predecesores, Ballack fue el símbolo de una Alemania en mínimos históricos de talento. Ni antes ni después, hubo tan poco de dónde escoger para un seleccionador teutón. Y aun así, con esa cruz, Michael comandó un equipo que llegó a dos finales que no le tocaban. El subcampeonato mundial de 2002 y el europeo de 2008 fueron obra suya. Lo mismo que la famosa temporada del Bayer Leverkusen en la que pelearon hasta el final por el triplete y se quedaron sin ningún título para el museo. Gestas impensables sin la omnipresente calidad de Ballack. Más que un perdedor, el alemán fue un héroe épico.
Con el ’13’ en la espalda, como Müller, Ballack sacaba el balón, organizaba el juego, colaba pases decisivos y anotaba goles. Un día lo veías al lado del mediocentro y otro en la mediapunta, donde en sus años más lozanos mostraba una frescura que choca con el poderío aplastante de su versión dorada. Su llegada desde atrás causó tal impactó que en la memoria es esquivo el recuerdo de su fútbol por detrás de la línea del balón, marcando los tiempos y asentando posesiones de calidad y solidez. Como remedio, algún partido del Chelsea 2007-2008, el que fue suyo y no de Cech-Lampard-Drogba, y el fogonazo no se olvida más: dominio con puño de hierro en sesenta metros de campo.
Su mejor temporada fue la 2001/2002; su mejor nivel, en el Chelsea de Grant
El final de su carrera fue silencioso. La algarabía de la generación de Özil y la abdicación del trono por parte del paradigma de centrocampistas en el que se lo englobó, pero nunca encajó del todo, en favor del mediocampista español, empequeñecieron el recuerdo cercano de su fútbol. Sin embargo, el tiempo, que suele poner todo en su lugar, seguramente lo devolverá su nombre a los altares en los que un día estuvo, cuando toda Europa lo quería. Hoy también se darían ‘palos’ por él.
Gravesen 30 abril, 2020
Pregunto, tan pequeña era esa Alemania?